jueves, 25 de octubre de 2018

La necesidad de tener un espacio personal




Las relaciones humanas son complejas. Para lograr que sean suficientemente gratificantes y consigan consolidarse con el transcurrir del tiempo, es preciso tener en cuenta muchos elementos y saber cómo conjugarlos adecuadamente. Uno de los que reviste primordial importancia consiste en el establecimiento y la conservación de un espacio personal.

Parte de los problemas que surgen, tienen su origen en la falta de determinación o de habilidad que nosotros tengamos, a la hora de establecer unos límites adecuados. No sucede tan solo en la relación de pareja, sino, en la existente entre padres e hijos, entre hermanos y con el resto de la familia. También, con los amigos, los vecinos, los compañeros de estudio y con las personas con las que compartimos objetivos en el ámbito del trabajo.

Es recomendable que, mientras mantenemos cualquiera de las anteriores relaciones, tengamos el acierto de reservar para nosotros mismos un tiempo y un espacio que nos permita fortalecer nuestra libertad. Dejando provisionalmente de lado la influencia de los sentimientos que nos embargan. Permitiendo que una brisa de aire fresco acaricie nuestro rostro. Sintiendo, al propio tiempo, cómo se fortalece nuestro equilibrio emocional.

Porque, si nos dedicamos en demasía a nuestros asuntos personales, es muy probable que descuidemos nuestras relaciones u ocupaciones. En cuyo caso, semejante comportamiento dará lugar a una insuficiencia de comunicación y contribuirá al deterioro progresivo de nuestra proximidad con los seres que forman parte de nuestra vida. Por el contrario, si desatendemos nuestra propia intimidad, si no dedicamos parte de nuestro tiempo a lo que debe interesarnos y a cuidar de nosotros mismos, nos veremos arrastrados por otras cuestiones, a las cuales, habremos otorgado prioridad. Y, cuando nos demos cuenta de ello, sentiremos un gran vacío existencial. Estado anímico que terminará repercutiendo negativamente en la intensidad del afecto que haga falta depositar en los demás y en la necesaria atención que debemos prestar a nuestros quehaceres cotidianos.

El tiempo que dedicamos a nosotros mismos, nos proporciona beneficios personales y, asimismo, contribuye a que nuestras relaciones con los demás sean más satisfactorias. Pudiera parecer paradójico exigir, de no importa cual persona sea depositaria de nuestro cariño, que no sea un obstáculo que nos impida tener disponibilidad de tiempo para practicar nuestras aficiones, para poder cumplir con nuestros objetivos.

Confieso que expongo este tema, a raíz de una conversación con Lucía, una buena amiga. Ella me comentó que, por diversos motivos, había decidido discontinuar su relación de pareja con Juan. Posiblemente, lo que más había pesado en la toma de esta decisión, había sido la reiterada y persistente imposibilidad de gozar de su propia intimidad. Toda vez que, día tras otro, las actividades que ellos dos compartían acaparaban hasta el último minuto del tiempo libre del que, mi amiga, podía disponer.

Ambos, estaban divorciados y tenían la necesidad de compaginar el tiempo que dedicaban a sus respectivos hijos con el que disponían para ellos mismos. Por si fuera poco, tenían criterios muy diferentes sobre la intensidad de su dedicación a las cuestiones personales.      

Él quería pasar todo el tiempo posible con su pareja, sin comprender que ella  deseara, también, hacer planes con sus amistades y dedicar una mínima parte del suyo a otros asuntos. Juan terminaba acoplándose a todo lo que Lucía quisiera hacer, ya que no mostraba la necesidad de disponer de tiempo para él. Actuando de esta manera, dificultaba la posibilidad de que, mi amiga, pudiese gozar de un espacio exclusivo para ella, de un mínimo de vida propia. Aunque, Lucía, tampoco supo cómo establecer unos límites adecuados en su relación, que le permitieran ser dueña de su tiempo y decidir cómo distribuirlo.

Ella me comentó que su relación con Juan comenzó a los pocos meses de que él se hubiese separado de su esposa y que no había aprendido a estar solo, a ocupar una parte de su tiempo libre al desarrollo de algún tipo de actividad. Además, apenas tenía amigos, excepción hecha de los compañeros que formaban parte de su entorno laboral.

A medida que iba teniendo lugar su nueva relación sentimental, el apego y la inseguridad iban teniendo un mayor protagonismo en la persona de Juan. Como no había desarrollado una vida propia, procuraba encontrar un hueco en la de Lucía. Aunque era buena gente y le aportaba compañía, ella sentía que Juan adolecía de una identidad definida y que era una de esas personas que se adaptan a la forma de ser de la compañía que comparten. Mi amiga valoraba positivamente la capacidad de adaptación a otra persona, pero, lamentaba no poder otorgar tal reconocimiento a Juan, porque, llegaba al extremo de renunciar a su propia personalidad.

Lucía me dijo que, a raíz de la ruptura de su relación con Juan, sintió un gran vacío; ya que, estando con él, se sentía acompañada. Pero, se dio cuenta de que no le sería posible tener cierta independencia y de que no era una relación con futuro. Suponía que lo pasaría mal durante un tiempo, pero era conveniente que cada uno siguiera su propio camino.

Mi amiga precisa que su relación con otras personas no le impida disponer de tiempo para sus “hobbies” y para cultivar sus amistades. Es muy consciente de que siente la necesidad de poder disfrutar de ese espacio personal que, para ella, es importante; el cual, ha ido aprendiendo a apreciar y a consolidar, a lo largo de los años. 


 

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viernes, 12 de octubre de 2018

“Superarás esto”



Cuenta una leyenda que, hace muchos años, un rey de un poderoso reino convocó a sus sabios y consejeros, y les dijo:

-He encargado a mis joyeros que me fabriquen un anillo de oro que soporte un diamante. En su interior, deseo guardar una frase que me ayude e inspire en momentos de gran desesperación, que me ayude a tomar decisiones, que contenga un mensaje que renueve mis fuerzas, cuando me sienta perdido. Una frase, en fin, que me ayude a ser un rey más justo, sabio y compasivo. Tiene que ser una frase corta, que pueda esconderse debajo del diamante.

Sus asesores y consejeros, los sabios más cultos del reino, se dispusieron a escribir las frases más extraordinarias. Pero, a pesar de sus grandes esfuerzos, no encontraban las palabras apropiadas.

En palacio, vivía un anciano que, también, había servido al padre del rey. Cuando la madre del monarca murió, siendo él todavía un niño, quedó bajo los cuidados del devoto mayordomo. Tan grande había sido la amorosa dedicación del sirviente hacia su señor, que recibía del monarca el mismo trato que daba a quienes pertenecían al núcleo familiar. El rey sentía un inmenso respeto por quien le había cuidado, ya que, sus palabras le transmitían seguridad y sabiduría. De modo que se dirigió igualmente a él, en busca de ayuda.

-¡Oh, Majestad, no soy un sabio, ni un erudito, ni un académico! -exclamó, el anciano servidor- Sin embargo, tengo guardado un mensaje que, posiblemente, le será de utilidad. Llegó a mis manos, como consecuencia de mi vida en palacio, a lo largo de la cual, me he encontrado con todo tipo de personas. Me refiero a la ocasión en la que tuve la oportunidad de conocer a un místico, invitado de su padre, a cuyo servicio fui asignado. El día de su partida, me dio este mensaje, en señal de agradecimiento -dijo, el mayordomo, al tiempo que escribía una anotación en un diminuto papel, el cual, dobló y entregó a su señor.

El rey, con gran curiosidad e impaciencia, se dispuso a abrirlo. Pero, el anciano le suplicó que no lo leyera, en ese momento. Le pidió que lo mantuviera escondido en el anillo, hasta que se encontrara en una situación desesperada. Pues, tan solo podría leerlo, cuando no hubiese encontrado solución al problema, después de que todas las tentativas hubiesen fracasado.

Sorprendido, el monarca se dio cuenta de la bondadosa expresión que reflejaba la mirada de su servidor y guardó el papel, convencido de que debía seguir el consejo del anciano.

El momento en cuestión no tardaría en llegar. Unos meses más tarde, el país fue atacado por los invasores. El monarca había sido objeto de una gran emboscada. ¡Estaba desesperado! Huía con su corte, a través del bosque, tratando de escapar de quienes le perseguían. Sus enemigos eran numerosos y les pisaban los talones. Llegaron a un lugar donde el camino se acababa. Enfrente, divisaron un valle, al cual, no podían acceder por encontrarse al borde de un profundo precipicio. ¡No tenían salida!  Y, no podían volver atrás, porque el enemigo les cerraba el paso.

De repente, el rey se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Superarás esto”

Al terminar de leer aquellas dos sencillas palabras, notó un gran silencio. Acto seguido, se dio cuenta de que la angustia había desaparecido y que ahora se sentía calmado. También, se percató que ya no estaba en peligro. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o se habrían equivocado de camino, pero lo cierto era que ya no escuchaba el trote de los caballos.

El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Dobló el papel y volvió a guardarlo en el anillo. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Le dieron renovadas fuerzas, le inspiraron fe, coraje, y le llevaron a redoblar sus esfuerzos. Durante las siguientes semanas, logró reagrupar a sus ejércitos y, con ayuda de los mismos, reconquistó el reino.

El día que regresó victorioso, hubo en palacio una gran celebración, con un almuerzo en el que se sirvieron toda clase de manjares y abundante vino. Luego, desde su trono, el rey presidió los festejos y se sintió enormemente orgulloso de sí mismo.

Viendo a su señor en semejante actitud, el fiel sirviente se acercó  al rey y le dijo:

-Es un momento muy oportuno para que su majestad vuelva a leer el mensaje.

-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora me siento victorioso, la gente celebra mi regreso. ¡No estoy desesperado! ¡No me encuentro en una situación sin salida!

A cuyas palabras, el anciano respondió:

-Ese mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también lo es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando llega la derrota; también lo es para cuando se alcanza la  victoria.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Superarás esto”. Acto seguido, en medio de la muchedumbre que cantaba y bailaba, sintió la misma paz y el mismo silencio que experimentó, cuando estaba en el bosque. Y, al propio tiempo, que no debía sentirse orgulloso de sí mismo, sino del valor de sus tropas y de todo su pueblo, a cuya felicidad dedicaría sus esfuerzos, durante el resto de su vida. Fue una clarividencia. El rey comprendió la profundidad y el alcance de aquel escueto mensaje.




Comentario personal:

Hace años, leí una de las diferentes versiones que podemos encontrar de este cuento anónimo. Pero, desde entonces, son muchas las veces que he tenido presente la moraleja que contiene.

Conviene tenerla en cuenta, cuando estemos tristes, preocupados o temerosos. Cuando la existencia se nos ponga cuesta arriba y no sepamos cómo solucionar los problemas que se nos presentan. Cuándo no encontremos la forma de levantar cabeza y poder sonreír de nuevo. Porque, las situaciones más difíciles pasan y se superan.

Al igual que le ocurrió al rey de nuestra historia, cuando estemos contentos, cuando la vida nos sonría, cuando nos encontremos como en un sueño, también, debemos recordar que los triunfos son efímeros, que la vida está en continuo movimiento y que debemos alejar de nosotros la tentación de sentirnos orgullosos de nosotros mismos y por encima de los demás.



 
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