domingo, 31 de julio de 2016

C y S: Otra herramienta de gran ayuda para evaluar la toma de decisiones



C y S = Consecuencias y Secuelas


Nuestras decisiones y acciones tienen muchas más consecuencias de lo que, en un principio, podríamos haber imaginado. Como en todo, hay ciertas decisiones sencillas que no son de gran trascendencia; mientras que hay otras, cuyas consecuencias pueden hacernos cambiar el rumbo de la vida personal o laboral.

En ocasiones, actuamos con poca reflexión, o impulsivamente, en asuntos que requerirían un mayor detenimiento y estudio de las posibles implicaciones que la toma de una decisión comporta posteriormente. Nos conformamos con las pocas ideas que nos vienen a la cabeza.

Algunas personas, por el contrario, piensan tanto en las posibles consecuencias, que tardan una infinidad en tomar una decisión.

Hay quienes, con muy poco fundamento, se imaginan una cantidad de buenos resultados y, otros, una infinidad de inconvenientes. Muchos de ellos, a causa de una perspectiva catastrofista; razón por la cual, tendrán tendencia a alejarse de la toma de  decisiones.

Decidir o no decidir, actuar o no actuar, hablar o no hablar, guardarnos parte de la información que tenemos, revelar secretos imprudentemente… Continuamente estamos tomando decisiones. Algunas veces, sin apenas ser conscientes de ello. En otros momentos, ante la presión que ejercen otras personas. O bien, obligados por las circunstancias. El problema reside en que no solemos dedicar unos minutos a plantearnos las posibles consecuencias o resultados que acarrearán nuestras actuaciones; al igual que sucederá con nuestras omisiones.

Edward De Bono nos propone una pequeña herramienta para que hagamos, de forma intencionada, lo que no hacemos, o lo que hacemos de manera rudimentaria.


C y S = Consecuencias y Secuelas

(Nota aclaratoria: Yo conocí esta técnica como C y S, Consecuencias y Secuelas, razón por la cual, es el nombre que utilizo en este escrito; aunque, algunas traducciones de los libros de Edward De Bono, utilizan C y R, Consecuencias y Resultados.)

Con esta herramienta de pensamiento consideramos las posibles consecuencias, los resultados que podemos prever y las secuelas que se pueden presentar en el futuro. Todo ello proyectado en el tiempo, de acuerdo a distintos marcos temporales, para evitar resultados inadvertidamente negativos.

El acto de pensar es casi siempre a corto plazo. Estamos interesados en lo que ocurre en seguida; pensando que el futuro ya llegará y, entonces, nos ocuparemos de lo que surja. Algunas veces, simplemente reaccionamos a los acontecimientos, actuando precipitadamente, sin prever las consecuencias.

C y S es una instrucción para considerar, de manera deliberada, las consecuencias de una acción o decisión. Nunca sabremos, exactamente, cuáles serán los resultados y las consecuencias de nuestras acciones. No obstante, es importante que dediquemos unos minutos a pensar en el tipo de consecuencias y secuelas que se presentarán como consecuencia de las decisiones que tomamos y de las acciones que realizamos, al igual que de nuestras omisiones, tal como hemos mencionado con anterioridad. Veremos de qué manera nos pueden afectar, a nosotros, o a otras personas. A nuestra vida personal, social y laboral, a un negocio, al medio ambiente, a nuestra comunidad…

Se podría decir que ésta es la más importante de todas las herramientas de pensamiento, para la vida real. Si tu pensamiento está orientado hacia cualquier clase de acción que se proyectará en el futuro, decisiones, elecciones, planes, etcétera, deberás pensar en las consecuencias que se derivarán de tu elección.

¿Va a funcionar?
¿Cuáles van a ser los beneficios?
¿Cuáles pueden ser los problemas, los peligros y los riesgos que se pueden presentar?
¿Cuáles van a ser los costes de implementación de esa idea?

El C y S  es una herramienta de pensamiento que nos sirve para la exploración y la evaluación del futuro.

Si consultáramos la ruta que pensamos seguir y el mapa nos advirtiera de que la carretera es mala, buscaríamos otra alternativa diferente. De no existir una opción mejor, trataríamos de prever los posibles riesgos, iríamos con sumo cuidado, intentando minimizar los inconvenientes, hasta conseguir llegar a nuestro destino final.

La utilización eficiente de esta herramienta de pensamiento, C y S, ejerce una poderosa influencia sobre la destreza del pensamiento, incluso haciendo un uso aislado de la misma.

Los jóvenes pueden tener dificultades con el C y S, debido a que no suelen pensar en el futuro. Para ellos, el futuro es algo vago y lejano. Lo máximo que piensan es en lo que pueda suceder en una o dos semanas. Además, hay otras personas que se ocupan de pensar en el futuro, por ellos. Por cierto, algunos, lo hacen en demasía, impidiéndoles decidir o participar en las decisiones que  incumben, a estos jóvenes, de manera muy especial.

La escala de tiempo

Las consecuencias, los resultados y las secuelas de nuestras actuaciones serán diferentes, de acuerdo al marco temporal que utilicemos para analizarlas:

Las consecuencias inmediatas: son las consecuencias posteriores a la acción.
A corto plazo: aquello que puede suceder después de lo inmediato.
A medio plazo, incluye lo que puede suceder cuando las cosas ya se hayan asentado.
A largo plazo, contempla lo que puede llegar a suceder mucho tiempo después.

Estos marcos temporales son arbitrarios y pueden cambiarse. También pueden especificarse para adaptarse a la situación. Los plazos concretos serán diferentes de acuerdo a cada una de las situaciones que analicemos. Por ejemplo, cuando una marca automovilística toma la decisión de lanzar un nuevo modelo al mercado, los plazos involucrados son largos, a pesar de las prisas que el constructor pueda tener por presentarlo a sus clientes. Necesitará un mínimo de un año para el pertinente estudio de Marketing, no menos de dos para su diseño y otros tantos para realizar el despiece de sus partes y componentes con destino a sus proveedores. Deberá preparar los útiles y maquinaria necesarios para su fabricación y adecuar el sistema de robótica de su línea de montaje, todo lo cual comportará otros doce meses de tiempo, por lo menos. Finalmente, tendrá que cumplir con la preparación de toda la documentación técnica del vehículo, aquella con destino a sus futuros usuarios y la que deberá facilitar a su red comercial y de servicios de asistencia técnica y de repuestos… Será necesario, en fin, planificar en el tiempo cada una de las etapas involucradas, hasta que el automóvil sea, felizmente, presentado al mercado. Aunque algunas de estas acciones se solapen, habrán transcurrido un mínimo de cuatro años.

De igual manera, se planificarán y tendrán en cuenta las consecuencias que la decisión de lanzar un nuevo modelo de automóvil comporta. A corto plazo, se evaluarán los recursos financieros que serán necesarios para afrontar las inversiones que el proyecto industrial comporta. A medio plazo, aquellos que hacen referencia al lanzamiento comercial y al mantenimiento del stock inicial. Finalmente, deberán cumplirse las previsiones de venta con la facturación real de las unidades a los clientes y el retorno de las inversiones, con su respectivo beneficio de explotación.

En una discusión con un amigo, lo inmediato es ese momento, el corto plazo, un día; el medio plazo, una semana, y el largo plazo, un mes.

En cada situación debemos especificar las escalas de tiempo que se van a contemplar, antes de empezar un C y S.

Al realizar un C y S siempre hay un intento deliberado por centrarse en el marco del momento. Se van sucediendo el análisis de las posibles consecuencias inmediatas, a corto plazo, a medio y a largo plazo. El ejercicio puede ser difícil debido a que no es natural y a que tendemos a pensar en consecuencias en general, sin asignarles franjas temporales.

Riesgos

¿Va a funcionar como esperamos?
¿Qué puede ir mal?
¿Qué peligros reales hay?
¿Qué es lo peor que podría pasar?
¿Cuál es el resultado ideal?
¿Cuál es el resultado más probable?

Si podemos imaginar lo peor y todavía creemos que vale la pena seguir con ello, adelante con la acción.

Si pensamos en los mejores resultados que nos gustaría obtener, teniendo también en cuenta cuáles serían los resultados más probables, lograremos conservar la ilusión por nuestro proyecto siendo, al mismo tiempo, prácticos y realistas.

Certidumbre

Nunca podremos estar seguros del futuro. No poseemos toda la información de lo que pueda ocurrir en el futuro. Ésta es una de las razones por las que es tan importante pensar. Cuando escrutamos el futuro con un C y S, nos encontraremos con diferentes niveles de certeza y de incertidumbre.

Estoy seguro de que las cosas van a suceder así.
Éste es el resultado más probable.
Podría ser de esta manera o de esta otra.
Es posible, pero no puedo estar seguro.
No tengo la menor idea de lo que va a pasar.

A menudo, tenemos que actuar con niveles bajos de certidumbre. No siempre podemos esperar la plena certeza, que quizás nunca llegue a alcanzarse. Lo importante es ser conscientes del nivel de certeza en el que nos estamos moviendo. Hay cosas bastante probables, mientras que hay otras casi imposibles. Si estás haciendo suposiciones, sé consciente de que sólo son suposiciones.

Tengamos especial cuidado cuando tomemos nuestras decisiones personales ya que no podremos tener seguridad total de éxito. Especialmente, todo lo que se refiere a nuestras relaciones es una incógnita por descubrir. Son muchos los elementos que intervienen. Debemos estar atentos a lo que sucede, a las señales, a lo que sentimos, a lo que vemos en el otro, para ir modificando nuestras actuaciones, rectificando los errores y, en algunas ocasiones, nuestras metas, si fuera necesario.

Para tener un mayor conocimiento sobre las posibles consecuencias de nuestras acciones y evitar equivocarnos en nuestra toma de decisiones, procuremos tener la mayor información posible. Para ello podemos utilizar otras herramientas de pensamiento que ya hemos visto, como el CTF, Considerar Todos los Factores que puedan intervenir, ver lo Positivo, Negativo e Interesante de esa idea, PNI, tener en cuenta otras Alternativas, Posibilidades y Opciones, APO. Iré, poco a poco, escribiendo acerca de otras herramientas que también nos ayudarán a pensar, a actuar, a elegir, a decidir…

Ejercicios de C y S

¿Qué pasaría si hubiese un método para enseñar a hablar a los perros? Haz un C y S sobre esto; considera las consecuencias inmediatas y a largo plazo.

Tu mejor amigo, con el que sueles estar, resulta herido en un grave accidente de carretera. Le ingresan en un hospital, donde va a tener que permanecer seis meses. Haz un C y S sobre cómo va a afectar esto a tu vida.

El trabajo de oficina puede hacerse desde casa, mediante terminales de ordenador.






Bibliografía:

DE BONO, Edward: “Aprender a pensar”, Plaza & Janés Editores.

DE BONO, Edward: “Cómo enseñar a pensar a tu hijo”, Editorial Paidós.






lunes, 25 de julio de 2016

CTF: una buena herramienta de pensamiento



CTF = Considere Todos los Factores 
  
La necesidad de pensar surge, precisamente, cuando no tenemos toda la información acerca de algo. La falta de información despierta la necesidad de pensar.

El pensamiento no sustituye a la información. Para algunas cuestiones, saber o averiguar la información necesaria, puede ser suficiente. Por ejemplo, si quieres averiguar por un vuelo a Londres, consultas los horarios; no te dedicas a pensar, pues no te servirá para lo que necesitas saber.

El dilema es obvio. Si pudiéramos tener toda la información sobre un tema, pensar se volvería innecesario. Pero si no podemos tener toda la información, lo que ocurre bastante a menudo, entonces es mejor tener un poco menos de información y una mayor capacidad de pensamiento.

La mayoría de las veces, tendremos que completar la información con el resultado de nuestro pensamiento. Si ya hemos averiguado los horarios de los vuelos de Madrid a Londres, eso no será suficiente. Deberemos empezar a pensar. Habrá que decidir cuál de los diferentes vuelos escogeremos, dependiendo de la hora que preferimos viajar, de nuestra necesidad de estar en Londres a una hora determinada o si preferimos una aerolínea u otra. Una vez escogido el vuelo, tendremos que pensar varias cosas. ¿Cómo vamos a ir al aeropuerto? ¿Cuánto tiempo nos llevará? ¿Es una hora punta? ¿Hay alguna huelga en ese momento? ¿Importa que el vuelo se retrase? Si los planes salen mal, ¿cómo hago para avisar al que me espera? ¿Qué ropa llevaré? ¿Dónde me alojaré? Como ven, hay una cantidad de preguntas y de elementos que debo tener en cuenta para que el viaje sea un éxito. Todas estas consideraciones requieren pensar y los resultados dependerán de cómo hayamos utilizado nuestro pensamiento.

Hay un área en la que nunca podremos tener una información completa, y en la que debemos explotar, al máximo, nuestro pensamiento: el futuro. Todas nuestras acciones, planes, decisiones y elecciones se resolverán en el futuro.

La educación se refiere esencialmente al pasado. Es cuestión de clasificar, revisar, describir y absorber un conocimiento existente. Se supone que, si podemos reunir información suficiente, la acción será obvia y sencilla. Pero no lo es; para pasar a la acción se necesita mucho más. Hay que pensar en las opciones y en las prioridades, en las consecuencias de la acción, en todos los factores a tener en cuenta y en las personas implicadas.

Hoy me referiré a una de las herramientas de pensamiento desarrolladas por Edward de Bono, que está incluida dentro del curso “CoRT Thinking”, que se enseña en los colegios de algunos países.


CTF = Considere Todos los Factores

Ésta es una herramienta que nos ayuda a dirigir nuestra atención. Fue diseñada para aumentar la amplitud de la percepción, para ver más elementos de un problema o de una situación; tal como sucede con el PNI = Positivo, negativo, Interesante y el APO = Alternativas, Posibilidades, Opciones. En otras palabras, se trata de un mecanismo para hacer, de forma deliberada, lo que de otro modo se quedaría en la intención de considerar un problema.

“Hacer un CTF” significa considerar todos los factores que es preciso valorar en una situación determinada. ¿Qué factores hay que tener en cuenta en este tema? Se trata de enumerarlos, no de evaluar los factores. Por ejemplo, un CTF para comprar un automóvil de segunda mano podría dar como resultado los aspectos siguientes: precio, historial previo, propietarios anteriores, dueño actual, kilometraje, la posibilidad de que el kilometraje haya sido alterado, valor de reventa, estado del coche, consumo de gasolina, coste de los repuestos, proximidad de un servicio técnico, etcétera.

Cuanto más utilices una herramienta de pensamiento, como el CTF, mayor destreza adquieres en su uso y obtienes mejores resultados. El hecho de que tengan un nombre, como CTF o PNI, y lo utilicemos, nos sirve para que la herramienta sea más efectiva, más versátil y podamos darnos instrucciones a nosotros mismos, o dirigirlas a otras personas. Si no utilizamos el nombre, pareciera que nos da vergüenza mencionarla y no se vuelve tan manejable como una herramienta, sino que se manifiesta  como una débil actitud.

Un hombre está mirando unos automóviles de segunda mano. De repente, ve entre ellos su marca preferida de automóvil deportivo. Está en buen estado, el kilometraje está bien y se puede permitir pagar el precio que piden por él. Vuelve con él a su casa con una sensación de triunfo. Al llegar, descubre que el automóvil es demasiado ancho y no cabe en el garaje. Había obviado hacer un CTF.

Un padre le dijo a su hija que pasara por su oficina, a la salida del colegio, porque el negocio iba bastante mal. Cuando llegó a la oficina, la chica le propuso a su padre que hicieran un CTF sobre la mala marcha del negocio. Se generaron algunas ideas que contribuyeron a su recuperación.

Recordemos que, al igual que el carpintero tiene la necesidad de utilizar sus herramientas en su trabajo, nosotros utilizaremos las del pensamiento para profundizar en el estudio de una situación, tomar una decisión o resolver un problema. Las utilizaremos sucesivamente. Primero una, anotando todo lo que surja; luego otra, repitiendo lo mismo. Y todas cuantas consideremos que nos pueden ayudar para alcanzar nuestro propósito. Son ejercicios cortos, de unos 3 o 4 minutos.

Cuando realizamos un CTF hay que poner el énfasis en algunas preguntas:

¿Nos habremos olvidado de algo? ¿Qué otros factores habría que tener en cuenta? ¿Deberíamos agregar otros factores a la lista que tenemos?


A continuación, expongo algunos temas sobre los que sería conveniente hacer un CTF:
Vas a tener una entrevista de trabajo. ¿Qué elementos conviene que tengas en cuenta?

Tus padres están eligiendo un lugar para ir de vacaciones. Han hecho un CTF, enumerando los siguientes factores: coste, clima, buenos restaurantes, cercanía a una playa, instalaciones deportivas. ¿Han olvidado algo?

Eres el director de una cadena de tiendas y quieres contratar más personal. ¿Qué factores tendrías en cuenta al entrevistar a los candidatos?

Quieres mudarte de casa: deberías elegir el lugar donde quieras vivir, el tipo de vivienda, inversión total en función de tu presupuesto, compra de muebles, pintura de las habitaciones, etcétera.


Podemos utilizar un CTF en muchos momentos de nuestra vida. Se me ocurre que es muy importante cuando nos encontramos ante la toma de decisiones importantes. Sería bueno tomarse unos pocos minutos para ver los diferentes factores que conviene tener en cuenta. También cuando analizamos un problema o cuando intentamos entender por qué una persona actúa como lo hace.

Un CTF nos puede ayudar a ser más flexibles, más objetivos a la hora de hacer una evaluación. A profundizar en el análisis de la situación o en el conocimiento de alguien. Es una herramienta muy valiosa, la cual desdeñamos en muchas ocasiones.



Bibliografía:

DE BONO, Edward: “Aprender a pensar”, Plaza & Janés Editores.

DE BONO, Edward: “Cómo enseñar a pensar a tu hijo”, Editorial Paidós.



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miércoles, 20 de julio de 2016

La gripe y sus implicaciones a la hora de inspirarme



Cuando le comenté a mi amiga Nubia que, a causa del molesto catarro veraniego que estoy sufriendo, no había forma de que me entrara la inspiración, me sugirió que comenzara escribiendo el título que, ella misma, improvisó en un instante. Me llamó la atención su propuesta, por lo que, acto seguido, abrí un nuevo documento de Word y escribí el título que todos ustedes acaban de leer.

Apenas comenzaba a escribir, me interrumpió la llegada de uno de esos divertidos ejercicios que nos propone nuestra querida Beatriz Escobar, para que dejemos volar la imaginación y nos sinceremos. Nos pedía que respondiéramos a la siguiente pregunta: ¿Qué edad tendrías si no supieras la edad que tienes? “Pensemos bien en el sentido de la pregunta que nos hace el cartel. ¿Será la edad que nos gustaría tener, para refugiarnos de nuevo en épocas de seguridad, alegría y satisfacciones? O más bien, acudiendo al conocimiento que tenemos de nosotros mismos, la edad mental y emocional que representamos. Decidan y respondan, que se vale TODO!!!!”

Después de nuestros primeros intercambios de comentarios, casi todos ellos referidos a épocas pasadas, me sirvió de inspiración el recuerdo de las muchas conversaciones que había mantenido con Susana, una compañera de la Universidad. Con frecuencia, ella me hablaba sobre su infancia y su juventud. Sobre las vivencias que recordaba y sobre el sentimiento de soledad que la acompañaba. Contando con el permiso previo de mi amiga, quiero compartir con ustedes lo que de aquellas conversaciones me es lícito repetir, con la única intención de que pueda ser de utilidad para otras personas.

Susana llevaba algunos años buceando en su interior y buscando entender aquellas cosas que tanto tiempo le había costado digerir. Asimilando experiencias, mirando cómo solía actuar en el pasado y por qué lo había hecho de una forma determinada y no de otra. Le interesaba averiguar qué influencia habían tenido otras personas en su forma de actuar, ante ciertas circunstancias. Por supuesto, deseaba averiguar cómo se había ido conformando su manera de ser.

Se dio cuenta de que, para comprender muchas de las cosas que le habían sucedido, debía centrarse en su infancia y tratar de encontrar las claves que explicarían su posterior comportamiento y forma de enfrentar la vida.

Cuando escuchaba a otros hablar de la niñez, de la libertad y de la felicidad que sentían entonces, se daba cuenta que su niñez había sido diferente. Me decía, con gran dolor, que nunca fue realmente niña. Ella, recordaba haber sido una niña tranquila y buena, que procuraba portarse bien; quizás, para que no la castigaran, como hacían con sus otros hermanos. Era bastante solitaria, a pesar de estar rodeada de una gran familia y decía tener escasos recuerdos de su infancia.

Con la experiencia alcanzada por los años que habían transcurrido, me confesaba que creía haberse dado cuenta de los errores cometidos durante su infancia, los cuales, no dudaba en calificar de muy relevantes. Estaba demasiado pendiente de los demás, de complacerles, de procurar ser buena y portarse bien. Suponía que se comportaba de tal manera porque deseaba tener la atención y el cariño de los que estaban a su alrededor. Aunque, con lágrimas en los ojos, debía reconocer que jamás lograba su objetivo. Susana entendía que los demás la querían pero era incapaz de recibir señal alguna por la cual deducir que le demostraban su afecto. Era como si existiera una total desconexión entre su familia y ella.

Me reconocía Susana que no fue bueno que actuara por miedo, evitando meterse en líos, para que no la tuvieran que regañar y castigar. El problema que eso trajo fue que, al no hacer las cosas libremente, como le nacían, cada vez era más insegura y sólo se atrevía a hacer aquellas cosas que sabía hacer bien. No descubría otras capacidades y actividades con las cuales pudiera disfrutar y adquirir mayor confianza en sí misma.

Lamentablemente, hay muchas personas que no saben valorar el buen hacer de los niños. En realidad, no le prestan la más mínima consideración. En cambio, cuando entienden que su comportamiento ha sido inadecuado, o que se han portado mal, se afanan por aplicarles un castigo, para que aprendan a no obrar de la misma manera. No saben valorar ni fomentar lo bueno y positivo que hay en la actuación de los jóvenes. Reaccionan con total indiferencia ante lo bueno, limitando su atención a lo que conviene corregir, según sus propios criterios.

Susana me explicaba que no recordaba haber recibido ningún tipo de recompensa. Tampoco, había sido objeto de ningún castigo pues había aprendido muy bien cómo debía comportarse para que eso no sucediera. No la premiaban, ni la felicitaban, ni la estimulaban para que tuviera confianza en sí misma, para que tratara de hacer nuevas cosas y pudiera superar los obstáculos.

Por miedo a las posibles consecuencias, evitaba hacer lo que hubiera hecho cualquier otro niño. No aprendió a experimentar y a ser curiosa. Había sido bastante sumisa, obedeciendo a las normas que flotaban en el ambiente. Lo peor, es que ni siquiera le decían lo que debía hacer: eso hubiera sido una atención positiva que ella no sentía haber recibido.

Me confesaba que el sentimiento que la había acompañado durante su infancia y su juventud era el de la indiferencia a todo lo que ella pudiera hacer, pensar y sentir. El de ser una desconocida entre mucha gente. El tener que haberse formado ella sola, desde pequeña, o viendo lo que ocurría a su alrededor, evitando las consecuencias negativas. Esa indiferencia era algo muy duro para ella, si pensamos que una de sus principales características es ser una persona cariñosa, que hubiera querido y necesitado recibir más manifestaciones de afecto, así como dirección, cuidados y consejos.

Fieles al estilo de su numerosa familia, algunos de sus miembros sólo se dirigían a ella, de vez en cuando, para hacerle ver que no poseía ciertas habilidades que ellos sí poseían. Era ese deseo existente en algunos, de rebajar a los otros, para que sus cualidades pudieran brillar más.

No había un respeto a las diferencias individuales y al hecho de que cada persona sobresale en unas áreas y tiene una mayor dificultad para otro tipo de tareas. El mundo debía ser como ellos lo concebían. Las cosas que ella hacía bien, no eran motivo de reconocimiento por parte de sus padres y hermanos. Hacer las cosas bien era su obligación, por tanto, no tenía premio.

Jamás escuchó a sus familiares hablar de ella con orgullo, lo cual es difícil de comprender para una niña pequeña. Algún día, siendo ya adolescente, alguien le dijo que su madre sí hablaba bien de ella cuando estaba con sus amigas. Susana me comentó que eso fue todavía más doloroso. Descubrir que su madre no era capaz de decirles a sus hijos lo que le gustaba de ellos y que sí lo hiciera con quienes se relacionaba. ¡Menudo contrasentido!

Se daba cuenta que había sido demasiado conformista en todo lo concerniente a su vida y a su desarrollo personal. Posiblemente, no tuvo otra elección. Fue asumiendo, pasivamente, todo lo que su ambiente le iba transmitiendo. Pensaba que la vida era así, que ellos sabían más que ella.

El problema es que esa pasividad, para aceptar lo que otros decían o lo que se suponía que debería hacer, se convirtió en una constante de su vida. Siempre quedaron remanentes de esa sumisión, que no le permitían tomar las riendas de su vida. Siempre había un seguir lo que sus familiares decían, sin ser consciente que no estaba viviendo su propia vida, sino la que ellos iban sugiriendo, cada uno desde su punto de vista. Era como una colcha de retazos que no pegaban entre sí, que no tenían las formas o los colores que ella hubiera elegido para poder llevar a término su creación personal.

Aunque en su adolescencia y juventud pareciera, en ocasiones, que se rebelaba, eran reacciones que se perdían entre tanta sumisión. Tenía tan asimiladas las ideas prevalentes en su familia que era muy difícil que se opusiera a ellas. Incluso estando en total desacuerdo, no era capaz de decirles lo que pensaba.

Afortunadamente, no aceptó que interfirieran en cuanto a sus estudios y a la escogencia de la Universidad. Poco a poco, fue buscando la manera de empezar a poner ciertos límites cuando era necesario, aunque fue difícil ya que tenía poca práctica en ello. El daño que le habían causado su sumisión, su miedo a actuar de forma diferente a lo que se esperaba de ella y el vivir de acuerdo a las “normas y costumbres familiares”, siguió afectándole durante años. Esa sumisión y esa pasividad, la llevaban a no tomar ciertas decisiones que implicaran la posibilidad de equivocarse y de tener que enfrentarse al éxito o al fracaso.

Susana siente ahora que todo esto, por fin, ha quedado atrás, como si de un mal sueño se hubiese tratado. Es capaz de tomar sus propias decisiones y se enfrenta a su familia, cuando es necesario. Comprende que ellos creían que esa era la forma de proceder; que su error fue no confiar más en sí misma, en su propio criterio y en su propia capacidad de decidir. Está segura de acertar en la toma de decisiones, así como en los proyectos que emprenda y no le preocupa que, como consecuencia de sus aprendizajes, en alguna ocasión pueda equivocarse.

Como apunte final, quiero dejar claro que ella era una niña pequeña y, difícilmente, hubiera podido encontrar por ella misma otro camino diferente. Hubiera necesitado tener cerca a adultos comprensivos y cercanos que le indicaran otros caminos de actuación; que se dieran cuenta que era una niña insegura y temerosa, a la que era necesario ayudar a adquirir una mayor confianza en sí misma. Desafortunadamente, eso no fue así y no contó con la ayuda para superar las dificultades que se le iban presentando. Por el contrario, las críticas a sus pocas habilidades en algunas áreas agravaron la situación.

Supongo que su familia no era consciente que Susana necesitaba de su apoyo, de su cariño y de sus cuidados. Sus padres estaban tan ocupados con sus propios problemas y quehaceres, que no se daban cuenta que cada uno de sus hijos requería de su atención y de su guía. Pertenecían a ese grupo de personas que consideran que su principal función, como padres, es la de ser proveedores para las necesidades económicas de su familia. Que tuviesen los suficientes recursos para pagar los estudios y los gastos diarios que comportaba el sustento de tan numerosa familia.

Eran otros tiempos y otro tipo de educación. Más estricta, jerárquica, en la que los niños tenían poco que opinar ante lo que dijeran y decidieran los mayores. Veían poco a los padres, a causa de sus múltiples ocupaciones y compromisos.  En las familias numerosas, se les daba la potestad a unos hermanos, sólo un poco mayores que los pequeños, de mandar, guiar, orientar a los menores. Tristemente, los padres creían que eso estaba bien; sin tener en cuenta que, aun siendo de mayor edad, no tenían la más remota idea de cómo proyectar sus vidas. Resultaba paradójico que pudiesen ayudar a sus hermanos a conducir las suyas.




Imagen obtenida en Internet. Desconozco su autor o procedencia.




viernes, 15 de julio de 2016

Cómo hacer de la separación un motivo de aprendizaje



Por más dolorosa que sea una ruptura afectiva, podemos sacar provecho psicológico de ella. Tomar los aspectos positivos de la experiencia, revisar los errores cometidos y tratar de comprender lo ocurrido. Procurar que la reflexión nos sirva para crecer y no para hundirnos en la culpa, el arrepentimiento o la depresión. La siguiente guía, propuesta por Walter Riso en su libro “Manual  para no morir de amor”, puede servirnos para pensar ordenadamente sobre la cuestión.

Tengamos claro por qué nos separamos

Es muy importante que conozcamos las razones por las cuales nuestra relación se fue a pique. Aunque parezca extraño, mucha gente no es capaz de explicar por qué se acabó la relación. Esa ignorancia respecto a la disolución del vínculo genera incertidumbre y malestar. No saben cómo actuar y cómo reconducir su vida porque desconocen lo que ha sucedido en su relación. No vieron las señales que les avisaban que algo iba mal. ¿Cómo puede ser posible tal desconocimiento, si somos los principales implicados? Las parejas se deterioran más fácilmente si uno se queda de brazos cruzados; lo que un día puede ser una queja o un tema sin importancia, luego puede convertirse en un problema gigantesco.

¿Por qué se separa la gente?

Críticas, evaluación negativa y descalificación.
Inseguridad, inmadurez emocional.
Gran necesidad de afecto, apegos, dependencia emocional.
Excesivo amor, que ahoga, asfixia.
Necesidad de controlar al otro. Llevar todo bajo control.
Aburrimiento, tedio o rutina.
Insultos, maltrato psicológico, agresión física. 
Celos, infidelidad.
Proyectos de vida discordantes.
Dificultades en torno a la sexualidad.
Discrepancias en cuanto a tener hijos, o no.
Problemas en torno a la educación de los hijos.
Adicciones.
Malas relaciones familiares.
Diferencias en torno al manejo del dinero.
Dificultades económicas.
Relaciones no equitativas.

Vida social incompatible.

Para que se llegue a la ruptura de una pareja, puede prevalecer uno de estos motivos o la concurrencia de varios de ellos. Las razones existentes para separarse no tienen que ser catastróficas o dramáticas. Ser infeliz, o no poder ser feliz, es suficiente razón para no seguir adelante con una relación; aunque a la gente no le guste, proteste y te diga de todo para que no lo hagas. La causa de tu separación no tiene por qué estar en lo profundo del inconsciente o en algún tema oscuro y retorcido de la niñez. A veces, sencillamente, la relación no funciona y el síntoma, lo que se nota e impacta, es que la infelicidad va en aumento.

Si reconoces errores por tu parte, asúmelos, sin culparte ni castigarte. Hazte cargo de ellos y, a ser posible, corrígelos y procura no repetirlos en el futuro. Conviértete en un experto de tu propia vida, aprendiendo de cada desenlace, de cada tropiezo y de cada éxito. Sin llegar a la obsesión, examina los momentos relevantes que viviste en pareja, lo que hiciste y dejaste de hacer, lo que te hicieron, las insatisfacciones y las alegrías. Examina todo lo que puedas, no lo dejes al azar. Si no aprendes de tus experiencias pasadas podrás repetir una y otra vez los mismos errores.

Tomemos conciencia de todo lo que negociamos y aguantamos en la relación

Este punto quizá sea el más doloroso. Muchas personas, cuando analizan lo que negociaron y aguantaron, se enfurecen consigo mismas: “¿Por qué no reaccioné a tiempo?” “¿Por qué no me di cuenta de lo que pasaba?” Cada cual tiene su ritmo de asimilación de lo que ocurre y un período para acumular coraje.

Llorar y lamentarse ya no sirve de nada, así que lo mejor es empezar a tener claro lo que no deberíamos haber negociado ni soportado. Si tenemos presentes nuestros principios y valores, nos daremos cuenta que en aquellas situaciones en las que dijimos “sí” cuando queríamos decir “no”, estábamos comprometiendo nuestra dignidad, nuestra libertad y renunciábamos a algunos derechos fundamentales. Con ello, perdíamos parte de nuestra esencia.

La lista nos proporcionará claridad en lo que no debemos volver a aceptar o a hacer por amor. Ello nos dará una herramienta para no ser sumisos en el amor, ya que estamos renunciando a partes fundamentales de nosotros mismos, que no son negociables. El primer aprendizaje vital que surge de nuestra separación: habrás descubierto lo que no quieres ni debes aceptar, porque va en contra de tus valores y principios.

¿Qué nos impidió poner límites?

En este punto debemos tratar de precisar por qué negociamos lo que no era negociable y aguantamos lo inaguantable. Por qué dejamos de ser nosotros mismos. ¿Qué nos lo impidió? ¿La culpa, la presión social, el miedo a la soledad, la dependencia, la sumisión, la falta de asertividad, la esperanza? En las relaciones sanas, es normal que se vayan marcando unos límites, y que cuando uno de los dos se pasa de la raya, el otro le haga caer en la cuenta que se ha extralimitado. Pero, “quien calla otorga”, así que cada vez que accedíamos abnegadamente a hacer lo que no deseábamos, nos convertíamos en cómplices de nuestro propio malestar. ¿Hablamos cuando teníamos que haber hablado? ¿Expresamos claramente nuestra protesta o inconformismo? Éste es el segundo aprendizaje importante: ser asertivos, comunicarnos y decir lo que nos gusta y lo que nos molesta, ayuda a que el amor fluya más fácilmente y a evitar que se generen resentimientos.

Si pudiéramos retroceder en el tiempo, sabiendo lo que sabemos de nuestra pareja, ¿repetiríamos con la misma persona?

Si la respuesta es afirmativa, sería recomendable buscar ayuda profesional. La decisión de acabar la relación puede haber sido prematura, o necesitamos terminar de aclarar las cosas.

Cuando la respuesta es que “No repetiríamos”, ¿de qué nos quejamos? ¿Por qué titubeamos si nuestra mente y nuestro corazón nos dicen que no deberíamos volver? Quedémonos en el aquí y en el ahora, en lo que es y no en lo que no fue. Nuestras expectativas no se han cumplido, aceptémoslo. La revisión anterior está orientada a rescatar conocimientos y experiencias que sirvan para nuestro crecimiento y no para añorar lo inexistente, para añorar lo que no ha ocurrido.

Separación y trauma no son sinónimos

Inconscientemente podríamos estar desempeñando el papel de víctimas, cuando no tiene que ser así. La lógica nos indicaría que salir de una mala relación sería más un motivo de celebración que de amargura. Si el matrimonio en el que estábamos era excelente, ¿por qué tuvo lugar la separación? Quizá no era tan “excelente” y deberemos ser realistas y profundizar en lo referente a cómo fue esa convivencia.

Si la relación que se acabó era regular, mala o muy mala, no lloremos por lo que no vale la pena. Démonos cuenta que ¡somos libres! Ya no tendremos que estar salvando lo insalvable, cuidando lo que decimos o hacemos, pensando qué le pasa a la otra persona, sintiéndonos mal si decimos o hacemos algo que le moleste…

Aunque la sociedad tiene el concepto de que las separaciones son traumáticas, no siempre es así. Es nuestra actitud la que las vuelve problemáticas. ¿Nos separamos porque ya no nos querían? ¡Muy bien hecho! No tiene objeto seguir con alguien que ya no nos quiere. ¿Nos maltrataban? ¿Nos eran infieles? ¿Éramos incompatibles? Todos son motivos válidos. Cuando alguien nos mire con lástima debido a nuestra separación e intente darnos el “pésame”, no entremos en el juego; no dejemos que nos cuelguen el cartel de víctima. Las heridas que llevamos a cuestas se irán sanando a medida que empecemos a conectarnos con el lado positivo de la vida y conozcamos a personas que valgan la pena.

Empezar de nuevo

La separación puede ser vista como un fracaso o una liberación. Como un motivo de tristeza o de festejo. No obstante, independientemente de cómo nos sintamos, una cosa es segura: tendremos que comenzar de nuevo. Vivir solos, con o sin hijos, reacomodar nuestra vivienda, buscar una nueva, organizar los horarios, adquirir nuevas rutinas y costumbres… En fin, separarnos implica reestructurar todos nuestros roles y empezar una vida distinta, con otras exigencias. Entraremos en un proceso de cambio radical, una “crisis”, donde deberemos reinventarnos desde los pies a la cabeza.

No todo es negativo, encontraremos muchos aspectos positivos de la nueva faceta que debemos emprender. No todo es oscuro. Es verdad que empezar de nuevo requiere trabajo y dedicación, pero no seremos unos principiantes, hemos aprendido de la experiencia y sabemos lo que no queremos; eso nos permitirá optimizar nuestros esfuerzos. Consideremos ese nuevo comienzo como si hubiéramos formateado el disco duro del ordenador. Tenemos la posibilidad de arrancar de cero, sin tantas creencias irracionales y con una actitud más realista.

Todo lo que hemos aprendido durante la relación, el análisis y el trabajo personal hecho después de la separación, nos aportarán las enseñanzas necesarias para poder empezar de nuevo con nuestra vida; posiblemente, con el tiempo, con una nueva relación de pareja, más consciente y enriquecedora que la anterior.




Bibliografía:

RISO, Walter: “Manual para no morir de amor”.

Imagen encontrada en Internet, desconozco el autor.




miércoles, 13 de julio de 2016

Progresar en el amor, romper con el desamor



Mientras que un gran número de personas desea encontrar a alguien especial, con quien poder construir una familia, muchas otras, están teniendo problemas con su pareja o han roto su relación y, todavía, no se han recuperado emocionalmente. Para todas ellas, el amor y el desamor son temas que ocupan una buena parte de sus pensamientos y de su tiempo.

Es difícil negar que el hecho de enamorarnos y construir una familia pueda ser  una de las experiencias más reconfortantes, desde el punto de vista psicológico y espiritual. El problema es saber con quién emprendemos la tarea, cómo elegimos compañero o compañera.

Algunos consideran que encontrar una pareja, con la cual, la relación sea enriquecedora  y estable, es una cuestión de suerte. Pero, no es así. Depende, en gran medida, de cada uno de nosotros, de cómo somos, cómo actuamos y cómo resolvemos los problemas y las diferencias que van surgiendo.

Muchas de las equivocaciones en el amor, se dan en aquellas parejas cuya elección sólo se hace con el corazón. Sin considerar, de manera racional, otros factores que podrían ser fundamentales para la convivencia diaria.

Además del sentimiento amoroso, deberemos ir poniéndole algo de cabeza a la relación e ir viendo cómo es la otra persona, cómo somos nosotros con ella, cómo es nuestra forma de relacionarnos. Si son llevaderos los defectos o las debilidades de los dos, si somos compatibles, cuáles son los intereses de cada uno y si, juntos, podremos desarrollarlos. Hay aspectos de la otra persona que sólo emergerán durante la convivencia, por lo que poco podremos prever al respecto. Pero, nos engañamos a nosotros mismos cuando vemos ciertos detalles o formas de actuar que no nos gustan y les quitamos importancia, pensando que con nuestro gran amor todo se irá arreglando.

Suponemos que la vida es mucho más confortable cuando se comparte entre dos. Por lo tanto, nuestra pareja, jamás, puede significar una carga que soportar. Un buen amor de pareja es liviano, no hay que arrastrarlo, como si fuera una cruz que nos ha tocado llevar a cuestas. No se construye en base a  sufrimientos y lágrimas, como todavía piensan ciertas personas. Si una relación se convierte en dolor y cansancio, sin perspectivas de mejorar, adaptarse a la situación, no es tan solo erróneo, sino disparatadamente irracional. En palabras de Riso: “No hay que padecer a la persona amada, sino disfrutarla”.

Podemos hacer muchas estupideces en nombre del amor: nos dejamos estafar, persistimos en relaciones donde el otro no nos ama, soportamos el maltrato, renunciamos a nuestros sueños, a nuestros intereses, a nuestra vocación… En fin, el tan alabado amor muchas veces se nos escapa de las manos y nos conduce a un callejón sin salida.

Hay una serie de cualidades que ayudan a que una relación de pareja sea positiva: la capacidad de comprometernos, la sensibilidad, la generosidad, el ser considerados, la cooperación, la capacidad de adaptación, reconocer los errores y trabajar por corregirlos, el saber perdonar, la solidaridad, la responsabilidad, la confianza… Algunas de ellas pueden estar en nosotros y otras se pueden ir adquiriendo a través de los años de convivencia. 

Lo deseable es que la relación sea agradable, que haya puntos en común, que podamos disfrutar con nuestra pareja. Cuando hay más desencuentros que encuentros y nos vemos obligados a sustentar y defender nuestros puntos de vista, nuestras preferencias y nuestros deseos, estamos con la persona equivocada. Hay incompatibilidades que no son fáciles de llevar y cuya presencia afectará profundamente a la relación. Por ejemplo, posiciones muy diferentes en cuanto a las creencias, la religión, los proyectos personales, las posiciones éticas, la actitud frente a la vida, así como otras cuestiones trascendentales que reflejan visiones del mundo contrapuestas.

Soy una gran defensora de las relaciones de pareja y de hacer lo posible por solucionar las dificultades que surjan, tratar de limar asperezas, respetar los espacios individuales y compartidos... No obstante, debo reconocer que hay ocasiones en las que, todo eso, no es que sea difícil, sino que se ha convertido en imposible. La situación se ha deteriorado tanto, que no es recomendable continuar luchando para salvar la relación: se ha llegado a un punto de no retorno.

 Algunas parejas se han encontrado, a lo largo de su relación, con la imposibilidad de construir un proyecto de vida en común; no logran tener una convivencia agradable y se están destruyendo mutuamente. En otras parejas, surgen tan graves problemas entre ellos, que son incapaces de encontrar la forma de afrontarlos adecuadamente.

Muy lamentablemente, debemos aceptar que algunas relaciones no son recuperables, por lo que es conveniente ayudar a las personas involucradas para que la ruptura sea lo menos traumática posible y para que extraigan las lecciones que esa relación aporta a sus vidas.

Algunas personas, después de separarse, adquieren lo que podría llamarse la sabiduría del “no”: es posible que no posean una absoluta claridad sobre lo que esperan y quieren del amor, pero sí sobre lo que no quieren y no estarían dispuestos a tolerar otra vez. Miran lo que ha habido en su relación y determinan cuáles son los elementos que no son negociables, lo que no están dispuestos a sufrir de nuevo, lo que no quieren volver a vivir con otra persona: los celos, el excesivo control del dinero, que no le respeten, la infidelidad, la falta de detalles, la abstinencia sexual, que la pareja sea aburrida…

Las diferentes vivencias nos muestran lo que no querríamos tener en una nueva experiencia y cuáles son las cosas que sí apreciamos en nuestras relaciones y que para nosotros son importantes. Si nuestra lista de exigencias es demasiado grande será bien difícil encontrar a alguien con quien poder compartir nuestra vida, nuevamente.

Como en todos los órdenes de la vida, es conveniente mantener cierto equilibrio y objetividad. Debemos aprender de la experiencia, analizar lo que ha pasado y por qué. Saber qué parte de responsabilidad nos corresponde a nosotros, ver en qué hemos fallado y cómo solucionarlo, en ocasiones futuras. Siempre, teniendo cuidado de no cerrarnos a nuevas relaciones o pretender que la persona que pueda venir sea perfecta, lo cual es imposible.

Walter Riso afirma que, algunas veces, será recomendable la ruptura de un matrimonio, aunque todavía se sienta amor. Si estamos sufriendo con nuestra relación, si no nos aporta bienestar y felicidad, aunque amemos a nuestra pareja, cambiaremos un sufrimiento continuado e inútil por un dolor temporal, que se irá disipando gracias a la elaboración del duelo: “Te amo, pero te dejo. Y lo hago no porque no te quiera, sino porque no me convienes, porque no le vienes bien a mi vida”. La máxima a tener en cuenta sería: “si no vives en paz, amar no es suficiente”.

Algunas personas permanecen en un matrimonio con problemas en la convivencia por razones ajenas a la pareja: cuestiones familiares, sociales, religiosas… La familia y algunos amigos, en lugar de apoyarles en su decisión, pueden hacer que ésta sea mucho más difícil de tomar.

La decisión de seguir o no con tu pareja es exclusivamente tuya o, como mucho, de ambos: no entregues el poder a otra persona para que decida por ti. Tú eres el único que sabe cómo es tu relación y cómo te está afectando. Ni siquiera tu pareja puede forzarte a continuar en una relación en la que ya no deseas continuar.



Bibliografía:

RISO, Walter: “Manual para no morir de amor”.

Imagen de 123RF.





jueves, 7 de julio de 2016

Un almuerzo con mi amiga Laura




El destino quiso que yo me tropezara con Laura, mientras hacíamos cola frente a la misma ventanilla de atención a los estudiantes, en la sala donde se hallaba ubicada la Administración de la Universidad de Navarra.

Fue ella quien se dirigió a mí para preguntarme si era colombiana. Me llamó mucho la atención que, sin haber abierto yo la boca, adivinara cuál era mi nacionalidad. Apenas me dio tiempo a asentir, cuando ya me había formulado otras dos preguntas consecutivas. A la primera, le dije que iba a preparar un Postgrado en Psicología y, a la segunda, tuve que contestar nuevamente en sentido afirmativo y decirle que, efectivamente, estaba buscando alojamiento.

-Es la razón por la cual estoy aquí -le confesé, con cierta timidez-. Para pedir información sobre las alternativas disponibles.

Fue entonces, cuando se salió de la fila, me agarró del brazo con delicadeza y me rogó que yo hiciera lo mismo. Mi cara de asombro le impulsó a contarme que ella era argentina, que se llamaba Laura, que estaba finalizando un doctorado en Ciencias Económicas y Empresariales y que había venido porque, justamente, estaba buscando cubrir una vacante que se había producido en el piso que ella compartía con otra amiga chilena. Me habló, con todo lujo de detalles, de cómo era el apartamento, de sus comodidades y de su excelente ubicación. Me pareció conveniente el importe que tendría que aportar para cubrir mi parte proporcional, en concepto de mensualidad y consumos. Sin que me diera cuenta, me encontré fuera del edificio de la Universidad, abandonando el campus, con paso decidido, camino de donde yo residiría durante el curso universitario.

En aquel bello y confortable piso, con suelo y vigas de madera, preparado para afrontar los fríos del invierno, pasé un inolvidable año en compañía de María, la compañera chilena que preparaba la Licenciatura en Derecho Canónico, y de Laura. A pesar de trabajar en materias distintas, el largo tiempo de convivencia hizo que estableciésemos una linda amistad. Sin embargo, aun a día de hoy, me pregunto cómo fue posible, teniendo Laura un carácter tan distinto a sus otras dos compañeras de piso.

Aunque en otra oportunidad hablaré de María, quisiera decir que, una vez hubo terminado nuestra estancia en Pamplona, las tres regresamos a nuestros respectivos países. Yo me esforcé por mantenerme en contacto con ambas. Laura era muy remisa a la hora de corresponder a las cartas que yo le escribía. Cuando lo hacía, se trataba de escritos cortos y escuetos en los que me hablaba de su progresión profesional. Aun cuando no contestaba a casi ninguna de las cuestiones que le exponía, yo me daba por satisfecha al confirmar que nuestra amistad  seguía estando latente.

Habrían transcurrido algo más de dos años, cuando recibí una llamada telefónica suya, faltando muy pocas fechas para la Navidad. Fue para decirme que se casaba y que quería que yo fuera uno de los dos testigos que la novia debía aportar, el día de su boda. Me adelantó la fecha prevista para el enlace y me dijo que me daría más detalles. A los pocos días de haber celebrado la entrada del nuevo año, me volvió a llamar y me dijo que se había anulado su casamiento. Me pidió disculpas y se limitó a decirme que había roto el compromiso con su novio, al darse cuenta de que existía una incompatibilidad de caracteres mucho mayor de lo que ella había imaginado, al inicio de su corta relación.

En junio de aquel mismo año, le escribí una carta anunciándole que me trasladaba a Caracas y le daba mis nuevas coordenadas. Antes de que mi familia y yo abandonáramos Bogotá por tiempo indefinido, recibí un correo urgente de Laura, diciéndome que la entidad financiera en la que trabajaba le había pedido que asumiera la dirección adjunta de su filial en Venezuela.

A lo largo de los dos años que duró el tiempo de residencia de mi marido y mío en Caracas, me vi con Laura, en muy pocas ocasiones. La primera de ellas, fue para decirme que había reservado una mesa, en un restaurante de Las Mercedes, para el siguiente viernes por la noche. Me pidió disculpas por formularnos la invitación con tan sólo dos días de antelación pero me dijo que no podíamos fallarle, que quería presentarnos a la persona con la cual iba a casarse. Se trataba de Adolfo, el presidente de una firma italiana vinculada al sector del automóvil. Casualmente, mi marido y él, habían mantenido algún contacto profesional, en el pasado. Transcurridas un par de semanas desde que hubiera tenido lugar la mencionada cena,  Joaquín me dijo que el noviazgo de su amigo con Laura, se había ido al traste. Se lo había comunicado, personalmente, el propio  Adolfo.

Para no hacer interminable esta narración, obviaré contar la historia de la relación que mi marido y yo hemos mantenido con Laura, la cual se ha distinguido por largos períodos de silencio, interrumpidos por muy cortos y escasos encuentros. Aunque, al ser mi amiga una mujer incompatible con el reposo y el descanso, todos ellos, resultaran muy intensos. Diré que, en la actualidad, es una alta ejecutiva de un Banco español con sede principal en la City londinense y es una gran enamorada de España. En alguna de las distintas ocasiones en las que ha visitado nuestro país, ha estado alojada en nuestra casa de la Costa Brava, circunstancia que propició su gran interés por el Festival Internacional de Música del Castillo de Peralada.

De forma totalmente imprevista, la pasada semana viajé a Londres para asistir a un simposio, en sustitución de la persona que debía presentar una ponencia. Cuando telefoneé a mi amiga Laura, me protestó por no haberla avisado y, después de media docena de otras tantas llamadas y no sé cuántos cambios en su agenda, logró fijar la fecha y la hora de nuestro encuentro, las cuales coincidieron con la víspera de mi regreso a Madrid. Decidió hacer reserva de una mesa en un restaurante argentino que se llama “Gaucho”, el cual está situado a cuatro pasos del hotel en donde yo me alojaba, en una calle relativamente corta, perpendicular a Piccadilly, que se llama Swallow Street. El edificio que alberga al restaurante, fue la casa de un antiguo Embajador de España en Gran Bretaña.

Llegó con cinco minutos de retraso. Apenas nos saludamos, lo primero que me preguntó fue si había comprado las entradas para el concierto del viernes, día veintidós de julio, en el Castillo de Peralada. Sonriendo, le hice un gesto afirmativo con la cabeza. Emocionada, como si de una niña se tratase,  se lanzó a hablar.

-¡Actuarán Ana Belén, Miguel Ríos, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat! Rememorarán la exitosa gira que dieron por toda España, hace veinte años ¡Por nada del mundo quisiera perderme este concierto! Mi vuelo llegará a Barcelona, a primera hora de la tarde, con tiempo suficiente para acomodarme y arreglarme en vuestra casa. Está previsto que el espectáculo dé comienzo a las diez de la noche. Supongo que, Joaquín, no tendrá ningún inconveniente para que vayáis a recogerme al aeropuerto.

-No tienes de qué preocuparte -le dije, mirando a sus grandes y azules ojos que brillaban de alegría-. Hemos organizado nuestras vacaciones en función de tu visita. No me has dicho cuántos días piensas quedarte.

-El fin de semana. El domingo por la tarde tengo que estar de regreso -contestó mi amiga.

-¿No piensas tomarte unas vacaciones?

-¡Ni pensarlo, Magdalena! ¡Con el Brexit, me tocará estar de guardia!

Me alargó su bolso para que yo lo custodiara, a mi lado, sobre el asiento corredizo, con respaldo, en el que me había sentado al llegar. Ella se acomodó en su silla y prestó atención al encargado del restaurante que había permanecido respetuosamente de pie, frente a nuestra mesa.

-¿Es usted argentino?

-No, señora. Un servidor es español.

-No le había visto, antes. ¿Qué ha pasado con Arturo?

-¡Nada, señora! Don Arturo está de vacaciones. Servidor, ha venido de otro restaurante, perteneciente al mismo grupo, para sustituirle temporalmente.

-¡Muy bien! ¿Cómo se llama, usted?

-Rogelio; para servirle.

-¡Encantada, Rogelio! Entonces, voy a pedirle el primer favor: denos cinco minutos de tiempo para que, mi amiga y yo, podamos decidir la comanda.

Yo presencié la escena, en completo silencio. Resultaba evidente que Laura era una asidua clienta del restaurante. Tomé la carta en mis manos, ella también lo hizo y, cuando la hubo abierto, su cabeza despareció detrás de las dos enormes cubiertas forradas en cuero negro.

-“Hoy puede ser un gran día”, “España, camisa blanca de mi esperanza”, “Sólo pienso en ti”, “Cantares”, “Mediterráneo”, “La Puerta de Alcalá” -fue recitando, mi amiga, mientras se suponía que exploraba la carta.

-¿Dónde aparecen estos platos? -le pregunté.

Laura cerró la carta y la apartó a un lado. Me miró con expresión de sorpresa y, al verme sonreír, ella hizo lo mismo.

-¡Son canciones entrañables! -exclamó, con entusiasmo- Puedes llamarme carroza, si quieres.

-A mí, también me gustan -le comenté-. Aunque, debes reconocer que es música para  setentones; es la edad a la que han llegado todos cuantos has mencionado.

-¡Bah! ¡No exageres! Tú y yo éramos unas niñas, cuando ellos se dieron a conocer. Por lo menos, nos llevan veinte años, los mismos que han pasado, desde que estuvieron de gira -mintió, mi amiga Laura, dirigiéndome una maliciosa mirada.

Pude observar que, a una prudente distancia, el “maitre” estaba pendiente de nosotras. Ella también se dio cuenta y me propuso prescindir de la carta. Me sugirió pedir el más pequeño de los “Chateaubriand” que anunciaban, una pieza de carne de cuatrocientos cincuenta gramos, a compartir entre dos personas. Correspondiendo la otra opción a la de setecientos gramos, acepté la propuesta de mi amiga, si bien me quedé temerosa de no poder acabar con la porción de carne que me presentarían. En vista de lo cual, Laura llamó a Rogelio y le completó el encargo con dos zumos de fruta, a modo de aperitivo. Le dijo que anotara las dos propuestas del día, consistentes en salmón ahumado, como entrante, y fresas con crema, para los postres. El “maitre” preguntó si deseábamos agua, mi amiga me lanzó una mirada de interrogación y, al yo decir que me apetecía agua mineral con gas, se limitó a entregar la carta al encargado. Rogelio retiró delicadamente la mía, nos dio las gracias por el encargo e hizo una ligera inclinación de cabeza, con la intención de retirase. Fue entonces, cuando fue sorprendido por la observación que lanzó mi amiga argentina.

-¡Falta el encargo más importante, estimado amigo Rogelio!  -exclamó, Laura, en un tono de intriga.

Sorprendido y desorientado, el “maitre” depositó sobre mí su mirada, en busca de una ayuda que yo era incapaz de dar. Antes de que tuviera tiempo de abrir la boca, se volvió a escuchar la voz de Laura.

-Como argentina que soy, amigo Rogelio, no debería usted permitir cerrar una comanda, sin sugerir la conveniencia de regar las viandas con un buen vino ¡La carne y el vino, son algunos de los tesoros más preciados de mi tierra!

Al percatarse de su olvido, el encargado del restaurante hubiera querido desaparecer de la faz de la tierra. Mudó el color de su cara, permaneció paralizado durante unos segundos, tragó saliva y reaccionó diciendo:

-Le ruego sepa disculparme, señora. No sé cómo haya podido incurrir en un error tan grave. Tenga por seguro que no volverá a suceder.

-Tendremos oportunidad de comprobarlo en futuras ocasiones -respondió, Laura-. Mientras tanto, tenga la gentileza de enviar a alguien a la bodega en busca de un buen Cabernet Franc que, como el resto de variedades Bordeaux, encontró su sitio en Argentina.

Pude comprobar que el “maitre” Rogelio había puesto sus cinco sentidos en atender el encargo que estaba a punto de efectuarle la dama argentina. Permanecía de pie, inmóvil y expectante, con sus ojos bien abiertos. Por un momento, lamenté el mal momento que el empleado estaría soportando.

-Es una uva producida por los cultivados viñedos del Valle de Uco -continuó diciendo, Laura-. ¿Sabe de dónde le estoy hablando?

-¡Por supuesto, señora! Se trata de suelos  pedregosos, irrigados por el agua de deshielo de los ríos Tunuyán y Tupungato, al sur de Mendoza -respondió, Rogelio, ante el asombro de Laura y el mío.

-¿Es capaz de saber qué marca de vino le voy a pedir? Es una de las mejores que guarda la bodega de este restaurante. Entre algunas otras, la razón más importante que me inclina a visitarles, con frecuencia.

-No, señora. Ahora mismo, no sería capaz de adivinarlo -contestó, Rogelio.

-Le estoy hablando del “Riglos Gran”, cosecha 2013. Por favor, compruebe si está disponible.

-No hace falta que lo compruebe, señora -dijo, el “maitre”, con rotunda seguridad-. Lo tenemos en bodega.

Cuando Rogelio se hubo retirado con la comanda en las manos, no pude menos que hacer un comentario que fue el detonante de la conversación que mantuvimos durante toda la comida.

-¿Eres, siempre, igual de exigente Laura? -le pregunté- No conocía esta faceta tuya.  ¡Ahora me explico porque has llegado a ser Vicepresidenta de un Banco!

-¡Ya estamos con lo de siempre! -protestó mi amiga argentina- Te habrás dado cuenta por los precios de la carta que este restaurante presume de categoría, lo cual implica que es exigible un alto grado de profesionalidad en su personal. Pagaré más de ochenta Libras Esterlinas por la botella de vino que he pedido. Por este precio, un “somelier” está obligado a saber dónde están ubicadas las cepas de cada viñedo.

-Rogelio es el “maitre” -dije, en tono de disculpa hacia el empleado español-. No está obligado a tener los mismos conocimientos que un “somelier”.

-A mí, eso no me importa. El restaurante puede prescindir de “somelier”, siempre y cuando el encargado conozca todos los detalles de los vinos que tiene en bodega ¡Es lo mínimo exigible! De lo contrario, la competencia les comerá el terreno y se verán en graves apuros. ¡Así es la Ley de la Vida, Magdalena! ¿Acaso tú has tenido una vida regalada? ¿No te lo has ganado todo, a pulso?

-Lo que dices es correcto, Laura. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Lo que me ha parecido apreciar en ti, ha sido un cierto grado de competitividad con Rogelio por el simple hecho de que era un hombre.

Mi amiga hizo un gesto de desaprobación. Nuestra conversación quedó un buen tiempo interrumpida por la aparición del camarero que nos sirvió el primer plato y de una señorita que, sin identificarse como “somelier”, pareció ser la encargada de servir el vino a los clientes. Como anfitriona, Laura le pidió que me hiciera los honores. Quedé sorprendida por la extrema calidad de aquel vino argentino.

-No te confundas, Magdalena -dijo, Laura, al retomar la conversación-. Desde mi más tierna infancia, me enseñaron a ser competitiva. La única vez que le presenté, a mi padre, unas deplorables calificaciones, me tomó de la mano y me llevó a la habitación de la casa en donde tenía su despacho y en la que, mis hermanos y yo, teníamos prohibido entrar. Me tuvo más de media hora, sentada frente a su mesa. Las reflexiones que me hizo, nunca las he olvidado. Con lágrimas en los ojos, le pedí que me diera un tiempo para mejorar las notas y le prometí que, nunca más, tendría queja de mí.

-Resulta obvio que cumpliste tu palabra -le dije, a mi amiga-. El esfuerzo, el trabajo, la tenacidad, el espíritu de sacrificio, son principios importantes que todo ser humano debe tener presentes y, sobre todo, tiene que poner en práctica, permanentemente.

-Sin embargo, como psicóloga que eres, me vas a decir que estás en contra de la competitividad. Que, desarrollar un espíritu altamente competitivo, hace infeliz a la gente  -me interrumpió, adelantándose a mis pensamientos.

-Ciertamente, me parece un tema muy delicado -le respondí-. La dificultad reside en encontrar la justa medida, en mantener, siempre, el equilibrio.

-¡Esto es lo que defendéis los teóricos, Magdalena! Pero, cuando te encuentras en medio de la selva de la vida y tienes que afrontar cientos de batallas para sobrevivir, para abrirte paso entre la sociedad inmisericorde, te das cuenta que sólo hay un camino: ¡competir! Es así de cruel y así de cierto. Tan sólo compitiendo, sobreviven los fuertes; tan sólo compitiendo, avanzan los pueblos.

Laura hablaba con el total convencimiento de que fuese cierto lo que decía. Hablaba con pasión. Y, mientras lo hacía, sus ojos no dejaban de buscar los míos. Cuando nuestras miradas se encontraban yo reconocía, en la de mi amiga, una inconfundible expresión de desafío.

-Mi experiencia personal ha hecho que yo sea particularmente precavida con los hombres. De manera muy especial, en las relaciones laborales y en el mundo financiero en el que me muevo -continuó diciendo, mi amiga-. Sin lugar a dudas, vivimos en una sociedad machista. Aún en los países más desarrollados, la afirmación que acabo de hacer es de plena aplicación.

-Quizás, tengamos oportunidad de hablar de todo ello, con ocasión de tu próxima visita, por corta que sea -le sugerí, por considerar que no era ni el lugar ni el momento oportuno para profundizar en semejante asunto.

- ¡Ya sé lo que me vas a decir! -exclamó.

-¿Ah sí? ¿Qué es lo que piensas que te diré?

-Que hubiera tenido que dejar aparcada mi competitividad, en mis relaciones sentimentales con los hombres -contestó, Laura.

-No vas del todo desencaminada.

-Después de pensar mucho en ello, llegué a la conclusión de que sólo sería feliz con un hombre exigente, que tuviera el mismo espíritu de competitividad que yo. Pero, suficientemente inteligente para  distinguir entre el amor y el trabajo.

-¿Lo encontraste? -le pregunté a mi amiga argentina.

-¡Evidentemente, no! -me respondió.

-¿Lo sigues buscando?

-En alguna parte del mundo debe existir un hombre así, pero hacen falta tiempo y paciencia para buscarlo ¡Yo no tengo ninguna de estas dos cosas! ¡Vamos a tomarnos las fresas, Magdalena!





Imagen de 123 RF:

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