domingo, 30 de diciembre de 2018

Un puente entre dos años






Quedan pocas horas para que finalice un año y de comienzo el siguiente. Antes de que estemos pendientes de las agujas del reloj, desearía hacerles llegar  el que, con toda seguridad, será mi último escrito de este año.

¡A mí, me gusta cambiar de año! Aunque, soy de las que prefiere no limitarse a elegir entre bueno, regular o malo, obligándome a calificar el año que se va, con alguno de estos calificativos.

Si nos detuviéramos a pensarlo, veríamos que nos habrá aportado todo tipo de experiencias. Es importante que aprendamos de lo que nos haya sucedido y vayamos extrayendo las lecciones que la vida nos proporciona. Procuremos no quedarnos con lo que frecuentemente parece ser lo más fácil de ver: las cosas negativas. Otorguemos la debida importancia a aquello que nos ha emocionado en profundidad y a las sorpresas que hayamos recibido. Seamos generosos con nosotros mismos, y con los demás, en nuestra forma de evaluar el año que está llegando a su fin. Cada uno de nosotros extraerá sus propias conclusiones en función de lo que libremente piense y sienta en su interior.

También, es muy probable que pensemos en el año que viene. Aunque, pueda parecer que será como el que está a punto de terminar, procuremos verlo como una oportunidad para plantearnos la realización de nuevas actividades y el cumplimiento de algunos propósitos. Lo cual, no es incompatible con el hecho de que continuemos trabajando para la consecución de los objetivos que teníamos pendientes. Porque, es conveniente que lleguen a convertirse en una realidad.

Dediquemos tiempo a nuestras amistades y familiares. Así como, a nuestra salud y a nuestro ocio. Busquemos nuevas experiencias y aprendizajes, démonos la oportunidad de conocer a personas que compartan algunos de nuestros intereses. Que nuestros propósitos sean pocos, que los formulemos de forma específica y que puedan llegar a conseguirse. ¡No pretendamos cambiar el mundo en doce meses!

Quiero aprovechar esta oportunidad para desearles de todo corazón que el año que está a punto de llegar les aporte bellas experiencias. Que sean trescientos sesenta y cinco días, a lo largo de los cuales, los esfuerzos y trabajos que hayan realizado resulten gratificantes para ustedes y que los hayan vivido con amor y con salud.





Imagen de un cuadro realizado por Ángela Arango, 13 años. Con mi agradecimiento a Ángela, a sus padres y a su abuelo, Germán Arango.





martes, 18 de diciembre de 2018

A propósito de la Navidad





Por ser suficientemente explícita, evitaré hacer ningún comentario, por lo que, me place atender la solicitud de un amable lector y transcribir literalmente el texto que me ha enviado:

“Apreciada y respetada Señora:

Está muy próxima la llegada de la Navidad. El día que los niños de la lotería canten los premios,  se cumplirán tres años, desde que me convertí en lector asiduo de los artículos que usted tiene a bien publicar en “Un día con ilusión.”

Por tal motivo, me he tomado la libertad de dirigirle el presente escrito. Lo hago, con el ánimo de contarle cosas que no tuve el valor de exponerle, en años anteriores. Todas ellas, referidas a algo que, usted, no deja de hacernos llegar a todos cuantos la leemos: su felicitación para las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes.

Posiblemente, sea conveniente advertirle que soy una persona mayor. Nací en España, en un pequeño pueblo rural, y en el seno de una familia humilde. En unos años en los que mi país acababa de salir de una Guerra Civil y en los días que precedieron a la terminación de la Segunda Guerra Mundial. Por doquier, quedaban los restos de la desolación y de la muerte. El hambre trepaba por las paredes de las casas. A pesar de lo cual, quienes éramos niños, tuvimos una infancia feliz en la ignorancia de lo que estaba ocurriendo. Difícilmente, rendiremos suficiente tributo a unos padres que se esforzaron denodadamente para criarnos y lograr que pudiésemos acceder a la educación que, la mayoría de ellos, no habían tenido.

A lo largo de mi vida, he aprendido a recibir el período navideño que, en España, termina con la festividad de los Reyes Magos, compartiendo sentimientos muy contradictorios. Debo confesar que se me iluminan los ojos y mi corazón da saltos de alegría, al recordar la felicidad y entrañable calidez que yo sentía al poder celebrar el día de Nochebuena y el día de Navidad, en el seno de mi familia, compuesta por mis padres, mis abuelos maternos y mi hermana. No importaba lo espartana que fuera la celebración; tampoco, la severa austeridad de los Reyes Magos. Ni que el misterio y la magia que envolvían la tradición, tuvieran que serme desveladas prematuramente. En ningún otro momento del año, gozaba tanto del amor y la ternura que impregnaban, hasta el último rincón de nuestra casa.

Afortunadamente, la decepción que sentí al despertar a la vida, no produjo en mí una herida profunda y acepté el lado amargo de la realidad.

Ignoro de dónde vino mi capacidad para percibir y respetar los esfuerzos que los mayores hacían para disimular su dolor y su tristeza. Dolor, por los seres queridos que habían muerto en la guerra, a quienes echaban en falta, al estar vacantes sus puestos, en la mesa. Tristeza, por tantas limitaciones impuestas por la falta de recursos económicos, que obligaba a hacer de tripas corazón. Y, amargura profunda, por todas aquellas personas que estaban abandonadas a la más cruel indigencia.

De mayor, he mantenido las dos posiciones contradictorias que acabo de exponer, las cuales, no he considerado incompatibles. Por muy entrañables que, para muchos,  puedan ser  las fiestas que se avecinan, me parece prudente no hacer un repique de campanas, ni ir repartiendo felicitaciones, a troche y moche. ¿Acaso, no somos conscientes de la situación de pobreza o de dificultad económica que impedirá a cientos de miles de personas participar en la celebración de las fiestas? ¿Queremos ignorar lo sensibles que son estas fechas a causa de la nostalgia y la ausencia de los seres queridos? ¿Tendremos en cuenta a todos cuantos estarán postrados, en sus casas y en los hospitales, por el dolor y la enfermedad? ¿Nos resulta tan difícil respetar aquellos credos profesados por millones de personas, los cuales, son distintos  de los que nosotros profesamos?

Finalmente, ¿podría yo pedir a quienes disfrutan del bienestar económico, legítimamente ganado con su esfuerzo y su trabajo, que eduquen a sus hijos en la templanza y en la mesura? Se trata de las mismas virtudes que, sus mayores, les inculcaron con su ejemplo constante y que les condujeron a la obtención de sus objetivos.

Le doy anticipadamente las gracias por su atención y me complace poder hacerle llegar mi más cálida felicitación navideña.”

 





sábado, 15 de diciembre de 2018

“El error que cometí con mi afligida amiga”, por Celeste Headlee



Nos cuesta saber cómo proceder, o qué decir, ante el dolor de otra persona. Por ello, en ocasiones, al tratar de transmitirle nuestro apoyo, nos equivocamos en la forma de hacerlo. A veces, nos ocurre algo parecido cuando alguien tiene miedo, cuando está nervioso, enfermo… Y, también, cuando está contento. Parece que es difícil lidiar con las emociones, tanto las ajenas como las propias.

En este blog, suelo escribir acerca de temas que me hacen pensar. En ocasiones, les traigo las palabras de otras personas, cuando creo que pueden ser inspiradoras para nosotros. Lo que aquí encontraremos no es privativo de quien lo narra. Es algo que sucede con frecuencia, pero no nos damos cuenta. Es como un comportamiento automático e irreflexivo. Nosotros mismos hemos sido víctimas de ello, al igual que, en otras ocasiones, hemos sido quienes hemos contado lo ocurrido, sin tener en cuenta los sentimientos y las emociones de nuestro interlocutor. Es posible que comencemos a percibirlo, a partir de hoy, si intentamos ponernos en el lugar de estas dos amigas. Queremos ser simpáticos, empáticos, cariñosos, comprensivos… Pero, el resultado no es el esperado ya que, sin quererlo, podemos mostrarnos verdaderamente antipáticos e insensibles.  

Comparto con ustedes algunos apartados de un texto de Celeste Headlee, The Mistake I Made With My Grieving Friend” (El error que cometí con mi afligida amiga). La autora nos hace partícipes de un incidente incómodo que le sucedió cuando una amiga suya estaba triste y ella no estuvo a la altura de lo que le sucedía. No escuchó lo que su amiga quería decirle y, en cambio, empezó a hablar sobre una historia personal suya. Esa experiencia, la llevó a analizar su comportamiento en otras situaciones semejantes. Fue cuando se dio cuenta de que tenía la tendencia de actuar de esta manera. Y, llegó a la convicción de que debía hacer algo para corregir su conducta, pues hacía daño a las personas que estimaba.

El último párrafo del texto que les presento nos ayuda a ver que es posible actuar de una forma cercana, acompañando en silencio, siendo respetuosos y escuchando atentamente. Nos sorprenderemos, cuando nos digan que les hemos brindado ayuda y apoyo, aun cuando nos pueda parecer que hemos hecho muy poco. Muchas veces, lo que se necesita es un abrazo, una persona que nos escuche, un brindis por nuestra felicidad, un hombro sobre el que poder llorar…

A continuación, les dejo con el mencionado texto:

Una buena amiga había perdido a su padre hacía un tiempo. La encontré sentada sola, afuera de nuestro lugar de trabajo, sin moverse, con la mirada perdida en el horizonte. Estaba muy afligida y yo no sabía qué hacer. Es fácil decirle algo equivocado a alguien que está sufriendo por una pérdida y que se siente vulnerable. No se me ocurrió mejor cosa que empezar a hablar de cómo yo había crecido sin un padre. Le dije que se había ahogado en un submarino cuando yo tenía solo nueve meses y que siempre había lamentado su muerte, aunque nunca llegara a  conocerlo. Quería que supiera que no estaba sola, que yo había pasado por algo similar y podía entender cómo se sentía ella.

Después de haberle relatado esta historia, mi amiga exclamó, con sarcasmo: “Fenomenal, Celeste, tú ganas. Nunca tuviste un padre y yo, al menos, pude pasar treinta años con el mío. Lo tuyo fue peor. Imagino que no debería sentirme tan triste porque mi padre haya muerto recientemente.”

Yo estaba sorprendida y avergonzada. No obstante, mi reacción inmediata fue la de defenderme. “¡No! ¡No!” -exclamé-, “¡Eso no es lo que quise decir! Solo me refería a que sé cómo te sientes.”

Y ella me respondió: “No, Celeste, no lo sabes. No tienes ni idea de cómo me siento.”

Ella se fue. Yo me quedé allí, viendo cómo se alejaba y sintiéndome mal. Le había fallado a mi amiga. Quería consolarla y, en cambio, había hecho que se sintiera peor. Aunque, seguía pensando que ella había interpretado mal mis palabras. Al encontrarse muy triste, me había atacado injustamente, cuando yo, tan solo,  trataba de ayudar. Pero, la realidad es que ella no había malinterpretado lo que yo había dicho. Entendió lo que estaba pasando, tal vez, mejor que yo.

Puede que hubiese intentado mostrar empatía hacia ella, al menos en un nivel consciente. Aunque, lo que realmente hice fue restar importancia a su dolor y dirigir la atención hacia mí. Mi amiga quería hablar conmigo sobre su padre y contarme cómo era; así, podría hacerme una idea de la magnitud de su pérdida. En cambio, le pedí que se detuviera por un momento y escuchara la historia sobre la trágica muerte de mi padre.

A partir de ese día, empecé a notar que, a menudo, respondía a lo que me contaban, con relatos acerca de mis propias experiencias. Mi hijo me contaba sobre un desencuentro con un niño en los Boy Scouts, y yo le hablaba sobre una chica con la que tuve problemas en la universidad. Cuando despidieron a una compañera de trabajo, le hablé sobre lo que a mí me sucedió cuando fui despedida unos años antes.

Cuando comencé a prestar más atención a la manera como la gente respondía a mis intentos de mostrar empatía, me di cuenta que el efecto de compartir mis experiencias nunca era el que yo quería. Lo que necesitaban todas esas personas era que los escuchara y me diera cuenta de lo que estaban sintiendo. En su lugar, los obligaba a escucharme y a comprender lo que yo les contaba sobre mí.

Ahora, trato de ser más consciente de mi tendencia a compartir historias y a hablar sobre mí misma. Trato de preguntar cosas que animen al otro a continuar hablando. También, he hecho un esfuerzo consciente por escuchar más y hablar menos.

Recientemente, tuve una larga conversación con una amiga que estaba pasando por un divorcio. Hablamos por teléfono durante unos cuarenta minutos, y casi no emití palabra. Al final de la llamada ella me dijo: “Gracias por tus consejos. Realmente me ayudaste a resolver algunas cosas.” La verdad es que no le había ofrecido ningún consejo. La mayor parte de las cosas que dije eran versiones de “suena difícil”, “lamento que estés pasando por eso”. Ella no necesitaba consejos o historias sobre mí. Simplemente necesitaba ser escuchada.



Fuente: “The Mistake I Made with My Grieving Friend



Imagen encontrada en internet:



miércoles, 5 de diciembre de 2018

Nuestra participación en las redes sociales




Quisiera que reflexionáramos sobre nuestra participación en el mundo digital. Será diferente en función de la naturaleza de cada internauta y tendrá en cuenta la influencia de un buen número de elementos.

Variará de acuerdo a sus motivaciones, al tiempo del que disponga, su estado de ánimo, lo que le preocupe o necesite en un momento dado… Todo lo cual, afectará la frecuencia y las temáticas que publique en su página personal o en los grupos a los que pueda pertenecer. También, influirá en su forma de responder a lo que otros compartan.

Algunos internautas pasan casi inadvertidos. No sabemos si ellos siguen o leen lo que otros publican, pues rara vez dejan un comentario o una reacción en las publicaciones que se les ofrecen. Otros, solo reaccionan ante ciertos contenidos, lo que nos lleva a recordar que siguen formando parte de nuestra familia virtual. Hay quienes suelen dar su opinión, o bien, trasladar sus comentarios, facilitando, de tal manera, nuestra recíproca comunicación.  

Me llama la atención que, a pesar de ser llamadas redes sociales, se ponga escasamente en práctica la interacción con otras personas. Hay quienes pareciera que publicasen para ellos mismos, guardando en su página las imágenes y escritos que les parecen interesantes, prescindiendo de sus amigos virtuales.

Otros, están buscando de manera constante la aprobación de los demás y les afecta mucho la falta de respuesta a sus publicaciones. Dentro de este grupo se encuentran quienes son aficionados a compartir fotos personales, suyas o con familiares y amigos.

Los hay que juegan al despiste, compartiendo temas de variada procedencia y temática. Algunos, poco trascendentes. Otros, que nos invitarían a comentar y empezar un diálogo. Pero, nos abstenemos de hacerlo ante el temor de que no sean  bienvenidas nuestras aportaciones.

Sin afán de ser exhaustivos, también encontraremos páginas con temas personales y profesionales, en las que el internauta publica lo que le parece interesante y quiere compartir con otras personas. En las mismas, son bienvenidos los comentarios y se procura establecer un diálogo con quienes quieran dejar plasmada su opinión.  

Es innegable que las redes sociales nos permiten entrar en contacto, indistintamente, con seres que viven en lugares cercanos, o remotos. A estos últimos, sería casi imposible que llegáramos a conocer, si no existiera internet. Resulta curioso constatar cómo establecemos un cálido diálogo con personas lejanas, de mentalidad distinta a la nuestra, que, en cambio, nos viene negado por individuos mucho más cercanos a nuestro propio entorno. Es preciso tener especial cuidado, ya que la cercanía que experimentamos puede ser ilusoria o pasajera. Por otro lado, como en cualquier otra relación, esta deberá ser alimentada y cuidada por ambas partes, o se corre el peligro de que se vaya diluyendo en el transcurso del tiempo.

La intervención en los grupos merece una mención aparte. Como puntos positivos, si la comunicación es respetuosa, iremos conociendo a nuevas personas con las que nos unen temas en común. Tendremos acceso a contenidos diversos, encontrando información que sería difícil descubrir en otros lugares. Pero, es preciso tener en cuenta que somos diferentes en la manera de decir las cosas y de participar en las conversaciones. Y, si no estamos atentos, pudiera ocurrir que demos pie a que surjan fricciones innecesarias.




Imagen encontrada en internet, utilizada para el blog: