lunes, 27 de enero de 2020

De la obligación de adaptarnos a otras personas y a las circunstancias que nos rodean





En esta ocasión, deseo escribir sobre el convencimiento generalizado que existe  con respecto a la obligación que tenemos de adaptarnos a otras personas y a ciertas circunstancias que nos rodean.

Es un tema muy complejo, sobre el que es conveniente profundizar. Sé que debemos tener cierta capacidad de aceptar a los demás tal como son y poseer la flexibilidad necesaria para poder relacionarnos con ellos. Lo cual, no implica tener que renunciar a nuestra manera de ser, al comportamiento que mantenemos con nuestros familiares y amigos.

Es un asunto por el que tengo una especial sensibilidad y salto como un resorte, cuando compruebo que muchas personas fueron educadas para ser dóciles y conformistas. Con el objetivo de lograr que no se cuestionasen lo que se les decía, se les ordenaba, o se les exigía.  

Lo triste es que, cuanto más sumisa sea una persona, menos se dará cuenta de la poca autonomía que ha tenido, y es posible que proteste airadamente ante lo que aquí defiendo.

Hay dos formas de adaptación. Una, que es positiva, moderada, tal como hemos visto al inicio. Y, otra, mucho más extrema, que es perjudicial para aquellos que tienen muy interiorizado el imperativo de tener que adaptarse a quienes pueden hacerles daño y permanecer en ambientes francamente restrictivos, “castradores”, hostiles y peligrosos.

¡Cuidado! También pueden herirnos desde el amor, el cariño o la amistad. Con la sobreprotección, con el hecho de impedirnos tomar nuestras propias decisiones, con la exigencia y las presiones para que seamos o actuemos de determinada manera.

En este artículo, quiero centrarme en ese imperativo familiar y social que nos empuja a adaptarnos en exceso a ciertas personas o a los grupos a los que pertenecemos, renunciando a gran parte de nuestra individualidad: nuestra forma de ser, de actuar y de sentir, nuestros gustos y deseos, nuestras propias metas y nuestros sueños. Pretenden que no cambiemos, que no asumamos otros valores, que nos mostremos pasivos ante lo que nos sucede, que nos resignemos a ciertas situaciones adversas. Y, que aceptemos lo inaceptable, que continuemos con relaciones que nos aportan mucho dolor, que permanezcamos cerca de individuos que creen que el amor es posesivo, controlador. Porque, entienden que, nosotros, somos un objeto que ellos pueden manejar a su antojo.

Se aferran a lo que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua dice con referencia a la adaptación y consideran que debemos “recibir, haciéndolo propio, un parecer, un método, una doctrina, etc., que han sido creados por otros”.

Sin embargo, quien escribe es firme partidaria de defender que tenemos el gran patrimonio de la libertad para tomar nuestras propias decisiones sobre lo que  queremos rechazar. Obviamente, hay hechos que no podemos cambiar, tales como una ruptura, una muerte, un fracaso, los cuales, debemos aceptar, después de haber pasado por el correspondiente proceso de duelo.  

A muchos les molesta que tengamos voz propia y que mostremos que no estamos de acuerdo con lo que ellos piensan que es lo correcto. Nos quieren calladitas, persiguen nuestra mansedumbre.

Les conviene que nos sintamos como una parte de un todo inamovible, pensando que somos incapaces de modificar aquello “que nos ha tocado vivir”. Y, así, se van colando las faltas de respeto hacia nosotros y las diferentes formas de agresiones. Desde la familia, la escuela, el barrio, el trabajo y la sociedad.

¡Basta ya de adaptarnos a lo que otras personas nos imponen, aunque sea en nombre de un supuesto amor! 

Tengamos el coraje y la determinación para ser como queremos ser. Aunque, para conseguirlo, debamos cuestionar y revisar algunas de las enseñanzas recibidas. Aun sabiendo que encontraremos la crítica y el rechazo de algunos conocidos o personas allegadas.






Imagen encontrada en internet, modificada para el blog: