viernes, 15 de enero de 2016

Convertirnos en salvadores de otra persona es un mal negocio


¿Qué estás haciendo?, le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
"Estoy salvándolo de perecer ahogado", me respondió.

Desearía compartir con ustedes un texto que a mí me ha parecido, siempre, muy interesante. Se trata de un pequeño apartado titulado “Salvadores”, del libro Aprender a querer. Hacia la superación de la codependencia”, de Lorraine C. Ladish, cuya lectura les recomiendo.

Se lo leo a muchas personas, cuando me doy cuenta de que están empeñadas en hacer lo posible para que otras superen sus problemas. Cuando llegamos a obsesionarnos con nuestro papel, autoimpuesto, de “salvadores”, entramos en una dinámica dañina, la cual produce un gran desgaste en todos los implicados.

Resulta paradójico que, con nuestra insistencia en “curar” a otra persona, impidamos que ella se esfuerce por desarrollar sus propios recursos. Lo cual es imprescindible para que intente solucionar las dificultades y los problemas que se le presenten.

El texto es tan claro que, en lugar de tomarlo como base de mis comentarios sobre el tema, me ha parecido oportuno reproducir las palabras  de la autora.


Salvadores

“Asumir el papel de salvador(a) de otra persona no es fácil. Sobre todo, no es aconsejable. Si tenemos algún amigo, familiar, o cónyuge que sufre algún trastorno psíquico y/o emocional, nuestro amor puede llevarnos a intentar curar a esa persona, cueste lo que cueste.

Llevados por el amor, alimentamos el deseo fatuo de cuidar y curar a la otra persona. Gastamos todas nuestras energías en arrastrar a la persona al médico, al psiquiatra, a los grupos de autoayuda. Intentamos animarla si está deprimida, sacarla de la cama por las mañanas, llevarla hasta el trabajo o a la escuela. Y si se niega a estudiar o trabajar, cuidamos de ella como si se tratara de una persona desvalida, que no tiene recursos propios. Y así se acostumbra a no tenerlos.

Si a pesar de nuestros esfuerzos continuados no levanta cabeza, nos preguntamos qué hemos hecho mal, dónde nos estamos equivocando, e incluso peor, ¿por qué no somos capaces de hacerla feliz? ¿Por qué no podemos curarla? Acabamos agotados, exhaustos, corriendo el peligro de perder nuestro propio horizonte en la vida y quemarnos antes de tiempo, porque estamos tirando de nuestro carro y del de la otra persona. Esto puede desembocar en ira hacia la otra persona, que no se ha dejado ayudar, cuando verdaderamente hemos sido nosotros los que elegimos el papel de salvadores, pasando por alto nuestro propio papel en la vida, que seguramente es bien distinto.

La realidad es que cada uno somos responsables de nosotros mismos. Naturalmente que es posible ofrecer amor, apoyo, comprensión, un hombro, una mano. Pero nunca podremos hacer feliz a otra persona si ésta no sabe ser feliz por sí misma. No podemos ayudarla a recuperarse si no está preparada para ello. Y además, corremos el riesgo de acelerar el deterioro de la relación, porque estamos desencantados de no ser capaces de salvar a la otra persona. Y ella, lejos de ser capaz o de estar preparada para sentirse agradecida, se sentirá culpable porque es consciente de que queremos ayudarla, pero no sabe dejarse ayudar. Y a medida que la salvadora incrementa sus esfuerzos para sacarla adelante, se sentirá más infeliz, más presionada, más fracasada. Se recrimina el haber gastado la energía de la otra persona.

En este juego de roles autoimpuesto, al final, ni el “salvador” ni la “víctima” son felices.

Por tanto, lo mejor que podemos hacer cuando alguien cercano a nosotros sufre una depresión, una adicción, un trastorno alimentario, afectivo, o similar, es cuidar de nosotros mismos lo mejor posible. Sólo así tendremos fuerzas para apoyar a esta persona.

Recordemos que la caridad, el amor, la ayuda, empiezan por uno mismo”.






Libro: LADISH, Lorraine C., Aprender a querer. Hacia la superación de la codependencia.” Ediciones Pirámide, Madrid.

lunes, 4 de enero de 2016

Un cuento de Navidad




Entre las felicitaciones propias de las festividades que estamos celebrando, recibí la de una persona muy querida que suele interesarse por mis escritos. Por un momento, creí que se trataba de una recriminación, porque se lamentaba de que yo no hubiera vuelto a publicar ningún otro de mis cuentos. Pero, me hacía llegar sus más fervientes deseos de paz y de felicidad para la Navidad, así como para el Año 2016; el cual, según ella anotaba de su puño y letra, bien pronto comenzaría, la que vaticinaba convertirse en una fantástica andadura. No dejaba de mencionar lo mucho que le gustaría que yo le regalara un cuento navideño, escrito por mí.

Lamento que no haya tenido la oportunidad de dar satisfacción a mi amiga, por distintas razones que no deben servir de excusa. Sin embargo, creo que aun llego a tiempo de obsequiarle el siguiente cuento, disfrazado de:
                                             

CARTA A LOS REYES MAGOS DE ORIENTE

Queridos Gaspar, Melchor y Baltasar:

Sin duda alguna, tenéis constancia de que os dejé de escribir, hace una infinidad de tiempo.
A pesar de los años transcurridos, desde que os envié mi última carta, recuerdo muy bien que fue como consecuencia de la profunda decepción que me llevé, cuando quedaron confirmadas las sospechas que, sobre vuestra existencia me invadieron, al escuchar lo que decían las compañeras del colegio. Un asunto que, por razón de la más elemental prudencia, no quiero abordar en este momento; no fuera que este escrito cayera en las manos de algún niño, o de alguna niña.

A pesar de que las chicas eran mayores que yo, pues estudiaban en cursos superiores al mío,  estaba convencida de que, sus denuncias, nacían de la envidia y del deseo malsano de denigrar vuestra excelsa dignidad. Razón por la cual, al regresar a casa, después de que finalizara la jornada escolar, previa al inicio de las vacaciones de Navidad, me lancé a los brazos de mi abuelo. Esperando ingenuamente que la contestación fuera distinta, le pedí que me dijera si era verdad lo que ellas me habían dicho sobre vosotros. Sorprendido por la pregunta, mi abuelo permaneció en silencio, sus manos se posaron sobre mis hombros, y me dirigió una mirada llena de melancólica tristeza. A continuación, cerró sus ojos, inclinando repetidas veces su cabeza, en señal de afirmación.

Fue tan grande mi desengaño que, por unos instantes, me quedé paralizada, sin poder reaccionar. Luego, pude liberarme de los brazos y de las manos de mi abuelo, me di la media vuelta y salí, corriendo, para refugiarme en mi habitación, antes de que estallara en incontenibles sollozos. Muy poco pudieron hacer las explicaciones que me dieron mis abuelos para calmar mi desasosiego. Tampoco lo lograron las palabras de mi madre, cuando se enteró de lo que había ocurrido. Como de costumbre, mi padre estaba de viaje, aun cuando pienso que sus argumentos hubieran servido de escaso bálsamo. Porque, entre otras personas, hice responsables del engaño, a mis padres, a las monjas, y al cura del colegio que nos daba clase de Religión.

Me costó mucho tiempo superar tan profunda decepción. Máxime, porque, al presentar mi reclamación a mosén Jacinto, que así se llamaba el sacerdote en cuestión, éste le quitó importancia a la que fue vuestra Adoración al Niño Jesús, en aquel establo de Belén. Mosén Jacinto me dijo que se llamaba la “fiesta de la Epifanía”, lo cual quería decir que el hijo de Dios se presentaba al mundo pagano. Pero, que habían otras dos grandes celebraciones: la Epifanía a San Juan Bautista, en el río Jordán, y la Epifanía a los discípulos de Jesús, al comienzo de Su vida pública, cuando hizo el milagro en las bodas de Caná de Galilea. Me dijo, sin criticarla,  que la costumbre de repartir obsequios a los niños era exclusivamente española. Terminó diciéndome que los expertos estudiosos de los textos antiguos, y de la Biblia, habían sustituido el adjetivo “magos” por el de “sabios”, al referirse a Vuestras Altezas.

En modo alguno pretendería justificar el hecho de que no os haya escrito, durante tantos años, amparándome en la cruda conversación que mantuve con el profesor de Religión; aunque sus explicaciones agravaron el sentimiento de profundo desengaño que yo estaba soportando, en aquel entonces. Porque, confieso que, vosotros, siempre habéis ocupado un rinconcito de mi corazón, habéis sido la luz que ha alumbrado los recuerdos de mi infancia, los años más felices de toda mi existencia. Me alegré, infinitamente, cuando el nacimiento de mi hija hizo que tuviera la necesidad de recuperaros, aunque debo reconocer que, mi comportamiento es de un egoísmo innoble. A pesar de lo que digan los especialistas en las Sagradas Escrituras, Sus Majestades han sido para mí, y lo seguirán siendo, los Reyes Magos de Oriente.

Sabéis muy bien que, jamás, os solicité regalo u obsequio alguno para mí, o para mi familia. Me limitaba a rogaros el otorgamiento de dones espirituales, así como algo tan preciado como es la salud, para la especie humana. Pues bien, este año renuncio a formularos cualquiera de las peticiones anteriores. Sin embargo, siento la imperiosa necesidad de pediros que intercedáis ante el Niño Dios para que haga cambiar la conducta de los políticos que conducen los destinos de los pueblos.

No me siento capaz de soportar, por más tiempo, que nuestros gobernantes sean títeres de los poderes económicos y financieros, prestándose a favorecer a unos pocos, hasta límites insospechados, a costa de quienes trabajan, con gran esfuerzo, para mantener a sus familias. Yo creo firmemente en la iniciativa privada, en el esfuerzo de las gentes para generar riqueza, y en el patrimonio de cada cual, siempre que se haya alcanzado por medios honorables. Pero, ha llegado el momento de limpiar la corrupción instalada en los pueblos, la cual, como si de un cáncer se tratara, destruye los sistemas democráticos que se han otorgado los estados.

Finalmente, os suplico que intercedáis por la Paz. Pedidle al Hijo de Dios, que se ha hecho hombre, que ampare a tantas miles de víctimas que se ven obligadas a huir de sus países de origen, en busca de refugio para ellas, y para sus hijos. Tal como hizo Yahveh, con el pueblo hebreo, cuando salió de Egipto y anduvo errante por el desierto.

Por mi parte, me comprometo a ayudar a mis semejantes. Sin perder nunca la esperanza, por muy duros que se presenten los tiempos. La vida nos enseña que la lucha es fundamental, cuando se hace necesaria. Porque, después de las más gigantescas tempestades, siempre viene la calma.

Os deseo que tengáis un feliz viaje de regreso a Oriente. Os estaré esperando el año próximo.


  




domingo, 3 de enero de 2016

Reconozco que me siento bien



Hace unos meses, mi hija y yo, barajamos varios nombres para dar título a este blog. Ambas, coincidimos en preferir el de “Un día con ilusión”. El ofrecimiento de colaboración adicional, por parte de mi hija, para diseñar y abrir, en Internet, la página en cuestión, hizo que las ilusiones que había depositado en semejante proyecto aumentaran potencialmente, asumiendo el reto de llevarlo a la práctica. Sin duda alguna, mi blog siempre estará asociado a ella. Es de justicia, también, agradecer a mi marido el gran apoyo que he encontrado en él, durante estos meses de andadura.

Con la aparición de mi página, me he dado cuenta de que me había olvidado de soñar y que había estado viviendo la vida sin tener sueños, ilusiones, metas y proyectos a realizar. Quizás estoy exagerando un poco, ya que sí he ido teniendo algo parecido a lo que podrían ser objetivos, metas y proyectos. Pero, los he ido materializando a medida que surgían, porque era lo que tocaba, porque otros me lo sugerían, o porque la vida me llevaba por ahí…

Ahora, siento que vivo con mayor consciencia. Que, realmente, quiero soñar, desear, e ilusionarme con nuevos proyectos. También, con el hecho de estar en contacto con personas que me estiman, que valoran mi trabajo, y con las cuales es posible comunicarse. Es muy bonito poder ayudarnos mutuamente, hablando de aquellos temas que nos preocupan.

Dentro de mis propósitos, estaba el de hacerles partícipes de lo que pensaba mientras ponía en marcha este blog. Se han ido sucediendo las semanas, y los meses, abordando otros temas, de modo que, mi escrito, se ha ido posponiendo. Parece que este es el momento propicio para hacerlo.

Cuando me decidí a iniciar este blog, comencé a tomar notas de los temas sobre los que escribir, libros a revisar, mensajes a tener en cuenta, etcétera, pues no quería que se quedaran en el aire aquellas cosas que me iban pareciendo importantes. Pero, me vi obligada a retrasar unos meses su inicio, ya que debía concentrarme en el último curso de una materia, cuya aprobación de su examen final me aportaría un nuevo título; así como la conclusión de una etapa de estudios, que había durado cuatro años. Fue a partir de entonces, cuando pude dar inicio a lo que, para mí, está siendo una apasionante nueva aventura.

En mi cuaderno de notas, después de una lista con los posibles nombres para el blog, escribí que este proyecto me haría descubrir cuál era mi esencia; eso que hace que sea yo misma, lo que me hace única, lo que me diferencia de otras personas. Deseaba encontrar quién soy, y lo que quiero ser. Lo que me motiva, lo que deseo, lo que me ilusiona, lo que me hace vibrar, vivir, existir. Es importante que todos vayamos haciendo esos descubrimientos en nuestras vidas. Cada uno encontrará sus propias respuestas, las cuales sufrirán variaciones, como consecuencia de los cambios habidos a lo largo de nuestras distintas etapas, y por el cúmulo de las experiencias vividas.

Desde aquí, hago uno de esos llamados míos: Procuremos ayudar a que, cada uno, descubra y desarrolle sus propias potencialidades, aquellas cosas que le gustan, que le apasionan, que le proporcionan motivación y felicidad.

Sin pretender hacer daño, muchas personas cometen el error de imponer,  a otras, cómo deben ser las cosas, cómo deben vivir sus vidas. Siempre, desde su punto de vista, sus conocimientos, y sus propias experiencias. No quieren darse cuenta de que nuestra misión, la de todos, es encontrar nuestra propia esencia, y ayudar a los demás a que encuentren la suya.

Presentía que, con esa decisión de escribir para otros, comenzaba otra etapa en mi vida. Me proponía compartir aquellos temas que fueran de mi interés, y del de mis lectores, y ciertas reflexiones a partir de experiencias, vivencias, descubrimientos personales, o lecturas.

Deseaba que fuera un espacio muy personal. Algo mío, sin censuras (en especial, de mi parte). Intentando aunar la mente y el corazón, en este proyecto que iniciaba. Como suele suceder, ese inicio de la andadura sería espontáneo. No quería planificar, ni encasillarme, de antemano.

Al constatar que mis expectativas han sido superadas con creces, no continuaré refiriéndome al blog como algo futuro, sino como un bonito proyecto hecho realidad, en el que sigo trabajando con mucha ilusión. Aprovecho la ocasión para pedir disculpas porque en las últimas semanas, y en las próximas, no he podido, ni podré, dedicar todo el tiempo y la atención que necesito para escribir, pues comenzaré “una nueva vida”, después de un inminente traslado de residencia. Y es que vuelvo a estar “Con la mudanza a cuestas”, hasta finales de enero ¡Al parecer, uno de los signos identificativos de mi persona!

Estoy disfrutando con este espacio, al compartir con ustedes todo lo que me parece oportuno someter a su consideración; al hacerme preguntas, al hacérselas veladamente a ustedes, al encontrar mis propias respuestas, esperando que ustedes encuentren las suyas… Hurgando en mi interior, mirando atentamente lo que encuentro en el exterior, e intentando dejarlo reflejado, por escrito.

Es una actividad que me ayuda a expresar, a exteriorizar lo que hay en mí, lo que he ido aprendiendo a lo largo de la vida, con los afectos y las relaciones, con los estudios, los cursos, las múltiples lecturas, y toda una vida de experiencias. Hay diferentes áreas a las que he dedicado parte de mi tiempo, como son la psicología, los asuntos matrimoniales, de los niños, de la familia, en suma. Así mismo, campos de acción tan interesantes como son el desarrollo del pensamiento y el de la creatividad. Espero poder ir estableciendo conexiones entre ellos, con la convicción de que serán de utilidad para mis lectores.

Dediquemos parte de nuestro tiempo a aquellos temas, o actividades, que nos gustan especialmente. Sé que, a veces, es casi incompatible con nuestro quehacer diario, con nuestras ocupaciones, obligaciones o necesidades del momento. Pero, si las tenemos en mente, si las vamos desarrollando, aunque sea a ratos robados a la vida que llevamos, a manera de afición, o forma de ocio y entretenimiento, nos veremos recompensados con los beneficios que pueden aportar a nuestra vida.