viernes, 30 de octubre de 2015

Comunicarnos, es decisión exclusivamente nuestra… ¡Pero, siempre, deja huella!



  
 Porque, el encuentro cercano con otra persona, siempre nos deja algo, que nos impide ser los mismos que nosotros fuimos, anteriormente.

Contando con el beneplácito de quien me lee, desearía volver a mi anterior escrito, “Un torpedo en la línea de flotación”.

Recordarán que, en el mismo, me preguntaba cuáles podían ser las razones por las cuales, a la hora de compartir contenidos íntimos, pasemos de un amplio nivel de apertura, a la interrupción de la comunicación.

Algo sucede para que se modifique ese profundo nivel de apertura. Queremos pensar que es por la forma de ser de la otra persona, por algo que dijo, o hizo; o que dejó de decir, o de hacer. Que hubo algo, ajeno a nosotros, que nos empujó a cambiar nuestro nivel de relación.

Nos suele resultar más fácil señalar a otros como los causantes de lo que nos sucede, en lugar de aceptar que los cambios se producen en nuestro interior. Tanto la cercanía, como la necesidad de alejarnos, toca en nosotros ciertas fibras sensibles y nuestra reacción es la de protegernos para no vivir lo que de alguna forma nos duele. Algunos querrán distanciarse, evitando el trato cercano; mientras que, otros, lo que desearían sería continuar con el contacto íntimo, ya que lo que les produce malestar es el alejamiento, la ausencia, y la sensación de abandono.

En lugar de culpar al otro, responsabilicémonos de nuestros propios pensamientos, de nuestros sentimientos y emociones; al igual que de nuestras reacciones y actuaciones. Debemos observar lo que ocurre en nosotros, y aprender a manejar el malestar que sentimos ante ciertas situaciones. Ese intercambio con la otra persona, puede haber removido elementos que estaban aparentemente olvidados, o que creíamos que ya no nos afectaban. No los ignoremos. No huyamos de nuestras emociones y sensaciones. En ciertos elementos dolorosos, suele estar la clave que nos desvela por dónde deben transcurrir nuestros aprendizajes.

Es posible que esa cercanía, en algunos, o el deseo de no querer perder esa intimidad, en otros, reavive recuerdos que preferimos no remover, que despierte emociones o pensamientos que no deseamos afrontar. Que nos muestre ciertas características de nosotros mismos que no nos gustan, o que considerábamos haber superado, hacía tiempo.

Podemos pensar que nos equivocamos al haber expuesto nuestra alma, tal como lo hicimos. Cuando abrimos las compuertas de nuestra intimidad a alguien, en momentos especiales, dejamos de tener ese grado de control que creíamos haber logrado en nuestras vidas. Nos sentirnos vulnerables ante esa persona, y eso nos asusta. Nos preguntamos si ha estado bien. A dónde nos ha llevado, o nos puede llevar, confiarnos de esa manera a alguien.

Ahora somos diferentes, no actuamos como lo hacíamos. Hay personas que nos recuerdan épocas anteriores de nuestra vida. Y, al estar con ellas, vienen a nuestra mente momentos vividos en tiempos anteriores, los cuales pueden hacernos reflexionar sobre cómo éramos y cómo ha ido cambiando nuestra vida. Pensamos acerca de algunas decisiones y los caminos que elegimos.

Ante este recordar elementos del pasado, vemos que hemos dejado de lado ciertas experiencias, sueños y aficiones. Ahora, que han vuelto a hacerse presentes en nuestra vida, debemos tenerlos en cuenta, sin precipitar su rechazo. Procede observar, ver a dónde nos llevarían y qué elementos positivos podrían aportar a nuestro presente.

Por el contrario, quizás confirmemos que ya no forman parte del camino que nosotros hemos escogido. Que en algún momento decidimos ir por otro rumbo, y que deseamos continuar por ahí. De alguna forma, esa experiencia que hemos vivido, servirá para reafirmarnos en nuestras decisiones.

No sabemos si la interrupción de la comunicación de nuestra intimidad será permanente e irreversible. O, tan sólo, si será algo temporal. Dependerá de los aprendizajes que hayamos tenido, y de nuestra propia evolución. De si nos atrevemos a averiguar qué puede aportar, esa persona, a nuestra vida, o si consideramos que no tiene nada que ofrecernos. O bien que, lo que intuimos que pueda aportarnos, no nos gusta. Dependerá, igualmente, de si tenemos la convicción de que la conocemos; de si, como ocurre con la punta de un iceberg, sólo conocemos una pequeña parte, y no queremos profundizar.

Lo que no podremos evitar será que, aquellas experiencias vividas en el pasado, hayan dejado algún tipo de huella en nosotros. Porque, el encuentro cercano con otra persona, siempre nos deja algo, que nos impide ser los mismos que nosotros fuimos, anteriormente.








4 comentarios:

  1. Definitivamente renuncio a ciertas personas q ya ni pueden aportarme nada y con gusto, las apeo de mi tren para siempre...

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  2. Blanco o negro... Te sugiero que renuncies, temporalmente, a darle tanta importancia en tus pensamientos y en tus emociones, y en tu estado de ánimo. Tú, ocúpate, como lo estás haciendo, y aprende las lecciones que traen a tu vida algunas situaciones dolorosas. Si las rechazas sin más, dejarás de aprender lo que necesitas, para poder avanzar en tu camino.

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  3. Tienes razón, de momento centrarme en mis objetivos para evolucionar y el resto si tiene que aparecer ya seria cuestión de abordarlo con serenidad y desde un plano más objetivo. Gracias preciosa.

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  4. Tienes razón, de momento centrarme en mis objetivos para evolucionar y el resto si tiene que aparecer ya seria cuestión de abordarlo con serenidad y desde un plano más objetivo. Gracias preciosa.

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