sábado, 23 de diciembre de 2017

En época de fiestas navideñas, conviene que seamos asertivos





Ante todo, quiero aprovechar este escrito para desearles unas buenas fiestas navideñas, que puedan estar rodeados de personas queridas y que el año que comienza en breve les traiga bienestar, buenos afectos y aprendizajes que les lleven a tener una vida más plena.

Cuando llega el mes de diciembre, pocas son las personas que permanecen indiferentes, sin que les afecte positiva o negativamente todo lo que rodea estas fechas de fin de año. Es una época en la que se considera obligatorio reunirse en familia, encontrar tiempo para vernos con las amistades y para llevar a término los diferentes preparativos.

Mientras hay quienes se encuentran muy alegres y disfrutan de estos días, año tras año, me encuentro con personas a las que no les gustan estas fiestas, lo pasan mal e, incluso, les desagrada todo lo que tenga que ver con estas festividades, como los villancicos, las compras obligatorias y el hecho de tener que reunirse con ciertas personas a las que preferirían no tener cerca en estos días.

Debemos comprender a quienes esta época les resulta desagradable, difícil de soportar o que les hace sentir mucha nostalgia. Quiero pensar que no debería ser obligatorio ir a donde no les apetece ir, aunque sabemos que son pocos los que se atreven a tomar esa libre decisión de no acudir a alguna reunión, en fechas tan señaladas. Ojalá que en sucesivos años busquen la forma de disfrutar un rato con quienes sí desean compartir buenos momentos y puedan tomar la decisión de pasar esta época del año como ellos prefieran hacerlo.

Aunque este mensaje llegará tarde, al menos para que algunas personas se replanteen si de verdad quieren asistir a las fiestas de Nochebuena y Navidad, creo que nadie debería obligarnos a estar donde no queremos estar.

A quienes sienten que no tienen más remedio que acudir a esas celebraciones, les sugeriría que trataran de quitarles trascendencia, piensen que es tan solo una reunión a la que han decidido ir porque en ella estarán algunas personas con las que de verdad quieren compartir ese día. No están obligados a sentirse felices, procuren simplemente pasarlo de la mejor forma posible. Sobre todo, no finjan lo que no sientan y no hagan el sobreesfuerzo de aparentar cercanía con aquellos que no son de su agrado.

Encontrarán personas a las que sí les apetece ver en esos días y con las cuales quizás no hayan coincidido desde hace meses o años. Disfruten de este encuentro y de su compañía, piensen en los que de verdad les agrada verse reunidos en torno a una mesa y no presten atención a los comentarios desagradables de quienes parecen disfrutar haciendo daño a los demás; son ellos los que podrían quedarse en casa y no amargar la reunión, soltando constantes impertinencias.

No es bueno tomarse las cosas de forma personal. Quienes actúan de manera brusca y agresiva, están molestos con el mundo, son otros, no ustedes. Dicen esas cosas porque es lo que ellos llevan dentro. No dejen que les contagien su mal humor y les arruinen la velada. Pongan límites, haciéndoles entender que ese no es el momento de hablar de ciertos asuntos.

Hablen de temas positivos o neutros, eludan las cuestiones que suelen enturbiar el ambiente, como las críticas, las reclamaciones, las comparaciones… Si se encontraran con quien hiciese un inoportuno uso de ellas, piensen que están bajo un paraguas o dentro de una burbuja que les protege de todo aquello que les pueda disgustar.





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lunes, 11 de diciembre de 2017

Lo que sucede con los celos





El fenómeno de los celos está íntimamente asociado con el hecho de que nuestra mente está produciendo, de una manera continua, pensamientos de todo tipo. Es como si pensáramos en colores variados, que pueden ser pálidos, brillantes, nítidos o turbios. Lo importante, a tener en cuenta, es saber si nos estamos centrando, tan solo, en aquellos que son grises o negros, siendo incapaces de ver el resto de las tonalidades cromáticas.

Durante ciertos periodos de tiempo, como también en ocasiones aisladas, una persona puede perder parte de la flexibilidad del pensamiento. Para poder comprender mejor este fenómeno, quiero poner un par de ejemplos que ayudan a entender lo que sucede cuando alguien es víctima de los celos.

Imaginémonos una hoja de papel blanca, que tiene un pequeño punto negro en el centro de la misma. Al preguntarle a un individuo lo que ve, contestará que un punto negro, sin más, obviando hacer cualquier tipo de mención del fondo blanco. Al inquirirle de nuevo, se centrará exclusivamente en el punto negro y empezará a figurarse que ese punto es cada vez más grande,  terminando por creer que el papel se llena de manchas oscuras.

Pensemos en lo que ocurre si un poco de tinta cae dentro de un recipiente que contiene agua cristalina: un accidente sin importancia, al enturbiarse el agua, que,  en algunos casos, puede pasar desapercibido, si la tonalidad es muy tenue. Sin embargo, puede llegar a tener alguna gravedad si continuamos agregando más tinta al agua. Porque, aunque se vierta poco a poco, no solo convertiremos el agua en no bebible, sino que la misma contaminará todo lo que entre en contacto con ella, pudiendo llegar a dañarlo irremediablemente.

Lo mismo sucede con los celos, los cuales, pueden llegar a hacer mucho daño, en nosotros y en nuestras relaciones. Empiezan con un simple pensamiento, uno de los miles que son producto de nuestra mente; al que, en un principio, no le hubiéramos prestado atención y hubiera pasado de largo, si no hubiésemos sido conscientes de haberlo tenido.

Conviene tener presente que parte de nuestros pensamientos no representan la realidad, solo son ideaciones que nuestra mente suele fabricar, precisamente cuando no se encuentra en períodos de calma. Esos pensamientos son como nuestros sueños o como las nubes del cielo, que están en constante movimiento.

Si hacemos caso a aquel simple pensamiento, al cual nos referíamos, y a otros que puedan seguirle, se nos olvidará que eran sólo ocurrencias y los iremos alimentando, hasta convertirlos en ideas, cuando no convicciones, que acrecentarán nuestros miedos e inseguridades. Sin duda, absorberán nuestra mente, ocupándola en la búsqueda de cualquier indicio que nos ayude a confirmar nuestros temores irracionales.

Los celos son un problema complejo y afectan negativamente nuestra existencia, ya que se convierten en una obsesión permanente, la cual, dificulta seriamente el poder concentrarnos en nuestras ocupaciones habituales, consumen mucha energía y producen un gran desgaste emocional. Aunque no lo deseemos, cuando se apoderan de nosotros, la relación que tenemos con otra persona se verá alterada; hasta el punto de tener que tomar caminos diferentes, si no se logra superar la situación de mutua y grave desconfianza a la que se llega, después de un penoso recorrido.

¿Cuándo podemos estar más predispuestos a prestar una especial atención a esos pensamientos irracionales? Los celos pueden surgir en momentos en los que nos sentimos más vulnerables, cuando se producen cambios importantes en nuestra vida, cuando pensamos que podemos perder la atención o el afecto de alguien que nos importa, cuando no podemos recurrir fácilmente a nuestras habituales fuentes de apoyo…

Los celos están muy relacionados con sentimientos de dependencia emocional. Por lo que es fundamental, y del todo punto prioritario, superar los miedos subyacentes a esa dependencia, ocupándonos de nosotros mismos, cuidándonos físicamente y aceptando el cariño que familiares y amigos nos profesan, a pesar de haber podido ignorarles en algún momento del pasado.

Conviene tener muy presente que los celos son selectivos. Se acepta el hecho de que la persona que amamos haya tenido parejas anteriores, que haya estado casada, que tenga hijos. Se entiende que se vea con ellos y que deba dedicarles parte de su tiempo. También, que comparta actividades con sus amigos o compañeros de trabajo. Sin embargo, de pronto, aparece una circunstancia perturbadora, que afecta al espíritu y que puede hacer perder la paz mental: la aparición de un pensamiento irracional, al que se da total credibilidad, causado por la relación de mera amistad que su pareja  mantiene con alguien, cuya existencia, no había sido valorada y que,  de repente, pasa a ser considerada como una gran amenaza.

¿Por qué nos afectan tanto esos pensamientos y no otros? Porque tocan una fibra muy sensible de nosotros, de nuestro pasado, de conflictos no resueltos, de necesidades no satisfechas o algo que nos falta en el momento presente. También, como se ha dicho antes, cuando nos sentimos especialmente vulnerables.

Normalmente, los celos no surgen en el vacío. Suele haber un detonante que propicia esos pensamientos; un exceso de información, las confidencias que nos hace alguien, las cuales, sin explicarnos cómo, cuándo y de qué manera, despiertan nuestros fantasmas, alguna herida del pasado o un miedo que estaba dormido. Pueden surgir a partir de una conversación, por una película, un programa en la radio o en la televisión; por algo que no comprendemos, que nos parece absurdo, que no encaja con lo que nosotros pensamos que debe ser el comportamiento de alguien dentro de una relación afectiva.

Tal y como sucede con los sueños, los celos se construyen arbitrariamente, a partir de información que escuchamos o leemos, pensamientos que pasan por nuestra mente.  Pueden agravarse por lo que nos comentan otras personas cuando les hablamos de lo que nos preocupa y por la reacción de la persona que amamos, si llegamos a hacerle partícipe de lo que pensamos y de lo que tememos.

En los celos patológicos, el problema reside, en gran parte, en la persona que los siente y padece, por lo que será necesario que acuda a especialistas para poder superarlos. En otras situaciones, la razón para que surjan y se agraven los celos, tiene relación con algunas actitudes y comportamientos de la otra persona.

En el caso anterior, tal como ocurre con los problemas de relación interpersonal genérica, es imperativo sentarse a dialogar, con la finalidad de encontrar una solución. En lugar de escurrir el bulto intentando atribuir toda la responsabilidad al otro, conviene llenarse de valor y buena voluntad. Será la manera más eficaz para lograr asumir un compromiso que conduzca a un recíproco cambio de comportamiento inmediato. El cual, les debe llevar a potenciar los aspectos positivos de la relación, compartiendo tiempo de calidad, hablando lo necesario, practicando actividades que les agraden y que les conduzcan a recuperar la cercanía, el respeto y la confianza mutua.






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viernes, 8 de diciembre de 2017

De los celos y otras querencias, por Germán Arango Ulloa




Hace unos días le comenté a un gran amigo mío, Germán Arango, que andaba buscando información sobre los celos, un tema que es motivo de trastorno por parte de muchas personas, sobre el cual, tenía la intención de escribir.

Él me comentó que había sido cercano testigo de un patético caso de celos, sufrido por un ex compañero de trabajo y que, si yo quería, trataría de ponerlo por escrito y hacérmelo llegar. Como se pueden imaginar, mi respuesta fue “¡Sí, por favor!”. 

Es un texto que consta de dos partes. La primera, nos describe, con todo detalle, una de las formas que pueden tomar los celos, ya que no todos son iguales. La segunda parte, nos llega a través de las palabras de Marina, psicóloga y terapeuta familiar, quien nos proporciona bastante información acerca de los celos.

El caso al que se refiere mi amigo, trata de unos celos patológicos que, de no ser tratados adecuadamente, podría fácilmente terminar apareciendo en una página de sucesos. Hay otros celos más leves, no tan evidentes como los de este individuo, que se desarrollan por otras causas diferentes y que tienen distintas formas de manifestarse.

Como apuntaba en el primer párrafo, he estado recopilando información sobre el tema para compartirla con todos ustedes y hacerles llegar algunas reflexiones personales, lo cual, dejo para otra ocasión, con el ánimo de no hacer demasiado extenso el presente artículo.

Tanto a Germán Arango, como a mí, nos gustaría leer cuantos comentarios tuvieran la gentileza de hacernos llegar sobre este escrito, o relativo al tema de los celos, en general. Les estaremos muy agradecidos.


De los celos y otras querencias (por Germán Arango Ulloa)

Las imágenes que se veían a través del teleobjetivo de la cámara eran nítidas, a pesar de la luz titilante de los tubos fluorescentes que iluminaban las oficinas de la Empresa de Telecomunicaciones de Colombia, en Bogotá. En ellas, aparecían Maribel, su jefe y dos empleadas más, que laboraban diligentemente, a pesar de la modorra, de las tres, de una tarde de sol picante, típico de las ciudades situadas por encima de los dos mil metros de altura sobre el nivel del mar.

A una cuadra de allí, en una habitación lúgubre de luz mortecina, en un motel prostibulario de mala muerte, Carlos Alberto sudaba frío, esforzándose por enfocar lo mejor posible a su novia Maribel que, al parecer, recibía instrucciones de su jefe. La distancia entre los dos era de pocos centímetros, lo que hacía que Carlos Alberto se enervara progresivamente con los movimientos que observaba. En cada acercamiento, a veces un roce innocuo, el fotógrafo furtivo se sentía enloquecer, deseaba tener micrófonos de largo alcance, como eran los teleobjetivos de su cámara. Su cuerpo se tensaba, las manos le temblaban, echaba babaza por la boca, los ojos se desorbitaban, lloraban de la ira y se enrojecían. Desesperado, Carlos Alberto fumaba un cigarrillo tras otro, tomaba tragos largos de aguardiente, soltaba la cámara, caminaba de un lado a otro del cuarto, le daba golpes a las paredes y volvía a su posta frente al trípode que sostenía la cámara. Enfocaba de nuevo y permanecía inmóvil, sin pestañear hasta que percibía algún movimiento y entonces disparaba sin cesar, hasta acabar uno, dos, tres, hasta cuatro o cinco rollos de treinta y seis cuadros, los cuales, cargaba siempre en su pesado maletín de fotógrafo de la agencia de prensa internacional, donde él y yo trabajábamos.

Maribel, entretanto, seguía dándole sin cesar a las teclas de una máquina de escribir, trasladando a lenguaje normal lo que había copiado en taquigrafía. De repente, su intuición fue el motivo de su azoramiento, que se convirtió en desasosiego, a medida que pasaban los segundos. Porque, del presentimiento, pasó al convencimiento de que la estaban observando y llegó a sentirse muy angustiada, al saber en su interior, quién era la persona que la vigilaba, desde la distancia.

Carlos Alberto y Maribel vivían, convivían y sobrevivían en medio de una perfecta tormenta amorosa, causada por los celos de él y las inseguridades que le generaban a ella. Las riñas eran frecuentes, recurrentes; los insultos inevitables, los distanciamientos periódicos, las reconciliaciones insulsas. Carlos Alberto y Maribel, como amigos cercanos que éramos, nos confiaron, a mi esposa y a mí, esas y otras incidencias que atentaban en contra de su relación. Lo hicieron, en búsqueda de un consejo sobre qué podían hacer, con el fin de que fueran atendidos por mi madre, Marina, psicóloga, consejera de familia, y para que ella tratara de orientarlos. Porque los celos son malevos: las facciones de la cara cambian, la voz se distorsiona, el ánimo se pierde, las relaciones se desbaratan, se pierden. Algunos matan. Los celos, en fin, son un problema universal. Todos los han sentido y los han generado.

Pero, ¿qué son, en fin, los celos?, ¿cómo nos afectan?, ¿se pueden controlar?, ¿por qué existen personas con mayor tendencia a desarrollarlos que otras?, ¿cuáles son las características de personalidad que hacen a una persona susceptible de ser celosa?, ¿afectan el esquema familiar en el que hemos vivido, en el posterior desarrollo de las celotipias (pasión de los celos)?, ¿qué variables son las más decisivas en la aparición y modulación de la patología?, ¿qué emociones están implícitas y subyacen a este trastorno?

Pues bien, de acuerdo con lo que mi madre Marina explicaba, los celos son un trastorno expresado en tres niveles: cognitivo, emocional y conductual, los tres, afectados en mayor o menor medida. Es, por tanto, un trastorno de base cognitiva y de expresión afectivo-emocional y conductual.

Toda persona celosa –decía mi madre— tiene interiorizadas una serie de creencias e ideas no adaptativas, con relación al sexo opuesto y a las relaciones afectivas con éste. Esas creencias, con base en la educación, el contexto familiar de origen, la infancia y en las interacciones sociales cercanas, condicionan de manera muy significativa la capacidad del individuo de contemplar a los demás y a los hechos que se suceden a su alrededor, de manera clara y objetiva.

Son las mismas distorsiones de la realidad las que retroalimentan el complejo, fomentando una estructura cognitiva patológica particular y la manifestación de los sesgos cognitivos. De manera que, este conjunto de pensamientos, ideas y creencias, fuertemente asentado y arraigado, se convierte en un filtro, a través del cual, el individuo observa e interpreta los acontecimientos, las respuestas y, en general, las conductas y las relaciones de los demás y, muy concretamente, las de su pareja.

Por tanto, nos encontramos con un concepto del amor peculiar y altamente patológico, asociado a ideas vinculadas a emociones no placenteras, tales como la desconfianza, el miedo, la inseguridad; todas ellas, relacionadas con la idea nuclear básica: “el temor a ser engañado por su pareja”, es decir, “el miedo a ser objeto de un engaño tramado por la persona con la que comparte su vida y a no llegar a ser consciente del mismo”. Este temor cierne de forma constante y transversal todo aquello que está relacionado con el amor y las relaciones en general y que da lugar a las particulares reacciones de la persona celosa, tanto las emocionales como las conductuales. Como este miedo “obsesivo y angustiante” carece de base real, la persona celosa desarrolla un cuadro patológico de contenido paranoide vinculado, eso sí, a la relación afectivo-emocional que está viviendo y manifestando abiertamente signos de machismo, suspicacia, susceptibilidad y desconfianza. Dicho temor, limita sustancialmente al individuo, a causa del fuerte poder de intrusión que poseen esos pensamientos e ideas.

Para poder mitigar los efectos perturbadores que le generan, el celoso pone en práctica un control férreo sobre la otra parte, creyendo que así podrá encontrar algún signo o indicio que le lleve a confirmar sus temores y sus miedos. “Sin duda –decía Marina—, en este punto se puede encontrar el nexo con las constelaciones familiares del paciente, es decir, con el modelo de crianza interiorizado en su infancia. Por lo general son modelos familiares herméticos, no permeables con el exterior, hostiles a inferencias, suspicaces y tendentes a malinterpretar las acciones de los demás, modelos que inculcan valores y creencias machistas y en los que la dependencia emocional es clave en el desarrollo de la personalidad. Son frecuentes, también, los vínculos afectivos de apego ambivalentes –agregaba— con las figuras cuidadoras y los vínculos inseguros. Estos sistemas familiares fomentan la inseguridad y la desconfianza en los demás, desarrollando auto conceptos y autoestimas frágiles y dependientes. De manera que, el celoso, es una persona insegura, dependiente, desconfiada y con baja autoestima. Esta fuerte inseguridad en sí mismo la traslada a su relación y a su pareja, siendo su mayor temor la pérdida de la relación en cuanto esto supondría la desintegración de la precaria seguridad construida en torno a la relación de pareja. Tales temores –concluyó— tarde o temprano, conducirán a la persona celosa, al desarrollo de una fuerte inestabilidad emocional de contenido neurótico. Todo esto, asociado a una visión de las relaciones humanas desde una perspectiva instrumental o utilitaria (en la que el objetivo de las relaciones afectivas es la satisfacción de las propias necesidades) y sobre la que se construye el propio yo, conducirá, a su vez, a la expresión de conductas agresivas físicas y/o psicológicas.”

GAU © 2017





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miércoles, 29 de noviembre de 2017

El patito feo: Una historia acerca de la búsqueda de la propia identidad



Hace un año compartí en Facebook una publicación de la página “La práctica del amor”, acerca de un cuento infantil: “El patito feo”. Cuando volví a leerla, hace unos días, me di cuenta que no coincidía totalmente con la forma como yo veo esa historia. Es más, pienso que muchas de las personas que han leído o escuchado ese cuento, de alguna forma se han identificado con su protagonista, sintiéndose “el patito feo”, por ser diferentes, por no ser comprendidos por otros, por haber sido discriminados, por no encontrar el apoyo y el amor que hubieran deseado. A continuación, copio esa publicación y, después, agregaré algunos comentarios míos.

EL PATITO FEO

“Un Ser humano es lo que él o ella cree o piensa que es… Y nada mejor para ilustrarlo, que la historia del famoso pato. Sí, no es un error. Nos referimos a la historia del patito feo, que dejó de creerse patito, cuando se encontró con otros cisnes. De repente, vio lo que no era, despertó de una pesadilla, dejó de representar un falso personaje que no tenía nada que ver con su verdadera identidad… Vio que había otra manera de vivir, más acorde con su verdadera naturaleza. Simplemente, reconoció su verdadero Ser. 

Hasta ese momento, era ignorado, despreciado y maltratado por los demás, ya que él mismo se despreciaba y maltrataba… porque él se mantenía inconscientemente en una posición de víctima de la que no sabía cómo salir… porque le faltaba la formación o la educación verdadera sobre su identidad.

Desde el mismo momento en que se reencontró con su verdadero Ser, con su naturaleza, y se mostró sin timidez ni vergüenza, todos los demás le reconocieron y respetaron… Aunque para eso necesitó ver con sus propios ojos que había otros como él y que estaban orgullosos de ser cisnes, porque entre otras cosas, eran realmente bellos, únicos, verdaderos, inigualables e irrepetibles...

Eso es lo que les pasa a los Seres humanos, que no saben respetarse a sí mismos, y si esto es así, ¿cómo esperan que los demás lo hagan? ¿Cómo exigir a alguien, algo que ni siquiera ha conquistado para sí mismo/a?...”

EL PATITO FEO encontrado en la página “La práctica del amor”:

* * * * *

Al leer la anterior publicación, en torno al cuento de “El patito feo” escrito por Hans Christian Andersen, nos encontramos ante la importancia que tiene el tener una buena autoestima, un buen concepto de sí mismo, el aprender a valorarnos, teniendo en cuenta nuestras cualidades, nuestras capacidades y nuestras potencialidades; sin olvidarnos de reconocer nuestros defectos, nuestras carencias y los aspectos sobre los que será conveniente trabajar para mejorar.

Es preciso recordar que cuando un niño es pequeño depende mucho de las personas con las que vive y se relaciona. Ellas son quienes deberían ayudarle a tener una adecuada concepción sobre cómo es, colaborar para que pueda desarrollar una buena imagen personal, que le sirva de referente para su desarrollo y le facilite sus relaciones con otros. Tengo que reconocer con tristeza que, en muchas ocasiones, la familia y las personas cercanas no reconocen las cualidades y potencialidades de sus miembros, sino que se centran en lo negativo, en las carencias; a su vez, suelen hacer comparaciones, señalando lo que ellos consideran negativo de uno con respecto a los demás, magnificando sus defectos y minimizando sus cualidades o puntos fuertes. Esto dificulta notablemente que los niños y los jóvenes desarrollen un buen concepto de ellos mismos, que pueda servirles para afrontar las dificultades que se les vayan presentando.

Refiriéndome al cuento original y al comentario anterior, quiero señalar que, desde que nuestro protagonista salió del cascarón, otros lo veían como un patito feo, lo que influyó notablemente en la formación de su autoimagen, la cual era un reflejo de lo que recibía del exterior. Su madre trataba de mostrar a otros lo positivo que veía en él, aunque la presión del ambiente era abrumadora. Para ella era difícil luchar contra las opiniones de los demás y no supo cómo poder ayudar al “patito feo” para que se encontrara mejor. Como ella reconoce en el cuento original, apenas conocía el reducido territorio en el que se movía y nunca había ido más allá de los límites permitidos. No tenía mayores conocimientos ni había acumulado experiencias que sirvieran para hacer que la vida de su vástago fuera más fácil.

Afortunadamente, él decidió salir de ese ambiente en el que se sentía criticado y no aceptado, comenzando un difícil viaje que le llevaría a encontrarse a sí mismo. Durante esa búsqueda se encontró con otros seres, que tampoco comprendían lo que le sucedía. Un día vio a unos cisnes, que llamaron su atención, de manera positiva, pero ellos solo estaban de paso, antes de que hiciera más frío.

Después de un crudo invierno, el cual, simboliza esas épocas de crisis que de vez en cuando casi todos nos vemos forzados a afrontar, él había crecido interior y exteriormente, se conocía más a sí mismo, había aprendido a sobrevivir y ya estaba preparado para conocer a seres parecidos a él: los cisnes.

Era primavera y aquellos habían regresado. Él los vio de nuevo, en todo su esplendor, y se sorprendió al contemplar en el agua su propio reflejo. Encontró que su aspecto exterior había cambiado notablemente y que tenía un gran parecido con ellos. Se alegró de ver que lo aceptaban y que lo acogían con amabilidad, logrando así encontrarse a gusto consigo mismo y sintiéndose parte de un grupo. Todo lo que había vivido le había servido para llegar a conocerse en profundidad, para confiar en sus capacidades y para descubrir quién era. A partir de entonces, se dio cuenta que otros seres, como los niños a la orilla del lago, también apreciaban y valoraban lo que veían en él. Incluso, todo el dolor de lo que había vivido contribuyó para que se convirtiera en un cisne especial.


 Leyendo otros comentarios acerca de “El patito feo”, me llamó la atención uno que refleja lo que yo pensé en estos días cuando releí el cuento completo. Muestra claramente el rechazo al que es diferente, al que es feo, al que actúa de otra manera. Por lo tanto, es una perfecta descripción del “bullying”, el “matoneo” o lo que suele entenderse como acoso escolar, aunque muchas veces empiece en la familia, con los hermanos, con los padres, y continúe con otras personas fuera del hogar. De alguna forma, el cuento de Andersen habla de discriminación, de cómo se rechaza al que es feo o a quien no se adapta a los cánones de belleza, de educación o de personalidad que la familia y la sociedad exigen. Así mismo, puede recibirse el peligroso mensaje de que sólo va a ser aceptado si es guapo y cumple con ciertos requisitos. No hace suficiente énfasis en el hecho de que cada uno es como es y que así debe ser aceptado y respetado por los demás.




Nota: Agrego a continuación los enlaces a dos páginas que contienen el cuento de “El patito feo” para aquellos que quieran leerlo.

Una versión de El Patito Feo, de Hans Christian Andersen, con dibujos, que recojo en el blog: “Magdalena Araújo – Psicología”:
http://magdalenaaraujopsicologia.blogspot.com.es/2017/11/el-patito-feo-de-hans-christian-andersen.html
 
“El patito feo”, de  Hans Christian Andersen  [Cuento infantil - Texto completo.] http://ciudadseva.com/texto/el-patito-feo/





martes, 28 de noviembre de 2017

Nuestras mascotas, no hablan idiomas humanos



Tal como procuro hacer siempre que me escribe alguno de los lectores de mi página web, “Un día con ilusión”, acabo de dar contestación a la carta que me han enviado con el ruego de que la publique, lo cual hago a continuación.

En esta ocasión, no obstante, debo confesar que mi respuesta a la persona cuya identidad permanecerá en el anonimato, se ha limitado a comprometer mi actuación como mera transmisora de todos aquellos comentarios que ustedes tengan la gentileza de hacerme llegar, los cuales, les agradezco de antemano.

El texto íntegro de la misiva en cuestión es el siguiente:


“Estimada doctora:

Recientemente, tuve la dicha de recibir en nuestra casa la visita de mi amigo Javier, un viejo compañero del colegio, con el cual compartí los tres últimos cursos del Bachillerato. A lo largo de aquellos años, Javier y yo establecimos una sólida e inquebrantable amistad.

En algún momento de sus estudios universitarios, Javier decidió aprovechar la oportunidad que le brindaron para incorporarse a la delegación estadounidense de una compañía española, constructora de motocicletas, ubicada en Los Ángeles, California, la segunda ciudad de Los Estados Unidos de América en cuanto a número de habitantes. No es el momento de contar el historial profesional y personal de mi amigo, pero, debo decir que Javier tuvo un par de amores frustrados y que se casó con una bella e inteligente economista, a la cual yo conocí cuando aún eran novios. Poco antes de que se cumplieran los dos años de convivencia matrimonial, mi amigo tuvo que afrontar un divorcio, que pudo ser calificado de civilizado, gracias a haber pactado anticipadamente las condiciones económicas por las se regirían, en el caso de que tuvieran que llegar a tan triste final. El hecho de que no hubiesen tenido hijos coadyuvó a que los trámites legales se llevaran a cabo sin contratiempos. Procede añadir que Javier es un gran amante de los perros, mucho más, de lo que yo mismo pueda serlo.

Cuando, a principios de la pasada primavera, Javier vino a España con la intención de dejar definitivamente los Estados Unidos de América y buscar una ciudad donde vivir su retiro dorado, hacía más de cuarenta años que, él y yo, no nos habíamos visto. Entonces, descubrimos lo maravillosa que la verdadera amistad puede llegar a ser: nuestros sentimientos recíprocos eran los mismos, pareciera que hubiesen transcurrido muy pocas semanas desde que él hubiese tomado la decisión de marcharse.

Mi amigo decidió establecerse en el mismo centro  de Palma de Mallorca, a muy poca distancia del lugar donde habita una hermana suya que es viuda, la cual, comparte la vida con su hija y con un hermoso Pastor Alemán. A Javier, el traslado de residencia le tuvo ocupado durante algún tiempo, por tener que poner a la venta un montón de cosas, entre ellas, el coche, muebles, un piano, equipo de música y un sistema de contabilidad computarizada. Me contó que no le fue difícil organizar con la compañía de mudanzas un contenedor completo con ropa, cuadros y libros. Sin embargo, fueron muy numerosas las gestiones que tuvo que hacer para lograr que su mascota, un simpático y joven Beagle llamado “Morgan”,  pudiera viajar dentro de la cabina del avión, junto a él, condición “sine qua non” llevaría a cabo su regreso a España.

Me dijo que, después de mantener entrevistas con distintas compañías de transporte aéreo, decidió contratar los servicios de la que, en otros tiempos, fuera nuestra Compañía de Bandera, porque, fue la única que demostró tener una especial sensibilidad y le prestó todo tipo de colaboración para que pudiera viajar en compañía de su perro. Javier se ocupó de recabar de su veterinario todos cuantos documentos las autoridades sanitarias y aduaneras le exigirían, así como el correspondiente certificado de su psicólogo en el que se justificaba la necesidad que él tenía de viajar en compañía de “Morgan”, la mascota que le otorgaba el necesario apoyo emocional.

Mi asombro fue enorme, cuando me contestó al mensaje que yo le envié interesándome por saber cómo se estaba desarrollando su vuelo Los Ángeles-Londres-Madrid. “Te envío el mejor de los testimonios” -me respondió, adjuntándome un par de fotos-. Me quedé patidifuso al contemplar a la adorable mascota repantigada sobre el asiento de al lado del suyo, junto al pasillo.

Desde que llegaron a Palma de Mallorca, mi amigo y “Morgan” disfrutan de grandes paseos por la ciudad y gozan de las visitas a las bellas playas que se encuentran en la isla, autorizadas para perros.

Javier tenía muchas ganas de viajar a Madrid, capital en la que no había estado desde hacía muchos años. Esperanza, mi mujer, y un servidor de usted, nos esforzamos para que se encontrara a gusto en nuestra casa y tuviera la oportunidad de visitar el mayor número de sitios y restaurantes. Lamentablemente, ella pilló un tremendo catarro que le obligó a guardar cama, circunstancia que coincidió con el Día de la Almudena, justamente la víspera de la fecha programada para el regreso de nuestro amigo a Palma de Mallorca.

Nuestro invitado me trasladó su interés por caminar por el centro de Madrid, razón por la cual prescindimos del coche y nos bajamos del autobús en la Plaza de Jacinto Benavente. Desde allí, fuimos andando hacia la Plaza de Santa Cruz y, luego, a la Plaza Mayor. Descendimos por la Calle Mayor, hasta encontrarnos con la Calle de Bailén e hice que mi amigo conociera la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, el Palacio Real y la Plaza de Oriente. Por ser la última hora de la mañana, nos perdimos los actos que habían tenido lugar en distintos puntos del recorrido, pero, nos cruzamos con grupos de gaiteros, guardias a caballo, soldados y alabarderos, todos ellos, elegantemente vestidos.

Sugerí, a mi amigo, almorzar en un delicioso restaurante que hay en la Calle de Bailén, justo antes de llegar a los jardines de la Plaza de España. Cerca de allí, nos encontramos con un perro que, algo alejado de su dueña, correteaba sobre el césped de un parterre. Al vernos, comenzó a ladrarnos, pero, haciendo caso omiso de sus ladridos, nos acercamos a él para acariciarlo, momento en el que su dueña nos increpó alegando que era peligroso lo que pretendíamos hacer. La anécdota fue motivo de una curiosa conversación, que procuro reproducir fielmente al final del presente escrito, la cual, tuvo lugar durante la comida y parte del trayecto que debíamos completar, una vez hubiésemos dado la misma por concluida.

A Javier, todo lo que vio durante el recorrido matinal le pareció interesante y estuvo grabando un video con la intención de enviarlo a algunas de las personas queridas que había dejado en Los Ángeles. En vista de lo cual, tuve interés en enseñarle el Monumento a Miguel de Cervantes. El me lo agradeció y filmó todo el conjunto, prestando especial atención a las estatuas de bronce de Don Quijote cabalgando sobre Rocinante y de Sancho Panza, sobre su fiel jumento.

Atravesamos la Plaza de España, subimos por Gran Vía hasta la Plaza del Callao y, antes de llegar a la Puerta del Sol, nos encontramos con un simpático grupo de “chulapas” y “chulapos”  bailando un chotis en plena calle. Ellas y ellos iban ataviados con sus clásicos vestidos y trajes, respectivamente, y la música sonaba por todo lo alto. No eran parejas precisamente jóvenes, sino de edad avanzada, pero, rebosaban optimismo y alegría y estaban rodeadas por un corrillo de gente. A mi amigo le fascinó la escena y la estuvo grabando desde distintos ángulos.

Por un momento, pensé que finalizaría su filmación en plena Plaza de la Puerta del Sol, en donde me pidió que le siguiera con el móvil, mientras él se colocaba junto al monumento del Oso y el Madroño. Al darse cuenta de mi disimulado cansancio, propuso que regresáramos a casa, en un taxi. Yo rechacé su oferta y le señalé, con el dedo índice de mi mano, la entrada de acceso a la estación del metro. Al darse cuenta, se le iluminaron los ojos y me dijo que le encantaría conocer el metro de Madrid. Decidí realizar un corto trayecto y bajarnos en la estación de Atocha. La experiencia le encantó y quedó igualmente reflejada en su móvil. Me trasladó con entusiasmo la gran sorpresa que le producía la extremada limpieza del andén de la estación de destino mencionada, “de la que convenía que tomara ejemplo el suburbano de Nueva York”.    

Finalmente, me arrogo la libertad de trasladar la conversación que mantuvimos en el restaurante, la cual se inició apenas terminamos de hacer la comanda al encargado. Le agradecería, doctora, que me hiciera llegar su opinión personal y cuantos comentarios estime oportunos sobre el contenido de la misma.

“-Me ha sorprendido enormemente que la señora nos haya prevenido -comenzó diciendo, Javier, refiriéndose a la dueña del perro que nos había dirigido los ladridos- ¡No entiende a su mascota! -sentenció, mi amigo, poniendo de manifiesto su decepción.

-¡A mí, también me ha extrañado! Nos ha dado a entender que estábamos en peligro, lo cual, me ha parecido inaudito. ¡Lo que nuestro amigo quería, era jugar con nosotros!

-Ha demostrado tener un gran desconocimiento del comportamiento de su perro. Me resulta penoso constatar semejante falta de complicidad entre la dueña y su mascota, porque, suele derivar en una situación muy crítica; sobre todo, para el animalito, que es la parte más débil de la relación.

-¡Cierto! -exclamé, en señal de asentimiento- De ahí, el origen de las frustraciones, de los malos tratos y de los posteriores abandonos.

-Abrir la puerta de nuestro hogar a una mascota supone contraer una gran responsabilidad y  exige haber aprendido, antes, a quererla y a respetarla. Lo ideal, es convivir con un perro o con un gato, desde la niñez, pues, sin darnos apenas cuenta, aprendemos su lenguaje.

-En cambio ellas, las mascotas, aprenden rápidamente el lenguaje de los humanos -me atreví a afirmar, echando mano de mi experiencia personal.

-Particularmente relevante es la habilidad que, a este respecto, demuestran tener los gatos -añadió, Javier, para reforzar mi argumento-. Los felinos aprenden a conocer a los dueños y las más recónditas intimidades del hogar que les acoge, con la velocidad del rayo. ¡A su lado, los perros, poco tienen que hacer!

-¿Conoces a Natsume Soseki? -se me ocurrió preguntar, de repente.

-¿A quién? -respondió, mi amigo, poniendo de manifiesto su extrañeza.

-Natsume Soseki es un escritor japonés, autor de la aclamada novela “Botchan”. Hace pocos días, terminé de leer su trabajo anterior, cuyo título es “Soy un gato”.

-Lo siento. No conozco a este novelista -dijo, Javier.

-El gran protagonista de la obra que he mencionado en segundo lugar es un gato que no tiene nombre, el cual, habita en la casa del profesor Kushami y su familia. Por medio del sarcástico felino, conocemos las aventuras que tienen lugar en el hogar de clase media tokiota y de algunos de los personajes amigos que lo frecuentan, el rocambolesco Meitei o el joven y estudioso Kangetsu, cuya fijación es la de conquistar a la hija de los vecinos.

-¿Por qué me cuentas todo esto?

-Porque he recordado una de las frecuentes y absurdas discusiones entre el maestro y su esposa, en la que este último pretende emular a los estudiosos de la gramática japonesa. Ella, sobresaltada por una inesperada pregunta que le formula su marido, contesta: “¿Qué?” “Ese qué, ¿es una interjección o un pronombre? A ver, responde” -le insta, el profesor. “Sea lo que sea, no tiene la más mínima importancia. Vaya una pregunta más tonta”-replica, la dueña de la casa-. “Al contrario, Importa y mucho. Esa cuestión gramatical trae de cabeza a los mejores lingüistas a lo largo y ancho de todo Japón. Pasa igual que con el gato. ¿Ese ¡miau! es una palabra en el lenguaje de los gatos?” “¡Madre mía de mi vida! ¿Me estás diciendo que todas esas lumbreras académicas se dedican a dilucidar si un maullido es una palabra? ¡Adónde vamos a llegar! De todas formas, los gatos no hablan japonés.” “De eso se trata precisamente. Es un problema muy difícil del campo de la lingüística comparada.” “Y, ¿ya han encontrado esas eminencias qué parte de nuestro idioma puede compararse al maullido gatuno?” -terminó preguntando, la mujer del maestro.

-Reconozco que es un pasaje divertido -aceptó, Javier, con una amplia sonrisa.

-Te puede parecer divertido, pero, me tienes que decir si los perros, o los gatos, entienden los idiomas que hablan los humanos -le solicité, a mi amigo.

-¿Me lo estás preguntando en serio? -cuestionó, mi invitado, con gran seriedad en su semblante.

-¡Por supuesto que sí! ¿Por qué le sigues hablando en inglés a “Morgan”, si ahora vive en España?

-Porque es el idioma en el que le he hablado, desde que, siendo un cachorro, llegó a mi casa.

-Pero, tu hermana y tu sobrina, le hablan en español, ¿no es cierto?

-Sí; lo es.

-¿Y Morgan las entiende? ¡No me digas que, en tan poco tiempo, ha aprendido a hablar español!

-Tal como dice la esposa del maestro en la novela, ni los gatos, ni los perros, hablan idioma humano alguno. Pero, tienen una gran habilidad para entender y comprender la forma de expresarse que tienen los seres humanos.

-¿Estás seguro de que no aprenden rápidamente el idioma de las personas con las que conviven? -insistí, poniendo en duda la respuesta de mi amigo.

-¡Por supuesto que lo estoy! -exclamó, Javier, para ratificar lo que había dicho -Ten en cuenta que nuestras mascotas tienen enormemente desarrollados todos sus sentidos. Sería ridículo pretender establecer una comparación con los de la especie humana.

Para que yo fuera consciente de la potencia de la vista y el oído de nuestras mascotas, mi amigo me estuvo hablando durante mucho tiempo y me expuso algunos ejemplos. Lo mismo hizo con el gusto y el tacto de perros y gatos. Mientras subíamos por la Gran Vía, quiso dar por terminada la conversación diciéndome:

-¡No le des más vueltas, amigo! Nuestras mascotas conocen todo sobre nosotros: nuestro lenguaje oral, nuestros gestos, nuestro estado de ánimo, etcétera. Por saber, son capaces de descubrir enfermedades que nosotros mismos ignoramos tener. ¡No tienen ninguna necesidad de conocer idiomas!”