martes, 30 de enero de 2018

En búsqueda del difícil camino hacia la aceptación de lo que nos ocurre





He estado, durante varios días, escribiendo notas sobre el tema de la aceptación. Cuando he pretendido darles forma en un artículo, me he encontrado con una de esas situaciones vitales que conviene asumir, a pesar de lo que pueda comportar. Ha sido como consecuencia de haber tenido que afrontar un hecho que, no por esperado, nos hace reflexionar sobre muchas cosas, despertando en nosotros una gran variedad de sentimientos y emociones.

Asimismo, nuestra mente nos trae múltiples recuerdos, obligándonos a revivirlos, a pensar sobre ellos, analizarlos con objetividad, y, al propio tiempo, con esa subjetividad que es inevitable, cuando se trata de experiencias personales y de relaciones afectivas.

Decidí escribir sobre la aceptación pues es fundamental para poder pasar página, tema al que me refería en mi anterior publicación. Para poder avanzar y no quedarnos atascados con ciertos asuntos y relaciones, es necesario desarrollar la capacidad de distinguir entre lo que es recomendable aceptar y aquello que es susceptible de ser cambiado. Aquí reside una de las claves de la aceptación. Para algunas personas, puede ser uno de los aprendizajes que más les cueste adquirir.

Tanto los acontecimientos menores que nos ocurren día a día, como aquellos de mayor envergadura, que suelen sucedernos de vez en cuando, son oportunidades que se nos brindan para poder ejercitar nuestra capacidad de aceptación, una de las formas que tenemos a nuestro alcance para la conquista de nuestra libertad.

Hay quienes consideran que la aceptación comporta la pasividad y creen que deben resignarse a lo que les sucede, sin hacer nada por intentar cambiar las circunstancias que les afectan. Es difícil de entender ya que, al propio tiempo, sienten en su interior un rechazo a muchos aspectos de su vida. No se rebelan externamente, pero, suelen pensar en lo que desearían que fuera diferente. Esta doble actitud hace que con frecuencia se vean afectados por ciertas situaciones y se vean impedidos de dar por zanjados algunos problemas.

Lo deseable es que cada uno vaya identificando aquello que debe aceptar, sin caer en el error de permanecer inmóvil ante los diferentes acontecimientos de la vida, por considerar que es lo que le ha tocado vivir y pensar que no tiene capacidad para asumir las riendas de su propia existencia. La creencia de que debe asumir su destino pacientemente, sin protesta alguna, sin ningún tipo de cuestionamiento, y, sin hacer algo por cambiarlo, se le habrá transmitido desde su más tierna infancia, a través de la   educación recibida, de los principios religiosos y de la cultura imperante en la sociedad en la que habita.

Una de las dificultades para hacerse cargo de la propia existencia es rechazar, de manera repetitiva, lo que ha ocurrido. A algunas personas les cuesta aceptar que su situación no se corresponde con lo que hubiesen deseado. Sienten la necesidad de comprender por qué las cosas han ocurrido así y no de otra manera. Se dan a sí mismos toda clase de explicaciones para tratar de comprender ciertas carencias en sus vidas. Buscan diferentes razones para explicar por qué se sienten mal, situando la responsabilidad de sus dificultades en los demás, en lugar de analizar si ellos podrían haber actuado de manera diferente. Se toman las actuaciones de otras personas como si fueran intencionalmente en contra suya, sintiéndose víctimas indefensas. Es una actitud de protesta, de queja, de inconformidad, que puede durar por mucho tiempo y que les quita gran parte de su energía.

La verdadera aceptación es un proceso activo, no sucede espontáneamente. Se acepta algo cuando se está preparado para hacerlo, no antes. Ocurre cuando alguien se da cuenta de que no puede cambiar lo que ha sucedido; incluso, ciertos hechos que ocurrieron cuando era pequeño, o antes de su nacimiento. Entiende que, por mucho que piense y le dé vueltas a lo que pasó, no sabrá todo lo que hay detrás de los comportamientos, de las decisiones tomadas y de la forma de ser de los demás. Terminará por admitir la realidad, aunque no sea de su agrado, sin empecinarse en que sea diferente o en comprender el porqué de las cosas.

Procede darse cuenta de que se tiene suficiente margen de maniobra para superar algunas frustraciones y renunciar a los deseos infantiles de vivir en un mundo mágico, sin dificultades. Encontrar las lecciones que se deben extraer de las diferentes experiencias vividas, así como tomar las decisiones que ayuden a centrarse en los propios objetivos. Alejarse de situaciones y personas que hacen más daño que los beneficios que aportan, y lograr encontrar los caminos necesarios para progresar en el crecimiento personal. Esto vendría a resolver esa necesidad de actuar para que las cosas sean de otra manera, lo cual es algo legítimo y necesario.





domingo, 7 de enero de 2018

Pasar página es liberador. Y nos da mucha paz.





Tal como sucede con otros aspectos de la vida, no se puede acelerar el tiempo que necesitamos para asimilar ciertas realidades o algunas situaciones. Pasar página lleva su propio tiempo, dependiendo de cómo es la persona, de cómo ha aprendido a gestionar las cosas que le ocurren en su vida, del grado de protagonismo que sienta que tiene sobre lo que le sucede.

Algunas personas tienen la facultad de poder transitar con facilidad por los diferentes acontecimientos de su existencia, sin quedar anclados en ellos o haciéndolo por un corto período de tiempo. Otras, parecen hallar cosas pendientes, que se quedan por ahí, como flotando a su alrededor. No es que no quieran superarlas, es que no han logrado encontrar la clave que les ayude a hacerlo.

Cada uno, desde pequeño, tiene su forma particular de vivir y de manejar todo aquello que le va sucediendo. Cuando alguien no logra tener una verdadera conexión con lo que es, se confunde con los mensajes contradictorios que le llegan desde el exterior, confiando más en lo que otros le dicen que en lo que pueda provenir de uno mismo. No adquiere una sana confianza en su propio criterio, lo que le lleva a crecer con el convencimiento de que otras personas son las que le deben guiar y mostrar el camino. Esto crea gran inseguridad y dependencia de otros individuos, con el agravante de que los demás nunca le podrán proporcionar lo que desearía, tal como lo necesitaría, debido a que su forma de ver el mundo es muy diferente a la suya. Por ello, no sirven las imposiciones, las sugerencias y las exigencias, ya que impedirán que el niño, el joven o el adulto, conecten con su verdadero ser.

Si no confía en sí mismo, no tomará las riendas de la propia existencia y eso llevara a una continua duda sobre el camino a seguir. Quien no ha aprendido a saberse protagonista de su vida, no sabe extraer las lecciones de la experiencia. Estará buscando que otros le expliquen muchas cosas que no comprende, lo cual es difícil que suceda ya que cada uno está intentando obtener respuesta a sus interrogantes y procurando resolver sus propios problemas.

Para poder dejar atrás ciertas dudas, dificultades e inquietudes, es necesario verse a sí mismo como el verdadero motor de su historia personal; saber que somos nosotros los que mejor nos conocemos y los que sabemos lo que nos viene bien, lo que aporta valor a nuestra vida, lo que nos reconforta y nos hace sentir paz. Conviene descubrir cuál es el tipo de amor y de relaciones que deseamos tener en nuestra vida; qué cosas nos ayudan a sentirnos felices y cuáles comportamientos de otras personas nos afectan de forma negativa. Cuando nos escuchemos, nos conozcamos y confiemos en nuestro particular criterio, veremos con claridad qué es lo que apreciamos que siga formando parte de nuestro camino, mientras que dejaremos de otorgar importancia a lo que ya no necesitamos o a lo que ya no aporta satisfacción alguna, a nuestra vida.

Cuando logremos esa íntima conexión con nuestro verdadero ser, de forma natural soltaremos aquellos temas o inquietudes que ocupaban buena parte de nuestras energías y pensamientos. Suele haber elementos facilitadores, tales como una conversación, la lectura de un escrito o algo que escuchamos; asimismo, ciertas fechas del calendario, como el fin de un año y el comienzo de uno nuevo. De todas formas, considero que el empujón final es algo casi fortuito y mágico. Me refiero a ese momento en el que ciertos temas dejan de ser centrales y se logra aligerar la mochila de esas piedras que ya no necesitamos cargar y que nos dificultaban poder avanzar.

Superar esos elementos que nos aferraban a parte de nuestro pasado, produce una energía liberadora y nos da mucha paz. A partir de entonces, empieza una nueva etapa, con otros objetivos, con nuevas prioridades.