jueves, 30 de marzo de 2017

El maltrato psicológico tiene efectos demoledores, aunque aparenten ser invisibles



El maltrato psicológico, al que también se le conoce como acoso moral, se manifiesta con una frecuencia mucho mayor de la que algunos admiten reconocer. Suele estar presente en los distintos tipos de relación entre parejas y en el trato que, dentro del ámbito familiar, puede darse a los niños o a los mayores. También podemos encontrarlo en el colegio o en el lugar de trabajo.

Aunque gran parte de la literatura que encontramos se refiere al maltrato psicológico del hombre hacia la mujer, debido a su frecuencia, intensidad y gravedad, no desearía que nos olvidásemos de aquellas mujeres que, igualmente, practican este tipo de maltrato.

En este escrito me voy a centrar en el maltrato psicológico que los hombres dirigen hacia las mujeres; aunque, lo que se diga aquí, puede ayudarnos a identificar otros tipos de comportamientos igualmente dañinos.

Se trata de una repulsiva práctica que comporta la agresión psicológica a sus parejas, que persigue limitar al máximo su libertad de movimientos, practicando un acoso permanente sobre ellas, humillándolas y aislándolas de las personas de las cuales puedan recibir apoyo. Las atacan emocionalmente, buscando erosionar su autoestima y que se sientan indefensas, con el fin de lograr aumentar su grado de control y el poder sobre las mismas.

Algunos hombres se caracterizan por ser crueles agresores psicológicos. No debemos creer que este modo de violencia sea más leve que la agresión física. Una paliza puede curarse en una semana, mientras que un ataque emocional, sistemático, logra desequilibrarte y hacerte sufrir durante muchos años de tu vida. Lo peor, es que el maltrato psicológico suele anteceder y coexistir con el maltrato físico, haciendo que el daño emocional sea de mayor intensidad y complejidad.

El agresor psicológico tiene diferentes medios para lograr su propósito, que no es otro que el de conseguir la dominación de su pareja. Podemos identificar distintos tipos de comportamiento, según pretendan humillar a la víctima, hacerla creer que es ella la que se ha vuelto loca, mantenerla aislada de sus amigos y familiares, o bien, privarla de medios económicos para que no disponga de una mínima autonomía. En algunos casos, el agresor psicológico puede emplear estas estrategias de modo simultáneo, o alternarlas a su antojo.

Por medio de la humillación, el agresor va logrando minar la autoestima de la mujer y, de esta manera, se asegura que ella piense que no posee las fuerzas para salir de esa espiral de violencia psicológica y que no tiene los recursos emocionales necesarios para hacer frente a la situación o para tomar sus propias decisiones.

El maltratador va recorriendo un camino que comienza con algunas quejas, luego llegan las críticas constantes, hasta que aparecen los insultos; todo ello, ante la perplejidad de su pareja, que no comprende cuáles son los motivos que les han llevado hasta esa situación.

También, puede exigir que las cosas se hagan como él dice, sin permitir la más mínima desviación. Algunos, acostumbran a ponerla en evidencia en público, incluyendo comentarios claramente despectivos, o no permitiéndole dar su opinión sobre asuntos en los que, en realidad, ella tiene mucho que decir.

Como resultado de todo ello, la mujer vive en un permanente estado de ansiedad. ¿Qué vendrá luego?, se pregunta, atemorizada.  Deberá evitar hacer o decir cosas que puedan provocar la ira de su agresor.

Casi sin darse cuenta, la mujer puede verse atrapada en el abuso emocional. Algunas actitudes no le parecen tan raras, pues anteriormente las vio en el hogar paterno, en los comentarios de otras mujeres y hombres, en la televisión, en las canciones y en la prensa.  Sin apenas darse cuenta,  va excusando las acciones cada vez más coactivas de su pareja: si él insiste en tomar las decisiones, la mujer puede pensar que es para que ella no se preocupe. Si la espía, es porque está celoso y realmente la quiere, etcétera.

Para influir sobre la mujer, encontrará ilimitadas posibilidades, tales como los desprecios frecuentes, hacer una montaña de pequeños errores sin importancia o echarle en cara, constantemente, viejos fracasos o dificultades. Otro sistema utilizado, es el de atacar su salud física, dificultando que duerma, haciendo que se ocupe de tareas absurdas a ciertas horas, generando ansiedad sobre la seguridad de sus hijos o sobre cualquier otro tema. A su vez, puede impedirle que vea al médico, o que tome las medicinas prescritas.

Pretende disponer a su antojo de la voluntad de su pareja. La mujer, puede llegar a experimentar un estado mental de “desesperanza”, una especie de “niebla” que no le deja ver lo que está sucediendo y que le impide hacer frente a las presiones de su agresor, quien le mantiene cautiva, no con llaves ni muros, sino arrebatándole su energía vital, haciendo que se deprima.

Toda esa presión va haciendo que la mujer dude de la veracidad de lo que piensa y percibe. Que niegue sus sentimientos y deje de confiar en su propio criterio, hasta el punto de no tener una visión objetiva de la realidad. Como consecuencia de todo lo anterior, no es difícil que la mujer pueda empezar a dudar de su propia cordura.

Por medio de múltiples maniobras perversas, el agresor pretende demostrar a la mujer que él se comporta de modo honesto y lógico, de modo que es ella la que “debería ver a un psiquiatra”. Le dice esto para desestabilizarla, aunque luego no le permitirá que acuda a un especialista. Eso no le convendría a él, ya que podría abrir los ojos y darse cuenta de lo que está sucediendo: él exige seguir teniendo un gran control sobre ella.

El hecho de aislar a su “víctima” de su entorno más cercano, es un sistema muy utilizado. Para un agresor, algo casi necesario, ya que de este modo el control es mucho más intenso y eficaz. Paulatinamente, logra que deje de relacionarse con la familia, los amigos y los compañeros de trabajo. Llegando, incluso, a exigir que ella permanezca en casa hasta que él vuelva.

El propósito fundamental del aislamiento es poder aumentar el control de la otra persona. Si un hombre puede mantener a su pareja fuera de contacto con el mundo exterior, ella dependerá sólo de él para todo. Estará obligada a prestar obediencia absoluta, sin recursos del exterior en los que apoyarse, con sólo sus propias y menguadas energías, para hacer frente al agresor. El maltratador puede hacer que la mujer se aparte de sus familiares o amigos, poniéndola en su contra por medio de sus comentarios y su actitud. Es otra forma más de “comerle el coco”, haciéndole ver que él es el único que la cuida, que se ocupa de ella, que como él nadie la quiere, que ella únicamente lo tiene a él, que los demás no la tienen en cuenta y sólo se ocupan de sus propios asuntos r intereses.

Cuando la mujer no trabaja, o cuando sus ingresos son de una cuantía significativamente inferior a los de su marido, el agresor psicológico utilizará el dinero como forma de control y de agresión psicológica hacia la mujer. Si la priva de todo sustento económico, además de castigarla, la humillará y le demostrará “quien manda”. Algunos, racionan el dinero para los gastos personales y del hogar, obligándoles a rendir cuentas, decidiendo en qué se puede utilizar y negándose a que sea ella la que disponga y administre las cuentas.

El maltratador psicológico tiene a su disposición un verdadero manual que contiene las distintas maneras y formas de comportamiento  para torturar psicológicamente a una mujer. Cualquiera de las alternativas contempladas puede ser válida para la consecución de sus objetivos

¡Aterrador, pensar que pueda hacer uso indiscriminado y caprichoso de todas ellas, a la vez!




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miércoles, 29 de marzo de 2017

La cigarra y la hormiga



Debería comenzar diciendo que he seguido regularmente sus escritos, desde poco tiempo después de que su blog, “Un día con ilusión”, hubiera visto la luz y hubiesen sido publicados algunos de sus primeros artículos.

Me consta, por consiguiente, que su sitio web está muy lejos de poder ser confundido con un consultorio sentimental. Pero, la lectura de su última publicación, una carta titulada Cansado de entregar amor, escrita por un lector imaginario, ha hecho que yo me haya decidido a hacerle llegar algunas historias, de las que he podido dar fidedigno testimonio, las cuales procuraré distorsionar todo lo posible para que no puedan ser reconocidas. Giran en torno a la fábula que sirve de título para el presente escrito. De antemano, le ruego acepte mis disculpas por mi atrevimiento.

Recuerdo que era un niño cuando, por primera vez, la escuché en el colegio. Me atrevería a decir que saqué una enseñanza muy elemental. Con toda seguridad, la que pretendió hacernos llegar el cura que daba la clase de Religión, que fue la misma que nuestros padres me inculcaron: “lo que realmente importa es el esfuerzo y el trabajo constante; el ocio y el recreo, tienen muy limitada cabida en nuestras vidas.”

En los tiempos de la dictadura, los textos que nuestro profesor de Literatura se veía obligado a seguir, hacían muy escasa mención, por no decir ninguna, de Esopo, Gayo Julio Fedro, o Jean de La Fontaine y atribuían al poeta español, de ascendencia nobiliaria, Félix María Samaniego, la recreación de fábulas ejemplares, cuando no, la propia autoría de las mismas. Ninguna mención se hacía a que tan insigne personaje de las Letras españolas hubiese sido perseguido por la Inquisición, al haber convertido en versos los cuentos licenciosos del autor francés. Fue mucho más tarde, cuando descubrí otros aspectos que se pueden extraer de la moraleja que la fábula contiene.

Andrés:

Tal era el nombre del compañero de pupitre que tuve a lo largo de los últimos cursos del Bachillerato. Es el personaje central de la historia de hoy, la de un chico muy callado, bastante tímido y extrañamente romántico, al cual yo guardaba los pocos secretos que me confiaba. Era el típico empollón, pero, era visto con recelo por parte de sus compañeros de clase, quienes no le reconocían ningún otro mérito ni talento, posiblemente por la envidia que causaban sus excelentes calificaciones. No practicaba ningún deporte y, aun siendo muy delgado, era bastante torpe a la hora de enfrentarse con los aparatos que había en el gimnasio. A menudo, se pasaba el tiempo del recreo sentado bajo uno de los árboles del patio analizando, con la ayuda de un microscopio que su madre le había regalado, la anatomía de los insectos que guardaba en una caja de metal, que previamente había alojado los cigarrillos ingleses, de la marca Craven “A”.

A los pocos días de conocernos, Andrés me confesó que quería estudiar medicina y que se había propuesto luchar denodadamente para llegar a ser un famoso cardiólogo y cirujano.  Me dijo que era muy consciente del sacrificio económico que sus padres harían para que él pudiera ingresar en la Facultad de Medicina y del gran problema que sería poder hacer prácticas en algún hospital de los Estados Unidos, una vez hubiese terminado la carrera. Me parece estar contemplando la expresión de sus ojos, al decirme que lucharía por conseguir aquellos objetivos que se había fijado. Con sinceridad, me sorprendió mucho la firmeza de su declaración porque, a mí, en aquel entonces, lo único que me preocupaba era sacar unas notas aceptables y pensar en el plan que podíamos organizar para el inmediato fin de semana.

Cuando entramos a la Universidad, tuvimos que separarnos. Pero, yo procuré mantener el contacto con mi amigo Andrés e intentaba convencerle, no sin dificultad, para que participara en los guateques que organizábamos o para ir al cine, algún domingo por la tarde, en compañía de un par de chicas. Al principio, la cosa funcionó gracias a que él estaba secretamente enamorado de una rubia muy bonita que estudiaba Enfermería. Se llamaba Esperanza y un día me reconoció que Andrés le llamaba muchísimo la atención porque era alto, delgado y tenía los ojos azules; pero, sobre todo, porque estudiaba Medicina y ella quería casarse con un cirujano. La relación duró muy poco tiempo. Supuse que la timidez de Andrés y su obsesión por quedarse estudiando en su casa, todas las tardes, dieron al traste con lo que hubiese podido ser un incipiente noviazgo.

Por fortuna, vivíamos a un par de manzanas de distancia. De vez en cuando, nos encontrábamos en un antiguo bar que había en nuestro barrio, el cual yo frecuentaba por tener mesas de billar. En tales ocasiones, no obstante, me limitaba a charlar un buen rato con Andrés, mientras tomábamos una cerveza y el camarero nos reemplazaba repetidas veces el par de tapas, gracias al suministro subrepticio de alguna revista de cine francesa que estaba prohibida. Procuraba hacer entender a mi amigo Andrés que era muy conveniente destinar un mínimo de tiempo para disfrutar de la vida, para estar con los amigos y para salir con una mujer. Él me hablaba de su carrera, convencido de que debía sacrificar los mejores años de su juventud, dedicándolos exclusivamente al trabajo y al estudio porque era el único camino que le conduciría a ser un cardiólogo famoso. “Después -me decía- ya habrá tiempo para otras cosas, para encontrar una buena esposa que esté dispuesta a formar una familia y a tener muchos hijos”. No había ocasión en la que no dejara de mencionar el nombre de Esperanza y decirme que el fracaso amoroso le había servido de antídoto, el cual le ayudaba a centrarse en sus estudios.

Con el paso del tiempo, nuestros encuentros se distanciaron pero fueron sustituidos por llamadas telefónicas. Un día del mes de abril, me pidió que fuera a verle a la Facultad de Medicina y me citó en el bar, a última hora de la mañana. Me llevé una enorme sorpresa cuando, preso de la emoción, me dio a leer una carta de la Pennsylvania University en la que le comunicaban haberle concedido una beca para incorporarse a la Perelman School of Medicine, a partir del mes de octubre. Me quedé mirándole y, cuando fui capaz de reaccionar, exclamé: “¡No acabo de entender, Andrés! Te falta este año, y el próximo, para terminar la carrera. ¿Cómo es posible que te hayan otorgado una beca?” -le pregunté, lleno de confusión. “Estás equivocado -me respondió. Solamente me faltan tres meses para obtener mi licenciatura. Lo que sucede es que no te habías enterado que, además de junio, cada año me he ido presentando a exámenes en los meses de septiembre y de febrero y he adelantado la terminación de mis estudios. Ahora, me quedan las prácticas como médico residente, que será lo que haré, durante los próximos cuatro años, en los Estados Unidos de América”.

En el mes de junio, mi amigo cumpliría los veintitrés años y hablaba un inglés mejor que el mío. Contrariamente a la fortuna que yo había tenido, Andrés no había disfrutado de la oportunidad de pasar ningún verano en Inglaterra.

Salvo por unas cartas que nos cruzamos, bastante distanciadas las unas de las otras, muy poco supe de la vida de mi amigo. Cuando María y yo decidimos contraer matrimonio, le invitamos a nuestra boda y él nos contestó deseándonos toda la felicidad del mundo. Nos dijo que le era imposible viajar a España, que nos quedaba debiendo el regalo de bodas pero que esperaba poder hacernos entrega personal del mismo, en algún momento futuro, sin tan siquiera darnos una orientación aproximada. A partir de entonces, perdimos el contacto y transcurrieron muchos años, durante los que sucedieron muchas cosas en mi vida; las cuales, no vienen al caso, por no ser yo protagonista de esta historia.

El destino quiso, no obstante, que se sucedieran dos hechos que habrían de facilitar la conclusión de la presente historia. El primero de ellos, se produjo durante una de mis visitas a Santiago de Chile. Debía asistir a una reunión que se había aplazado, a causa de una dolencia sufrida por el presidente ejecutivo de una compañía multinacional chilena. La persona en cuestión sufría un grave problema cardiovascular y después de que su cardiólogo pasara toda la información al Texas Heart Institute, se tomó la decisión de que fuera sometido a una intervención, para lo cual, el enfermo se trasladó a Houston. La operación fue un éxito, consistió en la colocación de un dispositivo de asistencia ventricular (DAV) y fue realizada por el equipo de cirujanos, dirigido por el doctor de nacionalidad española, Andrés Martínez Pujalte. Esta feliz circunstancia, me permitió recuperar las coordenadas de mi amigo y ponerme en contacto con él.

El segundo, ocurrió un mes más tarde. Enterado mi amigo de que, por motivo de negocios, yo viajaba con frecuencia al país del sol naciente, me informó de las fechas en las que asistiría a un simposio médico que se celebraría en Osaka. Acordamos reservar el mismo número de vuelo que, saliendo de Londres, nos llevaría a la tercera ciudad más grande de Japón y nos encontraríamos en la correspondiente sala de espera, del Aeropuerto de Heathrow. Siempre recordaré el emocionado abrazo que nos dimos, después de que hubiesen transcurrido más de treinta años, desde nuestro encuentro, en el bar de la Facultad de Medicina.

El vuelo, incluyendo el tiempo de escala en Amsterdam, tendría una duración de trece horas y treinta y cinco minutos, por lo que podríamos contarnos todo cuanto nos hubiese sucedido. Sorprendentemente, no obstante, fue suficiente la primera hora de vuelo, toda vez que Andrés tuvo muy pocas cosas que contarme y tampoco quiso saber de las vicisitudes de mi vida, cuando le dije que María se había divorciado de mí.

-La vida, amigo mío, es una castaña -fueron las primeras palabras que me dirigió cuando el piloto apagó las luces indicativas de los cinturones de seguridad-. Me he dedicado en cuerpo y alma a mi carrera, pero, he sido incapaz de conseguir el objetivo de formar una familia -dijo, sin querer ocultarme su pena, después de haberle pedido un whisky a la azafata.

-Recuerdo perfectamente que querías tener una familia numerosa, ¿qué te ha pasado? -acabé preguntándole.

-Simplemente, he fracasado -me respondió-. Me ha ocurrido lo mismo que me sucedió con Esperanza, sólo que ha sido mucho más complicado.

-Por lo que no has llegado a casarte -deduje, con muy poco acierto.

-¡Te equivocas! He tenido que afrontar tres divorcios -contestó, Andrés, para mi enorme sorpresa. Aparte del inmenso disgusto que te llevas, un divorcio sale muy caro en Estados Unidos. ¡Imagínate si tienes que multiplicar por tres! ¡Te sale por un ojo de la cara!

-¿Tres divorcios? -me arrepentí, bien pronto, de la estupidez que cometí al volver a preguntar.

-¡Si, señor! ¡Tres divorcios! -insistió, con un cierto aire de desafío, mientras agitaba los cubitos de hielo contenidos en su vaso con whisky. El primer matrimonio duró tres meses, el segundo seis y, el último batió el récord de permanencia: se mantuvo en pie durante once meses ¡La mejora fue tan sensible que puede resultar estimulante!

-¿Acaso piensas volver a intentarlo? -pregunté, en un tono de sorprendente ingenuidad.

-¡Ni harto de vino! -exclamó, el eminente cirujano cardiovascular. Aunque, las tres eran enfermeras y ha corrido la voz entre el gremio. Al parecer, la prima económica que mis esposas percibieron por unas pocas horas de convivencia, ha llamado la atención y creo tener algunas postulantas -añadió, con gran ironía.

-¿Horas de convivencia? ¿Qué quieres decir, Andrés?

-¡La estricta verdad! -exclamó, con firmeza, mi amigo-. Entre las clases en la Facultad, las horas pasadas en el hospital y las conferencias que me solicitan constantemente, nuestra convivencia era muy limitada. Yo estaba convencido de que, tomando el mando de la casa, mis esposas, habrían de sentirse muy felices.

-¡Hombre, Andrés! ¡Faltaría algo más! ¿No te parece?

-Tardé en darme cuenta de que, además de su trabajo como enfermeras, de ocuparse de las cosas del hogar e ir de compras con las amigas, encontraban a faltar otro tipo de compañía con la cual divertirse. ¡Total! ¡Lo dicho al principio! No quiero hablar ni una palabra más sobre este tema.

Continuamos las interminables horas de vuelo, hablando de distintos asuntos. Andrés continuaba siendo igual de tímido y de callado, viéndome obligado a sacarle las palabras con un sacacorchos, saltando de la Política a la Economía y de la Religión a la Medicina que, obviamente, era la materia que le apasionaba y que me permitía disfrutar de mis tragos.

En un próximo escrito, tal como he adelantado al inicio, me referiré a la historia de Paloma, que constituye otro punto de vista, desde el cual, sacar la moraleja de la fábula que nos ocupa.


  
Nota: Existen diferentes versiones de la fábula, así como de su versión animada.

Agrego el enlace a uno de los vídeos de la fábula de “La cigarra y la hormiga”: https://www.youtube.com/watch?v=E7oi8QvsAus


  
 Imagen encontrada en Internet.




miércoles, 22 de marzo de 2017

Cansado de entregar amor: Carta a una psicóloga



Doctora:

Debo confesarle que la lectura de su último escrito, referido a la incondicional entrega a los demás del amor que guardamos dentro de nosotros, me ha encontrado en un estado anímico muy bajo. Como en algún momento de su vida sucede con la mayoría de seres humanos, me ha tocado afrontar una racha de sucesivos infortunios que han debilitado seriamente mis defensas.

No obstante, un extraño impulso cuya procedencia prefiero seguir ignorando, me ha llevado a sentarme frente al ordenador, con el ánimo de hacerle llegar algunas reflexiones de carácter personal. Espero sinceramente que no le incomoden, de lo contrario me limitaría a almacenarlas en mi interior.

Para no andarme con circunloquios, empezaré por el final y le diré que estoy cansado -no sería exagerado utilizar el término agotado- de entregar mi amor a los demás. Por sumarme a la misma expresión que usted utiliza, yo creo que he venido haciéndolo, “a manos llenas”, a lo largo de toda mi vida. Yo creía que lo hacía de una manera totalmente incondicional, sin esperar nada a cambio de los demás. Pero, me he dado cuenta de que me engañaba a mí mismo; porque, en el fondo, anhelaba una reciprocidad. Aun cuando justificara mi conducta diciéndome que lo importante era dar y que las decepciones recibidas no debían modificar mi manera de ser, no era cierto que no me importase no ser correspondido. De repente, me encuentro exhausto y, ante mi asombro, he tenido que decir ¡basta!

Yo tuve una infancia muy feliz. Tan grande fue el amor que recibí de mis padres, de mis abuelos, de mis hermanos y de cuantas personas me rodeaban, incluidos mis amigos, que he llegado a sentir nostalgia de aquellos tiempos y de la modesta colonia minera en la que trabajaban mis progenitores, muy cercana al pueblo en el que nací. Me permitiré puntualizar que tal felicidad fue compatible con una exigente educación y formación por parte de mis mayores. Posiblemente, sus advertencias y correcciones me hicieran llorar en más de una ocasión; pero, yo sentía que partían del fondo de sus corazones y que eran hechas con una manifiesta carga de amor y de cariño.

Sin duda alguna, mi inclinación por entregarme a los demás fue como consecuencia de todo aquello que aprendí cuando era pequeño. Se trataba de una forma de amor distinta al amor de pareja, el cual apareció en mi vida cuando yo era un adolescente. A pesar de que, como todo el mundo, había vivido un inocente y maravilloso amor infantil, que me hace sonreír con benevolencia, cuando lo recuerdo.

No sé hasta qué punto me impusieron que yo debía querer y demostrar mi afecto a todo el mundo. He guardado siempre el recuerdo de una tía mía, malgeniada y cascarrabias, que me daba pánico. Me reprendía con mucha frecuencia, al igual que hacía con mis primos. Lo hacía, por el más insignificante error que pudiera cometer al jugar con la pelota, cuando estábamos sentados a la mesa, al manejar los cubiertos, al beber agua sin haberme limpiado previamente los labios con la servilleta o al poner cara de disgusto ante la comida servida en el plato. La estancia en casa de mi tía se me hacía eterna y tan solo esperaba que llegara el momento para irnos. Yo le contaba a mi madre lo que me sucedía, pero ella no se cansaba de decirme que mi tía Elena me adoraba y lo único que sucedía era que tenía muy mal genio. A pesar, de lo cual, tenía que quererle mucho, cosa que me parecía del todo imposible. Eran tiempos en los que, en la familia, en la iglesia y en el colegio, te repetían hasta la saciedad que había que querer al prójimo.

Sin pretender dármelas de héroe, yo he procurado evitar que las cornadas que da la vida endurecieran en exceso mi corazón y produjeran un cambio irreversible en mi forma de ser, incluso habiendo alcanzado una edad madura. Muchas veces pensé que era una forma tonta de andar el camino; pero, me resistía a pensar  que algunos comportamientos decepcionantes tuvieran que influir negativamente en mis relaciones con personas queridas. De entre los errores que he cometido en mi vida, el más importante fue no darme cuenta de que no debía casarme con la mujer de la cual me había enamorado. Yo creía entonces que el amor debía soportar no importa cuales fueran las imperfecciones humanas porque, las mismas, quedarían superadas, con el transcurso del tiempo.

Con demasiada frecuencia, he recibido reproches por no saber dar una negativa. He sido consciente de ello, lo cual me parece indicar que mantengo un cierto control sobre mi ego; pero, estoy convencido de que he pagado un precio demasiado elevado.

A medida que progresa el presente escrito, pareciera que yo quisiera cuestionar su afirmación de que es maravilloso hacer entrega de nuestro amor a los demás. Estoy totalmente de acuerdo con usted y, de mis palabras, se entiende claramente que he procurado seguir este consejo. Me gustaría que me dijera, no obstante, si existe alguna manera de preservarme de los daños que algunos seres queridos puedan infligirme, de la misma forma como procuro protegerme cuando suscribo un seguro de vida, de accidentes o contra incendios. Sería de gran ayuda para olvidarme de aquel ¡basta! que me parece haber lanzado, en algún momento.

Permítame hacerle llegar mi más cordial saludo.     

  


Nota: Con el permiso de quien escribió la carta, me permito reproducirla en este blog para que ustedes puedan leerla. Sería interesante si, a partir de este texto, desearan compartir con nosotros sus propias experiencias y si pudieran aportar ideas para ayudar a su remitente. Yo procuraría recoger esos comentarios para responder a quién de forma tan amable me dirigió estas palabras. 




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lunes, 20 de marzo de 2017

Dar, a manos llenas, el afecto y el amor que guardamos en nuestro interior, es una maravillosa forma de darse



Cuando mi amigo Rafa leyó el anterior escrito, me dijo que me había quedado corta en mis palabras, que el texto apenas suponía una introducción al tema y que era muy conveniente desarrollarlo.

Yo le respondí que el escrito surgió a partir de la frase Existen dos posibilidades: darse a los demás, o reservarse para uno mismo, la cual invadió mi pensamiento mientras escuchaba una vieja entrevista que le hicieron a Atahualpa Yupanqui. Me quedé gratamente impresionada por la inconmensurable humanidad que irradiaba el artista y tuve la convicción de que había sido una persona que compartía lo que pensaba, todo aquello que sentía y que se entregaba a los demás, sin ningún tipo de reserva. En contraposición, vinieron a mi mente comportamientos de personas que son incapaces de tal entrega, aun cuando pudieran aparentar lo contrario. La idea de aquel artículo fue la de comentar lo que vi con claridad en ese momento.

El tema del que hablaba en aquella ocasión, me lleva a abordar una de las formas que puede tomar ese darse a los demás, la cual me parece quedar reflejada en la muy especial relación que mantuvieron Anita y Germán. Este último es periodista y escritor. A raíz de algunas de sus publicaciones, he tenido la oportunidad de conversar con él en distintas ocasiones. Llegué a comprender la importancia que tuvo en la pareja el compartir y el darse de distintas formas: a través del trabajo, de las ocupaciones de cada uno, en su entrega personal, así como a la familia y a sus amistades.

Le pedí a Germán su permiso para utilizar algunas de las palabras que él había escrito sobre Anita. Traslado a ustedes su respuesta: “Yo tuve un amigo que yo sé que tú admiras, que se llama Atahualpa Yupanqui. De él aprendí que "mis coplas no son de naides y son de todos". Ahí está tu "permiso", Magdalena querida. Todo lo que sirva para ayudar a alguien, es de todos.”

Me llamó la atención la forma tan delicada como Germán fue plasmando por escrito sus sentimientos de amor y su dolor ante la pérdida reciente de Anita, su compañera de toda una vida. Sus palabras pusieron de manifiesto la inquebrantable relación que les unía.

Me admira la capacidad que algunas personas tienen de dar, a manos llenas, el afecto y el amor que ellas guardan en su interior, lo cual es una maravillosa forma de darse. Yo agradezco profundamente esta manera de ser y me obliga a una equitativa correspondencia. Entiendo que toda esa energía que se comparte enriquece nuestras vidas y facilita el tener que afrontar nuestras actividades y ocupaciones, cuando no, las adversidades que se nos puedan presentar. 

Hay quienes tienen una clara tendencia a recibir y hay quienes dan bastante más de lo que reciben. Lo cual, siempre conlleva un cierto desequilibrio, un dar o recibir de poca calidad pues nace del egoísmo, de la propia inseguridad y de las necesidades personales. Lo deseable sería que existiese una verdadera armonía entre lo que damos y aquello que recibimos, en la relación con nuestros seres queridos.

Germán escribió que Anita era la persona más maravillosa que había conocido en todo el mundo y que todo se lo debía a ella. Era muy bella su forma de expresar el amor y el agradecimiento que sentía hacia lo que Anita pudo significar en su vida y podía deducirse la incondicional entrega mutua que hubo entre ellos.

Como psicóloga, no obstante, me pareció que a él podría hacerle daño pensar que “todo se lo debía a ella”, ya que podría suponer una dificultad añadida para elaborar el duelo e ir aprendiendo a reencontrarse a sí mismo. Le dije que, aun considerando que lo conseguido en su vida se lo debía a Anita, no procedía olvidarse de sí mismo, de lo que él había hecho y de lo que había sido durante toda su vida. Que si bien una relación nos marca mucho, nos ayuda a crecer, a cambiar y a ver el mundo de una forma diferente, no le debemos TODO a esa persona, por grande que haya sido la influencia ejercida sobre nosotros.

En su respuesta me dijo que apreciaba y valoraba mi comentario. Que sí era consciente de sus conocimientos, de sus capacidades y de su talento para hacer bien su oficio de ser vocero de los sin voz y, más aún, de aquellos que no tenían voto. Que ello le había dado la oportunidad de conocer a una inmensa cantidad y variedad de gentes, muchos de los cuales pasaron de ser simples conocidos a buenos amigos.

-“Ahora, todo eso, mi querida Magdalena, es difícil que hubiera podido suceder sin la ayuda vital de Anita. Ella se echó al hombro casi todo el hogar, manejó las finanzas, estuvo pendiente segundo a segundo de nuestros hijos y otros familiares; soportó con amor y entrega mis largas y frecuentes ausencias ocasionadas por mi oficio (…). Aún en sus momentos de mayor padecimiento físico ocasionado por los cánceres y otras enfermedades graves, jamás dejó de estar al tanto de todo, especialmente de mí, de nuestros hijos y nietos.” Así, reconocía Germán, queriendo rendir culto a la grandeza de Anita -“Que ha sido superior y es eterna.”

-“Germán, es muy bonito lo que dices y es maravilloso que seas agradecido -me atreví a intervenir-. A tu manera, y desde tu propia forma de ser, estuviste permanentemente presente en esta relación. Tan sólo te pido que no te olvides de ti mismo. Nada de lo que hizo Anita pudiera haberlo hecho si tú no hubieras sido una persona muy valiosa en su vida. Su gran compañero de viaje. Debes recorrer el camino del encuentro contigo mismo, cuando estés preparado para ello.” -terminé diciéndole.

Quiero dar las gracias a Germán por compartir sus emociones y sus vivencias al lado de una gran mujer, y que ahora se convierta en vocero de la memoria de Anita.




Agrego el enlace al anterior escrito, para los que no lo hayan leído y quieran hacerlo: Existen dos posibilidades: darse a los demás, o reservarse para uno mismo. 
http://undiaconilusion.blogspot.com.es/2017/03/existen-dos-posibilidades-darse-los.html




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martes, 7 de marzo de 2017

Existen dos posibilidades: darse a los demás, o reservarse para uno mismo



Hace unos días, tuve la oportunidad de escuchar una entrevista que le hicieron a AtahualpaYupanqui, en la televisión española, hace muchos años. Me impactaron la sencillez, la naturalidad y la calidez con las que narraba diferentes pasajes de su vida. Me maravillaron su expresividad y la forma que tuvo de agradecer las oportunidades que fue encontrando, a medida que andaba haciendo camino. Reflejaba apertura a la naturaleza, a la gente, al mundo y a sus propias raíces. Quedé conmovida por su gran humanidad.

Mientras escuchaba su voz, escribí este pensamiento:

Existen dos posibilidades: darse a los demás, o reservarse para uno mismo.

Las entiendo como dos grandes tendencias generales en la actitud de las personas ante la vida, con independencia de que en algunos momentos o períodos puntuales, nos veamos obligados a actuar de forma distinta, obligados por la aparición de circunstancias extraordinarias.

Hay quienes, en sus relaciones personales o en su trabajo, se entregan incondicionalmente a otros. Es lo que suele ocurrir a los grandes artistas y a las mujeres y hombres que destacan en alguna rama del saber o de la ciencia. Su forma de entender la vida les lleva a ofrecer su obra a los demás; con absoluta generosidad, sin ocultar ninguno de los sentimientos que han venido guardando en su interior, los cuales les dieron fuerzas para conseguir las metas que se propusieron.

Comparten nítidamente, con todos los demás, lo que piensan y lo que sienten, lo que les hace vibrar, lo que les atrae y lo que les emociona. Esa apertura suya suele llegar hasta nosotros de forma manifiesta porque está contenida en sus obras.



  
Hay otras personas que pudieran ser susceptibles de compartir muchas cosas. Pero, aunque las veamos relacionarse y comunicarse con otros, pareciera que llevaran una máscara o una armadura que les impidiese llegar a los demás y evitara sentir su cercanía. Es como si no quisieran, o no fuesen capaces, de expresar lo que hay en su interior. De alguna forma, se reservan para sí mismos. Son incapaces de conectar con otras personas con la profundidad que sería deseable. A pesar de una aparente apertura, su forma de actuar se dirige hacia ellos mismos, raramente hacia los demás.

El comportamiento anteriormente apuntado, poco tiene que ver con el hecho de ser tímidos o introvertidos. No es una cuestión de falta de habilidades sociales. Tampoco, es egoísmo o narcisismo. Entonces, ¿por qué no logran entregarse a otros a través de sus relaciones, de su trabajo y de sus ocupaciones?

En mi opinión, una de las más importantes razones que explican la manera de ser anteriormente descrita, es el déficit de aprendizaje que tuvieron cuando eran niños. Posiblemente, nadie les habló de la palabra humanidad y de la capital importancia que para todos nosotros comporta intentar poner en práctica el mayor número posible de atributos contenidos en la misma.



Después de este escrito, escribí otro que de alguna forma es la continuación de éste: Dar, a manos llenas, el afecto y el amor que guardamos en nuestro interior, es una maravillosa forma de darse
http://undiaconilusion.blogspot.com.es/2017/03/dar-manos-llenas-el-afecto-y-el-amor_20.html



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