miércoles, 28 de septiembre de 2016

De qué no hablo, cuando hablo de amor (Jorge Bucay)





No hablo de estar enamorado cuando hablo de amor.
No hablo de sexo cuando hablo de amor.
No hablo de emociones que sólo existen en los libros.
No hablo de placeres reservados para los exquisitos.
No hablo de grandes cosas.

Hablo de una emoción capaz de ser vivida por cualquiera.
Hablo de sentimientos simples y verdaderos.
Hablo de vivencias transcendentes pero no sobrehumanas.
Hablo del amor tan sólo como querer mucho a alguien.

Y hablo del querer no en el sentido etimológico de la posesión, sino en el sentido que le damos coloquialmente en nuestros países de habla hispana.
Entre nosotros, rara vez usamos el te amo, más bien decimos te quiero, o te quiero mucho, o te quiero muchísimo.

Pero, ¿qué estamos diciendo con ese “te quiero”?
Yo creo que decimos: “Me importa tu bienestar”.
Nada más y nada menos.

Cuando quiero a alguien, me doy cuenta de la importancia que tiene para mí lo que hace, lo que le gusta y lo que le duele a esa persona. 
Te quiero significa, pues, me importa de vos; y te amo significa me importa muchísimo. Y tanto me importa que, cuando te amo, a veces priorizo tu bienestar por encima de otras cosas que también son importantes para mí.

Esta definición (que me importa de vos) no transforma al amor en una gran cosa, pero tampoco lo reduce a una tontería…
Conducirá, por ejemplo,  a la plena conciencia de dos hechos: no es verdad que te quieran mucho aquellos a quienes no les importa demasiado tu vida y no es verdad que no te quieran los que viven pendientes de lo que te pasa.

Repito: si de verdad me querés, ¡te importa de mí!
Y por lo tanto, aunque me sea doloroso aceptarlo, si no te importa de mí, será porque no me querés. Esto no tiene nada de malo, no habla mal de vos que no me quieras, solamente es la realidad, aunque sea una triste realidad (dice la canción de Serrat: Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio… Quizá haya que entender que eso es lo triste, que no tenga remedio).


Autor: Jorge Bucay
(Fragmentos del libro: "El camino del encuentro")


* * * * * * *

Comentario:

Bucay se refiere a muchos elementos importantes acerca del amor. Para mí, todos ellos, no son sólo aplicables al amor de pareja, sino al amor en términos globales. El que se profesa a los amigos, el existente entre padres e hijos, hermanos, y familia en general…

Me tomo la libertad de hacer hincapié en algunas de las ideas que encontramos en el escrito:

El amor se da, o no se da; no podemos forzarlo…

Resaltar otro aspecto relativo al amor: además del sentimiento, que puede o no puede existir, si amamos o queremos a alguien, queremos quererlo; utilizamos nuestra voluntad para amar y para demostrar que esa persona es importante para nosotros.

Podemos intentar cuidar ese querer y procurar que crezca en los dos, mostrando nuestro amor, de muchas formas. Nunca, olvidándonos de querernos y cuidarnos a nosotros mismos, para realmente poder querer a la otra persona. Si yo no me quiero y no me valoro a mí mismo, mi amor, hacia otras personas, será de muy baja calidad.

Pero, si no existe el amor, o si ha desaparecido, nada de lo que hagamos puede contribuir a que el otro nos quiera o a que ese amor exista en nosotros.

O se quiere, o no se quiere. Es algo que debemos afrontar. Y, por supuesto, aceptar.

El amor es un tema del que podremos hablar ampliamente, más adelante… Por ahora, nos quedamos con las palabras de Jorge Bucay.

Magdalena Araújo




Imagen encontrada en Internet. Desconozco su autor.





sábado, 24 de septiembre de 2016

Los derechos asertivos, contra los intentos de manipulación ajenos




Según el Diccionario de la Real Academia Española, asertivo, es un adjetivo “afirmativo”. Dicho de una persona: “Que expresa su opinión de manera firme”.

Ser asertivo significa confiar en uno mismo y en nuestra capacidad para resolver las dificultades que se nos presenten en nuestro trato con los demás, expresando nuestras opiniones, lo que pensamos y lo que sentimos, de manera firme.

Es fundamental que no renunciemos a nuestra dignidad ni al respeto por nosotros mismos; al patrimonio que supone gobernar nuestra propia existencia y a nuestro intransferible derecho a decidir sobre nuestra forma de actuar.

Debemos tener bien claro que, si nosotros no se lo permitimos, nadie puede manipular nuestras emociones, con la torticera finalidad de conseguir algo que nosotros no queremos.

Algunas personas intentarán conseguir, de nosotros, lo que ellos quieren, esgrimiendo sus propias convicciones acerca de cómo "debemos" comportarnos todos; usándolas como si fueran dogmas que no pueden ser cuestionados ni desobedecidos.

En realidad, no dejan de ser simples normas que se han ido inventando sobre la marcha y que se transmiten a otras personas, sin que nadie cuestione la veracidad y la validez de las mismas. Si alguien se siente inseguro y preocupado por la falta de pautas de comportamiento, llegará a inventarse un buen número de ellas, aunque sean arbitrarias.

Esas creencias y normas contradicen directamente nuestros derechos asertivos, precisamente, la estructura sobre la cual se construyen las conexiones positivas entre las personas, tales como la confianza, la comprensión, el afecto, la intimidad y el amor.

La relación de derechos asertivos está formada por afirmaciones o declaraciones acerca de nosotros mismos. Es un listado de nuestras verdaderas responsabilidades para con nosotros, así como de la imperativa necesidad de señalar unos límites, para que los demás sepan lo que pueden esperar de nosotros. Quedarán claramente señalizados cuáles son aquellos puntos que no permitiremos sean sobrepasados.

Examinemos nuestro derecho asertivo primordial, del que se derivan todos los demás derechos asertivos: nuestro derecho a juzgar, en última instancia, todo lo que somos y todo lo que hacemos.

Cuando vivimos de acuerdo a este derecho asertivo, tomamos sobre nuestros hombros la responsabilidad de nuestra propia existencia y despojamos de esa responsabilidad a los demás.

Parece del más estricto sentido común que, cada uno, decida lo que quiera pensar, decir o hacer. Sin embargo, cuanto más intensa haya sido la influencia manipulativa y no asertiva que hayamos soportado, tanto más probable será que tengamos dificultades para aceptarlo como un derecho de los demás; y aún, de nosotros mismos.

La persona no asertiva se resistirá a reconocer los derechos asertivos de los demás, por considerar que confieren un poder excesivo. Como medida de autoprotección, este sujeto pretenderá manipularnos psicológicamente, esgrimiendo normas y pautas de bondad, de maldad o de justicia; con el exclusivo fin de rechazar todo cuanto pudiera entrar en conflicto con sus deseos, gustos o intereses personales.

Lo dramático es que, el manipulador, no se da cuenta de que, lo único que necesitaría, sería decir claramente lo que quiere; interactuando con la otra persona, para intentar conseguir aquello que desea o, por lo menos, llegando a acuerdos que sean beneficiosos para ambos.

A continuación, expongo un largo listado de derechos asertivos. Evitando la tentación de reducir la lista, no quise excluir algunos o fundirlos en nuevos enunciados. Sugiero que se lean despacio, reflexionando sobre ellos; pensando si tenemos dificultades de aplicación, por haber tenido que sufrir la interferencia de otras personas.

No olvidemos que, si nosotros tenemos todos esos derechos, los otros también los tienen. En ocasiones, será necesario negociar con los demás la forma de implementarlos.

Mi contacto inicial con el tema de la asertividad tuvo lugar cuando me encontré con un listado que contenía los primeros diez derechos de la lista.  Años después, descubrí el tratado de Smith sobre la asertividad, quien se explaya en la explicación de tales derechos. Ha sido mi pretensión, mediante el presente escrito, hacerles llegar una aproximación de los conceptos que constituyen el núcleo de este tema.



DERECHOS ASERTIVOS

Yo tengo derecho a juzgar mis comportamientos, mis pensamientos y mis emociones y a tomar la responsabilidad de su inicio y de sus consecuencias.

Yo tengo derecho a no dar razones, o excusas, para justificar mi comportamiento.

Yo tengo derecho a juzgar si me incumbe, o no, la responsabilidad de encontrar soluciones para los problemas de otras personas.

Yo tengo derecho a cambiar de parecer.

Yo tengo derecho a cometer errores...  y a ser responsable de ellos.

Yo tengo derecho a decir "no lo sé".

Yo tengo derecho a actuar, independientemente de la buena voluntad de los demás. (No podemos vivir en el miedo permanente de herir los sentimientos ajenos).

Yo tengo derecho a tomar decisiones ajenas a la lógica.

Yo tengo derecho a decir "no lo entiendo".

Yo tengo derecho a decir "no me importa".

Yo tengo derecho a determinar cuáles son mis necesidades, a establecer mis prioridades y a tomar mis propias decisiones.

Yo tengo el derecho a tener y a expresar mis sentimientos.

Yo tengo derecho a ser el juez último de mis sentimientos y a aceptarlos como válidos.

Yo tengo derecho a tener y a poder expresar mis opiniones y creencias.

Yo tengo derecho a evolucionar, intelectual y emocionalmente.

Yo tengo derecho a cambiar de idea, de opinión o de forma de actuar.

Yo tengo derecho a intentar cambiar lo que no me satisface.

Yo tengo derecho a ser independiente.

Yo tengo derecho a decidir qué hacer con mis propiedades, con mi cuerpo, con mi tiempo, etcétera, mientras no se violen los derechos de otras personas.

Yo tengo derecho a expresar una crítica y a protestar por lo que considero un trato injusto.

Yo tengo derecho a pedir una aclaración.

Yo tengo derecho a pedir ayuda o apoyo emocional.

Yo tengo derecho a sentir y a expresar el dolor.

Yo tengo derecho a ignorar los consejos de los demás.

Yo tengo derecho a estar solo, aun cuando los demás deseen mi compañía.

Yo tengo derecho a no responsabilizarme de los problemas de los demás.

Yo tengo derecho a no anticiparme a los deseos y necesidades de los demás y a no tener que intuirlos o adivinarlos.

Yo tengo derecho a responder; o no hacerlo.

Yo tengo derecho a ser tratado con respeto.

Yo tengo derecho a ser escuchado y tomado en serio.

Yo tengo derecho a tener mis propias necesidades y a que sean tan importantes como las de los demás.

Yo tengo derecho a ser el primero, algunas veces.

Yo tengo derecho a pedir lo que quiero, dándome cuenta de que también mi interlocutor tiene derecho a decir “NO”.

Yo tengo derecho a decir “NO”, sin sentir culpa alguna.

Yo tengo derecho a tener éxito.

Yo tengo derecho a gozar y a disfrutar.

Yo  derecho a mi descanso y a tener momentos de soledad.

Yo tengo derecho a superarme, aun a expensas de superar a los demás.

Yo tengo derecho a recibir el reconocimiento por un trabajo bien hecho.

Yo tengo derecho a pedir información y a ser informado.

Yo tengo derecho a obtener aquello por lo que pagué.

Yo tengo derecho a decidir no ser asertivo.


Yo tengo derecho a ser feliz. 




Nota:

Según una amiga, faltaba uno que lo resume todo: "Yo tengo derecho a ser feliz".

Para los que se encuentren  interesados en tener el listado de los derechos asertivos, en un archivo independiente, pueden acudir al siguiente enlace:


RELACIÓN DE DERECHOS ASERTIVOS





Referencias bibliográficas:

SMITH, Manuel J.: “CUANDO DIGO NO ME SIENTO CULPABLE”, Editado por Grijalbo, Barcelona.

CASTANYER, Olga: “La Asertividad: Expresión de una sana autoestima”.

Artículo en Internet: Carta de los derechos humanos asertivos.  




miércoles, 21 de septiembre de 2016

Si quieres perder la confianza de tus hijos, o de otras personas, lo tienes muy fácil: viola su intimidad




En este escrito, me voy a referir a un artículo que me encontré en Facebook, titulado: ¿Hay que violar la intimidad de nuestros hijos? Me llamó tanto la atención, que lo primero que pensé fue que alguien pudiera escribir recomendando violar la intimidad de las personas, algo en lo que estoy en completo desacuerdo.

Afortunadamente, la autora se refería, de manera crítica, a unas declaraciones de un Juez, de una ciudad española, cuyo nombre prefiero no mencionar, el cual se pronunciaba de la manera siguiente: “Creo que hay que violar la intimidad de nuestros hijos. Antes, nuestros padres nos registraban los cajones, ahora hay que mirar lo que hacen con el móvil… El caso es que no nos pillen”.

¡Vaya ejemplo de juez! ¡Qué vergüenza! ¡Qué peligro, lanzar ese tipo de sentencias! Me cuesta creer que, alguien que debería ser un servidor intachable de la Justicia, pueda haberse despachado en semejantes términos. ¡Lo que nos faltaba! Que, un Juez de Menores, otorgue permiso a los padres y les inste a cometer semejante atropello, atentatorio de la libertad y de la privacidad de sus hijos. Me parecerían igualmente horribles sus palabras, si hubieran estado dirigidas hacia la violación de la intimidad de cualquier ser humano.

¿Quieres saber cómo puedes perder la confianza de tus hijos o de otra persona? Hay una forma muy rápida de lograr que no confíen en ti: no respetes su intimidad.

Me recuerda un caso que conocí en el que, ciertos familiares de una joven que acababa de cumplir los veintiún años, cometieron la barbaridad de abrir su correspondencia, de registrar sus pertenencias, revolviendo los cajones de su cómoda y de su armario, llegando a hurgar en la papelera de su habitación. ¿Cómo es posible confiar en alguien que haga esas cosas? Sé que es parte de las prácticas educativas de antes; aunque, no se circunscribe, únicamente, al ámbito de la familia. También hay parejas y amigos que no respetan la privacidad y la intimidad de sus “seres queridos”. Lo pongo entre comillas, porque no me parece el comportamiento adecuado de alguien que dice querer a otra persona.

Recurrir a la violación de la intimidad de un hijo, hermano, alumno, es señal irrefutable de que, quien actúa de tal manera, es un pésimo educador; que ha sido incapaz de ganarse su confianza, que no ha sabido cómo transmitir unos valores y que no respeta la libertad de nadie.

Cuando se hurga en la privacidad de otra persona se da a entender que no se confía en ella; tampoco, en la capacidad de uno mismo, para convertirse en un ser amoroso, comprensivo, cercano y firme.

Ser correctos en el trato y estrictamente honestos en lo que hacemos, será el mejor ejemplo  para nuestros hijos, del cual ellos aprenderán para siempre. Por el contrario, violar su intimidad les enseñaría que no pueden confiar en las personas más cercanas y que no es necesario respetar las pertenencias y la intimidad de otras personas.

La confianza y el respeto son dos pilares básicos para construir unas buenas relaciones con la familia, los amigos y todo tipo de vínculos personales.

La autora señala que “estas declaraciones han creado polémica en toda la comunidad educativa (que recordemos somos todos: padres, educadores, maestros, pedagogos, etc.). Y no es para menos”.

No quiero ni pensar en el legítimo enfado que pueden sentir los jóvenes que se enteren de esas declaraciones; como consecuencia de las cuales, puedan llegar a sospechar que sus padres sean capaces de seguir las indicaciones de ese Juez de Menores. Lo que me impresiona es que, a algunas personas, les pueda parecer estupendo lo manifestado por ese hombre. ¡Pobres los jóvenes que tengan cerca de ellos a personas que piensen así! ¡Vaya educación más horrible estarán recibiendo!

A continuación, la autora, agrega:

“El Artículo 197.1 del Código Penal establece: El que, para descubrir los secretos o vulnerar la intimidad de otro, sin su consentimiento, se apodere de sus papeles, cartas, mensajes de correo electrónico o cualesquiera otros documentos o efectos personales, intercepte sus telecomunicaciones o utilice artificios técnicos de escucha, transmisión, grabación o reproducción del sonido o de la imagen, o de cualquier otra señal de comunicación, será castigado con las penas de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses

Yo quisiera saber si, a pesar del posicionamiento declarado por el señor juez al que nos hemos referido, el propio señor juez, u otros señores jueces que defiendan el mismo criterio,   enjuiciarían a los padres, familiares y otras personas que violen la intimidad de sus hijos, de sus parejas, de sus amigos, en aplicación del citado Artículo 197.1 del Código Penal, vigente en España.

La autora se pregunta: “¿Debemos violar la intimidad de nuestros hijos?”

“Violar la intimidad de nuestros hijos puede tener nefastas consecuencias en el desarrollo de nuestros hijos.” “¿Qué tipo de relación paterno-materno-filial “demanda” la vulneración de la intimidad de nuestros hijos? Desde luego no la basada en la comunicación, el cariño, la aceptación, el respeto y/o la confianza.” Igualmente, nos dice que “también conocemos el dolor emocional que provoca la falta de confianza de aquellas personas más cercanas a nosotros”.

Me gustaría rogar, a quienes me leen, que reflexionen sobre ese profundo y desgarrador dolor que se siente cuando, las personas cercanas a nosotros, traicionan nuestra confianza; cuando se entrometen a la fuerza en nuestra intimidad, cuando prefieren creer a otras personas, antes que a nosotros, cuando hurgan en nuestras cosas, en lugar de preguntarnos, de frente, sobre aquello que les preocupa o que puedan llegar a sospechar.

¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que los hijos nos pertenecen y podemos hacer con ellos lo que nos venga en gana? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que en nombre del amor familiar, de pareja o del existente en la amistad, se cometan atropellos a la privacidad e intimidad de las personas? El fin no justifica los medios. No podemos utilizar cualquier estrategia, en nombre del amor.

Hoy, a propósito del tema tratado en este escrito, viene a mi mente el viejo y sólido adagio: “El amor no da patente de corso”.

Los niños son dependientes de nosotros y esto hace que nosotros nos hagamos responsables de ellos, que nos convirtamos en sus guardianes y en sus protectores. Pero, no tenemos patente de corso para hacer lo que queramos, ni mucho menos. En ocasiones, los padres tensan tanto la cuerda, que el vínculo emocional que les une a sus hijos se rompe de forma irreparable. Es muy doloroso constatar el daño que causan sus acciones y actitudes, en nombre del amor, sin que, tan siquiera, se den cuenta de ello.

Me declaro firmemente convencida de que el amor hacia nuestros hijos exige estar permanentemente atentos para no vulnerar el respeto que ellos merecen.




Fuente utilizada para el escrito: 

¿Hay que violar la intimidad de nuestros hijos? Por Rebeca Palacios García de la Rosa, septiembre 12 de 2016.

http://www.playourbrain.com/violar-la-intimidad-de-nuestros-hijos/




Imagen encontrada en Internet. Desconozco su autor.





domingo, 18 de septiembre de 2016

Identificación de los escritos referidos a la asertividad, publicados en mi “blog”




La asertividad nos ayuda a adquirir seguridad en nosotros mismos, una mayor autoestima y contribuye a que nuestras relaciones interpersonales sean mejores. También, es una especie de vacuna en contra de la dependencia emocional; nos ayuda a superarla, cuando aparecen índices de conductas de apego.
He reunido, en este documento, los enlaces a los diferentes escritos que hay en mi blog sobre este tema y pretendo ir agregando los correspondientes a los nuevos artículos que vaya escribiendo, con la esperanza de que les sean de utilidad.

Por favor, no crean que esto de la asertividad sea una receta mágica. Requiere un cambio de actitud en nosotros, mucha paciencia, perseverancia y saber que solo podemos incidir en nuestro propio pensamiento y en nuestra forma de actuar. Aunque nosotros seamos asertivos, nos encontraremos con personas de todo tipo: asertivas, no asertivas y agresivas. Es más, una misma persona puede tener momentos en los que actúa de forma asertiva, ocasiones en las que le cuesta mucho serlo  y  es posible que, a veces, pueda mostrarse impositivo, testarudo o agresivo.
Progresamos en el aprendizaje de la asertividad, a medida que lo practicamos. Poco a poco, iremos viendo los beneficios que puede traer a nuestras vidas. No se preocupen si, en el corto plazo, deben afrontar disgustos, discusiones y malos entendidos. Como sucede con todos los aprendizajes complejos, al principio, seremos algo torpes; es posible, incluso, que algunas personas se sientan molestas con lo que les digamos. Con el tiempo, lo haremos mejor, estaremos menos nerviosos al defender nuestros derechos y lo haremos con una mayor efectividad.
Si perseveran en el propósito de ser asertivos, se darán cuenta de que aprenderán a respetar el primer derecho asertivo, del cual se derivan todos los demás, en ustedes mismos y en las otras personas: Nosotros somos quienes tenemos el derecho de juzgar nuestro propio comportamiento, nuestros pensamientos y nuestras emociones. Somos responsables de ellos y de las consecuencias que se deriven.

Nota: al abrir los diferentes artículos del blog, encontrarán unas pestañas debajo de "Un día con ilusión". Encontrarán este listado, sobre asertividad, bajo el epígrafe: Diferentes temas tratados en el blog. Allí iré agregando otros listados que puedan ser de su interés, como los escritos sobre dependencia, sobre desarrollo del pensamiento y la creatividad, relatos, artículos sobre las familias y la educación de los hijos... Los iré actualizando con los nuevos escritos que, sobre cada tema, vaya agregando al blog.

Mi agotadora tarea de aprender a decir “No”

Aunque hayas dicho “Sí”, siempre puedes decir que “NO”

Aprendamos a solucionar los problemas que puedan surgir en nuestra relación con los demás

Ser asertivos: nuestra mejor norma de conducta

La perniciosa práctica de hacernos sentir culpables

Ni la lucha ni la huida: la capacidad de diálogo debe ser la herramienta para lograr ser asertivos

Conviene aprender a gestionar el enfado y el miedo, para que actúen a nuestro favor

Aprendamos de la asertividad natural de los niños

El control idóneo del comportamiento de los niños

Resistir en silencio   (Relato)

Identificación de los escritos referidos a la asertividad, publicados en mi “blog”

Los derechos asertivos, contra los intentos de manipulación ajenos  (Derechos asertivos)

Escritos sobre asertividad    (En el apartado: "Diferentes temas tratados en el blog")

Relación de derechos asertivos  (En el apartado: "Diferentes temas tratados en el blog")

Dos técnicas verbales asertivas: el disco rayado y el compromiso viable
(Técnicas asertivas)

La asertividad nos ayuda a ser más sociables y a comunicarnos mejor

Las técnicas sociales asertivas: información gratuita y revelación de nosotros mismos  (Técnicas asertivas)

Como si, cada uno, viviera en su propio castillo

Desde que eran niños, aprendieron a ser pasivos

En ocasiones, a buen entendedor, pocas palabras no bastan

Cuando se cede, a otros, el control de la propia existencia

En época de fiestas navideñas, conviene que seamos asertivos

Un difícil equilibrio: comunicarnos, sin perder el debido respeto

La necesidad de tener un espacio personal






Imagen de Lucas alves, adaptada para el blog: http://artesdolucas.blogspot.com




Imagen de educapeques, encontrada en Internet.





martes, 13 de septiembre de 2016

Resistir en silencio




Mi colaboradora, Elena, había tenido que salir del gabinete para realizar distintas gestiones que, el viernes anterior, habíamos decidido postergar.

Yo me encontraba sentada a la mesa de mi despacho, examinando las tres carpetas que contenían los expedientes de cada una de las pacientes, cuya consulta constaba en mi agenda, para la mañana de aquel día, lunes, dieciocho de julio. Por cierto, fecha conmemorativa, en otros tiempos, del Alzamiento Nacional; aunque, el inicio de la Guerra Civil española hubiera tenido lugar el día anterior, que fue cuando se sublevaron los oficiales adscritos a la guarnición de Melilla.

Pasaban unos minutos de las diez de la mañana, hora señalada para la primera de las visitas. Se trataba de Pilar, la hermana de Antonio, uno de los profesores que impartían las clases de pádel en el club del cual, mi marido, mi hija y yo éramos socios. Sería la tercera vez que atendería a esta paciente, la cual había superado la primera mitad de los cincuenta y estaba atravesando un período de su vida muy difícil porque, el divorcio que había tenido la valentía de afrontar, le estaba causando verdaderos estragos.

Sonó el timbre y la mujer puso cara de sorpresa, al comprobar que era yo quien le abría  la puerta.

-¡Buenos días, Pilar! -procuré saludar con cordialidad, intentando aliviar la sensación de agobio que se reflejaba en el rostro de la recién llegada.

Era alta y delgada, de tez muy blanca, poblada de pecas. Su cabello rojizo, peinado hacia atrás y recogido en un moño, armonizaba con unas largas cejas del mismo color, aunque de tono más difuminado. Su cara era alargada, la nariz recta, su frente limpia y despejada. De sus bien proporcionadas orejas colgaban unos discretos pendientes de oro. Su boca era más bien pequeña, impresión que a una le causaba, por tener sus labios pintados de un discreto y suave color rosado. Pero, por encima de todo, resaltaban unos grandes ojos de color azul marino, que eran los responsables de que Pilar llamase la atención por su belleza, a pesar de que unas profundas ojeras delataban el agotador estrés al que estaba siendo sometida. No importaba que fuera vestida con unos cómodos zapatos de tenis y un conjunto formado por pantalón y camisa vaqueras, su porte y movimientos eran de una distinción innata.

-¿Qué tal has pasado el fin de semana, Pilar? -le pregunté, después de que ella se hubiera acomodado en uno de los sillones que rodean la amplia mesa rectangular que está en la salita donde celebro las reuniones de trabajo y le hubiese servido el vaso con agua que me pidiera, en respuesta a mi  ofrecimiento de un café.

-Disfrutando de mis dos nietos, en casa de mi nuera -contestó, en voz baja- ¡Soportando un calor asfixiante, a pesar de estar en plena sierra!

-¿En casa de tu nuera? -repetí, en tono de pregunta, dándole a entender mi extrañeza.

-Mi hijo está de viaje -respondió, Pilar, dirigiéndome una amable sonrisa-. No regresará hasta dentro de unos días, lo cual no impidió, a Matilde, pasar por mi casa y secuestrarme. ¡Es una muchacha encantadora! Yo la quiero, como si fuese mi propia hija.

-Entonces, te habrá servido para quitarte de encima algo de la tenaz tensión que llevas acumulada -le dije, para suscitar su asertividad.

-Puede ser -contestó, mi paciente, condescendiente con mi inventada conclusión-. Pero, de muy poco sirvió porque, en cuanto mi nuera me dejó en casa, ayer por la tarde, el mundo entero pareció caer sobre mis hombros.

-¿Y, eso? -pregunté, exagerando mi sorpresa.

-¡Odio los domingos! En mucho, el domingo es, para mí, el peor día de la semana.

No le di respuesta. En su lugar, me quedé mirándola, en espera de que ella se explayara, que fue lo que sucedió, inmediatamente.

Se refirió a los años de su adolescencia. Explicó que, salvo que se encontrara enfermo, o de viaje, su padre aprovechaba todos los domingos y días festivos, para pasarlos en la finca heredada de su abuelo, situada en un pueblo que estaba a dos horas de viaje, en coche, desde la ciudad donde vivían. A su progenitor, le encantaba todo lo que tenía que ver con el campo y se hacía lo que él quisiera, sin importarle los compromisos que su familia pudiera tener, ni que su esposa se la pasara trabajando, desde el primer momento que llegaran a la casa solariega, que solía ser el sábado, a última hora de la tarde. Por ser mujer, además de la menor de sus hermanos, a ella le correspondía ayudar a su madre, en todas las tareas.

Los domingos, era imperativo que todos asistieran a la misa de las once de la mañana, en la iglesia del pueblo. Como fuera que su padre no podía entender que alguno de los miembros de su familia dejase de comulgar, era necesario levantarse muy temprano; de manera, que todos hubiesen desayunado antes de las ocho de la mañana, respetando el ayuno de tres horas establecido por Pío XII, en mil novecientos cincuenta y tres. Fue la norma que él mantuvo vigente hasta el final de sus días, sin importarle que Pablo VI redujera el tiempo de ayuno a una hora antes de que tuviese lugar la celebración de la Sagrada Eucaristía.

Finalizada la Santa Misa, sus hermanos se juntaban con los amigos y su padre disfrutaba del vermú jugando una partida de dominó, en la tasca de la plaza del pueblo. En cambio, su madre y ella, ultimaban la compra de algunos comestibles y regresaban a la casa que distaba del núcleo urbano, más de un cuarto de hora, andando. Tenían que arreglar las habitaciones, hacer las camas y preparar la comida. Muy poca, era la ayuda que Pilar prestaba a su madre en cuestiones culinarias, pero dejaba perfectamente alistada la mesa del comedor para la hora del almuerzo, sin que faltara detalle alguno.

Jamás, su madre y ella, escucharon palabra alguna de agradecimiento, ya fuera de su propio padre, o de sus hermanos. Más bien críticas y protestas que, en ocasiones, terminaban con la paciencia de su madre.

-Cuando se llegaba a este punto -me permití interrumpirla- la autoridad de tu madre debía chocar con la de su marido.

-No recuerdo una sola ocasión, en la que la autoridad de mi madre llegara a imponerse -contestó, Pilar, con tristeza-. El amo de la casa respondía contundentemente, a la hora de permitir lo que él entendía fuese una intromisión.

-Entonces, qué ocurría -no pude evitar preguntar.

-Mi madre, se refugiaba en el silencio -respondió, mi paciente-. Yo, a diferencia de mis hermanos, aprendí a hacer lo mismo.

Se produjo un largo silencio. Cuando me vi obligada a interrumpirlo, Pilar se adelantó. Fijó su mirada en la mía y añadió:

-Le confieso, doctora, que tropecé con la misma piedra, al contraer matrimonio. Por favor, hablemos de mi divorcio. 





Artículos en el blog, sobre el tema de la asertividad:



lunes, 12 de septiembre de 2016

Ni la lucha ni la huida: la capacidad de diálogo debe ser la herramienta para lograr ser asertivos




Continuando con el tema de la asertividad, quiero retomar las ideas con las que terminaba mi anterior artículo.

Decíamos que era lógico pensar que se nos presentarían infinidad de problemas en nuestras relaciones con los demás y que era fundamental confiar en que seríamos capaces de solucionar eficazmente cuantas dificultades se nos presentaran en nuestro camino.

De acuerdo con la evolución natural, los seres humanos poseemos la capacidad de enfrentarnos a cualquier tipo de adversidad. Como especie, hemos sobrevivido gracias a estar dotados, fisiológica y psicológicamente, para superar toda clase de obstáculos. Los inconvenientes a los que se tuvieron que enfrentar nuestros antepasados primitivos, en entornos muy difíciles, contribuyeron a que fueran desarrollando una extraña potencialidad para resolver sus problemas, con eficacia.

En la mayoría de especies animales, particularmente en los vertebrados,  cuando surge un conflicto entre ellos, suele haber una reacción de lucha o de huida por parte de alguno de los que han establecido la contienda. Estas dos maneras de afrontamiento suelen ser reacciones casi automáticas y son de gran valor para su supervivencia.

De igual forma, también en los seres humanos se produce la lucha y la huida. Forzados por las circunstancias, a veces, luchamos intrépidamente; en otras ocasiones, huimos despavoridos. A veces, actuamos libremente, guiados por nuestra propia decisión. Más a menudo, disimularemos nuestra reacción, utilizando formas disfrazadas de la lucha y la huida, las cuales analizaremos más adelante, en este escrito.

Aun teniendo la posibilidad de responder ante los problemas mediante la lucha o la huida, lo que nos distingue de las demás especies, es el hecho diferencial de poseer un cerebro humano: grande, nuevo, verbal y capaz de resolver problemas.

Nuestro cerebro nos permite comunicarnos y colaborar con otros cuando surge un conflicto o un problema. Esta capacidad de comunicación verbal y de resolución de problemas es lo que ha constituido la diferencia clave, para la supervivencia, de los seres humanos.

Aunque nuestros instintos pretendan conducirnos a la lucha, o a la huida, no estamos obligados a hacer ninguna de estas dos cosas. Muy por el contrario, debemos hacer uso y abuso de esa tercera opción, propia del ser humano, que es la de dialogar con los demás y resolver, de ese modo, lo que nos preocupa. Es el ejemplo más claro de lo que representa la comunicación asertiva.

Cuando tratamos de solucionar algún conflicto en nuestro mundo moderno, supuestamente “civilizado”, mediante la agresión o la huida, casi nunca lo hacemos abiertamente. Reaccionar de cualquiera de estas dos maneras no está muy bien visto.

Existen ciertas formas de actuar que tienen mucho de lucha o de huida. Me vienen a la cabeza, en cuanto a la lucha o la agresión, todo tipo de malos tratos físicos dirigidos hacia otras personas y hacia los animales. El maltrato o acoso psicológico, la discriminación de minorías, la burla, el desprecio, la utilización de motes o etiquetas... En cuanto a la huida, la pasividad de algunas personas, quedarse calladas ante los insultos o desprecios, no enfrentarse a los problemas que otros les plantean, llegar a cambiarse de casa o de lugar de residencia, para evitar a algunas personas.

Dentro de las enseñanzas que los niños reciben, algunas veces encontramos opciones contrapuestas: se les enseña que no deben luchar con otros niños, que no deben darles en las narices, golpearles, hacerles daño, insultarlos; también se les enseña que deben ser valientes y no huir de la gente que pueda darles miedo. Se les dice que deben expresar lo que les sucede, lo que sienten, pero no se les permite que lloren, que estén tristes o que se enfaden.

Si los niños reciben esos mensajes opuestos, se les adiestra a aceptar el conflicto pasivamente, mediante la agresión pasiva o la huida pasiva. Se encontrarán confundidos, no sabrán cómo expresar lo que les sucede y terminarán tragándose todo, sin saber cómo resolver los problemas que surgen en su relación con los demás. La agresión pasiva y la huida pasiva son utilizadas en cantidad de ocasiones. Muchas más de las que nos imaginamos.

La agresión pasiva

Cuando alguien hace o dice algo que desagrada manifiestamente a otra persona, raras veces ésta reaccionará abiertamente. Muchas, se limitarán a rechinar los dientes, en silencio, rumiando para sus adentros sobre las represalias que tomarán algún día. Se sentirán enfadadas y molestas. Algunas veces, podrán estar tan furiosas, que llegarán a echar fuego por la boca. Iniciarán un devastador diálogo interno, que la mayoría de las veces hará que aumente considerablemente su nivel de ansiedad y malestar. Los sentimientos de agresividad, no expresados, les harán mucho daño, tanto a nivel fisiológico como psicológico. Terminarán afectando su autoestima, a su capacidad de afirmarse y de resolver los problemas que se les presenten. Perjudicarán sus relaciones con otras personas, todo lo cual les pasará factura a nivel físico, en forma de una úlcera o cualquier enfermedad psicosomática.

El problema es que, de alguna forma, han aprendido, que no es conveniente responderles a esas personas; que no deben expresarles la agresividad que, su forma de proceder, ha suscitado en ellos. Piensan que, si reaccionan con brusquedad, eso les traerá consecuencias negativas. Posiblemente, porque ellos ya las han experimentado, anteriormente, o porque han visto cómo actuaban con otros.

Cuando alguien utiliza la agresión pasiva, no expresa abiertamente el malestar que le produce algo. Por ejemplo, obedece al jefe, pero de mala gana. Si le dice que prepare café, lo hará, a regañadientes. Estará enfadado, pero no se atreverá a hablar con su jefe de lo que le sucede ni se negará a hacer lo que le manda. Por lo tanto, hará el café muy fuerte o demasiado suave, siendo posible que lo derrame o que se queme al servirlo. Si le piden que se quede haciendo un trabajo urgente, después de su horario, cometerá un montón de errores, tardando el doble de tiempo. Si, en casa, la madre le exige a su hijo que arregle la habitación antes de salir a jugar con los amigos, éste, lo hará de mala gana,  protestando para sus adentros.

Cada vez que alguien utiliza la agresión pasiva, deberá arreglar los daños ocasionados, perder más tiempo del necesario, pasar un mal rato y sufrir el padecimiento de sentir una agresividad interna, sin descargar. Es quien sufre las consecuencias, no la otra persona. Cada vez que eso suceda, se sentirá frustrado. No solamente con los demás, sino consigo mismo, por no ser capaz de afrontar sus dificultades de otra forma más eficiente.

La agresión pasiva no soluciona los problemas. Haciendo uso de ella, no se consigue lo que se desea. Al contrario, las complicaciones van en aumento y el que utiliza la agresión pasiva, se encontrará cada vez peor.

Conviene evitar la utilización de la agresión pasiva. Procurar hablar de lo que les sucede, qué es lo que no les gusta o les parece injusto. Negociar, expresar una alternativa válida que no entre en conflicto con sus propios planes y que permita cumplir con sus responsabilidades. Incluso, en ocasiones, puede ser mejor discutir. No quedarse dentro, con todo el enfado. Luego, ya se podrá ir hablando del tema. Lo más difícil es decidirse a expresar lo que les preocupa o lo que les sucede. A partir de ahí, continuar hablando y solucionando los problemas que puedan surgir.

La huida pasiva

Hay quienes pretenden solucionar los problemas mediante la huida pasiva. Cuando se encuentran ante un problema con alguien, evitan afrontar lo que sucede e incluso rehuyen de aquella persona en lo posible. Imagínense un niño, que ha suspendido varias asignaturas y hace todo lo posible por no entregar, a sus padres, el boletín con las calificaciones. Cuando se ha perdido algo importante y se dilata el momento de informarle a la otra persona lo que ha sucedido. Estar sufriendo en silencio, durante varios días, inventando miles de excusas con tal de no asumir las consecuencias de lo sucedido.

La huida pasiva es utilizada en multitud de situaciones. En lugar de armarse de valor y hablar sobre lo que sucede, lo que se siente, lo que le inquieta, se pospone el enfrentarse a la situación que les preocupa. Esto sucede en las relaciones de pareja. En especial, cuando surgen conflictos importantes que hay que solucionar. A veces, retrasan todo lo posible el momento de llegar a casa. Buscan cualquier excusa para salir o tienen diferentes actividades que les mantengan ocupados, con tal de no compartir tiempo con su pareja. Evitando las discusiones, las malas caras, la falta de afecto y de detalles.

No es conveniente utilizar la huida pasiva, pues los problemas nunca se solucionarán de esta forma; cada día se agravaran más y podrán surgir otros nuevos. Al mismo tiempo, disminuirá su capacidad para solucionar los conflictos que se presenten. Se verán abrumados por todas esas situaciones, no resueltas, que les están demandando superar los miedos, tomar las riendas de su propia vida, con decisiones valientes y con la capacidad de sentarse a hablar de las dificultades que existen.

Conviene analizar cuáles son las situaciones que no se han afrontado, las decisiones que no se han tomado, qué actitud y comportamiento se ha tenido. Ver cómo la huida pasiva y la agresión pasiva no sirven para solucionar sus problemas. Hablar de la situación, exponiendo los sentimientos que la misma les produce, llegando a las decisiones y a los acuerdos que se consideren necesarios.

Aprender a solucionar los problemas de forma asertiva, en lugar de seguir huyendo o de hacer las cosas de mala manera. Hablar de lo que les disgusta. Darse cuenta de cómo la utilización de la agresión pasiva y la huida pasiva pueden ser las causantes de gran parte de sus conflictos. Utilizar eficientemente su capacidad para colaborar con otros cuando surge un conflicto o un problema. Hablar con los demás y resolver de ese modo lo que les preocupa.




Bibliografía:

SMITH, Manuel J.: “CUANDO DIGO NO ME SIENTO CULPABLE”, Editado por Grijalbo, Barcelona.






Imagen encontrada en Internet, publicada en el blog Crio asas de Lucas Alves. http://crioasas.blogspot.com.es. Modificada para el blog "Un día con ilusión".