lunes, 5 de agosto de 2019

La voz de la experiencia

A lo largo de los años, no recuerdo haberme encontrado con alguien que haya expresado su disconformidad con la experiencia aportada por una persona, en un momento determinado.

Sin pretender profundizar en la materia de la que se trate, los humanos estamos interesados en conocer las experiencias de nuestros semejantes. Gracias a los distintos medios de comunicación, solemos prestar una atención inmerecida a los hechos que acontecen a personajes que, por su profesión o actividad, han obtenido notoriedad en la sociedad. Con menor frecuencia de lo que hubiese sido deseable, nos ha interesado conocer la biografía de hombres y mujeres que hayan alcanzado la celebridad, con el ánimo de aprender de las dificultades que tuvieron que superar.

Nos llaman la atención las experiencias vividas por las personas que nos rodean. De manera especial, las de nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo. En el mundo laboral, es una práctica habitual indagar en los historiales profesionales de los distintos candidatos, antes de tomar una decisión. “La experiencia es un grado” -decimos-. “Es un piloto muy experimentado” -nos interesa escuchar, a la hora de  subirnos en un avión. “Venció, gracias a su gran experiencia” -sentenciamos, ante un determinado triunfo.

Nadie discute la voz de la experiencia.

Muy pocas personas rehuyen una conversación, cuando se les pide que aporten sus propias experiencias.

¿Cuántas veces, el amor que sentimos por nuestros hijos y nuestro deseo de protección hacia ellos, nos ha llevado a hacerles partícipes de muchas de nuestras experiencias? ¿Acaso, nos hemos negado a contar alguno de nuestros más íntimos secretos, a nuestra amiga del alma, estando ella presa del desasosiego?

En infinidad de casos, consideramos que la experiencia es nuestro principal activo. ¿Cuántas veces hemos lamentado tener que soportar la pérdida de un gran profesional, ante una jubilación anticipada?

Y, sin embargo, en eso de la experiencia, ocurre una gran paradoja. ¿Se han dado cuenta de que, muy pocos, son los humanos que hacen uso de la experiencia ajena? Se trata de un valioso patrimonio que la humanidad derrocha, a manos llenas.

¿Algún día, la ciencia hará posible el trasplante de la experiencia de una persona, en otro ser humano?