lunes, 26 de marzo de 2018

La realidad del maltrato infantil, según Alice Miller





Me refiero al maltrato infantil, una práctica en exceso extendida entre quienes la consideran necesaria para la adecuada educación de niños y adolescentes.

Conviene tener en cuenta que la utilización de la violencia puede ocurrir en cualquier sitio: en el hogar, en las guarderías, en los colegios, en los espacios de ocio, en las calles… En ciertos países, la encontramos, incluso, en orfanatos, centros de atención a menores, correccionales y en aquellos lugares de trabajo en los que los niños son cruelmente explotados.

El maltrato infantil ha sido ignorado, intencionalmente, por todos aquellos que lo emplean, con la excusa de que siempre se ha utilizado para lograr una “buena educación” de los niños y de los jóvenes, para refrenarlos, para controlar su rebeldía y para obligarlos a cumplir los mandatos de los adultos, quienes saben qué es lo que les conviene.

No debemos ampararnos en las tradiciones para justificar los malos tratos. Que se haya hecho durante tantos años, que algunos los hayan sufrido en su infancia o que todavía estén sometidos a la violencia de otros, no es excusa para que se sigan perpetuando estas prácticas, que tendrán unas graves consecuencias sobre las vidas de otros seres.

Desde hace un tiempo, estoy dándole vueltas al hecho, difícil de comprender, de que personas que sufrieron unas formas de educación demasiado estrictas, incluso represivas y abusivas, puedan olvidarse del daño recibido, o justificarlo, llegando a reproducirlo en los menores o permitiendo que otras personas les hagan daño.

La violencia contra los menores no es algo privado. Por ello, es necesario que haya más personas que tengan una posición crítica al respecto, logrando ser un apoyo para estos niños, y, asimismo, contribuyendo para que los adultos asuman otras formas no violentas de relación y de educación.

Alice Miller, dejó su carrera como psicoterapeuta para consagrarse por completo a la investigación sobre los efectos del abuso infantil, sus trágicas consecuencias en la vida adulta y la búsqueda de formas de sanar el daño causado. Compartió los resultados en sus libros, artículos y entrevistas. Utilizaré, para este escrito, parte de la información incluida en un artículo de su página web: Retrato de Alice Miller. Sobre la realidad de la infancia.

Las diferentes formas de maltrato infantil, no solo producen niños infelices y confusos, sino también adolescentes desadaptados o destructores y padres abusivos.

Encontré un dato que me llamó mucho la atención. Se afirmaba que, de los ciento noventa y dos países miembros de la ONU, solamente dieciocho habían prohibido los malos tratos físicos a los niños. Ello puede servirnos para ver la dimensión del problema, a nivel planetario.

Alice Miller señala que el hecho de que los niños sean golpeados en todo el mundo, se encuentra en las raíces de la violencia que existe en la mayoría de los países. Los efectos del maltrato, son especialmente graves si éste ocurre durante los primeros años, cuando el cerebro del niño se está estructurando. Aunque los daños causados por esta práctica son devastadores, desafortunadamente, apenas son percibidos y reconocidos por la sociedad.

No obstante, parecería ser algo fácil de comprender: puesto que a los niños se les prohíbe defenderse de la violencia dirigida hacia ellos, deben reprimir las reacciones naturales, como la ira y el miedo. Más tarde, siendo adultos, descargan estas fuertes emociones contra otros; entre ellos, contra sus propios hijos.

La omisión, por parte de la sociedad, de la valoración acerca del daño que el maltrato ocasiona en los niños, puede producir comportamientos extremadamente peligrosos, tales como la brutalidad, el sadismo y otras desviaciones. A los cuales, algunos especialistas decidirán calificar de “trastornos genéticos”, cuando en realidad han sido causados por métodos de educación abusivos. Únicamente, la toma de conciencia de este dinamismo perverso, es lo que nos permitirá romper la cadena de la violencia, para que no siga reproduciéndose, de unas generaciones a otras.

Alice Miller desarrolló un modelo de terapia que propone confrontar el pasado. Con el objetivo de que los pacientes tomen consciencia del miedo que experimentaron cuando, de niños, fueron maltratados. Deben descubrir qué fue lo que sucedió y lo que sintieron cuando eran pequeños y tuvieron que reprimir sus emociones. Conviene que lo sientan nuevamente y que lo comprendan, para luego poder liberarse de sus efectos dañinos. El miedo infantil hacia los padres todopoderosos es el que empuja al adulto a maltratar a otros, o bien, a aceptar vivir con graves problemas mentales, minimizando o evitando, reconocer la crueldad de sus propios padres.

Cuando el niño, el adolescente o el adulto, logran comprender lo que sintieron ante el maltrato, cuando se dan cuenta de que no hay algo innatamente malo en ellos, cuando son capaces de reconocer que fueron objeto de un trato muy dañino por parte de sus padres u otros adultos, pueden aprender a dejar atrás todo ese dolor y construir una nueva vida, sin la necesidad de infligir, a los demás, un daño similar; o, permanecer siendo las eternas víctimas de las personas con las que se relacionen.



Bibliografía:

Retrato de Alice Miller. Sobre la realidad de la infancia. http://www.alice-miller.com/es/sobre-la-realidad-de-la-infancia/

Profile of Alice Miller. Towards the reality of childhood. http://www.alice-miller.com/en/profile-of-alice-miller/



Imagen encontrada en Internet, modificada para el blog:






miércoles, 14 de marzo de 2018

Un difícil equilibrio: comunicarnos, sin perder el debido respeto



¿Qué podemos hacer para lograr que algunas personas respeten ciertos límites, que, nosotros consideramos infranqueables? ¿Cómo podemos explicarles que hay palabras, frases o comportamientos que no son de nuestro agrado? ¿Cómo conjugar el respeto hacia la forma de ser del otro, con nuestra libertad para expresar lo que nos molesta o lo que no estamos dispuestos a aceptar, en una relación?

El término respeto tiene un valor innegociable. Ahí, reside la clave para que podamos comunicarnos y relacionarnos con los demás, sin sentir que perdemos parte de nuestra identidad. A veces, se interpreta mal nuestra amabilidad y el deseo de evitar ciertos roces. Si nos sentimos incómodos con algo, tenemos, no sólo el derecho, sino el deber de expresarlo. Y, esperar que nuestro parecer sea aceptado.

Sé que, lo que estoy diciendo, ciertas personas no se lo plantean como un problema, pues tienen la tendencia de cortar por lo sano ante la presencia de dificultades en las relaciones. Otras, en cambio, intentarán ser pacientes e irán en búsqueda de diferentes alternativas para llegar a conservar una relación. Lo más grave, es que, algunas, están dispuestas a permitir ciertos mensajes y comportamientos que les disgustan, aceptando aquello que les molesta, que les hace sentir incómodas, que les desagrada; incluso, todo aquello que les hiere profundamente.

Sería deseable que, los demás, captaran fácilmente lo que les estamos diciendo y que fueran conscientes de que, si quieren continuar con nuestra amistad o con el tipo de relación que nos vincula, deberían respetar nuestros deseos. Que nos dieran a conocer, al propio tiempo, lo que les gusta y lo que no. Y, que nosotros, respetásemos su voluntad, al mismo tiempo.

A algunos, les será difícil aceptar que reconvenir a gritos la libertad de opinión  vulnera el respeto debido a las personas. Pretender imponer por la fuerza el criterio de uno mismo, atenta contra la consideración que debemos mantener hacia las ideas de los demás, aun cuando no se compartan. Conculcar cualquiera que sea de los compromisos asumidos, puede llegar a constituir una falta de respeto. De la misma forma que lo es, pasarse los días criticando nimiedades, tocando las narices y haciendo la vida imposible a los demás.

En repetidas ocasiones, habremos hecho indicación a las personas que nos rodean, de cuáles son los límites que no deseamos que se traspasen. No obstante, algunas, continúan vulnerándolos, sin prestar consideración alguna a nuestros deseos. Muy al contrario, cuando les llamamos la atención, ellas se sienten ofendidas y recurren al ataque personal. Con el ánimo de intentar recuperar nuestra comunicación, dejamos transcurrir algún tiempo; pero, con pesar, constatamos que vuelven a actuar de la misma forma, haciendo oídos sordos a nuestras peticiones.  

Al final, nos veremos con la triste necesidad de admitir que existen personas a las cuales no les interesa actuar con el debido respeto hacia los demás. Razón por la cual, tendremos que aceptar que sigan su camino y queden al margen del grupo de seres con los cuales nos relacionamos, por medio de una comunicación frecuente.



Imagen encontrada en Internet: