viernes, 28 de abril de 2017

¡Olvídate de los monstruos del pasado! ¡Es una orden!



No todos pensamos igual, reaccionamos de la misma forma, gestionamos los conflictos y los problemas de manera similar ni a igual velocidad.

Por favor, respetemos la vida de los demás; sus decisiones, sus inseguridades, sus miedos, sus problemas, sus conflictos, sus propios dolores o heridas. También, sus alegrías, sus sueños, su forma de amar, lo que les gusta, sus procesos de aprendizaje y cómo llegan a darse cuenta de las cosas.

Cada vida es diferente. Lo que a nosotros nos va bien, a otros ni les ayuda ni les sirve;  incluso,  podría hacer que sus problemas se agravasen. Cada uno debe encontrar su propio camino y tenemos que respetar el proceso de búsqueda de los demás. En el mejor de los casos, podríamos acompañarles mientras hacen sus propios descubrimientos, si nos lo permiten.

Sabemos lo difícil que es alcanzar la deseada meta del equilibrio emocional. Por ello, deberíamos fijarnos el objetivo de que, las personas que son dependientes de otras, que no creen en sí mismas, ni en su propia capacidad para afrontar las dificultades, aprendan a ser más autónomas.

Por un intento de “ayudar” a que esas personas salgan del agujero en el que se encuentran, se están produciendo últimamente verdaderos bombardeos de mensajes, pidiendo que tomen las riendas de su vida, que solucionen sus problemas y que pasen página. ¡Claro que eso sería lo deseable! Pero, no se consigue este objetivo mediante una orden simplemente voluntarista.

Cada uno, como mejor pueda, con ayudas o sin ellas, debe encontrar la forma de cerrar sus  heridas y de continuar con su andadura. Tendrá que aprender a vivir con sus propios monstruos, saber que ahí están; pero, no tenerles miedo porque ya no le harán daño. Me refiero a esos elementos del pasado que no pueden borrarse u olvidarse, puesto que fueron experiencias difíciles, incluso traumáticas.

Es una utopía pretender que alguien olvide los sufrimientos del pasado, si le duelen, todavía. Esas vivencias dejan cicatrices que sirven como un recordatorio de lo que sucedió, aunque deseamos que nunca vuelvan a ocurrir. Lo contrario, sería como esconder el polvo bajo la alfombra. El día menos pensado, aquello que, precipitadamente, se dio por superado, volverá a aparecer y traerá algo de caos porque se pensaba que todo estaba resuelto y aclarado. No procede preocuparse en exceso, pues se encontrará cómo resolver la situación y, de paso, servirá para aprender las lecciones que, de la misma, se deriven.

Algunos cuestionamientos, tales como la familia, la amistad, el amor, el trabajo, son cíclicos y vuelven a nuestro pensamiento en distintas etapas de nuestra existencia. Pareciera una espiral  que comienza con un diámetro pequeño y que crece en tamaño y en altura, a medida que da vueltas. Los grandes temas personales se vuelven a presentar para que aprendamos otras maneras de responder a ellos, después de haber adquirido nuevos conocimientos y haber vivido un largo número de experiencias. Pero, no tan sólo recibirán nuestra respuesta, sino que se incorporarán a la lista de conceptos que nuestra forma de ser toma en consideración.

Algunas personas creen que lo mejor es avanzar, cerrar ciclos y dejar atrás, cuanto antes, ciertos problemas. Eso sólo ocurrirá cuando ya hayamos obtenido lo que necesitamos. No podemos pasar página de algo que todavía no comprendemos, que se escapa de nuestras manos. Ese proceso no puede acelerarse, de lo contrario, las heridas quedarán curadas en falso y se reabrirán más tarde. La mente es muy sabia. Si un problema sigue afectándonos, es porque todavía no hemos aprehendido de él lo que era necesario. Es preciso descubrir otra forma de responder ante las dificultades, decir lo que somos incapaces de expresar y poner unos límites a quienes tienen tendencia a no respetarlos.

Les comentaré lo que sucede con los niños: cuando hay algo que les preocupa, preguntan por ello, lo dibujan y lo sacan en sus juegos, día tras día. Hasta que, en algún momento, ese tema deja de interesarles porque ya han descubierto el motivo de su malestar. A nosotros nos ocurre lo mismo. Cuando logramos comprender lo que nos ha sucedido y ha quedado encajado en nuestro rompecabezas, la zozobra que nos embargaba pierde esa fuerza que tenía antes y la experiencia empieza a formar parte del pasado.



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lunes, 17 de abril de 2017

A vueltas, con el maltrato psicológico



En una de mis publicaciones anteriores, veíamos que el maltrato psicológico tiene efectos demoledores, aunque aparenten ser invisibles. El acoso continuado va desgastando a las víctimas, minando su autoestima, su fortaleza, su capacidad de reaccionar y de defenderse.

Algunas mujeres utilizan el maltrato psicológico en la relación con sus parejas, sus hijos, las personas mayores o sus subalternos. Llegan a ser muy duras y crueles, infligiendo un daño insidioso, calculado, frío, malévolo, a quienes manifiestan ciertas debilidades o a quienes se proponen dominar por constituir una amenaza contra su autoridad. También, a aquellos que pueden suponer un obstáculo para la consecución de sus propósitos.

Como toda agresión continuada, la suya es una conducta permanentemente dañina, incapacitante y real, aunque la sociedad no quiera verla. Es necesario que se haga visible, como la del hombre, para que pueda ser identificada por los que la padecen. De esta manera, se podrá actuar para lograr que sus secuelas no sean tan graves y para sanar las heridas que no hayan podido evitarse.

De todos es conocido que algunos hombres utilizan el maltrato psicológico para sentirse poderosos y para conseguir lo que desean. De sus hijos, de su pareja, de quienes puedan cruzarse en su camino. Por lo que se refiere a la agresión a la mujer, por el simple hecho de serlo, entramos de lleno en la violencia de género. Es un tema monográfico que trataremos en algún otro momento, por su importancia, su extensión y sus tremendas consecuencias.

Cuando hablábamos de los maltratadores psicológicos, encontrábamos que algunos son dependientes. Mientras que otros, muy peligrosos, tienen como objetivo llegar a anular la voluntad de sus víctimas. A continuación, seguiré refiriéndome a los sujetos que forman parte de este último grupo, hablando del maltratador posesivo y del maltratador instrumental.

El maltratador posesivo puede llegar a ser un agresor muy violento, que te hará sufrir con mucha intensidad, de forma continuada en el tiempo. Su motivación básica es la de conseguir el control absoluto sobre otra persona, para someterla por completo. Convertirla en un objeto, ser su dios, hacer con ella lo que quiera. Hará lo posible por humillarla y esclavizarla, pues su máximo propósito es hacerla sufrir. No hay dominio mayor sobre otra persona que obligarla a aguantar el sufrimiento, sin que la misma pueda defenderse.

Este maltratador sólo dejará a su víctima si es detenido por la Justicia, o bien, por una razón poderosa, que puede variar para cada persona; quizás, por la aparición de una nueva presa o por el hecho de que la víctima esté muy protegida por sus familiares y amigos. La aplicación de la Ley, si fuera contundente, sería la mejor arma.

El agresor instrumental pretende que la otra persona le sirva, le haga más fácil la vida, le provea de refugio y de dinero. Para estos agresores, algunas relaciones, como el matrimonio, son como un trampolín, una adecuada vía de acceso para sus propósitos de conseguir un poder social y económico.

El término instrumental, señala que este individuo utiliza a los demás con el objeto de conseguir algún fin, para su propia satisfacción. Ve al otro como mero instrumento para sus fines. Cuando esta persona hace algo, siempre está pensando en obtener algún beneficio. Estará con esa persona mientras no tenga una “opción” mejor.

Los puntos fuertes del maltratador instrumental son la agresión psicológica y la manipulación. Tiene mayor autocontrol que el maltratador posesivo, recurriendo a la violencia sólo cuando considera que no hay más remedio. El agresor instrumental incrementará su acoso en el caso de que su captura se quiera escapar. Sin embargo, renunciará cobardemente cuando repare que su presa le hace frente, con unos recursos inesperadamente sólidos.

La identificación de esta figura se hace obvia cuando llegan los niños. No hay manera de que pueda disimular su falta de sentimientos amorosos para con ellos. Puede fingir cuando van de visita, pero no tiene ninguna necesidad de hacerlo al cobijarse en el anonimato del hogar. No tiene por qué odiarlos; simplemente, no le interesan.

Un agresor instrumental intentará que su víctima quede aislada. No tanto, por una necesidad de controlarla, como por su propia comodidad, ya que no le interesa relacionarse con gente de la que no puede obtener beneficio alguno.

Algunos de estos individuos triunfan en su profesión. Pero, es difícil que lo alcancen sin engaños ni trampas y que tengan un éxito sostenido en el tiempo. Su tendencia natural al placer, a implicarse en actividades incompatibles con el rigor de las obligaciones laborales, se lo impide. Estos personajes viven a costa de engañar; ordenan su mundo de acuerdo a su visión peculiar de las cosas, perspectiva que intentan pasar por “lógica” ante los demás. Su falta absoluta de responsabilidad y su incapacidad para hacerse cargo de sus obligaciones como padre, esposo o trabajador, pasan desapercibidas ante mucha gente.

A veces, detrás de un maltratador, hay una familia que comparte una visión egocéntrica del mundo. No es extraño encontrarnos con alguno de los progenitores de este personaje, compartiendo rasgos similares. No obstante, pudiera haber ocurrido que semejante individuo los hubiese manipulado y engañado; razón por la cual, hubiesen llegado a apoyar a su hijo, desconociendo la naturaleza real de su vástago.

Aunque es improbable que sea tan violento como el maltratador posesivo, el agresor instrumental puede recurrir a medios poco ortodoxos, si lo considera preciso. Si se siente acorralado, puede llegar a actos de violencia física.

El individuo que sea un maltratador instrumental y posesivo, a la vez, será el peor enemigo que alguien pueda llegar a tener. No sólo hará uso de la violencia, sino que intentará utilizar a su víctima como un esclavo. Su nivel de agresión psíquica puede ser ilimitado. Existen grandes probabilidades de que haga uso del maltrato físico para conseguir sus fines. En algunos casos,  llegará a las más brutales palizas; cuando no, al trágico asesinato.  

Su obsesión por subyugar, vejar y torturar a su víctima sufre una fuerte alteración, cuando percibe que su presa ofrece una seria resistencia y que la misma puede suponer una amenaza para la consecución de sus objetivos. O cuando, por alguna razón, ha perdido el interés por ella. Es entonces, cuando afloran los instintos asesinos. Lo cual, se corresponde con el perfil de un verdadero psicópata.



Fuentes bibliográficas utilizadas:

GARRIDO, Vicente: “Amores que matan”.

Apuntes personales sobre el maltrato psicológico.

  

  
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lunes, 10 de abril de 2017

La lejanía de mis padres



Por mi trabajo como psicóloga, he podido deducir que, a pesar de las diferencias que hay en la forma de vida de las personas, las problemáticas, las dudas, las inquietudes existentes entre ellas, no son tan grandes ni tan diferentes, como cabría pensar. Me parece que cada una de las experiencias vividas y lo que se ha aprendido de ellas, puede ayudar a otros.

Revolviendo entre los apuntes que guardo en una carpeta, me encontré un escrito que, hace algún tiempo, trajo a mi consulta una paciente. Demostró un gran interés en que yo lo leyera y me pidió comentarlo con ella. Enseguida advertí el gran significado del esfuerzo que había hecho para poder expresar sus desordenados sentimientos y cómo le habían afectado algunas de las vivencias que había tenido.

En realidad, se trataba de una sucesión de ideas acerca de lo que ella pensaba sobre las relaciones con los padres. Cuando, semanas después, quise devolverle aquellas notas suyas, me dijo que prefería que yo las conservara, con la esperanza de que pudieran ser de la misma utilidad para otros, tal como lo habían sido para ella. Le pedí su autorización para compartirlas con mis lectores y no puso ningún inconveniente. Me tomo la libertad de trasladarles el texto  original e íntegro:

“¿Sabéis lo que os perdéis al estar alejados de vuestros hijos? Esa distancia emocional os lleva a desconocer lo que piensan, lo que sienten, lo que desean. Aquello que les hace sufrir y lo que les hace felices.

Estar cerca de un hijo, seguir su desarrollo, día a día, es una fuente inagotable de alegría, de los más profundos sentimientos y, también, de los más insospechados conocimientos. Una forma de maravillarse y de sorprenderse por lo que uno puede descubrir cuando ve el mundo a través de las vivencias de sus retoños.

En ocasiones, encontraremos a padres que no han podido establecer una relación profunda con sus hijos. Esto no sucede por la falta de tiempo, por la distancia física a causa del trabajo o los compromisos sociales, sino, porque ellos así lo eligen y lo quieren, al estar convencidos de que las relaciones entre los padres y los hijos deben estar presididas por la única proximidad que dan, el principio de autoridad y de respeto.

¿Podrán, estos padres, llegar a cambiar con el tiempo? ¿Llegarán a cuestionar la forma como ellos fueron educados? ¿Será posible que se pregunten si el modelo familiar que recibieron sigue siendo válido para ellos y para sus propios hijos? ¿Es posible que no se den cuenta de los efectos que se producen como consecuencia del distanciamiento afectivo en sus relaciones familiares?

Pareciera que siguen anclados en el modelo educativo que les fue inculcado. Se requiere que los hijos tengan modales, reciban la mejor educación, sean buenas personas, trabajadores y que triunfen en la vida… A algunos hijos se les reprocha porque no estudian; paradójicamente, a los que sí lo hacen, no se les estimula  ni se valoran su dedicación y sus esfuerzos. “Porque -dicen- se limitan a cumplir con su obligación.”

El mundo de los sentimientos parece no ser importante. Se desea que los hijos y las hijas sean fuertes, valientes y que no se dejen llevar por “falsos sentimentalismos”.

Sería difícil esperar otra cosa de aquellos padres que no han aprendido a expresar lo que sienten, lo que piensan y lo que desean. Acaso, ¿puede tratarse de un intento de “proteger” a los niños y a los jóvenes, del mundo de los adultos? Se procura que vivan dentro de una campana de cristal; aunque, ésta se vaya resquebrajando y a nadie interese darse cuenta. ¡Todo es perfecto! ¡Todo está bien!

Pero, cada uno sufre en silencio sus problemas, vive o sobrevive como puede, intentando enfrentarse solo ante la vida, ante las dificultades que se le van presentando.

La familia debe ser una ayuda a los hijos mientras van creciendo y un eficaz punto de apoyo, durante toda su vida. Sin embargo, en ocasiones, esto es difícil de encontrar. Hay padres que trabajan para darles a sus hijos todas las comodidades económicas que puedan, que se interesan por lo que comen, por las salidas nocturnas, por el orden, para que sean obedientes. Se preocupan por los estudios de sus hijos, porque tengan una profesión o una carrera y desean que se casen “bien”, que formen su propia familia.

¿Dónde queda lo más personal de cada uno de los integrantes de la familia? ¿Acaso, padres e hijos, no pueden hablar desde el fondo de sus corazones? ¿De todo aquello que les motiva, que les gusta, que les preocupa o que les duele? Lamento que se evite, que no se fomente, el poder conocerse desde lo más profundo de cada ser. Incluyendo lo más cálido, lo tierno, los sueños e ilusiones, los problemas, los miedos, los temores… Incluso, aquello que les hace ser más frágiles y sentirse vulnerables.

¿Pensáis que si conocéis mejor a los miembros de la familia, dejaréis de apreciarlos? Pero, ¿de verdad consideráis que se puede amar a quien no se conoce bien? ¡Todo lo contrario! Queremos a quienes sentimos más cercanos y más humanos, aun conociendo sus fortalezas y sus debilidades, sus sueños y sus miedos.

Procuraré subsanar, en el contacto diario con mis hijos, la falta de proximidad de mis padres.”




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viernes, 7 de abril de 2017

Maltratadores psicológicos



Podemos encontrarnos ante una diversidad de maltratadores psicológicos. Las conductas de los agresores pueden pasar desapercibidas para el entorno de quienes las sufren porque suelen manifestarse en la intimidad. Mientras que, en público, el comportamiento de quienes practican el maltrato permanente hacia su pareja, encandila a todo el mundo por su radiante simpatía.

Otros individuos, en cambio, ejercen una violencia tan feroz, hiriente y cruel, que muy poco les importa llevarla a término a la luz del día, menospreciando la presencia de familiares o amigos de sus víctimas.

El agresor dependiente es una persona con baja autoestima, con grandes dificultades para manejar sus emociones de forma adecuada, que no confía en su capacidad para resolver las dificultades que la vida le presenta. Con frecuencia, es alguien acomplejado, que se siente inferior respecto a los demás. No sería de extrañar que pudiera abusar de la bebida y de las drogas.

Tiene una gran dependencia emocional de su pareja y, paradójicamente, sufre tal desconfianza hacia ella, que se manifiesta a través de irracionales y enfermizas escenas de celos, en un excesivo número de ocasiones. Todo ello, le hace sentir una gran impotencia, que puede llevarle a estallar en cualquier momento, incluso por algo que no revista mayor gravedad. El detonante no suele ser proporcional a la dimensión de su respuesta ya que, realmente, la tormenta se encuentra en su interior y no proviene del exterior.

Utiliza el maltrato psicológico como recurso a su alcance para descargar las frustraciones y la agresividad acumulada, para intentar resolver los conflictos cotidianos o como medio para sentirse superior a su pareja. Cuando descubre que su violencia llega a acobardar a su destinatario, queda invadido por un sentimiento de poder que le gratifica y que le proporciona un complejo de superioridad delirante.

Los agresores desarrollan adicción a las experiencias anteriormente señaladas y las persiguen con gran ahínco, a medida que el incremento en la intensidad del maltrato psicológico les reporta una satisfacción, cada vez mayor.

Este tipo de violencia constituye una forma de desahogo frente a los sentimientos de impotencia generados por su contacto con el mundo exterior, ya sea por reveses en el trabajo, humillaciones reales o imaginadas en el trato social, o por la percepción de sus propias carencias.

Son individuos inseguros y poco brillantes en su vida social, que necesitan envalentonarse en casa, haciendo pagar a su mujer y a su familia el sentimiento de inseguridad que sufren en la calle.

El elemento clave es la dependencia emocional. Aunque no la vive como una forma de sumisión, de obediencia, o de sometimiento. Al considerar a la pareja de su propiedad, su  autoestima se articula en torno al vínculo emocional que le une a ella, llegando a construir su propio ser, a través de la misma. Por tal motivo, no dudará en reclamar su autoridad absoluta cuando percibe que ella intenta ganar su propio espacio personal.

Cuando la mujer no se somete a su voluntad, o decide separarse, el individuo ve peligrar su propia autoestima y puede llegar a reaccionar violentamente. Necesitará mantenerla bajo su dominio, porque la necesidad de control es la causa de que cada vez ejerza más violencia para subyugarla.

Existe otro tipo de maltratador, mucho más destructivo, cuyo objetivo es anular la voluntad de su víctima.

Muestra una gran tendencia a dominar y a utilizar a los demás. Dentro de las características de este agresor encontramos que, socialmente, procura mostrarse como un ser educado, atento, amable y encantador. Esa es la imagen que tienen de él los que le conocen, de la cual se valen para captar el interés de las mujeres, fascinadas ante su forma de tratarlas. Esto es sólo una fachada que tiene que ver con su gran tendencia a engañar y a manipular a otros para conseguir sus objetivos. Miente de forma brillante. En ocasiones, por el puro placer de hacerlo, sin que haya nada atractivo que ganar. También suele ser arrogante, mostrándose como una persona narcisista y con ideas de superioridad, que parecen  elevarlo por encima del resto de los mortales.

Como si la falsedad, la arrogancia y su formidable dominio del engaño y de la manipulación no fueran suficientes, este agresor presenta otras características que lo hacen especialmente temible: la falta de empatía, la crueldad y la falta de arrepentimiento.

En cuanto a la falta de empatía, no puede ponerse afectivamente en el lugar de los otros y no es capaz de sentir compasión, lástima, clemencia o amor. Esto es muy preocupante porque, si estableces una relación con alguien así, te encontrarás ante una persona que pareciera comprender el mundo emocional pero que, en realidad, lo ignora olímpicamente.

Este sujeto puede sentir alegría, tristeza, odio y otras emociones, aunque siempre en referencia a sí mismo, vinculándolas con lo que a él le sucede. Las de los demás, sólo le interesan en la medida en la que le afectan a él, despreciando el efecto que producen en quienes le rodean.

Es incapaz de sentir los sentimientos que sirven para vincular a la gente entre sí, los que ayudan a crear unos verdaderos lazos psicológicos: la responsabilidad, la solidaridad y el compromiso. Ante esta situación, debemos comprender que este maltratador no tiene emociones verdaderamente humanas. Las finge, las imita, pero no las siente, no importa lo bien que pueda hablar del amor o de lo estupendo que sea compartir la vida con alguien. No nos engañemos, ¡serán palabras vacías!

Otro terrible rasgo es su crueldad, cambiante y desconcertante. Ésta llega a ser de una finura exquisita, como la que puede darse en un proceso de destrucción psicológica, elaborado durante años, o se manifiesta de repente, de forma devastadora y grotesca.

Finalmente, tenemos su ausencia de remordimiento, de culpa, de conciencia. No busques en él gestos de aflicción por lo que ha hecho, por el modo en que ha arruinado tu vida. No mostrará un arrepentimiento sincero. Puede que lo diga, pero no es algo que realmente sienta, no le creas. No tiene conciencia, porque no pudo establecer la conexión entre las normas morales y la vinculación afectiva con persona alguna. Por consiguiente, sus emociones no lo castigan, haciéndole que se sienta mal, cuando hiere a alguien. No busques que sienta pena. Empieza a preocuparte por ti  ¡Te será mucho más útil!

Este tipo de agresor no puede amar, no siente empatía y no tiene conciencia.





Fuentes bibliográficas utilizadas:


GARRIDO, Vicente: “Amores que matan”.

Artículos publicados en “La cara oculta del maltrato”, un blog dedicado al maltrato y a la violencia de género.

Apuntes personales sobre el maltrato psicológico.




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martes, 4 de abril de 2017

La cigarra y la hormiga: Paloma



Recuerdo el día que la conocí. Era un lunes. Contrariamente a lo habitual en mí, salí con suficiente tiempo de la casa en la que residía, en Highgate, un barrio residencial al norte de Londres, para dirigirme a la estación de metro del mismo nombre.

Era el hogar formado por el médico de cabecera del intérprete de mi padre, su esposa Angie y un niño bastante travieso que se llamaba Edward, quien había tenido un fin de semana repleto de agasajos por haber cumplido su décimo aniversario. Yo había pasado los tres veranos anteriores con esta familia y el afecto que nos guardábamos hizo que ellos se alegraran de volver a ofrecerme su casa, cuando les llamé por teléfono para decirles que quería afrontar mi cuarto curso consecutivo de inglés.

La academia estaba ubicada en Oxford Street, cerca de Charing Cross Road, por lo que, al salir de la estación de Tottenham Court Road, bastaba cruzar la calle y dar un centenar de pasos para llegar a la altura del inconfundible hall de entrada de aquel reputado centro educativo.

Las clases de idioma inglés eran diarias, de lunes a viernes, comenzaban a las nueve de la mañana y finalizaban al mediodía, después de haber tenido un receso de un cuarto de hora. Quienes quisieran, podían quedarse a comer en el restaurante de la academia por un módico precio que se pagaba al comprar un talonario de tickets.

Aquel lunes era el primer día laborable del mes de julio y ni uno sólo, de entre la veintena de alumnos pertenecientes al cuarto curso, dejamos de sorprendernos a medida que íbamos entrando en el aula. En la última fila, sentada detrás de un pupitre, una nueva compañera se había incorporado a la clase. Por su piel morena, sus ojos verdes y el cabello negro, en seguida supe que era española. Mrs. Elizabeth McGregor, nuestra respetada profesora escocesa, bien hubiera podido ahorrarse la breve presentación que hizo de la recién llegada, aunque sirvió para enterarnos que se llamaba Paloma. Su elegancia y su distinguido porte ponían claramente de manifiesto que era una chica de casa muy acomodada. Se mostró tan cohibida, que decidí sentarme a su lado, al ser yo el único alumno español que había formado parte del grupo, hasta entonces.

Aunque de estatura no muy alta, Paloma tenía un porte muy llamativo por su elegancia. Vestía de una manera clásica. Calzaba unos mocasines de color negro con tacón más alto de lo normal, vestía unas ajustadas medias de lycra que se habían puesto de moda entre las azafatas, una falda de lana de color gris oscuro y un jersey de cuello vuelto, del mismo color. Estas dos últimas prendas eran muy ajustadas, por lo que marcaban su contorno. Pretendía disimular sus prominentes pechos con una chaqueta que colgaba del respaldo de su silla, la cual se puso, cuando terminó la clase.

Muy pronto, Paloma y yo establecimos una abierta y sincera comunicación que, al finalizar el verano, se había convertido en amistad. A pesar de que estuvimos largos períodos de tiempo sin vernos, el afecto que nos profesábamos demostró ser de una inquebrantable firmeza y podría afirmar, sin ningún temor a equivocarme, que perdurará para siempre. Me gustaría que sirviera de ejemplo para desmontar la teoría de que no es posible la amistad entre un hombre y una mujer. Me parece importante señalar que, en mi ánimo, jamás existió el deseo de coqueteo alguno con Paloma, a pesar del impacto que me produjo desde el primer momento.  Al igual que en veranos anteriores, mi atención se centraba en las chicas de las diferentes nacionalidades europeas. Ignoro por qué razón, excluía mentalmente a las orientales, por muy exótica que fuera su hermosura. En aquellos tiempos, yo negaba el carácter europeo a las españolas, no tanto por su procedencia geográfica, como por la cerrada mentalidad que, en mi opinión, demostraban tener en su relación con los hombres en general.

No obstante, además de ser una excelente representante de la belleza femenina española, Paloma era una excepción. Desde el primer momento, tuvo una sucesión de pretendientes, a los cuales manejó con una simpatía radiante, lo cual motivó que más de uno se enamorara de ella. Enseguida me di cuenta de que, además de ser muy atractiva, tenía una especial habilidad para despertar los más profundos sentimientos en los compañeros que habían tenido el privilegio de conocerla.

Por nada del mundo me permití interferirme en su vida y, mucho menos, en sus decisiones, aunque me preocupase al verla salir e intimar con distintas personas, sobre algunas de las cuales, la información que obraba en mi poder señalaba que eran poco recomendables.

Yo tenía dos inseparables compañeros de aventuras, con los cuales compartía diariamente el tiempo libre. Sus nombres eran Curzio y Hassan. Como buen italiano, además de gozar de un gran atractivo físico, Curzio era un fenómeno a la hora de ligar. Puedo asegurar no haber conocido a un experto semejante, a lo largo de toda mi vida. Hassan era todo lo contrario, bajito, delgado, de tez muy oscura y nariz aguileña, muy poco hábil en el trato con las mujeres, de las que esperaba que se fueran a la cama con él, para después olvidarlas. Era iraquí, hijo de padre diplomático y estaba a falta del último semestre para titularse en seguros de transportes aéreos y marítimos. Vivía en Kensington, en un lujoso apartamento que era propiedad de un primo suyo llamado Kamâl, asesor legal de un grupo de inversores inmobiliarios, quien vivía en Nueva York. A lo largo de aquel verano, Kamâl estuvo en Londres en un par de ocasiones. En la segunda, faltando pocos días para la terminación de nuestra estancia en Inglaterra, encargó una fiesta para un limitado número de amigos, advirtiendo a los organizadores que debían proporcionar compañía femenina a todos aquellos invitados que carecieran de la misma. No pude evitar que Curzio hablara con Paloma y le contara las excelencias de la fiesta, sin olvidar ningún detalle, incluido lo de la compañía femenina. Tampoco, que mi amiga decidiera aceptar la invitación, atraída por la curiosidad y por los cantos de sirena del italiano.

Ocurrió lo que yo me temía. Cuando la fiesta estaba en su mayor apogeo, Paloma y Curzio desaparecieron, sin despedirse de nadie. Ni al día siguiente, sábado, ni durante el transcurso del domingo, Hassan y yo tuvimos noticias de ellos.

El lunes, a la hora en la que terminaban las clases, Paloma y Curzio se presentaron en la academia, cogidos de la mano, para despedirse de todo el mundo. Nos dijeron que habían decidido adelantar su salida de Londres para poder pasar una semana en París. En un aparte, mi amiga me dijo, en voz muy baja, que se había enamorado y que me llamaría para contármelo, tan pronto estuviese de regreso, en España.

Fue a finales del mes de octubre cuando me llamó y me citó en una cafetería. Estaba hecha polvo e intentaba recuperarse del estrepitoso fracaso amoroso que había tenido. Ante el silencio de Curzio, Paloma decidió llamarlo por teléfono y, de la propia voz del italiano, tuvo que escuchar que la romántica aventura veraniega había terminado. Me confesó que temía haberse quedado embarazada y que necesitaba de todo mi apoyo, en aquellos momentos de zozobra. Hubiese sido inútil que yo recriminara su comportamiento en la fiesta en casa de Kamâl. Me hubiera dicho que no se arrepentía de nada y que ella era una mujer que disfrutaba de los momentos felices que la vida le regalaba. A los tres o cuatro días, volvió a llamarme para decirme que había sido una falsa alarma.

Al terminar la carrera de Derecho, decidió preparar oposiciones para acceder a la Judicatura. Supe de sus relaciones amorosas por lo que ella misma me contaba y por la propia experiencia de alguno de mis amigos. Paloma era la alegría y la amabilidad personificadas, lo cual inducía a confusión por parte de quienes se enamoraban de ella. Aunque respetaba y admiraba la bondad y la nobleza en los hombres, Paloma caía en la trampa que le tendían los más insignes aduladores y aventureros. Por tal motivo, rompió un par de noviazgos y terminó casándose con un playboy de noble familia, para sorpresa de amigos y extraños. El matrimonio no llegó al año porque los consortes se separaron, a los diez meses después de haberlo contraído.

Jamás, me tomé la libertad de hacer reflexionar a Paloma sobre su comportamiento amoroso. Pero, ante la cara de sorpresa que debí poner un día, me dijo:

-Tú me conoces muy bien y no debería extrañarte que yo prefiera el vértigo que producen el amor loco y la aventura, en lugar de la estable monotonía de un hombre, por muy bueno que éste sea.

-Lo sé -le respondí-. Pero no dejará de sorprenderme y molestarme que la adulación y la vileza de algunos sean capaces de doblegar la inteligencia femenina.

Posiblemente transcurrieran un par de años desde que mantuviésemos esta conversación, cuando Paloma, radiante de alegría, me dijo que había accedido a la Judicatura. Hasta el día de hoy, mi amiga no se ha vuelto a casar, pero probablemente sea una de las juezas más alegres que existan sobre la capa de la tierra.




Nota: Agrego el enlace al escrito anterior, sobre Andrés: La cigarra y la hormiga, y el enlace a uno de los vídeos de la fábula de “La cigarra y la hormiga”: https://www.youtube.com/watch?v=E7oi8QvsAus


 Imagen encontrada en Internet.