lunes, 26 de febrero de 2018

Nosotros decidimos lo que nos puede causar estrés

  
  
   
El estrés es una palabra que se emplea, con demasiada frecuencia, tanto de manera coloquial como desde la psicología, la psiquiatría y otras áreas del conocimiento. Tal como sucede con otros vocablos, su utilización indiscriminada banaliza el término, desvirtúa su significado original, lo vuelve impreciso y es interpretado, por cada uno, a su manera.

Profundizaremos en el tema del estrés para evitar malentendidos y para contribuir a que deje de afectarnos de forma tan negativa.

El término estrés se refiere al proceso de alerta que se pone en marcha cuando una persona percibe una situación o acontecimiento como si fuese una amenaza, o cuando siente que no posee los recursos necesarios para afrontar lo que le está sucediendo. Es una respuesta, en forma de tensión, cuya finalidad es preparar al organismo para hacer frente a aquello que es considerado como un problema. Las respuestas heredadas de nuestros primeros ancestros eran las de la lucha y la huida; a ellas, se han agregado la posibilidad de razonar sobre lo que nos acontece y la de hablarlo con otros.

Según el Diccionario de María de Moliner, el estrés es una situación de tensión nerviosa prolongada, que puede alterar ciertas funciones del organismo. Por otro lado, estar en tensión es la actitud o el estado del que atiende, vigila, espera, etcétera, poniendo en ello todo el interés del que se es capaz y, además, algunas dosis de emoción.

Así, ese estado de tensión se asemeja al hecho de estar alerta a lo que sucede. Por lo tanto, la finalidad del estrés sería la de invitarnos a estar vigilantes, a prestar atención a lo que nos pasa o a lo que está aconteciendo a nuestro alrededor, sin juicios, intentando ser objetivos, viendo cómo podemos responder de manera adecuada. El estrés no debería ser visto como un obstáculo invalidante y casi imposible de superar; sino, como un aliado que nos sirve para prestar atención a los diferentes aspectos relacionados con aquello que nos preocupa, reflexionar sobre diferentes alternativas de actuación, tomar una decisión y llevarla a la práctica. Con ello, debería desaparecer o, por lo menos, reducirse la tensión inicial.

En lugar de aprovechar el estado de tensión para analizar bien la situación y actuar con calma, el mismo, suele interpretarse desde una perspectiva negativa, refiriéndose a la angustia, a la impaciencia o a la falta de tranquilidad con que se espera o se teme algo. Lo que no se tiene en cuenta es que, el hecho de sentirnos así, viene como consecuencia de haber tenido pensamientos negativos o pesimistas; puede que, incluso, catastrofistas.

Considero conveniente recalcar que el estrés no es repulsivo o perjudicial, sino una respuesta natural del organismo para indicarnos la existencia de asuntos que requieren de nuestra atención para buscar e implementar una solución; de no hacerlo, el estrés irá en aumento, llegando a afectar nuestro bienestar, tanto desde el punto de vista psíquico como fisiológico.

La función del estrés, como señal de alarma, es prepararnos para responder ante acontecimientos puntuales, desde el punto de vista intelectual, emocional y físico. También, debe servirnos como una llamada a la reflexión que nos ayude a examinar si aquello que hemos percibido como peligroso realmente lo es, o si es fruto de nuestros miedos. 

El estrés se convierte en problemático cuando se siente muy a menudo, con mucha intensidad y cuando lo padecemos pasivamente, sin hacer algo por resolver las situaciones que lo originaron.

Está relacionado con las situaciones que requieren de cambios, exigiendo del individuo un sobreesfuerzo. Asimismo, cuando se percibe que hay demasiadas cosas que hacer en un corto periodo de tiempo o cuando surge cierta sensación de agotamiento, por tener que afrontar demasiados problemas. Encontraremos que algunos aspectos que parecen producir estrés han sido exagerados, desde la subjetividad personal y que son producto del propio pensamiento. Esto parece constatarse con las palabras que se utilizan al hablar del estrés: se percibe, se siente, cree que, le parece que, le gustaría, necesitaría…

Para el presente escrito he tenido en cuenta uno de los capítulos del libro “Tú sí puedes ser feliz”, de Richard Carlson. Me resulta muy interesante lo que aporta a la comprensión del estrés, ya que considera que se puede actuar sobre los pensamientos, para evitar sentirnos agobiados y poder afrontar las situaciones que pudieran afectarnos.

Muchas personas, especialistas incluidos, están convencidas de que el estrés es inevitable, que es inherente a la actividad humana y, por lo tanto, debemos aprender a soportarlo. Consideran que, dado que vivimos en un mundo estresante, a lo más que podemos aspirar es a gestionarlo, encontrando métodos que nos ayuden a poder luchar contra él, de manera más eficaz.

En el libro mencionado, el autor resalta el efecto que nos producen los pensamientos que tenemos, ya que estos influyen directamente sobre nuestras emociones y nuestros estados de ánimo. Conviene tener en cuenta que muchos de ellos no son, precisamente, un reflejo de la realidad, aunque, generan emociones que no son fácilmente manejables. Son ideas casi imperceptibles, recurrentes, que influyen en diferentes ámbitos de nuestra existencia y de las cuales no solemos darnos cuenta, o creemos que son objetivas, razón por la cual no dudamos de su veracidad.

El estrés es tan popular que hay personas que se ofenden si alguien no parece estar estresado. Se considera que es parte inevitable del éxito, de las relaciones personales, del desempeño laboral, del desarrollo de las carreras profesionales y de la existencia misma. Se recurre a este término para describir, para justificar y para explicar casi todo lo que va mal en nuestras vidas; pareciera que nos sirviera de comodín. Por ello, está muy extendida la idea de que “mi vida sería mejor si yo no estuviera sometido a tanto estrés“.

Aunque es una de las principales causas de desasosiego, en nuestro día a día, debemos dejar de otorgarle un papel central en nuestras vidas y hemos de aprender a descubrir cuál es su verdadero origen. Si comprendemos que el exceso de estrés surge de nuestra propia mente, que está relacionado con nuestros pensamientos, podemos empezar a eliminarlo, con independencia de cuáles sean las circunstancias que estemos atravesando. Según Carlson, el estrés es como una enfermedad mental, ampliamente aceptada por la sociedad, que puede eliminarse en gran medida.

El estrés no es algo que “nos sucede”, sino, más bien, algo que se desarrolla desde lo más profundo de nuestro pensamiento. Nosotros decidimos qué es lo que nos va a causar estrés y qué es lo que no va a causarlo. A continuación, encontrarán algunos ejemplos que ayudan a entender por qué a ciertas personas les produce estrés algo que, para otras, es parte de su trabajo o de sus ocupaciones habituales.

Los juegos de azar pueden ser emocionantes, pero, a ciertos individuos pueden producirles un ataque de nervios. Tener hijos puede parecer el propósito de la vida para muchos, pero habrá quienes sientan que es una responsabilidad demasiado grande y agobiante. A muchas personas les parecerá que ayudar a las víctimas de agresiones sexuales es un trabajo valioso, mientras que, a otras, les producirá una gran angustia. Cada uno de estos ejemplos es intrínsecamente neutro, al igual que cualquier otra situación en la que nos encontremos.

Sentirnos estresados es algo que nos ocurre casi automáticamente, sin darnos cuenta. No es el resultado de una decisión consciente y deliberada. La tendencia a tener pensamientos que nos produzcan estrés puede provenir de haberlo aprendido de algunas personas de nuestro entorno o como consecuencia de la forma en la que hemos afrontado algunas de nuestras experiencias anteriores.

No podrás manejar de forma adecuada el estrés, si crees que es causado por un conjunto de situaciones externas; lo que conseguirás es que no se reduzca esa sensación de tensión de la que hablábamos, pues ello solo sucede cuando estamos resolviendo las dificultades en su origen. Infructuosamente, buscarás modos de cambiar lo que tú crees que es el origen de tus problemas, culparás a personas de tu entorno, pretenderás que actúen de otra manera, elaborarás planes de actuación y de gestión de tu tiempo. Encontrarás mil excusas para justificar que eres una persona muy ocupada y que, por ello, tienes suficientes motivos para sentirte estresada por todo lo que te sucede.

Desearía que comprendieras que, para liberarte del estrés que hay en tu vida, lo primero que debes hacer es comprender que éste no es inherente a la situación misma, sino, que surge de tus propios pensamientos; que resulta de tu valoración de las situaciones.

No existe una relación causa-efecto entre los hechos de tu vida y el sentimiento de estrés. El origen del estrés reside en tus creencias y en el tipo de pensamientos a los que prestas atención, en detrimento de otros más neutrales o positivos.

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Bibliografía:

CARLSON, Richard: “Tú si puedes ser feliz, pase lo que pase”.






jueves, 22 de febrero de 2018

El conocimiento de la belleza en las personas





Desde tu infancia, la vida te ha ido presentando una gran variedad de experiencias, sobre todo, la posibilidad de conocer a muchas personas. Poco a poco, has ido descubriendo cómo eran y estoy segura que te has llevado unas cuantas sorpresas. Algunas de ellas, habrán sido negativas, al darte cuenta de que no eran como tú creías.  Afortunadamente, también te has sorprendido de forma positiva, cuando al cabo de los años, has descubierto que algunos seres, que conociste tiempo atrás, son encantadores y has logrado entablar una bonita relación con ellos.

Te habrás ido encontrando con seres maravillosos, con quienes te has sentido muy bien desde el principio y con los que ha sido fácil relacionarte, pues son amables, bondadosos y se presentan a ti como si fueran un libro abierto. También, habrás conocido a individuos que no te han inspirado confianza, con los cuales, has procurado tener muy poca relación; estrictamente, la que exigieran las circunstancias, por ser compañeros de colegio, familiares o parientes de personas conocidas.

Muy probablemente, los problemas se te habrán presentado con quienes te mostraban una aparente cercanía o con aquellos que tú creías, o te hicieron creer, que era necesario que mantuvieras una buena relación con ellos. Son personas que te muestran una doble cara, que parecen ser de una manera, pero, luego descubres lo diferentes que son de la percepción que tuviste, cuando se dieron los encuentros iniciales. Al estar en compañía de ellas, sientes una especie de vacío, hay algo dentro de ti que te dice que la relación no fluye, aunque te esfuerces para que las cosas funcionen. Puedes llegar a creer que algo falla en ti, al haberte creído las bondades que otros te contaban de tales personas. Hasta que, con el paso del tiempo, descubres que tu intuición te estaba alertando, que hicieras caso de tus apreciaciones, que no era necesario entregar tu corazón a quienes no sabían apreciar el amor que les dabas, faltos de la más mínima sensibilidad, totalmente incapaces de corresponder a las demostraciones de cariño que reciben.

Sabemos que, a veces, no es fácil llegar a comprender cómo son algunas personas y  aceptamos su particular forma de proceder; sin pretender que cambien, sin hacernos ilusiones y sin crearnos falsas expectativas.

Por otro lado, no es prudente que seas tú quien modifiques tu forma de pensar, de ser y de sentir, con el fin de conservar ciertos afectos que en algún momento tuviste o que creíste tener. Debes ser como eres, cambiando en aquellos aspectos que, solamente tú, consideres que debes modificar o como consecuencia de lo que has ido aprendiendo, a lo largo de tu existencia.

No te aferres a las personas que hayas podido encontrar en tu camino. Al igual que sucede en otras situaciones vitales, deberás pasar por un período de duelo, mientras logras aceptar que has sufrido una gran decepción como consecuencia de los afectos que depositaste en ellas. Deberás asimilar que el criterio que te formaste de tales personas era erróneo, que la terca realidad te ha hecho ver que nunca fue como te imaginaste, que lo que ahora percibes de ellas no se corresponde con lo que en algún momento te dijeron y te creíste al pie de la letra.

Procura aceptar que las personas nunca llegarán a ser como tú desearías que fueran, ya que no lograrás cambiar su forma de ser. Puedes decidir alejarte de ellas, si lo consideras conveniente. Pero, si decides continuar con la relación, o las circunstancias te obligan a hacerlo, convendrá que mantengas el control sobre tus sentimientos. Ello te evitará sufrir futuras decepciones o descubrir nuevos autoengaños.

Lo que pensabas de algunas personas era como una ilusión y no se correspondía con lo que sucedía en la realidad. Creías que lo que te unía a esa compañera del colegio era una verdadera amistad, sin embargo, ella no sentía lo mismo que tú. Cometiste el error de pensar que te casabas para toda la vida, pero descubriste, un día, que ese hombre quería controlar todos tus movimientos y que disfrutaba cuando te humillaba delante de otros.

Convendría que tuvieras presente que, lo que ha sido bonito y agradable, también puede cambiar o terminar y que algunos sentimientos y relaciones no son para siempre. En el devenir del tiempo, llega un momento en el que ya no puedes contar con esa compañía, con ese afecto, con esa cercanía que una vez tuviste. Sería bueno que supieras que no te puedes pasar una vida entera esperando a que se produzca un milagroso cambio, en los demás.



  

Imagen encontrada en Internet, modificada para el blog:



 

viernes, 16 de febrero de 2018

El astrónomo fiel



Desde que hubiese comenzado el nuevo curso en la Facultad de Derecho, María Manuela no tardó en darse cuenta de que, casi todos los días, se encontraba con el chico alto y delgado que tenía los ojos azules y cara de niño.

Apenas salía del portal de su casa, antes de cruzar la calle, le veía entre el grupo de personas, esperando de pie la llegada del autobús que había de llevarles a la Ciudad Universitaria. Había observado que él renunciaba a ser uno de los primeros de la cola y que jamás se subía al autobús, antes de que ella lo hubiere hecho. Una vez dentro, se situaba a una prudente distancia de donde ella se hubiese ubicado, sin perderla nunca de vista, llevando en la mano una vieja cartera de cuero con asa. Incluso estando de espaldas a él, María Manuela intuía las disimuladas y tímidas miradas que, de vez en cuando, el espigado observador le dirigía. Y, al llegar a su parada de destino, que era Paraninfo-Derecho, sabía que el personaje en cuestión bajaba del autobús, detrás de ella, se quedaba rezagado y desaparecía en alguna dirección, que no había logrado identificar, porque le daba corte darse la vuelta.

Una mañana, transcurridas algunas semanas sin que, entre ellos, hubiese llegado a cruzarse saludo alguno, extrañas circunstancias hicieron que el vehículo de transporte urbano se detuviera en la parada, llevando muy pocos pasajeros en su interior. Fue entonces, cuando el tipo en cuestión tuvo la valentía de ocupar el asiento contiguo al que se había sentado María Manuela y se atrevió a dirigirle la palabra.

-Por nada del mundo quisiera importunarte -comenzó diciendo, el enigmático individuo, con la voz temblorosa por la emoción-. Llevo viéndote hace muchos días y quisiera presentarme: me llamo Enrique y estoy cursando mi último año de carrera.

-¡Encantada! Yo estudio tercero de Derecho y mi nombre es María Manuela -correspondió, ella, intentando disimular la sorpresa que le había causado tan inesperada intervención- ¿Cuál es la carrera que estás a punto de terminar?

-Ciencias Físicas.

-¡Impresionante! -no pudo evitar exclamar, la bella universitaria- Lo mío, no son los números ¡Tiemblo de pánico, nada más pensar en lo que me hicieron sufrir las malditas Matemáticas!

-En realidad, la Física es el puente que habrá de servirme para estudiar Astronomía -puntualizó, Enrique- ¡Quiero ser un gran astrónomo!

-Peor me lo pones ¡Te pasarás la vida haciendo cálculos!

-Lo que me interesa, María Manuela, es la contemplación del Universo -dijo, quien estaba llamado a convertirse en un astrofísico- ¡Es de una belleza inimaginable!

-¿Qué entiendes tú por Universo?

-La totalidad del espacio y del tiempo, de todas las formas de energía y materia, impulsadas por las leyes y las constantes físicas que las gobiernan.

-Me temo que tendrás que explicármelo con un poco más de detenimiento.

-Lo haré con mucho gusto, si tú me dejas -aseguró, Enrique- ¡Es un tema apasionante! ¿Has oído hablar de la Nebulosa de Orión?

-Me suena de algo.

-Es una de las nebulosas más brillantes que existen. Está situada al Sur del Cinturón de Orión, a mil doscientos setenta, más menos setenta y seis años luz de la Tierra. Posee un diámetro aproximado de veinticuatro años luz y puede ser observada a simple vista, sobre el cielo nocturno.

-¿Lo ves? -interrumpió, María Manuela- Yo me pierdo, cuando se habla de años luz y se recurre a la teoría de la relatividad de Einstein.

-La Nebulosa de Orión es un ejemplo de incubadora estelar, donde el polvo cósmico forma estrellas, a medida que se van asociando, gracias a la atracción gravitatoria -continuó explicando, Enrique, con gran entusiasmo-. Los astrónomos han identificado un número aproximado de setecientas estrellas, en diferentes etapas de formación. Observadores del telescopio espacial Hubble han descubierto que la mayor concentración de discos planetarios se encuentra precisamente en la Nebulosa de Orión y han revelado que ciento cincuenta de estos discos están en una fase equivalente a las primeras etapas de formación del sistema solar.

-¿Del sistema solar? -preguntó, asombrada, María Manuela.

-¡Exactamente! Lo que prueba que la formación de sistemas es muy común en el Universo. Las estrellas se forman cuando el hidrógeno y otros elementos se acumulan en una región del espacio, en donde se contraen, debido a su propia gravedad, a una temperatura suficiente como para convertir la energía potencial gravitatoria en energía térmica.

Se vio obligado a abandonar su explicación porque llegaron a la parada de destino acostumbrada. No obstante, invitó a María Manuela a tomar un café en el bar de la Facultad, antes de que dieran comienzo las primeras clases. Ella aceptó, para no incurrir en una negativa que le hubiera parecido un acto de descortesía. Cuando se despidieron, habían acordado que podrían verse algún día y se habían intercambiado sus respectivos números de teléfono.

Enrique vivía a un par de manzanas de distancia de donde se encontraba la casa de la bella estudiante de Derecho, la cual, se había apoderado de su corazón. A última hora de la tarde del mismo día en el que se habían hablado por vez primera, él llamó a María Manuela. Le propuso encontrarse en la pequeña cafetería, decorada con paredes y techos de madera, que tenía un ambiente muy tranquilo y quedaba a mitad de camino entre sus respectivos domicilios.

Fue un encuentro que terminó causando un sentimiento de profunda decepción y amargura en Enrique, así como un inesperado dolor en María Manuela. Lejos de la que hubiese podido ser su intención, quien desde que era un niño tenía vocación de astrónomo, cometió un error garrafal.

-Como te comentaba esta mañana, se ha obtenido información determinante acerca de la formación de estrellas y planetas, a partir de nubes de polvo y gas en colisión -escuchaba, María Manuela, la explicación de su compañero con el grado de interés al que obligaba la más elemental cortesía-. Se afirma que un proyecto de estrella ha nacido, cuando comienza a emitir suficiente energía radioactiva. Tales estrellas radian la mitad de la energía que aporta el colapso gravitatorio. La otra mitad, se invierte en calentar su núcleo.

-Disculpa que te interrumpa, Enrique, ¿por qué me cuentas todo esto, si sabes que yo soy de Letras? -interrumpió, María Manuela, con su cálida y amable voz.

Por unos momentos, Enrique se quedó pensativo. Pero, empujado por una mágica inspiración que jamás supo de dónde le había llegado, la gravedad se apoderó de su rostro de niño y contestó:

-Porque te llevo viendo, desde el curso pasado, aun cuando tú no te hayas dado cuenta hasta hace unas pocas semanas. Y, quiero decirte que eres la mujer más bella que hay sobre la faz de la Tierra y que me he enamorado de ti. Lograrías que yo fuera el ser más feliz del Universo, si aceptaras ser mi esposa. ¡Serías la Estrella Polar que guiaría todos nuestros pasos, a lo largo de una feliz y longeva vida!

La sorpresa que se llevó María Manuela fue mayúscula, al escuchar semejantes palabras. Tuvo que hacer uso de su capacidad dialéctica, de su sensibilidad, y de toda su delicadeza, para explicar a su acompañante que no podía asumir el compromiso que le pedía y lo que, a su entender, una mujer debía sentir, antes de comprometer su amor a un hombre. Le ofreció, no obstante, convertirse en una fiel amiga, con el devenir del tiempo.

En los días que siguieron a tan inaudito y penoso encuentro, Enrique dejó de acudir a la parada del autobús y cambiar de medio de transporte. No obstante, unas semanas más tarde, el estudiante de Física llamó por teléfono a María Manuela y le pidió que acudiera a la cafetería, bajo el compromiso de no volver a insistir sobre la petición que le había formulado la última vez que se habían encontrado. Ella aceptó y, cuando se vieron, Enrique se limitó a decirle que aceptaba el ofrecimiento que ella le había hecho, en la esperanza de que él pudiera llegar a ser, igualmente, un buen amigo de ella. Fue lo que terminó sucediendo, como consecuencia de los muchos encuentros que tuvieron, durante el transcurso de aquel curso universitario.

En los primeros días del mes de junio, Enrique comunicó a María Manuela que había obtenido una beca para estudiar Astronomía en la Universidad de Montana, en la ciudad de Missoula, capital del condado del mismo nombre, perteneciente al Estado de Montana, en los Estados Unidos de América. Fiel al compromiso asumido, Enrique mantuvo regularmente informada a su amiga, mediante largas misivas en las cuales era incapaz de omitir información sobre el estudio de las Galaxias. En justa correspondencia, ella le hacía partícipe de cómo se desarrollaba su vida, sin hacerle ocultación alguna de su noviazgo, de su boda, al igual que de su posterior y lamentable divorcio.

Cuando hubieron transcurrido seis años después de su llegada a Missoula, Enrique recibió el título de Doctor en Astronomía con la calificación de “Cum Laude”, por sus novedosos trabajos sobre la Nebulosa de Orión. Al año siguiente, fue invitado por la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile a ingresar en el Cuerpo Académico del Departamento de Astronomía. Enrique aceptó el ofrecimiento, animado por las posibilidades que se le presentaban de trasladarse durante largos períodos de tiempo al Observatorio de La Silla y tener a su disposición el impresionante complejo formado por dieciocho telescopios, entre los cuales, el Telescopio de Nueva Tecnología.

La Silla está situada a seiscientos kilómetros al norte de Santiago de Chile, en la parte sur del Desierto de Atacama, a una altitud de dos mil cuatrocientos metros. Es una zona geográfica caracterizada por tener una de las noches más oscuras de la Tierra y uno de los lugares más adecuados para la Astronomía, al estar menos afectado por la contaminación lumínica. Tales condiciones son las más apropiadas para explorar el Universo. Sus observaciones sobre las distintas Galaxias, incluyendo la Vía Láctea, dieron como resultado el descubrimiento de un conjunto de nubes interestelares, al cual, Enrique quiso otorgarle el nombre de “Nebulosa de Manuela.”

Habían transcurrido más de once años y Enrique tan solo había estado en España en tres períodos navideños y en uno de los meses de sus vacaciones veraniegas. En cada una de estas ocasiones había visto a María Manuela y, a lo largo de su residencia en el extranjero, había mantenido regular correspondencia con su amiga del alma. Era lícito confesar que había tenido repetidos escarceos amorosos, cuya duración fue breve en el tiempo, los cuales, terminaron de la misma forma que empezaron. En cuanto a ella, María Manuela, se había convertido en socia de un bufete multinacional de Abogados. Después del fracaso en su matrimonio, ella había puesto a buen recaudo su corazón, evitando correr riesgos innecesarios, en sus relaciones con los hombres.

El excepcional renombre internacional adquirido por Enrique como astrónomo, hizo que la Agencia gubernamental de los Estados Unidos de América, responsable del programa espacial y de la investigación y exploración del espacio, reclamara la incorporación del astrónomo español a su cuartel general de Washington D.C. Esto sucedía en el mes de diciembre, que precedía a la entrada del nuevo siglo. Antes de que Enrique se viera obligado a dejar la Universidad de Chile, los componentes del Cuerpo Académico del Departamento de Astronomía le organizaron una cena de despedida que tendría lugar en la noche del jueves de la semana anterior al día de Navidad. A Enrique se le ocurrió llamar a su amiga, para pedirle que ella estuviere presente en tan señalada ocasión. María Manuela no lo dudó un solo instante y voló a Santiago de Chile, emocionada por acompañar a su amigo en aquella ceremonia de despedida.

Enrique no se atrevió a sugerir a la Abogada que se instalara en su apartamento de Vitacura. En su lugar, hizo reserva de una suite en un hotel de la Avenida Kennedy y de otras dos habitaciones dobles en Viña del Mar, porque habían decidido que María Manuela pasaría las primeras Navidades de su vida, disfrutando de un clima veraniego. Lo que tuviera que ocurrir, tan solo lo sabían las estrellas. ¡El astrónomo era incapaz de indagarlo en lugar alguno del Universo!