lunes, 18 de septiembre de 2017

Sobre el crimen y el castigo (Khalil Gibran)



Entonces, uno de los jueces de la ciudad se adelantó y dijo:
Háblanos del crimen y del castigo.
A lo cual, él respondió, diciendo:

Es al vagar vuestro espíritu sobre el viento, cuando vosotros, solos e imprudentes, cometéis  faltas contra los demás y, por lo tanto, contra vosotros mismos.
Y, por haber incurrido en tales faltas, debéis llamar a la puerta del elegido y esperar mientras sois atendidos.

Como el océano, es vuestro dios interior; él se mantiene por siempre inmaculado.
Y, al igual que el éter, se eleva como si fuera alado.
Incluso, como el sol, es vuestro dios interior; no conoce los caminos del topo ni busca los huecos de la serpiente.
Pero vuestro dios interior no habita sólo en vuestro ser.
Parte de vosotros es aún humana, y otra parte no es hombre todavía, sino un deforme pigmeo que deambula en la niebla en búsqueda de su propio despertar.
Y ahora quiero referirme al hombre que hay en vosotros.
Porque es él, y no vuestro dios interior, ni el pigmeo que vaga en la niebla, el que conoce el crimen y el castigo del crimen.

A menudo os he oído hablar de aquel que ha cometido una mala acción como si no se tratara de uno de vosotros, sino un extraño entre vosotros y un intruso en vuestro mundo.
Pero yo digo que así como el santo y el justo no pueden ascender por encima de lo más elevado que existe en cada uno de vosotros, de igual forma, el débil y el malvado no pueden caer más bajo que el lugar que pisan vuestros pies.
Y, de la misma manera que una sola hoja no puede ponerse amarilla si no es con el  silencioso conocimiento de todo el árbol, así, el malhechor no puede hacer el mal sin el consentimiento secreto de todos vosotros.
Como en una procesión, marcháis juntos hacia vuestro dios interior.
Vosotros sois el camino y, a su vez, los caminantes.
Y, cuando uno de vosotros tropieza, cae al suelo como advertencia para los que van detrás de él, para que eviten toparse contra la misma piedra.
¡Ay! Y cae por culpa de los que iban delante de él; quienes, aunque más rápidos y de paso más seguro, no quitaron la piedra del camino.

Y escuchad también esto, aunque el mensaje pese en vuestros corazones:
El asesinado no es del todo irresponsable de su propia muerte. Y aquel al que han robado, no está exento de culpa por haber sido robado.
El justo no es inocente de las acciones del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que hace el delincuente.
¡Sí! El culpable es, frecuentemente, la víctima de quien ha sido perjudicado.
Y, aún más a menudo, el condenado es el que soporta las cargas del ser inocente e irreprochable.
No podéis separar al justo del injusto, ni al bueno del malo; porque ellos permanecen unidos ante la faz del sol, de la misma manera como el hilo blanco y el negro se entretejen juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor exami­nará la tela y también revisará el telar.

Si alguno de vosotros se planteara el juicio sobre la infidelidad de la esposa, dejad que ella pese también el corazón de su marido en la balanza, que evalúe las dimensiones de su alma.
Quien quiera castigar al ofensor, que explore primero el alma del ofendido.
Y, si alguno de vosotros castigara en nombre de la rectitud y clavara el hacha sobre el árbol dañado, que examine también las raíces.
Y, en verdad, encontrará juntas y entrelazadas las raíces de lo bueno y de lo malo, de lo fructífero y de lo estéril, en el silencioso corazón de la tierra.
Y, vosotros, jueces, que debéis ser justos,
¿Qué sentencia decidiríais contra aquel que es honrado en las cuestiones de la carne, sin embargo, asesino por lo que concierne al espíritu?
¿Qué pena impondríais a aquel que destruye la carne, al tiempo que ha sido aniquilado en el espíritu?
Y ¿cómo procederíais judicialmente contra aquel que es un opresor y un impostor, aun, habiendo sido agraviado y ultrajado?   

¿Y de qué manera castigaríais a aquellos cuyo remordimiento es ya más grande que su delito?
¿No es el remordimiento la justicia que es administrada por la propia ley que estáis obligados a servir?
Sin embargo, no podéis inculcar el remordi­miento al inocente, ni quitarlo del corazón del culpable.
De repente, el remordimiento aparece en la noche, para que los hombres despierten y reflexionen sobre ellos mismos.
Y vosotros, que queréis comprender la justicia, ¿cómo lo lograréis a menos que todo lo miréis a plena luz?
Sólo así sabréis que el hombre erguido y el caído no son sino un solo hombre, de pie en el crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su dios interior.
Y la piedra angular del templo no es más relevante que el mísero canto que se encuentre en los cimientos.


Bibliografía:
KHALIL GIBRAN: “El Profeta”, Capítulo:  “El crimen y el castigo”.


Imagen: george-grosz-del-fragor-tumultuoso-al-silencio-atronador-60-638
1918-19 Café Pluma, tinta y acuarela (24 x 31,8 cm)


Para leerlo en Inglés:
To read it in English:
On crime and punishment (Khalil Gibran)



No hay comentarios:

Publicar un comentario