La necesidad de
compartir aspectos de nuestra intimidad con alguien, puede variar.
Hay momentos de mayor
cercanía, en los que se abren las compuertas que contienen el caudal de
emociones y sentimientos que hemos ido almacenando para nosotros mismos.
En tales ocasiones, nos
comunicamos sin dificultad. Nos encontramos cómodos. Sabemos que la persona con
la que estamos desea escucharnos. Que está realmente interesada en compartir
aquella zona de intimidad que le confiamos y que depositamos en sus manos.
Tenemos la seguridad de que la recibirá con el mayor de los respetos, con
cariño, incluso. Suele producirse una mutua reacción: ambos, abrimos nuestro
corazón, y nos comunicamos desde lo más profundo de nuestros corazones.
Sin embargo, se
presentan situaciones en las que, ninguno de los dos, desea compartir, con el
otro, los contenidos de su intimidad; ni siquiera, los que se han generado
recientemente, los que han formado parte del día a día de las últimas semanas,
aquellos que no han tenido tiempo de ser procesados y almacenados. No hace
falta que los dos coincidan en esta actitud, bastará con la de uno de ellos.
Con seguridad, las
circunstancias que propiciaban tan íntima comunicación, habrán cambiado. Pero,
¿son conscientes, ambos, de las razones que han surgido para que se haya
producido ese distanciamiento? ¿Han sabido trasladar, el uno al otro, los
motivos por los cuales se ha producido?
Fue un hecho que
nuestras compuertas fueron abiertas. Ya no podemos rescatar aquello que
comunicamos a la otra persona y volverlo a almacenar, como si nada hubiera
pasado. Nos resta, tan solo, confiar que permanecerán en una especie de memoria
conjunta, íntimamente compartida.
Me pregunto por qué modificamos el nivel de nuestra
comunicación con otra persona. Seguramente, hay múltiples causas. Cada uno,
tiene sus propias razones. Yo soy partidaria de hablar de ello, pero sé que hay
personas que no opinan lo mismo. Piensan que, a buen entendedor, pocas palabras
bastan. Creo que esa actitud puede
llevarnos a confusión. Y que uno no sepa, o no comprenda, lo que realmente sucedió; o lo que llevó, al otro, a cambiar.
La variación del nivel
de apertura se explica, en parte, por la naturaleza de su propia personalidad.
Hay personas introvertidas, que han aprendido a guardar, para sí mismas, sus
sentimientos, sus pensamientos y sus propias vivencias. Casi nunca, las
comunican. Únicamente, hacen partícipes a los demás, al afrontar situaciones
muy específicas, en las que abren las compuertas de su intimidad, para volver a
cerrarlas. Cuando cambian las circunstancias que facilitaron la comunicación,
vuelven a su vida normal, elevando una muralla alrededor de su núcleo íntimo.
Otras, con más tendencia a la extraversión, conservarían siempre el mismo nivel
de apertura que han logrado con alguien; aunque no sean igualmente
correspondidas, al cabo de un tiempo.
Cuando alguien que
tiende a guardar silencio comunica contenidos muy íntimos, ¿lo hace
deliberadamente, porque realmente desea hacerlo?, o porque el ritmo que han
llevado la comunicación y la relación le inclinan a ello. Aquí, me pregunto si
esa apertura se debe, en parte, a la forma de ser de esa otra persona, la cual contribuye
a que haya un mayor nivel de intimidad.
También conviene saber
si hizo, o dijo algo, para que se produjera ese cambio en el nivel de apertura de
la relación. Por supuesto, es posible. Sin embargo, es la excusa que nos damos,
frecuentemente, cuando nos resistimos a aceptar que los cambios tuvieron lugar
en nosotros mismos. Lo que hacen los
demás es el espejo en el que se refleja lo que no habíamos visto, hasta
entonces. Cuando nos tocaron ciertas
fibras sensibles, nuestra reacción fue intentar protegernos, alejándonos de
personas que nos mostraban lo que no queríamos ver.
¡Fabulosa reflexión! Sobretodo en el último apunte, que citas.. -"Cuando nos tocaron ciertas fibras.... que nos mostraban lo que no queríamos ver". Gran verdad ...
ResponderEliminarPaloma, debemos aprender a diferenciar bien de quién nos alejamos... Es diferente si nos alejamos de quienes realmente nos hacen daño, o de quienes nos aportan problemas... No es lo mismo que rechazar a aquellas personas que nos ayudan a ver partes de nosotros que no veíamos, o que desearíamos no recordar.
EliminarSupongo que en un principio el instinto nos hace huir de ambos aspectos. Luego, ese tiempo de "pausa" es el que determinarà si huímos porque esa persona nos aporta problemas o bien nos hemos alarmado porque nos ha enseñado nuestro propio reflejo... el cual como bien apuntas, sería beneficioso para intentar trabajar dichos fantasmas interiores... y poder, con el tiempo , verlos de forma objetiva. Con ello es posible que llegáramos a perdonarnos y perdonar y así volver a acercarnos. Aunque reconozco que no es fácil ... llevará su tiempo.
ResponderEliminarTodo lleva su tiempo. Es cierto, a veces, la primera tendencia puede ser la de huir de algunas situaciones o personas... Está bien rectificar cuando la relación vale la pena... Siempre aprovechar las experiencias y la calidez de los afectos sinceros.
EliminarTodo lleva su tiempo. Es cierto, a veces, la primera tendencia puede ser la de huir de algunas situaciones o personas... Está bien rectificar cuando la relación vale la pena... Siempre aprovechar las experiencias y la calidez de los afectos sinceros.
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