domingo, 2 de agosto de 2015

El abuelo era sabio




Tenía la sabiduría que unos cuantos elegidos alcanzanhabiendo preservado la bondad y limpieza de su corazón, aun después de haber tenido que afrontar todo tipo de injusticias y adversidades. 

A pesar de llevar juntos tantos años, me da rabia seguir cayendo en la trampa que me tiende mi marido, cuando quiere provocar algún debate entre nosotros. Conozco perfectamente su técnica, consistente en afirmar algo totalmente distinto de lo que piensa. Lo dice con tal naturalidad y seriedad, que yo entro al trapo, y me lo trago. Cuando me parece advertir el peligro -por desgracia para mí, sucede en pocas ocasiones-, me pongo en guardia y me limito a fruncir el ceño, esperando a ver por dónde va a salir. Entonces, él se ríe y me habla muy en serio.
Fue lo que ocurrió, cuando me dijo que no disponía de tiempo para mirarse en el espejo, al salir de la ducha, cada mañana. De lo que se infería que, tampoco, lo tenía para dedicarlo al conocimiento de sí mismo. 
- No es así -rectificó, mirándome a los ojos-. Pero, dedico mucho más tiempo intentando conocer a los demás y observando todo cuanto nos rodea.

- A pesar de lo cual, tendrás interés en conocerte a ti mismo -insistí-. Ya ves lo que dice el Sabio: es la más difícil de todas las cosas. 

- No pretendo objetar la respuesta de Tales de Mileto. Sin embargo, he procurado no obsesionarme con esta práctica, a diferencia de muchas otras personas que se pasan la vida buceando en el interior de su alma. Opino que es un ejercicio muy peligroso, y procuro excluirlo de mis hábitos.

- ¿Entonces? -Le pregunté yo.

- Prefiero averiguar cuál sería mi elección, ante la infinidad de situaciones que nos presenta la vida. Advirtiendo que, haberlo descubierto, no es suficiente garantía de cumplimiento.

- No comprendo bien lo que quieres decir ¿Puedes explicarte? -Yo quería que me diera toda la información, pero lo hacía a cuentagotas.

- Podemos conocer nuestro organismo, mediante la colaboración de un médico, al igual que un mecánico nos descubre los mecanismos de un automóvil. A este último, resulta fácil dominarlo. Cuando quieres detenerlo, basta que reduzcas la velocidad y pises el freno. Si quieres ponerlo en marcha, giras la llave de contacto, o presionas el botón de arranque automático. Pero, el alma de cada persona, es imposible conocerla ¡Con razón dice el Sabio que es la más difícil de todas las cosas! ¡Esa es tarea ingente para vosotros, los Psicólogos!

- Sé, de sobras, que no te gustan los Psicólogos -le dije, a mi marido-; aunque, ironías de la vida, te casaste con una.

- En lugar de pretender saber cómo soy, procuro averiguar hasta qué punto mis principios condicionan mi toma de decisiones. Entendiendo por principios, aquellos soportes que yo  he elegido para andar por la vida. Por ejemplo, el amor, la fidelidad, el esfuerzo, el trabajo, la religión, la familia, etcétera. Los seres humanos, tenemos cientos de soportes a nuestra disposición; incluyendo aquellos que no son intrínsecamente buenos, o acordes con la moral, o contrarios al Derecho…

- ¡Dame un ejemplo! - le urgí, expectante. 

- ¡Muy sencillo! Yo he elegido el principio sacrosanto del amor, para compartir la vida contigo. También, el no menos sólido fundamento de la fidelidad. Por lo tanto, sería de esperar que yo rechazara cualquier propuesta de infidelidad. 

- ¿Sería de esperar? ¿No lo aseguras? -le pregunté. 

- Por lo que conozco de mí mismo, sería lo que cabría esperar de mí -contestó.

Tuve que reconocer la honestidad de su respuesta, aunque me quedé pensativa, hasta que mi marido interrumpió el silencio.

- Por eso digo que es preferible perseguir la sabiduría observando a los demás y profundizando en el conocimiento de todas las cosas; en lugar de pasarse uno la vida, hurgando en los recovecos de su propia mente. 

Luego, sin que ninguno de los dos lo pretendiera, la conversación fue derivando hacia la sabiduría de la que algunas personas elegidas, son poseedoras, a lo largo de su vida. Mi marido aseguraba que se llegaba a este estadio superior, después de años de observación y de  estudio. Después de que, la edad, hubiese aplacado las pasiones del ser humano, habiendo desarrollado, en cambio, su corazón y su mente, hasta límites insospechados.

- Me viene a la memoria -comentó- la imagen de mi abuelo, que llevo grabada en mi corazón, desde que yo era un niño. Era un hombre delgado y muy alto. Razón por la cual, el paso de los años hizo que caminara algo encorvado. Con frecuencia, salíamos de paseo, y él me agarraba de la mano, apretándola con fuerza, si intuía algún peligro. Era una mano que me transmitía amor; yo me sentía feliz y seguro, a su lado. 

- ¡Qué lindo! -exclamé, viendo que se le aguaban los ojos- ¿Adónde te llevaba? -pregunté, con la intención de despistar su emoción. 

- ¡Me sorprendía, siempre, con el recorrido que se inventaba! -exclamó, mi marido, dibujando una sonrisa en sus labios-. Íbamos al mercadillo de libros viejos, de donde yo salía con un par de cuentos bajo el brazo. Nos acercábamos al parque y, sentado en un banco, dejaba que yo jugara a la pelota con los otros niños. Gracias a mi abuelo, aprendí a patinar sobre ruedas, al descubrir una pista de patinaje que alquilaba los patines; gasto que él afrontaba, sin contárselo a nadie. Hasta que un día, al comprobar mi constancia, me regaló unos patines de cuero, homologados para competición ¡Fue con los que aprendí a  jugar al hockey, en el colegio! 

-¡Qué envidia! -no pude evitar emitir. 

- Mi abuelo era un hombre sabio -continuó diciendo, mi marido-. Tenía la sabiduría que unos cuantos elegidos alcanzan, habiendo preservado la bondad y limpieza de su corazón, aun después de haber tenido que afrontar todo tipo de injusticias y adversidades. 

Estuve a punto de interrumpir, pero decidí esperar a que, mi marido, terminara su discurso. 

- No era un gran intelectual, tampoco un científico, ni creo que deslumbrara por su inteligencia. Los conocimientos adquiridos, a lo largo de años de observación y reflexión, habían modulado su carácter. Obraba con una medida pausa; y era silencioso. Cuando hablaba, modulaba el tono de su voz. Recuerdo que era una voz cálida, que infundía un gran respeto en todos cuantos le escuchábamos ¡Definitivamente, era la voz de un sabio! 

Estuvimos, hablando sobre el conocimiento de uno mismo, y sobre el conocimiento de los demás, hasta una avanzada hora de la madrugada. Me impresionó constatar la influencia que la memoria de su abuelo, ejercía en mi marido.





2 comentarios:

  1. Hermoso, si señor... Demuestra una interesante inteligencia emocional sustentada por grandes valores... Me ha encantado.

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