Contando
con el beneplácito de quien me lee, desearía volver a mi anterior escrito, “Un
torpedo en la línea de flotación”.
Recordarán
que, en el mismo, me preguntaba cuáles podían ser las razones por las cuales, a
la hora de compartir contenidos íntimos, pasemos de un amplio nivel de
apertura, a la interrupción de la comunicación.
Algo
sucede para que se modifique ese profundo nivel de apertura. Queremos pensar
que es por la forma de ser de la otra persona, por algo que dijo, o hizo; o que
dejó de decir, o de hacer. Que hubo algo, ajeno a nosotros, que nos empujó a
cambiar nuestro nivel de relación.
Nos
suele resultar más fácil señalar a otros como los causantes de lo que nos
sucede, en lugar de aceptar que los cambios se producen en nuestro interior. Tanto
la cercanía, como la necesidad de alejarnos, toca en nosotros ciertas fibras
sensibles y nuestra reacción es la de protegernos para no vivir lo que de
alguna forma nos duele. Algunos querrán distanciarse, evitando el trato cercano;
mientras que, otros, lo que desearían sería continuar con el contacto íntimo,
ya que lo que les produce malestar es el alejamiento, la ausencia, y la
sensación de abandono.
En
lugar de culpar al otro, responsabilicémonos de nuestros propios pensamientos, de
nuestros sentimientos y emociones; al igual que de nuestras reacciones y
actuaciones. Debemos observar lo que ocurre en nosotros, y aprender a manejar el
malestar que sentimos ante ciertas situaciones. Ese intercambio con la otra
persona, puede haber removido elementos que estaban aparentemente olvidados, o
que creíamos que ya no nos afectaban. No los ignoremos. No huyamos de nuestras
emociones y sensaciones. En ciertos elementos dolorosos, suele estar la clave
que nos desvela por dónde deben
transcurrir nuestros aprendizajes.
Es
posible que esa cercanía, en algunos, o el deseo de no querer perder esa
intimidad, en otros, reavive recuerdos que preferimos no remover, que despierte
emociones o pensamientos que no deseamos afrontar. Que nos muestre ciertas
características de nosotros mismos que no nos gustan, o que considerábamos
haber superado, hacía tiempo.
Podemos
pensar que nos equivocamos al haber expuesto nuestra alma, tal como lo hicimos.
Cuando abrimos las compuertas de nuestra intimidad a alguien, en momentos
especiales, dejamos de tener ese grado de control que creíamos haber logrado en
nuestras vidas. Nos sentirnos vulnerables
ante esa persona, y eso nos asusta. Nos preguntamos si ha estado bien. A
dónde nos ha llevado, o nos puede llevar, confiarnos de esa manera a alguien.
Ahora
somos diferentes, no actuamos como lo hacíamos. Hay personas que nos recuerdan
épocas anteriores de nuestra vida. Y, al estar con ellas, vienen a nuestra
mente momentos vividos en tiempos anteriores, los cuales pueden hacernos reflexionar
sobre cómo éramos y cómo ha ido cambiando nuestra vida. Pensamos acerca de algunas decisiones y los caminos que elegimos.
Ante
este recordar elementos del pasado, vemos que hemos dejado de lado ciertas experiencias, sueños y aficiones. Ahora,
que han vuelto a hacerse presentes en nuestra vida, debemos tenerlos en cuenta,
sin precipitar su rechazo. Procede observar, ver a dónde nos llevarían y qué
elementos positivos podrían aportar a nuestro presente.
Por
el contrario, quizás confirmemos que ya no forman parte del camino que nosotros
hemos escogido. Que en algún momento decidimos ir por otro rumbo, y que
deseamos continuar por ahí. De alguna forma, esa experiencia que hemos vivido,
servirá para reafirmarnos en nuestras decisiones.
No
sabemos si la interrupción de la comunicación de nuestra intimidad será permanente
e irreversible. O, tan sólo, si será algo temporal. Dependerá de los
aprendizajes que hayamos tenido, y de nuestra propia evolución. De si nos atrevemos
a averiguar qué puede aportar, esa persona, a nuestra vida, o si consideramos
que no tiene nada que ofrecernos. O bien que, lo que intuimos que pueda
aportarnos, no nos gusta. Dependerá, igualmente, de si tenemos la convicción de
que la conocemos; de si, como ocurre con la punta de un iceberg, sólo conocemos una pequeña parte, y no
queremos profundizar.
Lo
que no podremos evitar será que, aquellas experiencias vividas en el pasado,
hayan dejado algún tipo de huella en nosotros. Porque, el encuentro cercano con
otra persona, siempre nos deja algo, que nos impide ser los mismos que nosotros
fuimos, anteriormente.
Definitivamente renuncio a ciertas personas q ya ni pueden aportarme nada y con gusto, las apeo de mi tren para siempre...
ResponderEliminarBlanco o negro... Te sugiero que renuncies, temporalmente, a darle tanta importancia en tus pensamientos y en tus emociones, y en tu estado de ánimo. Tú, ocúpate, como lo estás haciendo, y aprende las lecciones que traen a tu vida algunas situaciones dolorosas. Si las rechazas sin más, dejarás de aprender lo que necesitas, para poder avanzar en tu camino.
ResponderEliminarTienes razón, de momento centrarme en mis objetivos para evolucionar y el resto si tiene que aparecer ya seria cuestión de abordarlo con serenidad y desde un plano más objetivo. Gracias preciosa.
ResponderEliminarTienes razón, de momento centrarme en mis objetivos para evolucionar y el resto si tiene que aparecer ya seria cuestión de abordarlo con serenidad y desde un plano más objetivo. Gracias preciosa.
ResponderEliminar