miércoles, 26 de junio de 2019

No creo que la educación recibida de nuestros padres fuera mejor que la que procuramos dar a nuestros hijos





Soy de las que consideran que las relaciones familiares de antes no eran mejores que las de hoy en día.

Por consiguiente, no puedo estar de acuerdo con quienes afirman que la educación que reciben nuestros niños y adolescentes, en la actualidad, es peor que la recibida por nosotros, de nuestros padres o abuelos. En mi opinión, se trata de una manera distinta de educar, la cual, pretende cumplir con las exigencias impuestas por la  sociedad y adaptarse a la evolución de los tiempos.  

Es natural que algunos padres tiendan a proyectar en sus hijos los mismos patrones educativos que ellos recibieron cuando eran niños. Otros, en cambio, evitarán aplicarlos por no parecerles los más adecuados. Prefieren actuar de una forma diferente a la de sus progenitores, haciendo uso de los nuevos modelos educativos que, lejos de fundamentarse en la autoridad, persiguen inculcar la responsabilidad que supone la libertad de elección.

Aunque no me gusta generalizar, me atrevo a decir que, en cada una de las familias, encontraríamos aciertos y equivocaciones en la manera de educar. Así como, diferentes formas de expresar la afectividad y de corregir a los hijos. Posiblemente, nos resultaría muy difícil estar de acuerdo con todas ellas. Por ello, recomiendo abstenerse de emitir alguna opinión, a menos que los educandos recaben algún tipo de ayuda para llevar adelante su ingente labor.

Pienso que hoy sería prácticamente imposible reproducir modelos de educación de otros tiempos, pues la vida ha cambiado de forma sorprendente. Lo que sí podemos hacer es revisar cuáles eran algunas de las enseñanzas valiosas de entonces, reflexionar acerca de ellas, y comprobar si pueden ser de aplicación en el ámbito de nuestra familia. Yo creo que encontraríamos más de una. En cuyo caso, recomendaría tratar de transmitirlas mediante nuestro ejemplo. Será la demostración patente de su vigencia en la sociedad actual y que tienen vocación de futuro, aunque provengan del pasado.

Hace unos días, me llamó poderosamente la atención un debate televisivo, a raíz de un vídeo que está circulando por las redes sociales. En el mismo, una madre está hablando por el teléfono móvil, mientras que su hija está haciendo lo posible por llamar su atención. Como es fácil imaginar, la conversación que mantenían los tertulianos giraba en torno a la demonización de los teléfonos móviles y a la utilización que de los mismos hacen los padres; la cual, aún en presencia de los hijos, les impide tener la más mínima comunicación con ellos. Los comentaristas eran ajenos a cualquier tipo de variable o problema. No se planteaban si esa madre había estado horas jugando, hablando y contándole cuentos a su hija. No sabían si tuvo que hacer una llamada urgente, ante la preocupación que tenía por la grave situación que estaba atravesando su mejor amiga. Aunque, hablara por teléfono, no se plantearon que esa madre seguía estando pendiente de su hija.

Tampoco, se plantearon que la madre pudiera juzgar necesario que su hija aprendiera a respetar esos momentos en los que, sus progenitores, estén hablando con alguien. Es muy importante que los niños aprendan que no siempre van a conseguir aquello que quieren, de manera inmediata. A veces, será necesario que esperen un poco, que se ocupen jugando o pintando, mientras la persona que está con ellos puede escucharles y atenderles. Los niños deben aprender a tener cierta tolerancia a la frustración. Deben saber que, a veces, las situaciones se presentan de forma distinta a lo que ellos quisieran.

Quienes grabaron el video en cuestión, y quienes lo difundieron, persiguieron el objetivo de centrarse en lo que sucedió, durante un breve momento; pretendiendo que fuese representativo de lo que ocurría, a lo largo del día.  Por lo que recuerdo del debate, los profesionales de los medios se centraron en lo negativo. No les interesó poner de manifiesto que un vídeo tan corto no refleja la realidad de lo que sucede en el ámbito familiar, durante el resto del tiempo. Tampoco, que pueden causar mucho daño.

Estoy de acuerdo en que debemos prestar atención a la utilización que hacemos de la tecnología y de las diferentes maquinitas o pantallas. Como ocurre con tantas otras cosas, deberemos moderar su uso, regularlo y gestionarlo. Tener en cuenta que si para nosotros lo más importante es la relación que tenemos con nuestra pareja, nuestros hijos y amigos, es preciso que les dediquemos tiempo, atención, apoyo y cuidados. Para ello, deberá haber momentos libres de móviles, ordenadores o televisión.

Lo que me molesta sobremanera es que se generalice, haciéndonos creer que todos los padres y las madres actúan de forma parecida y cometen los mismos errores con sus hijos.

No creo improcedente decir que, en todas las épocas, habrá habido padres y madres que no hayan prestado a sus hijos toda la atención amorosa y los cuidados que ellos hubieran necesitado y deseado. Por su forma de ser, por estar trabajando, debido a problemas personales o de salud, por falta de información, por exceso de ocupaciones o por su concepción sobre lo que son la educación y las relaciones familiares.

Pero, a lo largo de las distintas épocas y lugares, la mayoría de las madres, y cada vez mayor el número de padres, han estado presentes en la vida de sus hijos y les han prestado la atención necesaria. Lo han hecho con amor, procurando mantener el mayor equilibrio, ayudándoles a que se conozcan a sí mismos y a que vayan descubriendo quiénes quieren ser. Han actuado de manera respetuosa, guiándoles y siendo un buen ejemplo para sus retoños. Les han escuchado, al tiempo que han establecido unos límites saludables.





Imagen encontrada por internet: En la playa, madre e hijos. Pintura al óleo de Edward Henry Potthast.