Expresar algo con pocas palabras no garantiza la
correcta comprensión de nuestro mensaje. Semejante práctica puede generar
dificultades que impedirán la consecución de nuestro objetivo, que se limita a
una comunicación fácil y eficaz con la persona que nos interesa. Sobre todo,
cuando la receptora del mismo opta por callar y no solicitar aclaración alguna.
En diferentes oportunidades, habremos escuchado que “a
buen entendedor, pocas palabras bastan”. Con esta frase, hay quienes tratan de
insinuar que ellos han dicho lo suficiente como para que la otra persona
entienda el mensaje que quieren expresar. Por lo tanto, si su receptor no lo ha
captado, ellos quedan exonerados de cualquier responsabilidad, la cual,
entienden que recae exclusivamente en el individuo al que va destinado.
La creencia que sostiene ese refrán puede llegar a obstaculizar
la comunicación y llevar a malos entendidos. Cuando alguien no explica
claramente lo que piensa, lo que quiere, lo que no le gusta, lo que no desea,
¿cómo pretender que el otro sepa qué es lo que ha querido decirle? Si, más
tarde, surgen dificultades pareciera que el problema es imputable al “mal
entendedor”, a quien, no le bastan unas pocas palabras.
Es algo que cuesta entender. ¿Es tan difícil decir las
cosas con las palabras necesarias para que la otra persona lo comprenda? Y, si
no lo entiende, ¿no se le puede explicar de otra forma, hasta que nos
cercioremos de habernos expresado con suficiente claridad? Sería recomendable
que se hablara con calma, con paciencia, con cariño, con delicadeza, con la
verdad por delante, con exigible deferencia, en suma. Todo, dentro de una
conversación en la que los dos manifiesten lo que desean y lo que piensan al
respecto.
Algunas cuestiones pueden ser fáciles de “imaginar”; pero, el emisor no sabrá si
el receptor ha entendido el mensaje real que pretendía emitir. Ni el destinatario
sabrá si lo que creyó entender es lo que su interlocutor deseaba comunicarle. Así,
nos encontraremos con una comunicación no asertiva, en la que sólo se expresa
una mínima parte del mensaje o no se formula de tal forma que nuestro receptor
lo comprenda y nos pueda trasladar su punto de vista.
No nos equivoquemos, quien utiliza pocas palabras tiene la plena convicción de que, el otro,
percibe lo que se le está diciendo. Exige que lo entienda, sin necesidad de
explicar con mayor claridad el mensaje que transmite. No tiene en cuenta que la
comprensión del mensaje dependerá de su habilidad para comunicarse de forma
precisa e inequívoca y de su capacidad para adaptarse a sus diferentes
interlocutores.
Lo importante
en la comunicación es asegurarse de que, el otro, capta de forma correcta el
mensaje. De muy poco nos sirve, si no es recibido de forma adecuada
por nuestro interlocutor, si la interpretación de las palabras es diferente a
la del emisor, o no se ha percatado de la
importancia que las mismas contienen.
Si una persona es habitualmente parca en expresarse, si
es “de pocas palabras”, convendrá que tenga en cuenta al interlocutor al que
quiera dirigirse. No porque éste sea un “mal entendedor”, sino porque será
conveniente que haga un esfuerzo y se manifieste con mayor profundidad,
prescindiendo de su rutina y extendiéndose en algún tipo de explicación; sobre
todo, cuando se adentre en cuestiones de tipo afectivo.
Desde la psicología, se nos aconseja no llegar a
“conclusiones apresuradas” cuando nos hagan falta elementos de valoración.
Tampoco, debemos utilizar el “error del adivino”, elucubrando falsas
deducciones a partir de una información incompleta. Algún día hablaré de esos
dos errores del pensamiento, que pueden hacer que nuestra mente se dispare,
intentando dar explicaciones diversas a aquello que no entiende; las cuales,
repercutirán negativamente en nuestras relaciones interpersonales.
Les dejo esta otra imagen, la cual sí es muy
elocuente, aunque utiliza pocas palabras.
Imágenes encontradas en Internet, modificadas para el
blog.
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