miércoles, 29 de diciembre de 2021

Agradezco la integridad en las personas

 



“Cualquiera puede decir que tiene integridad,

pero la acción es el indicador real del carácter.”

John Maxwell

 

Llevaba varios meses sin escribir en este blog, cuando comencé a elaborar este artículo. Debido a las fechas navideñas y de fin de año en las que nos encontramos, publiqué antes un relato: “Una carta al Niño Dios”. 

Escogí un tema que considero muy importante y que ha regido tanto mi vida como la de personas que han sido muy especiales para mí. 

Desde pequeña, he valorado la sinceridad, la honestidad, la transparencia, la lealtad y el actuar de acuerdo a unos principios y valores, haciendo lo posible por obrar en consecuencia; aunque, las circunstancias se pongan difíciles y reciba presiones para traicionar aquello que forma el núcleo de mi propia identidad. 

Admiro a las personas sencillas, sin dobleces y que son fieles a sí mismas. Con ellas, me siento cómoda y sé a qué atenerme. 

En definitiva, estoy hablando de integridad

Procuraré hacer una aproximación más formal al término integridad, teniendo en cuenta dos artículos que encontré en internet.  

En el primero de ellos, Delimas, su autor, dice que la integridad es la entereza o fuerza personal que nos conduce a ser fieles a nuestros principios, haciendo aquello que consideramos que es lo correcto y no lo que pueda convenirnos en un momento dado. 

Una persona íntegra vive con rectitud, bondad, lealtad y honradez, desde la fidelidad a sí misma. Actúa en base a sus valores y se mantiene firme a sus promesas e ideas, incluso en situaciones que son difíciles o adversas. 

Arnoldo Arana, señala dos aspectos que son importantes en relación con la integridad: ser coherente y ser completo (no dividido). 

En cuanto a la coherencia, la integridad describe a una persona sin hipocresía ni dobleces, que muestra congruencia entre pensamiento, emoción y voluntad. Se aplica tanto a lo que uno es, como a lo que uno hace. Somos íntegros cuando nuestra conducta es coherente con las convicciones que expresamos.  

La lealtad a uno mismo es una condición necesaria, pero pierde la razón de ser, si es fiel a unos valores corruptos. La coherencia personal debe estar vinculada a valores rectos, dignos y nobles. Para practicar la integridad se necesitan ambas cosas: valores rectos y congruencia con ellos. 

Otro elemento ligado a la coherencia como aspecto de la integridad, es la adecuada motivación. La integridad requiere buenos motivos que son los que dan lugar a las buenas actuaciones.  No basta con la corrección externa de la actuación, es necesario también que internamente el comportamiento esté motivado por razones correctas

Siguiendo a Arana, podríamos resumir la integridad como el hábito de actuar con coherencia, siguiendo principios rectos y una motivación orientada a fines buenos. Concretando aún más: hacer lo correcto por la razón correcta

Asimismo, siguiendo al autor, una persona es íntegra cuando es un todo integrado, completo, cuyo carácter se refleja en todas las áreas de su vida: moral, espiritual, intelectual, emocional y física. Integridad es el acto de mantenerse incólume y sólido; sin aristas, ni fragmentación. 

Lleva implícita la idea de estar unificado en su ser y hacer, y de mostrar consistencia interna; de funcionar como una totalidad, sin divisiones, por lo que una persona con integridad, es la misma persona en cualquier parte sin importar las circunstancias. 

 

Blog: Un día con ilusión – Magdalena Araújo

  

 

Fuentes consultadas: 

Integridad como valor | ¿Qué es? - Definición y ejemplos”, por Delimas 

“Qué es la integridad. Cómo afecta mi desempeño”, por Arnoldo Arana 

 

 

Imagen encontrada en internet. 








martes, 28 de diciembre de 2021

Una carta al Niño Dios




 

Desde el interior, detrás del mostrador donde se encontraba la caja registradora, a Julián Besteiro le pareció reconocer el jeep que acababa de detenerse, al lado del primero de los cuatro surtidores repartidos entre las dos pequeñas islas de abastecimiento de combustible.

Agudizó la vista, en un intento por identificar al conductor del vehículo. Sin embargo,  la oscuridad que había hecho presa del atardecer invernal y la lluvia que estaba cayendo con fuerza, se lo impedían. Decidió salir de la tienda, con el ánimo de atender a cualquiera que fuese la persona que había llegado a la gasolinera, la única existente en el pueblo, y en un radio no menor de una veintena de kilómetros.

Al dar los primeros pasos, el perro que había en el interior del vehículo empezó a ladrar desaforadamente y confirmó que estaba en lo cierto: se trataba del pintor colombiano, que iba acompañado por su mascota, de nombre, ”Thor”. Julián no podía evitar la impresión que se llevaba, cuando el Pastor Alemán pegaba su nariz a los cristales de las ventanas, limpiaba de vaho una pequeña superficie circular, y le mostraba sus amenazadores colmillos. A pesar de ser consciente de la adoración que su hija tenía por aquel perro, se veía obligado a admitir que el miedo se apoderaba de todo su ser, cuando tenía la obligación de aproximarse a semejante fiera.

‒¡Es un placer tenerlo nuevamente entre nosotros, maestro! ‒fue el cálido saludo que dispensó a la celebridad que salía del todo terreno‒ ¿Le lleno el depósito?

‒¡El placer es mío, Julián! ‒replicó, el universalmente reconocido dibujante, pintor y escultor, cerciorándose de que la puerta del conductor quedaba cerrada ‒Este año, hemos decidido disfrutar del clima pirenaico, en lugar de pasar las Navidades en la calurosa Cartagena de Indias. ¡Sí! ¡Llénelo, por favor! ‒añadió, haciendo entrega de la llave del depósito de combustible al encargado de la estación de servicio.

‒¿Eso dónde está, doctor?  No se referirá a la Cartagena de la región de Murcia, donde hay una base naval, ¿verdad?

‒¡No!¡La Cartagena a la que hago alusión, está en mi país, Colombia! ‒respondió, Juan Sotomayor‒ ¿Qué tal su hija, María? Espero tener la oportunidad de comprobar los progresos que ha hecho, desde la última vez que estuve aquí.

‒Se pondrá muy contenta, cuando le diga que, usted, ha llegado ‒dijo, Julián, después de haber enchufado la manguera de combustible a la boca del depósito ‒¡Tenga la seguridad de que no ha de tardar en ir a verle!

‒¡Fenomenal! Le hice llegar, a su amigo, Andrés, el encargo de encender la chimenea del refugio. Espero que haya podido llevarlo a término.  

‒¡Puede estar tranquilo! Este mediodía le he visto subir con el camión cargado de leña. A estas horas, encontrará una montaña de troncos apilados debajo del cobertizo, el fuego a tierra prendido y la casa templadita, a pesar de este tiempo lluvioso, frío y desapacible.

‒Mi mujer y mi hija llegarán el próximo viernes. Nos gustaría invitarles a compartir una especie de anticipo de la cena navideña, en nuestra casa. ¿Podría decirme cuál sería el día más conveniente para ustedes, después de haberlo consultado con su esposa, Pilar?  

Las anteriores palabras del artista colombiano pillaron totalmente desprevenido a Julián Besteiro, quien, no obstante, reaccionó dando las gracias por la invitación. Tuvo que regresar a la tienda, en busca del datáfono, para realizar el cobro del importe del servicio, mediante tarjeta de crédito.  Después de que se la hubo devuelto a su dueño, junto con el correspondiente justificante del cargo bancario, dijo:

‒¿Qué le parece el sábado, por la noche? ¿Sería, quizás, demasiado precipitado, teniendo en cuenta que su familia habrá llegado el día anterior?

‒¡Me parece bien! Le advierto que la cena no tendrá nada de especial y la prepararemos sobre la marcha, entre todos.

‒Hablaré con mi mujer y, mañana mismo, le hago llegar la confirmación. No sería de extrañar que fuera mi hija quien quisiera aprovechar la oportunidad para acercarse a su casa. Me consta que está deseando enseñarle unos bocetos que tiene guardados.

‒¡Muy bien! ¡Pero, dígale a María, por favor, que no me haga madrugar!

Se despidieron y, en cuanto Juan Sotomayor abrió la puerta del conductor para subirse al coche, “Thor” se vio en la obligación de soltar unos cuantos ladridos, que cesaron, apenas su dueño puso en marcha el todo terreno para dirigirse a su refugio.

La segunda quincena del pasado mes de julio había sido la última oportunidad que el escultor había tenido para disfrutar de la paz y tranquilidad que le obsequiaban aquellos parajes, ubicados en una zona en la que terminaba la media montaña. Se trataba de la última planicie que, a dos mil metros de altitud, señalaba la ruta de ascenso a la cadena de montañas pirenaicas. Allí, en un prado cercano a hayedos y pinos silvestres, Juan Sotomayor compró unas cuantas hectáreas de terreno y se hizo construir un confortable refugio de piedra, con un techo de pizarra soportado por una robusta estructura interior de madera. A menos de un centenar de metros de la puerta de entrada de la cabaña, discurría el agua fría y cristalina de un riachuelo, escoltado a cada uno de sus lados, por sendas hileras de chopos cabeceros. Esta especie de paraíso terrenal se encontraba a menos de cuatro kilómetros del pueblo, y se llegaba a él por una carretera comarcal asfaltada; aunque, los últimos quinientos metros era necesario recorrerlos por un camino de tierra, cuyos desperfectos se recomponían, al llegar la primavera. Serían las primeras Navidades que el maestro pasaría en la bonita cabaña, en compañía de su esposa, Angelina, y de su hija, Magdalena.

A pesar de los largos períodos de tiempo en los que la casa permanecía sin ser habitada, el estado de conservación de la misma era excelente, gracias a los cuidados prestados por Andrés Lasala y Pilar, la esposa de Julián. La retribución económica que ambas personas recibían por estar pendientes del más mínimo detalle, que era lo que el dueño de la casa exigía, era aún más excelente y estaba muy por encima del salario mensual que cabía esperar por llevar a cabo cada una de las dos diferentes tareas. Razón por la cual, la cabaña siempre estaba en perfecto estado de revista.

Como cada día, a las diez de la noche, Julián Besteiro cerró la estación de servicio y se fue a su casa. Nada más llegar, encontró a su esposa, y a su hija, que le estaban esperando, sentadas a la mesa de la cocina, sobre la cual, la cena estaba dispuesta.

‒¿Tienes, en perfecto orden, la casa del señor Sotomayor, Pilar? ‒inquirió, a su mujer, apenas le hubo depositado un beso en la mejilla, repetición del gesto dispensado a su hija.

‒¿Por qué me lo preguntas, Julián?

‒Ha parado en la gasolinera para llenar el depósito del todo terreno.

‒¿Ha llegado al pueblo? ‒preguntó, María, anticipándose a la contestación de su madre‒¡Qué alegría tan grande! ‒exclamó, apoyándose contra el respaldo de la silla y levantando brazos y manos al aire.

‒¡Compórtate, hija! ¡Vas a romper la silla! ‒advirtió, la madre, sin salir del asombro que la noticia le había producido.

‒¡No me has contestado! ‒apremió, el marido.

‒¡Por supuesto que sí! ¿Por qué no iba a tenerlo?

‒Ya sabes que, como todo artista, el señor Sotomayor es un poco raro. ¡Y, muy exigente! ¿Te imaginas lo mal que nos iría, si perdieras este trabajo?

‒¿De dónde sacas que es una persona rara? ‒preguntó, María, a su padre? Es exigente, pero precisamente por esta razón, sabe apreciar el trabajo que hace mi madre. ¿Sabes lo difícil que es mantener en perfecto estado una casa que permanece deshabitada, durante meses?

‒Por si acaso, no conviene olvidarse de que había despedido a tres vigilantes, antes de que contratara a mi amigo, Andrés Lasala.

‒Yo, estoy muy tranquila. Hago mi trabajo a conciencia, aun sabiendo que servirá de muy poco ‒dijo, la esposa del encargado de la gasolinera.

‒¡Estás equivocada, mujer! El señor Sotomayor acaba de llegar y su familia lo hará, el viernes próximo. ¿Qué pasaría si no encontrasen la casa bien arreglada ‒preguntó, Julián Besteiro, en tono de amenaza, sin esperar respuesta‒ Nos ha invitado a participar en una de cena navideña que, si tú estás de acuerdo, puede tener lugar, al día siguiente‒anunció, para que las dos mujeres alejasen la preocupación que les hubiere podido causar la anterior pregunta.

‒¿Estoy invitada, padre? ‒preguntó, María, con gran emoción, y en actitud expectante.

‒Ha preguntado por ti y me ha dicho que tiene ganas de ver los progresos que has hecho. Pero, que vayamos a la cena, dependerá  de la decisión de tu madre ‒respondió, Julián Besteiro, dirigiéndose a su mujer y a su hija, al mismo tiempo.

‒¡Qué situación más extraña! ¡Es la primera vez que nos invitan a cenar en su casa, desde que llegaron al pueblo, hace más de tres años! ‒soltó, Pilar, de forma espontánea y frunciendo el ceño‒ ¡No sé qué decirte, Julián! ¡No tengo ropa que ponerme!

‒¡Qué tontería más grande estás diciendo, mamá! No se trata de ninguna ceremonia de gala, sino de una cena informal, entre amigos.

‒¡María tiene razón! Me ha dicho que la cena, la prepararemos, entre todos.  Me he comprometido a darle una respuesta, a lo largo del día de mañana.

‒¿Quieres decir que te has comprometido de antemano, sin consultar conmigo?

‒El compromiso que he adquirido ha sido consultar contigo si el sábado es un día conveniente para ti.

‒¡Claro, mamá! Es evidente que quieren demostrarte lo agradecidos que están por la colaboración que les prestas. ¡No puedes negarte!

‒¡Está bien, Julián! ¡No hay nada que objetar! ¡Dile que sí! ‒concluyó quien recibía una generosa compensación económica por estar a cargo de la limpieza del refugio.

‒Si estás ocupado, padre, puedo ir yo misma a su casa, en la moto ‒propuso, María, poniendo carita de ángel.

‒¡Te mueres de las ganas por ver al maestro colombiano! ‒exclamó, Julián Besteiro‒¡Llévale el mensaje, de parte de tu madre, y de la mía! Pero, no vayas muy temprano; me ha dicho que quiere dormir, hasta muy tarde. ¡Por cierto, Pilar! Me olvidaba de preguntarte si, Andrés, ha prendido la chimenea.

‒¡Claro que sí! En cuanto ha llegado al refugio, a última hora de la mañana, con el camión repleto de leña. Ha sido lo primero que ha hecho, incluso antes de descargarlo. Y, poco antes de regresar al pueblo, hemos puesto una nueva carga de troncos, en el fuego a tierra ¿A qué hora llegaba, el maestro, a la gasolinera?

‒¡Yo no andaba equivocado! Le he asegurado que encontraría la casa calentita, a pesar del frío y de la lluvia. Debía faltar muy poco para que fueran las ocho de la tarde ‒respondió, quien no había hecho mención alguna de “Thor.”

A sus diecisiete años recién cumplidos, María Besteiro era la única hija del matrimonio compuesto por Pilar Lanzarote y Julián Besteiro. Era una chica atractiva, más bien alta, de tez morena, ojos negros, de mirada profunda, y una larga cabellera de color castaño. Aunque, amable y respetuosa, tenía una natural tendencia a la seriedad y a la introspección, lo cual, no favorecía su relación con otras personas, especialmente sus compañeros de estudios. Por encima de cualquier otra cosa, adoraba a sus padres, a sus abuelos maternos, los únicos abuelos que vivían, el Dibujo y la Pintura.  Por eso, después de mucho insistir, logró que sus progenitores hicieran un gran esfuerzo económico para que cursara el Bachillerato de Artes, en la Escuela de Arte de Huesca. Estaba a punto de terminarlo y de dejar la casa de sus abuelos, en la que había estado viviendo, entre semana, durante los últimos cuatro años, pues hubiera sido impensable el traslado diario, a la capital de la provincia. Gracias al trabajo de su madre, había tenido la inmensa fortuna de conocer al maestro colombiano, en los escasos periodos vacacionales durante los que, Juan Sotomayor, decidía pasar unos pocos días en su refugio de montaña, alejado del mundanal ruido.

Desde que, María, tuvo el atrevimiento de presentarle uno de sus trabajos, en espera de recibir un veredicto sobre las expectativas que cupiera formarse sobre el futuro de su vocación, una mutua relación de admiración profesional y de afecto fue cimentándose, a pesar de la distancia y el tiempo que transcurría, sin que tuviesen la oportunidad de verse.

Por eso, a la mañana siguiente, María tuvo que contener su impaciencia, en espera de que llegara la hora de ir a ver al señor Sotomayor y decirle que la cena podía tener lugar, el próximo sábado. De paso, no perdía la esperanza de encontrar la manera de preguntarle si ella estaba, también, invitada. Cuando el viejo reloj de péndulo pegado a la pared del comedor finalizaba el toque de las nueve campanadas matutinas, María arrancaba la moto llevando la carpeta de dibujo, dentro de la cual, había guardado media docena de trabajos seleccionados y realizados por ella misma, los que más creía que podían gustar al maestro.

Quedándole por recorrer un centenar de metros del lodazal en el que se había convertido el camino de tierra, oyó los ladridos de “Thor”. Al llegar frente a la puerta de entrada, paró el motor, bajó de la moto y calzó el caballete al suelo, sin dejar de instar a la mascota que se callara. No le dio tiempo a llamar al timbre, porque el rostro somnoliento del artista asomó por la puerta entreabierta, ocasión que el perro aprovechó para salir, loco de alegría, alcanzando a poner sus manos sobre los hombros de la amiga, cuya voz había reconocido.

‒¡Si quieres que te diga la verdad, María, te temo más que a un nublado! ‒fue el saludo que Juan Sotomayor dispensó a la recién llegada‒ ¿Acaso no te advirtió, tu padre, que no me hicieras madrugar?

‒¡Sí! ¡Me lo dijo! ¡Pero, son las nueve y media de la mañana!

‒¡A esta hora, aquí y en Lima, para quienes vivimos pendientes de la inspiración que la noche nos depara, no han sido puestas las calles, todavía!

‒¡Ya está bien, Thor! ¡No seas tan pesado! ¡Yo, también te quiero! ‒exclamó, quien se veía obligada a repartir su afecto, entre el dueño de la casa y su Pastor Alemán‒ He traído bollos y pan caliente; si me deja entrar, le preparo el desayuno, mientras, usted, se encierra en el baño.

‒¿Sabes preparar un café colombiano?

-¡Por supuesto! No fue muy difícil aprenderlo, una vez descubrí el café que hay que emplear. Mi madre me ha dicho que jamás falta el buen café colombiano, en esta casa. Y, que se guarda, dentro de cajas de metal, herméticas.

‒¡En tal caso, acepto tu propuesta, María!

‒¿Le apetecen un par de huevos fritos?

‒¡Adelante! ‒exclamó, Juan Sotomayor, en señal de aprobación‒ ¿Qué ha dicho, tu madre, con respecto a la cena ‒preguntó,  mientras se dirigía a su alcoba.

‒¡Que no hay inconveniente! El próximo sábado es un buen día para que puedan venir los dos ‒contestó, María, intencionadamente.

‒Querrás decir, los tres ‒rectificó, el dueño de la casa, inmediatamente‒. Envié una carta al Niño Dios, en tu nombre. Anoche, nada más llegar, me encontré con la contestación, en el árbol de Navidad que, Andrés Lasala, nos ha preparado.

‒¿Qué es lo que dice ‒quiso saber, María, presa de la curiosidad.

No hubo respuesta, toda vez que el dibujante, escultor y pintor de talla universal, se había encerrado en su habitación. Ante lo cual, María se dispuso a preparar el desayuno, bajo la mirada atenta de “Thor” que fue a sentarse a la puerta de entrada de la cocina para poder contemplar los movimientos de su amiga aragonesa.

‒Un día, “Thor,” te enseñaré a poner la mesa. Veremos si, por lo menos, haces algo de provecho, en lugar de asustar a todo el mundo, con tus ladridos ‒le dijo, la estudiante de Bachillerato de Artes, a la mascota, la cual, mantuvo las orejas erguidas, mientras le hablaban.

Juan Sotomayor disfrutó con el desayuno que le habían preparado. La insistencia de María para que le fuera revelado el contenido de la contestación que el Niño Dios había dejado en el árbol, resultó del todo estéril. Además, se dio cuenta de que no había ningún sobre, adorno o regalo alguno, colgando de las ramas del árbol. “Hablaré con Andrés Lasala para que me ayude a engalanar el abeto con motivos navideños, antes del viernes” ‒pensó, secretamente.

‒¿Tu sabes quién es el Niño Dios, María? ‒preguntó, el pintor, cuando estaba a punto de dar por terminado el desayuno.

‒Supongo que, en Colombia, es el propio Papá Noel.

‒¡Estás equivocada! Se trata del Niño Jesús y sigue la tradición cristiana que se inició, hace más de dos mil años en Cisjordania, en la ciudad de Belén, muy cerca de Jerusalén.

‒En tal caso, me tiene que dar permiso para construir un nacimiento. Para que esté listo, antes del sábado, en justa correspondencia con el árbol, que se asocia a Papá Noel.

‒¡Por supuesto que te doy permiso! Resulta curioso que, en mi país, el veinticinco de diciembre, celebremos la llegada del Niño Jesús. Y, en lugar de un pesebre, las casas se adornen con un abeto, siguiendo la tradición gringa.

‒¡Será muy fácil montar un nacimiento! En este lugar, tenemos todos los materiales que hacen falta, al alcance de la mano ‒aseguró, María, con rotunda seguridad.

‒¿De dónde sacarás las figuras, joven intrépida?

‒De la montaña de madera que le han traído. Por el momento, tallaré únicamente las figuras del Niño Jesús, la Virgen María, y José. Por supuesto, el buey y la mula, también. Tendré que pedir la ayuda del electricista para dotarlo de la modesta y necesaria iluminación.

‒¿Por qué no incorporas, igualmente, a los Reyes Magos?

‒El día de Navidad, los Reyes de Oriente no pintan nada, en un nacimiento ‒‒respondió, María, con determinación‒‒. Tendrán que esperar, hasta la víspera de la Epífanía, que es cuando les corresponde. Además, me consta que a su hija, Magdalena, le encantan los Reyes Magos y he pensado que me ayudará a pintarlos. Le advierto que los tres adoptarán una postura de adoración. ¡Nada de ir montados sobre los camellos!

‒¡Muy bien! Mientras concentras tus esfuerzos en el belén, yo me dedicaré a estudiar cada uno de los trabajos que has traído. ¿Puedo abrir tu carpeta de dibujo?

‒¡Es toda suya! ‒fue la respuesta de María, acompañada por una gran sonrisa y el alegre brillo de sus ojos.

No hubo que esperar al sábado. Cuando, el día anterior, a última hora de la tarde, Angelina Harb, la esposa libanesa del pintor, llegó al refugio de montaña, en compañía de su hija, Magdalena, encontraron un precioso abeto de Navidad, iluminado y engalanado en su justa medida, así como un hermoso nacimiento construido sobre una mesa rinconera, situada en el salón contiguo al comedor.  Aparte de la ornamentación y de las luces de colores, no había regalo alguno, entre las ramas del abeto.

Al día siguiente, sábado, el reencuentro entre las dos familias fue motivo de gran alegría. Aunque, el abrazo que se dieron, Magdalena Sotomayor y María Besteiro, supuso tanta carga de emoción, que a punto estuvieron de llorar. El pasado mes de julio se habían cumplido tres años, desde que se conocieron. Fue el mismo día, en el que Magdalena celebraba su dieciseisavo cumpleaños.

La reunión transcurriría, sin que nadie estuviese pendiente del reloj y tuvo muy poco de una cena formal. Ni tan siquiera, se sentaron a la mesa del comedor, sino que se limitaron a depositar sobre la misma una diversidad de platos, consistentes en lo que, entre todos, prepararon: variedad de embutidos ibéricos y de quesos, pimientos, anchoas, aceitunas, espárragos, tortilla a la española, etc. Al picoteo, le seguirían distintas bandejas conteniendo una cantidad exagerada de chuletas de cordero, hechas a la brasa del fuego a tierra. Todo lo anterior, regado con distintas botellas de vino de la Comunidad de Aragón. Cada uno se sirvió lo que quiso y se acomodó en el sitio que fue eligiendo, a lo largo de la velada. Cuando todos daban la cena por terminada, la dueña de la casa pidió voluntarios para despejar la mesa. Una vez realizada la tarea, las mismas manos colaboraron para llevar a término un despliegue de dulces, pasteles, frutas de Navidad, turrones y una amplia variedad de licores. A raíz de la experiencia tenida con el desayuno que, María, le había preparado, Juan Sotomayor le encargó que hiciese el mejor café colombiano, para cuantos lo desearan.

En aquel mismo momento, el dueño de la casa quiso pronunciar unas palabras y recabó la atención de los presentes.

‒”Cuando, el martes pasado, María vino a verme para decirme que sus padres no tenían inconveniente en celebrar esta reunión en el día de hoy, sábado, llegó con su carpeta de dibujo, bajo el brazo. Hablamos del día de Navidad y de lo que representaba el Niño Dios, en Colombia. Como consecuencia de lo cual, se puso a trabajar para construir, con sus propias manos, el nacimiento que, situado en el rincón del salón, bendice esta casa. Al propio tiempo, prestó su valiosa ayuda al señor Andrés, para que quedara vestido el abeto de Navidad.

Me consta que ha hablado con mi hija, Magdalena, para tallar las figuras de los Reyes Magos de Oriente, en actitud de adoración al Niño Dios, tal como nos enseña la Epifanía. Yo creo que ambas fiestas tienen un gran significado y que, por consiguiente, procede celebrarlas en la intimidad de la familia. Es por esta razón que, en la tarde de hoy, hemos querido tener esta reunión y poder trasladarles personalmente nuestros mejores deseos de paz, salud y bienestar. Que el Niño Dios bendiga a todos ustedes.”

Se hizo un profundo silencio. Julián Besteiro, consideró que debía corresponder a las palabras de felicitación navideña destinadas a su esposa, hija y a su propia persona. No estaba del todo seguro de si el genial artista hubiese terminado su intervención. Ante la duda, se levantó de la silla en la que estaba sentado, pero no llegó a abrir la boca porque el dueño de la casa, cambiando el tono de su intervención, se dirigió a la amiga de su hija para preguntarle:

‒¿Has mirado, María, si hay algún regalo, a los pies del abeto?

‒¡No! ‒contestó, desde la puerta de entrada a la cocina, quien había recibido el encargo de preparar el café.

‒¿Ves algún paquete, desde donde tú estás?

‒¡Ninguno! ‒sonó alta y diáfana, la respuesta.

‒¿Estás segura?

Ante la insistencia, María dio un par de pasos para tener una mejor visión de la base del árbol. Al constatar que no había ningún paquete en el suelo, buscó con la mirada la ayuda de su madre, que estaba sentada frente al abeto. Pilar Lanzarote hizo una mueca de extrañeza y movió, del uno al otro lado, un par de veces la cabeza. Aunque, a continuación, advirtió una sonrisa de complicidad en el rostro de su amiga, se reafirmó en sus anteriores contestaciones, elevando el tono de voz para decir:

‒¡Completamente segura!

Juan Sotomayor consideró que el juego no podía continuar. Motivo por el cual, dijo:

‒¿Acaso no has tenido en cuenta que debías buscar un sobre? Acércate al abeto; lo encontrarás oculto por las ramas que no puedes ver, desde tu ángulo de visión. Cuando obre en tu poder, por favor, no lo abras.

Cuando estuvo a un metro de distancia del árbol, la alumna de la Escuela de Artes de Huesca reconoció el sobre que el maestro se había negado a enseñarle. Después de retirarlo de entre las luces y los adornos que colgaban de una rama, lo mantuvo entre sus manos temblorosas y preguntó al maestro:

‒¿Qué tengo que hacer, ahora?

‒Sabes muy bien que es un regalo del Niño Dios. Puedes llevártelo a tu casa, con la condición de que no lo abras, hasta que hayáis terminado la cena de Nochebuena.

‒Me atrevo a decir que este condicionante que me impone es bastante cruel. Se repite la historia del otro día ‒dijo, María, con voz quejumbrosa‒ ¡Aún falta una semana para el día de Navidad, doctor! ¿Podría darme un avance de la naturaleza del regalo que contiene, este sobre?

‒En Colombia, María, el Niño Dios entrega los regalos el día veinticinco de diciembre ‒recordó, el maestro Sotomayor‒. Pero, tomando en consideración que estamos en España y que fue un servidor quien le pidió el obsequio para ti, te voy a dar un avance. Los detalles quedan reflejados en el documento que encontrarás, dentro del sobre que está en tus manos.

Se repitió, el silencio anterior. Posiblemente, fue aún más tenso y profundo, a juzgar por la reacción de “Thor.” La mascota,  preocupada por lo que estaba ocurriendo, soltó un conato de ladrido.

‒Hallarás el documento de ingreso, a tu nombre, en la Academia de Bellas Artes de Florencia. Cursarás cuatro años de estudios, en Pintura, Escultura, Arquitectura, Decoración y Grabado. Será beneficioso para ti que conozcas el renacimiento italiano y las obras de Piero della Francesca, Paolo Uccello, Tiziano y otros. Los dineros para sufragar los gastos de viajes, transportes, manutención y dinero de bolsillo, así como el coste de la matrícula para cada uno de los cuatro años, están en una Beca que ha quedado depositada en una entidad bancaria. ¡Ya he caído en el error de darte demasiados detalles!

 

Madrid, Navidad, 2021.

 

Blog: Un día con ilusión – Magdalena Araújo

 

Imagen encontrada en internet:

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