sábado, 27 de febrero de 2016

Lo que me contaron de una parte de la historia del buque escuela de la Armada Nacional de Colombia, ARC “Gloria”




 

El pasado mes de diciembre, tuvimos la oportunidad de alojar en nuestra casa a Liliana y Alexander, un matrimonio con el cual hemos mantenido una inquebrantable relación de amistad, a pesar del tiempo transcurrido.

La última vez que habíamos estado en compañía de ellos, había sido durante el verano del noventa y cuatro, cuando decidimos viajar a Cartagena de Indias, que es la ciudad en la que nuestros amigos han mantenido su hogar, a pesar de haber tenido que residir, como nosotros, en diferentes países. Debo decir que Alexander es un alto oficial de la Armada colombiana y que ingresó en la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, cuando era un jovencito que acababa de cumplir los diecisiete años.  

A finales de noviembre, Liliana me había llamado para anunciarme que estaban organizando un recorrido por diversas capitales europeas, siendo Madrid la etapa final. Con emoción, me dijo que estaban deseosos de volver a vernos. No dudé en poner nuestra casa a su disposición.

A lo largo de siete intensos días, tuvimos que dar cabida a un apretado programa de actividades, entre las que no pudo faltar la visita a museos y exposiciones de arte. Podría hacer mención a alguna de las simpáticas anécdotas que tuvieron lugar durante su estancia en Madrid. Sin embargo, me ha parecido oportuno hacerles partícipes de la historia que nos contó Alexander, en la esperanza de que les resulte interesante.

Fue al tercer o cuarto día, al regresar a casa, después de haber dedicado la jornada a visitar la ciudad de Segovia. Liliana nos dijo que, tanto su marido como ella, se sentían incapaces de sentarse a la mesa para la cena y nos pidió, también, cancelar la salida nocturna que teníamos pensada realizar, aquella misma noche.

-¡Estamos agotados! -exclamó, nuestra amiga- Pero, no penséis que ha sido por el paseo -añadió, en tono quejumbroso-. La culpa ha sido nuestra, por lo brutos que hemos sido a la hora del almuerzo. Nos hemos dejado vencer por el pecado de la gula. ¡Pedir judiones de la Granja, sabiendo que, a continuación, venía el lechón asado!

-No te preocupes, Liliana -contesté, sin poder evitar contener la risa- ¡Nos quedaremos en casa, encantados de la vida!

-Perdimos la cabeza al encontrarnos en Casa Cándido, el Mesonero Mayor de Castilla. ¡Estábamos al lado del Acueducto de Segovia! ¿Se imaginan qué emoción? -intervino, Alexander-  ¡Os ha quedado, todo, muy rico! ¿Qué tal los entrantes? Las croquetas, el delicioso jamón de bellota, el excelente vino… ¡y, los espectaculares postres!

-¿Queréis que os prepare alguna infusión? -pregunté- ¿Un té? Quizás, una tila, una manzanilla con limón…

-Tu marido y yo, nos tomaremos unos tragos -contestó Alexander-. Y, de paso, me contará de dónde ha sacado las fotografías de este barco -agregó, fingiendo la más supina ignorancia, y señalando las dos fotos del “Juan Sebastián de Elcano” que Joaquín tiene expuestas sobre los estantes de la biblioteca.

-¡No me tomes el pelo, Alexander! -protestó, mi marido- Aunque jubilado, eres Contralmirante de la Armada de Colombia y sabes muy bien de qué barco se trata y dónde están tomadas estas fotos.

Nuestro amigo se sonrió. Se dejó caer sobre uno de los sofás del salón, lugar de la casa en donde habíamos decidido acomodarnos. Me pareció apreciar una cierta expresión de picardía en la comisura de sus labios y, sobre todo, en el brillo de sus ojos.

-Se trata del bergantín-goleta “Juan Sebastián de Elcano”, el insigne buque escuela de la Armada española, enfilando el canal de la Bahía de La Habana. La inconfundible silueta del castillo de los Tres Reyes del Morro, que aparece de fondo, en ambas fotografías, hace muy fácil la identificación del lugar ¡Son dos fotos muy bellas! Y, cabe calificarlas de históricas.

-Era el dos de junio de mil novecientos noventa y ocho -dijo, Joaquín-. Aquel día, yo estaba en La Habana -añadió-. Y, a pesar de ser una hora muy temprana, la temperatura superaba los treinta grados centígrados y había calma chicha, lo cual, dificultaba la maniobra de atraque del buque.

-Su Comandante, el Capitán de Navío, Teodoro de Leste Contreras, ordenó disparar la primera salva de artillería, antes de entrar a puerto -explicó, Alexander-. Por lo tanto, serían las ocho de la mañana. Cuando finalizó el último de los veintiún disparos, siguieron unos segundos de expectación, que se hicieron eternos, hasta que la salva fue correspondida por una Compañía cubana, con otros tantos cañonazos, desde La Cabaña.

-¿Cómo lo supiste? -preguntó, mi marido- Tú no estabas en La Habana, para saber lo que estaba sucediendo.

-Nos lo contó el Ministro de Asuntos Exteriores de España -contestó el Contralmirante-. Fue con ocasión de una de sus visitas a Colombia. Nos confesó que había preocupación por saber si responderían al protocolario saludo, a pesar de que el Gobierno cubano había dado su autorización a la llegada del buque escuela. ¡Debieron ser momentos muy emotivos! -exclamó, Alexander-. Habían transcurrido cuarenta y cuatro años desde la última vez que el “Juan Sebastián Elcano” tocase tierras de la Isla Grande de Cuba -dijo, nuestro amigo-. Al mes siguiente, concretamente el día tres de julio, se cumpliría el centenario del hundimiento de la escuadra española, durante la batalla naval de Santiago de Cuba, en mil ochocientos noventa y ocho. Entre la tripulación del buque escuela había dos Tenientes de Navío, Pascual Cervera Burgos e Ignacio Carvajal Cervera, tataranietos del insigne Almirante Cervera. Además, de otros ocho descendientes de españoles caídos en la contienda.

Hubo unos segundos de silencio, después de lo cual, la conversación quedó interrumpida. Tiempo que aproveché para ir a la cocina, llenar la cubitera con hielo picado y completar la bandeja con botellas de agua mineral, de refrescos, frutos secos y aceitunas rellenas. Cuando todo el mundo se hubo servido, mi marido consideró oportuno incidir sobre lo que había dicho, Alexander.

-Sin duda alguna, fue un gesto del Gobierno conservador español, que presidía José María Aznar, para poner de manifiesto su voluntad de acercamiento y diálogo con el Ejecutivo cubano. Hay que tener en cuenta que las relaciones diplomáticas, entre los dos países, no pasaban por su mejor momento y que se había elegido la capital de Cuba, como sede de la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, de los veintiún países miembros, la cual, se iba a celebrar, al año siguiente.

-Tuvo lugar, a mediados de noviembre de mil novecientos noventa y nueve -recordó, Alexander-. Fue la penúltima vez que nos vimos, fuera de Colombia.

-¡Muy cierto! Nuestro último encuentro tuvo lugar en Santiago de Chile -asintió, mi marido.

Por unos instantes, Alexander se quedó pensativo, dándole vueltas al hielo del vaso con whisky que tenía en las manos. A continuación, tomó un sorbo y depositó su trago sobre la mesa. De manera un tanto ceremoniosa y grave, nos dijo:

-Voy a hacerles una confidencia que, al cabo de los años transcurridos, dejó de ser un secreto. Pero, también, quiero contarles una historia relativa a nuestra Armada, de la que llegué a ser insignificante testigo -añadió.

Nos quedamos mirándole, expectantes.

-Cuando el “Juan Sebastián de Elcano” zarpó de Cádiz para proceder a un nuevo crucero de instrucción, no tenía previsto que tocara tierra cubana. Se dijo que la noticia del cambio de rumbo se la dio, al Capitán de Navío Teodoro de Leste Contreras, Su Majestad, el Rey Juan Carlos I, en persona, el día once de mayo, fecha en la que el buque escuela salía de Cartagena de Indias, con destino a La Guaira -continuó explicando, nuestro amigo-. El Comandante de Leste había sido ayudante de Don Juan de Borbón, durante varios años, y sabía que la ilusión del padre del Rey siempre había sido navegar a Cuba en el noventa y ocho. Lamentablemente, falleció unos años antes, en mil novecientos noventa y tres.

El Contralmirante hizo una pausa. Sus labios dibujaron una leve sonrisa y pude apreciar la agudeza de su mirada.

-Ignoro cómo reaccionaría mi amigo de Leste, cuando recibió la orden del Rey. Porque, unos días antes, fuentes del Ministerio de Defensa de España, habían filtrado la decisión tomada por el Gobierno, para que el “Juan Sebastián de Elcano” hiciera escala en La Habana. La primicia no fue patrimonio de Su Majestad, el Rey, como, muy burdamente, se quiso dar a entender. Basta acudir al periódico español “ABC” para constatar que la noticia fue publicada por el mencionado rotativo, en fecha ocho de mayo de aquel año, de mil novecientos noventa y ocho.

-Al parecer -dijo, Liliana, con la naturalidad a la que nos tenía acostumbrados-, nunca existió muy buena química entre el conservador Presidente del Gobierno y la Casa Real ¡Al menos, eso es lo que tengo entendido!

Joaquín no quiso dar contestación alguna al comentario de mi amiga. Lo mismo sucedió con su marido, el Contralmirante. En vista de lo cual, yo le di la razón a Liliana. Sin que hubiera  objeción alguna  a mi pronunciamiento, Alexander, retomó la palabra para decir:

-El momento es oportuno para recordar una historia, cuyo origen, bien puede situarse a comienzos de mil novecientos sesenta y seis. Concretamente, en enero de aquel año, con la aprobación y posterior publicación del Decreto Número Ciento Once, por parte del Gobierno de Colombia. Aunque, conviene tener bien presente que fue fruto de anhelos, peticiones y esfuerzos desarrollados por parte de muchas personas, con anterioridad a esta fecha -quiso puntualizar, nuestro amigo-. Forma parte de la gloriosa historia de la Armada de Colombia y de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla, en donde yo tuve el honor de estudiar, y en la que se han instruido cientos de marineros colombianos que han de defender las costas y las aguas de los territorios nacionales -continuó diciendo, nuestro amigo.

Hizo una breve pausa para fijar su mirada sobre cada uno de nosotros y comprobar que le estábamos escuchando, con gran atención.

-Para no tenerles más tiempo en suspense, les diré que se trata  de contarles cómo fue posible que la Armada de Colombia pudiera disponer del buque escuela ARC “Gloria” -nos desveló, finalmente.

 

  

-¡Es una belleza! -saltó, mi marido, emocionado- Es el más antiguo de los cuatro veleros hermanos construidos por el mismo astillero. Es un bergantín-barca, o bricbarca, de tres palos, que…

-¡Por favor! ¡Deja que Alexander nos explique! -le tuve que interrumpir, a Joaquín.

Sorprendido por mi intervención, mi marido arrugó la nariz. Pero, aceptó mi recriminación, poniendo cara de niño regañado.

-En el mes de diciembre del año anterior, había finalizado el segundo semestre del curso académico que, en mi caso, suponía la terminación de mi carrera, después de cuatro años de estudio. Por lo cual, tuve la inmensa satisfacción de graduarme como Teniente de Corbeta -explicó el Contralmirante-. La víspera de ponerme en camino para ir a pasar la Navidad con mi madre y mis hermanas, uno de mis profesores me llamó a su despacho.

-“Antes de que salgas de la Escuela -me dijo, mostrándome un documento impreso- quiero que firmes esta solicitud. La he cumplimentado, personalmente, echando mano de los datos de tu historial académico. Bastará que firmes, en la última página” -me indicó, señalando con su dedo índice el lugar donde yo debía estampar mi firma.

¡Me quedé estupefacto! Pero, era un profesor muy querido por mí y no podía darle señal de desconfianza alguna, por lo que firmé la solicitud.

-¿No quieres saber lo que has firmado?” -me preguntó, mientras guardaba el documento en su portafolio.

-¡Por supuesto que sí, señor! -contesté.

-“Ahora, que ya eres Oficial de la Armada, vas a hacer un Posgrado de Estudios Políticos” -me informó, escuetamente-. “Te espero en este mismo despacho, el primer día laborable del próximo mes. Ese mismo día, te incorporarás al que ha de ser tu primer destino.”

-¡No me digas! -exclamó, Joaquín- ¿Firmaste, a ciegas, un compromiso tan importante para tu futuro?

-¡Sí! -contestó, Alexander- Te puedo asegurar que, en ningún momento de mi vida, me he arrepentido.

-Entonces -especulé, presa de la curiosidad-, te fuiste de vacaciones navideñas, sin saber cuál sería tu próximo destino.

-¡Así fue! Estuve sobre ascuas, cada uno de los días que pasé en mi casa, en Barranquilla. Yo no quise decirle nada a mi madre, ni a ninguna de mis dos hermanas. Todas se quedaron muy tranquilas, cuando les dije que debía regresar a la Escuela Naval. Únicamente, se lo anuncié a Liliana, mi novia, en aquellas fechas.

-Antes de salir de vacaciones, expliqué al responsable de la residencia, la orden que yo había recibido. Me dijo que el nuevo curso daría comienzo más tarde, pero que el primer día laborable sería el lunes, tres de enero, y que podía contar con alojamiento provisional en el pabellón para Oficiales. Por lo tanto, viajé en la chiva que salía el domingo, al mediodía, con destino a Cartagena.

-Recuerdo, perfectamente, aquella despedida -intervino Liliana-. Fue la primera vez que tomé conciencia de lo que supondría casarme con un Oficial de la Armada.

-¡Has venido en muy mal día! -fueron las primeras palabras que pronunció mi profesor, cuando me presenté en su oficina, a las nueve, en punto, de la mañana.

-Aquí, todo el mundo anda muy revuelto. No parece descabellado pensar que, al fin, la Escuela cuente con un espectacular buque para la formación de sus alumnos, cadetes -agregó, levantando sus pobladas cejas, ante mi estupor-. ¡Hace falta ser muy “verraco” para lograr que el Ministro de Defensa te firme en una servilleta! -exclamó, sin poder contener su emoción- Tu solicitud para el Posgrado de Especialización en Estudios Políticos ha sido aprobada -me comunicó, mudando la expresión de su rostro y adoptando un aire ceremonioso-. Debes presentarte, sin pérdida de tiempo, ante el edecán del Comandante de la Armada. Pide por él, en la Base. 

 

 

-¡Yo no entiendo nada de lo que estás contando! -interrumpí, otra vez.

-Permíteme que prosiga, Magdalena; lo entenderás, enseguida. Cuando llegué a la BN1, me dijeron que el edecán se había ausentado, pero que debía esperar a ser atendido por uno de sus ayudantes, lo cual, tuvo lugar después de una larga espera. Me recibió un Teniente de Navío.

-¡Bienvenido a bordo! -fue su saludo-. Por solicitud expresa del edecán del Comandante de la Armada Nacional, has sido destinado a esta Base Naval, para incorporarte a su equipo de Oficiales Ayudantes. A partir de este momento, considérame tu compañero -añadió, estrechándome la mano, con energía.

-Debiste sentirte feliz, Liliana, cuando tu novio te dio a conocer la proximidad de su destino -dije, sin contener mi manifestación de alegría.

-Estuve esperando su llamada, durante todo el día -explicó, nuestra amiga-. A última hora de la tarde, llegó un radiotelegrama, a mi casa. Al abrirlo, me temblaban las manos, mientras mi madre permanecía de pie, junto a la puerta, esperando con impaciencia que terminara de leerlo. Alexander me informaba del destino que le había correspondido, me decía que me amaba y que quería casarse conmigo. Me rogaba que preparara una entrevista con mi padre porque quería pedirle mi mano, en su próximo permiso -respondió, Liliana, con una radiante sonrisa en su rostro.

El Teniente de Navío me dijo que, desde los últimos días de diciembre, se estaban viviendo momentos de enorme tensión, de los que nadie se había podido liberar. El Comandante de la Armada Nacional, el Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, había decidido viajar a Bogotá, aquella misma mañana, en compañía de su edecán -continuó explicando, Alexander-. Se esperaba la autorización del Gobierno para proceder a la compra de un buque escuela con destino a la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla.

Al parecer, había trascendido que, días antes de Navidad, en una recepción celebrada en Bogotá, en la embajada de un país vecino, nuestro Comandante había coincidido con el Ministro de Defensa, General Gabriel Rebéiz Pizarro. El Vicealmirante llevaba mucho tiempo intentando convencerlo de la necesidad de que la Armada, pudiera contar con un buque escuela. Por supuesto, no desaprovechó la oportunidad de tener sentado al Ministro junto al él, en un salón de la mencionada embajada, que fue el lugar en el cual el señor Embajador terminó reuniendo a un reducido número de autoridades, mientras los camareros estaban pendientes de reponer las copas de los invitados.

En un momento determinado de la reunión, el Ministro rogó a nuestro Comandante que no continuara hablándole sobre los enormes beneficios del proyecto y que, en su lugar, le prestara un bolígrafo. A continuación, se dirigió a uno de los camareros y le pidió que le hiciera entrega de una de las servilletas de papel que llevaba en la bandeja. Se inclinó hacia adelante, colocó cuidadosamente la servilleta sobre la mesa, después de apartar un par de vasos, y escribió: “Vale por un velero”. Estampó su firma, y le hizo entrega de la servilleta al Vicealmirante, como demostración de su compromiso con la causa.



 

-¡La Historia, evidentemente, se encargó de demostrar que el Ministro cumplió con su compromiso! -exclamó, mi marido.

-Tal como mencioné anteriormente, tuve la inmensa fortuna de compartir la alegría que nos invadió a todos. A los cuatro días de haberme incorporado a mi destino, el Gobierno de Colombia, en su Decreto Número Ciento Once, dio autorización a la Armada Nacional para adquirir un velero tipo bergantín-barca, de tres mástiles, para destinarlo a buque escuela -dijo, Alexander-. En aquellos días, tuve el alto honor de ser presentado a nuestro Comandante, por su edecán. Siempre recordaré lo que el Vicealmirante Orlando Lemaitre Torres, me dijo: “Ha llegado, usted, en un buen momento. Le deseo éxito en su carrera”. ¡Me temblaban las piernas! Estaba ante la presencia de un gran “verraco”, según palabras textuales de mi profesor.

-¿Qué ocurrió, después de que se aprobara la compra? - pregunté.

-Se crearon varios equipos de personas para el seguimiento del proyecto, que involucraron a la Escuela Naval de Cadetes y a la propia Armada Nacional. La adquisición del ARC “Gloria” nos tuvo muy ocupados, durante los siguientes dos años -respondió Alexander. 

 


Nos contó el desarrollo del proceso, con todo tipo de detalles. Me tomo la libertad de resumir los momentos más relevantes, comenzando por mencionar que el contrato de compraventa del buque escuela se firmó con la Sociedad de Construcción Naval Española, con sede en Bilbao, en el mes de octubre de aquel año de mil novecientos sesenta y seis.

La construcción del navío se inició en abril del año siguiente, y el bautizo de la futura alma mater de la marina colombiana tuvo lugar en fecha dos de diciembre del mismo año, con la ceremonia de la botadura del casco, en la Ría del Nervión. El nombre elegido fue el de “Gloria”, en honor a Gloria Zawadsky de Rebéiz, esposa del Ministro de Defensa, a quien la muerte le sobrevino antes de que viera materializado el sueño que había hecho posible, gracias a su firma en una servilleta.

El ocho de agosto de mil novecientos sesenta y ocho, se procedió a la asignación de un grupo de marinos, Oficiales, Suboficiales, Cadetes y personal civil, para su posterior traslado a Bilbao, con el objeto de participar en la última fase de la construcción del barco y en el acto de  recepción del mismo.

Casi, un mes más tarde, el día siete de septiembre, a las diecisiete horas y treinta minutos, estando atracada la nave en el Canal de Deusto, se llevaron a cabo los actos oficiales para la ceremonia de izado de la bandera de Colombia en el ARC “Gloria”.  Después de lo cual, dieron comienzo las tareas de instrucción de su primera tripulación y las pruebas de mar.

El día nueve de octubre, el buque zarpó del puerto de Ferrol, rumbo a su patria.

En la mañana del día once de noviembre de mil novecientos sesenta y ocho, un velero tipo bergantín barca, de sesenta y siete metros de eslora, diez con sesenta metros de manga y capacidad para desplazar mil trescientas toneladas, se divisa en el horizonte, donde confluyen mar y cielo. Todo el mundo en Cartagena de Indias, sabe que el buque escuela ARC “Gloria” se está aproximando al puerto, tiñendo de verde aguamarina las aguas del Mar Caribe, su gran bandera tricolor desplegada al viento.

 


 

Anotación final.

Hace dos años, en su cuadragésimo sexto aniversario, el ARC “Gloria” había navegado un total de ochocientas diez mil millas náuticas, durante ocho mil ochocientos días de navegación. Sus cubiertas, habían servido como Embajada de Colombia en un total de ciento ochenta y cinco puertos, de setenta y dos países. El insigne buque escuela había cruzado la Línea del Ecuador en cuarenta y dos ocasiones, el Meridiano Cero en otras treinta y ocho y el Meridiano Ciento Ochenta, un total de doce veces. Había doblado, en dos ocasiones, el Cabo de Hornos, lugar en donde convergen los Océanos Atlántico y Pacífico, siendo el punto más meridional de América. El primer paso se realizó en el año dos mil diez y, el segundo, en marzo de dos mil catorce. Lo cual permite que el buque escuela colombiano forme parte de la Cofradía de los CAP HORNIERS, la hermandad de veleros mayores que han sorteado las dificultades climáticas y del mar, valiéndose de los elementos básicos de navegación, utilizando solamente sus velas, como propulsión. Para los marinos, hacer este cruce es algo similar como escalar el Everest para los alpinistas.

 

 

Imágenes encontradas en internet.



 

6 comentarios:

  1. Delicioso releer la historia del Gloria nuestro buque Escuela. Magda te faltó decir que el Almirante Lemaitre fué tu tío, esposo de tu tía querida Socorro Vélez.

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Por supuesto, el Almirante Lemaitre!!!, mi tío Orlando. La anécdota del vale por un velero es genial. Un abrazo muy grande.

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  2. Hay Magdalena me encanto.... Y lo de la servilleta sencillamente GENIAL !!!

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  3. Magda me gusto como narraste la historia. Al Contralmirante lo apasiona su historia con el buque escuela Gloria y la conto de tal manera que logro entusiasmarte para que tu la escribieras, pero la forma en que tu la relatas me mantuvo a la expectativa de como habia logrado el Vicealmirante Lemaitre convencer al Ministro de Defensa la construccion del glorioso buque escuela.

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  4. La felicito por esta narración, el orgullo del Almirante que te relata esta historia ( el cual no logro reconocer ), yo era cadete ingresado en 1966, mi nombre es Antonio Correa Rincon y fui uno de los integrantes de la primera tripulación del ARC Gloria, que fuimos a Bilbao a recibirlo, traerlo a Colombia y en el año 1969 iniciamos el primer crucero. Nuestro grupo ha tenido el doble privilegio de celebrar 50 años:
    - De ir por el buque , ayudar a terminar su construcción, colocación de toda la jarcia y hacer el viaje inaugural en 1968.
    - Participar en el Primer crucero en 1969.
    Ser integrante de la primera tripulación del ARC Gloria es un orgullo para cada uno de nosotros, conocer en detalle este buque, no hay ningún espacio del mismo que no conozcamos y lo mas significativo es que lo hicimos partiendo de CERO experiencia pues era la primera vez que navegábamos en un velero de ese tamaño y ademas nuevo, es decir no se tenia ninguna referencia del comportamiento del buque en el mar. Estoy seguro que todos los retos que superamos en estas dos experiencias se deben a la formación excelente que hasta esa fecha habíamos recibido en la Escuela Naval en dos años y medio y aun componente primordial llamado JUVENTUD, la edad promedio de los cadetes era de 19 años. Como anécdota corta les cuento que en 1969, en febrero cuando arribamos a New York, después de haber soportado un mar y clima hostil debido a la temporada de invierno, haberse caido el Suboficial Josue Alvarez ( el Noruego ) en una maniobra de aferrar un foque, el intento frustrado de trasladarlo a un helicóptero del Coast Guard a medianoche y finalmente trasnbordarlo a un Guardacosta Americano a las 6 de la mañana, ambas maniobras con la peor de las condiciones de mar, finalmente llegamos a muelle después de navegar en el Rio Hudson congelado en la superficie, nuestra gran sorpresa fue la gran cantidad de gente que nos esperaba en el muelle entonando el himno de Colombia, debido a que estaban enterados de la mala situación que venia soportando el buque en esta travesía, pero la sorpresa para toda esta gente fue cuando bajamos de los palos y se inicio la visita abordo del velero, no entendían que este velero tuviera una tripulación tan joven, casi niños viviendo esa experiencia. El suboficial Josue Alvarez falleció en New York, una semana después de que hubiéramos zarpado hacia Lisboa en medio de las mismas malas condiciones de mar.

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    1. Antonio, cuánto siento no haber leído antes su comentario. Le agradezco que nos haya escrito contándonos su experiencia, la cual habrá sido muy especial. Siento ese percance que desembocó en la muerte del Suboficial Josue Alvarez (el Noruego), en Nueva York. Es un privilegio saber por usted de esos comienzos de nuestro buque escuela.

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