viernes, 27 de noviembre de 2015

Tener expectativas demasiado exigentes, nos puede hacer daño





Me parece lícito esperar reciprocidad en nuestras relaciones con los demás, y que nos formemos una idea anticipada de su actuación con respecto a nosotros. La cosa se complica cuando ponemos al alcance de los demás nuestra estabilidad y nuestra felicidad; lo cual sucede cuando les confiamos nuestros sentimientos, esperando una correspondencia que nosotros convertimos en exigente expectativa.

Crearse expectativas puede convertirse en una peligrosa adicción. Siempre esperaremos más, nunca nos conformaremos con lo que obtengamos, jamás será suficiente. Encontraremos comportamientos que no serán de nuestro agrado. Pensaremos que son inmerecidos.

Es conveniente que seamos más autónomos y que no dependamos del comportamiento ajeno. No crearnos grandes expectativas, difíciles de cumplir. No debemos esperar, de los demás, lo que nosotros no somos capaces de exigirnos, o de proporcionarnos.

Si les hemos dedicado nuestro tiempo, y si hemos sido cariñosos, cuidadosos, respetuosos, detallistas…, suponemos que nos corresponderán con un comportamiento similar. Probablemente, no nos parezca suficiente lo que nos ofrecen, ni estemos de acuerdo en la forma en la que lo hacen.

Pensamos que deben actuar de forma parecida a como nosotros lo haríamos, aunque es posible que no les hayamos explicado lo que esperamos de ellos, o cómo nos gustaría que se hicieran las cosas. De alguna forma, creemos que deben “saber” lo que queremos. Y, por lo tanto, complacernos. Si no lo hacen, nos desilusionamos, o nos decepcionamos. Sin que ellos sepan lo que pasa por nuestra mente, y sin entender qué es lo que han hecho mal.

Deseamos que actúen como nosotros querríamos que lo hicieran; que sean coherentes, honestos y que actúen de acuerdo a unos valores que, para nosotros, son importantes. Muchas veces se nos olvida que las otras personas son diferentes a nosotros, que tienen sus propias preferencias y objetivos.

Queremos que actúen de acuerdo a nuestras ideas preconcebidas acerca de lo que debe ser una familia, una pareja, una amistad. En fin, todos esos conceptos que nos hemos creado sobre cómo deberían actuar las personas, en sus relaciones interpersonales. Si los utilizamos para evaluar el comportamiento de alguien, lo normal será que nos causen decepción y tengamos algún desencuentro.

A veces, por inercia, nos creamos expectativas a partir del comportamiento anterior de una persona. Creemos que si antes actuó de una manera, va a continuar haciéndolo de forma parecida. Deseamos que así sea. Se produce en nosotros una resistencia a un cambio que es evidente, pero nos aferramos a lo que fue, y tenemos la mágica ilusión de que eso, tan bonito y agradable, pueda perdurar. Para complicarlo aún más, deseamos que continúe exactamente como nosotros pensamos que debe ser…, sin darnos cuenta que es imposible, ya que nosotros no tenemos ningún tipo de control sobre el comportamiento y los sentimientos de otra persona.

Esperamos demasiado de los otros y ponemos en sus manos nuestro bienestar. Creemos, erróneamente, que nuestra felicidad depende de lo que ellos hagan o nos digan. Que, si afrontamos alguna dificultad, recibiremos su incondicional y abnegada ayuda.

Deseamos que llenen nuestros vacíos afectivos, recibiendo la atención, el amor, la amistad, el cuidado y la entrega que precisamos. Curiosamente, cuando nos encontramos con personas que son especialmente cariñosas y atentas, se acentúa en nosotros ese deseo y necesidad de cercanía. Después, esperamos que continúen esas muestras de atención, comprensión y afecto; si disminuyen, por cualquier razón, encontramos un sentimiento de vacío o de tristeza.

Es conveniente que vivamos el presente y que disfrutemos de los buenos momentos que tenemos. Procede no “esperar” de los demás, limitándonos a aceptar aquello que, de positivo, nos aporten. Con respecto al resto, dependerá de nosotros poner unos límites adecuados, aclarar lo que haga falta, y tomar las decisiones oportunas.

Es a nosotros mismos, a quienes corresponde evitar tener expectativas irreales acerca de lo que podemos esperar de los demás, y hacer lo posible por solucionar nuestros problemas. De esta manera, podremos relacionarnos libremente, sin depender de otros para que llenen nuestros vacíos y satisfagan nuestras necesidades.





domingo, 22 de noviembre de 2015

Los niños necesitan de nuestro apoyo, desde pequeños



Cuando los chicos inician el difícil proceso de ir descubriendo cosas, sensaciones y sentimientos, es muy conveniente que tengan a los mayores muy cerca de ellos. Necesitan ser guiados por alguien que les enseñe cómo crecer y desarrollarse, que les introduzca en el misterio de la vida.

Conviene explicar a los hijos que deben aprender de las enseñanzas que reciben y extraer conclusiones de sus propias experiencias, por muy incipientes que las mismas sean.

Ayudar a los niños a descubrir sus singularidades, dándoles la oportunidad de desarrollar sus fortalezas y sus aptitudes. Y de mejorar en aquellos aspectos en los que no se desenvuelvan adecuadamente.

Prestar soporte a nuestros hijos para que solucionen los problemas que se les presenten, sabiendo que tendrán nuestro consejo, nuestro apoyo y nuestra ayuda, si la necesitan. No debemos resolverles sus dificultades.

Infundir confianza en ellos mismos, permitiendo que los niños tomen sus propias decisiones y que aprendan, tanto de los aciertos, como de los errores.
Enseñar a nuestros hijos a proponerse objetivos y metas, adecuadas a su edad; proporcionándoles las herramientas que necesiten para alcanzarlos.

En resumen, algo tan sencillo -y difícil, a la vez- como darles el apoyo, el seguimiento y el soporte emocional que requieran. Todo ello, con infinito amor. ¡Con todo el amor que seamos capaces de dar!








viernes, 20 de noviembre de 2015

La escuela de los animales: Una lección magistral de cómo debemos enseñar



Hasta ahora, nadie ha encontrado una fórmula para la enseñanza global. Por lo tanto, resulta crucial encontrar un buen maestro para nuestros niños.



Es posible que no hayan tenido la oportunidad de leer esta bonita e inspiradora fábula, “La escuela de los animales”, escrita por el Dr. R. H. Reeves. Tengo el placer de presentársela, aquí, convencida de que les encantará su lectura. Con toda seguridad, profundizarán en su contenido y la recordarán muchas veces, después de haberla leído.


La escuela de los animales 

Erase una vez, unos animales que decidieron hacer algo heroico para afrontar los problemas de un “nuevo mundo”, de modo que organizaron una escuela. Adoptaron un currículo de actividades consistente en correr, trepar, nadar y volar. Para hacer más fácil su impartición, todos los animales cursaron las mismas asignaturas. 

El pato era excelente en natación, de hecho, mucho mejor que su instructor, y obtuvo excelentes notas volando, pero muy malas, corriendo. Toda vez que su nivel en carrera era tan pobre, tuvo que quedarse, después de las clases, para entrenarse a correr, sacrificando, por ello, la natación. Esta situación se mantuvo hasta que sus dedos palmeados se lastimaron gravemente, lo cual supuso que bajara a un nivel mediocre en natación. Pero, su nota media era aceptable en la escuela, de modo que nadie se preocupó, excepto el propio pato.

Corriendo, el conejo comenzó siendo el primero de la clase, pero sufrió una depresión nerviosa, a causa de los esfuerzos que tuvo que hacer en natación.

La ardilla era excelente trepando, hasta que empezó a sentirse frustrada, en la clase de vuelo, porque el maestro la hacía subir desde el suelo, en lugar de bajar desde la copa del árbol. A causa del sobreesfuerzo, tuvo muchos calambres, por lo que le pusieron un “suficiente” en trepar y un “insuficiente” en correr. 

El águila era una criatura problemática y tuvo que ser severamente corregida. Trepando a la copa del árbol, ganaba a todos los de la clase, pero insistía en hacerlo a su manera.

Al final del curso, por haber obtenido el promedio más elevado, el discurso de despedida le correspondió a una singular anguila que era una pasada nadando, aunque también podía correr, trepar  y volar un poco.   

Los perritos de las praderas quedaron fuera de la escuela y reclamaron no haberse podido matricular al no haber incluido, los administradores, la construcción de zanjas y túneles, entre las asignaturas. Dejaron a sus  cachorros, en período de prácticas, con el tejón y, más tarde, se juntaron con las marmotas y los topos para crear una exitosa escuela privada. 

Esta historia nos habla de la enseñanza y el aprendizaje en la escuela. Aquí, les invito a que piensen en la posibilidad de utilizar esta fábula, en casa, para la educación de nuestros niños. Lo más importante será captar y evaluar la diferencia de habilidades en nuestros hijos. Reconoceremos los esfuerzos que hacen para alcanzar sus objetivos, teniendo en mente las diferentes aptitudes que, cada uno de ellos,  posee.

No podemos exigir a todos nuestros hijos que hagan lo mismo, o que den el mismo tipo de respuestas, si queremos hacer justicia. No debemos forzar a nuestros niños a que vivan de acuerdo a un modelo que, erróneamente, hemos preparado para ellos. Es conveniente que les animemos a desarrollar sus mejores habilidades. Haciendo esto, les servirá como fuente de motivación para mejorar en otras áreas donde sus expectativas no son tan elevadas.










miércoles, 18 de noviembre de 2015

Solos, o en compañía. Pero, nunca renunciar a nuestro gratificante entretenimiento





La cuestión sobre la cual me gustaría hacer alguna reflexión, en el día de hoy, tiene que ver con el hecho de que, algunas personas, no se encuentran nada bien cuando deciden llevar a término actividades recreacionales, en solitario.

Debo poner de manifiesto que este tema surgió a raíz de los comentarios que, por escrito, me hizo llegar una amiga, hace poco tiempo. Estoy autorizada a transcribir el texto que me envió, aunque me ha parecido oportuno hacerlo, de manera parcial.

“Me considero bastante independiente y estoy bien en soledad. Sólo tengo una manía, o no sé cómo llamarla. Casi no soy capaz de ir sola a ningún sitio, que sea para mi entretenimiento -cine, café, museo; ni pasear sola me gusta-. El fin de semana voy con mi marido, pero si no, casi no salgo, aparte de lo necesario -compras, o cosas obligatorias-. O sea, no me divierto sola”.

A veces, pienso que es una idea que viene de pequeña; que relaciono la diversión o distracción, con el compartir con alguien. Toda la vida se hacían estas actividades en familia, o con amigos. Aquí donde vivo la gente tiene sus trabajos y familias, y poco tiempo para amistades.

…en mi casa estoy muy a gusto sola, y también soy un poco selectiva con las amistades…

No es grave, pero me gustaría cambiar un poco. Con tanto tiempo libre que tengo, es una pena no usarlo mejor.”

Lo que nos preocupa, aquello que de alguna forma nos limita, lo que nos produce malestar, siempre es relevante para nosotros. Es posible que otras personas no le den la misma importancia, y es mejor no dejarnos influir por lo que puedan pensar, o decir, al respecto. Son situaciones que conviene comprender y, si representan algún problema para nosotros, superarlas. Le doy las gracias a mi amiga, por haber compartido conmigo esta inquietud, y así, darme la oportunidad de reflexionar sobre algo que le ocurre a mucha gente.

En mi opinión, existen un buen número de razones por las cuales, a algunas personas, les resulta difícil ir solas a los sitios de ocio, cultura, o mero entretenimiento. Aunque distintas, suelen ser relativamente fáciles de identificar, después del análisis que, sobre su propia conducta, lleve a término la persona interesada. Puede concurrir más de un motivo en cada ejemplo.

Dependencia: Requieren de la ayuda y de la compañía de los demás, para hacer la mayoría de sus actividades. Se encontrarán bastante limitadas en diferentes ámbitos vitales.

Independencia - dependencia en algunas áreas: Pueden ser autónomos en algunas áreas de su vida, y ser algo más dependientes, o muy dependientes, en otras. Necesitan de la compañía de otros para sentirse seguros y motivados. Si existe un alto grado de dependencia, pueden sentirse francamente mal, con sólo pensar en hacer esas actividades de entretenimiento en solitario; como una especie de fobia.

Es posible que personas que son bastante independientes, en varias facetas de su vida, tengan una preferencia, un encontrarse más a gusto, haciendo ciertas actividades en compañía de otros.

Pueden haberse habituado a hacer las cosas de una determinada manera, y les cuesta cambiar. Las personas que, desde pequeñas, se acostumbraron a hacer las actividades de ocio con sus familiares y amigos, al no tenerles cerca, no les gusta realizarlas en solitario. Se sienten mal, raras… Desisten de hacerlas. Renuncian a ellas.

No siempre es fácil encontrar a alguien que pueda ir con nosotros a ciertas actividades. Sus intereses, ocupaciones y costumbres, pueden ser diferentes a los nuestros.

Dificultades para hacer amistades: Ya sea por falta de habilidades sociales, timidez, inseguridad, o por todo lo contrario: por ser muy selectivos y exigentes a la hora de elegir nuestras compañías. Cuando sentimos que no compartimos los mismos intereses y valores, nunca les otorgaremos la categoría de amigos. En este punto, es preciso hacer una clara diferenciación entre quienes son los amigos más íntimos, las amistades, y los conocidos. Para compartir un rato de ocio con alguien, podría no ser necesaria una profunda relación personal. Con tener ciertos intereses comunes y llevarse bien, sería suficiente.

Necesidad de cercanía y confianza: Algunos, necesitan hacer estas actividades con personas cercanas, con las que tengan bastante confianza. Es difícil que decidan hacerlas en compañía de personas con las que no les unen lazos de amistad. Mientras que, otros,  se aíslan, y huyen del contacto con otras personas, salvo la familia y los amigos íntimos. Pueden haber sufrido una perdida afectiva importante, o reveses y problemas de los que aún no se hayan recuperado.

Preocupación por lo que los demás puedan pensar de nosotros, que nos puedan considerar personas tristes, aburridas, incapaces de encontrar a quien nos haga compañía. Esta preocupación puede convertirse en miedo, a fuerza de ir dándole vueltas a la cabeza. O, en pánico, al pensar que podemos encontrarnos solos, en medio de la gente. Esto podría estar causado, en parte, por ciertos estereotipos sociales que consideran que las personas que van solas a los sitios son aburridas, solitarias, raras, introvertidas; por lo que no tienen amigos, ni siquiera, alguien que los acompañe.

Estar demasiado cómodos en casa: Si nos encontramos a gusto en casa, y disfrutamos con lo que hacemos, es muy probable que nos dé pereza salir, y hacer actividades en solitario.

Falta de motivación: No encontrarse suficientemente motivado para salir solo, no encontrar suficientes atractivos para hacer cambios en su estilo de vida, en su forma de entretenimiento, para hacer amistades nuevas, para asistir a actividades. Lo cual está muy cerca de  no querer salir de la zona de confort. Encontrarse cómodo con lo que uno está haciendo, sin esforzarse en introducir cambios.

Síntomas de depresión: Las depresiones, tanto si son leves como graves, aumentarán notablemente nuestra dificultad para hacer planes de entretenimiento de cualquier tipo.

Falta de seguridad en nosotros mismos: Para atrevernos a hacer algo que no habíamos hecho antes por nosotros mismos, para enfrentar nuestros miedos y preocupaciones, para tomar decisiones que luego nos aportarán bienestar, aunque al principio requieran esfuerzo, y superar los inconvenientes que se nos puedan presentar.

Expectativas negativas: Piensan que lo van a pasar mal; por lo tanto, ni lo intentan. Y si alguna vez lo prueban, ya van prevenidos, por lo que no se relajan y disfrutan.

Hay quienes no disfrutan de las actividades porque no tienen con quién compartirlas y comentarlas. Les pueden llegar a gustar, pero les entristece no tener a nadie a su lado, cuando salen.


En cambio, otros, aun cuando desearían hacer alguna actividad acompañados, no encuentran con quien hacerla, por no coincidir en gustos y preferencias. Ante la alternativa de renunciar a salir de casa, prefieren hacer lo que les apetece, en solitario.

Curiosamente, conozco a personas que se han acostumbrado a salir solas. Aunque, en un principio, no les llamaba la atención, con el tiempo, fueron partidarios de esta alternativa, porque le encontraron ventajas. No tenían que ponerse de acuerdo con otros acerca de adónde ir, cuándo, ni cómo. ¿Para qué plantearse la necesidad de ir a sitios donde, a ellos, no les gustaba ir? ¿Para qué, estar con personas que continuamente hacen comentarios, cuando lo que ellos quieren es concentrarse en la película, en el espectáculo, o en sus propios pensamientos?

No hay que tener ninguna prevención a querer desarrollar actividades de entretenimiento, o salir, en solitario,  Me parecería absurdo perder la oportunidad de hacer algo agradable, divertido, o genial, en lugar de arriesgarse a que la vida se vuelva triste, monótona y aburrida. Procede explorar nuestro entorno, conocer cómo nos sentimos actuando de forma diferente, superar pequeños reparos e inconvenientes que nos limitan a actuar. Descubrir nuevas fuentes de satisfacción, gozo, interés y diversión. Superar nuestra resistencia al cambio, viendo como ese miedo a lo desconocido se va sustituyendo por la sorpresa de conocer nuevas facetas de nosotros mismos, que nos eran desconocidas, y descubrir otras fuentes de placer diferentes de las habituales.


Me tomo la libertad de señalar algunas consecuencias positivas que comporta la realización de este tipo de actividades:

Aumenta la confianza en nosotros mismos, al superar los obstáculos, y atrevernos a hacer actividades que, antes, no hacíamos solos.

Mayor autonomía e independencia: Sólo dependemos de nuestra propia disponibilidad de tiempo, para hacer alguna actividad que deseemos hacer. No necesitamos encontrar a otras personas que nos acompañen.

Bienestar emocional: Si podemos dedicar parte de nuestro tiempo a actividades que antes no realizábamos, por no encontrar con quién hacerlas, nos encontraremos mejor. Cuando nos enfrentamos a retos personales y los superamos, nos sentimos fortalecidos.

A estos beneficios, se añadirán todos aquellos que, cada uno de nosotros, a título individual, podremos percibir con legítima satisfacción.