jueves, 24 de septiembre de 2015

Eres nuestra estrella polar



Almudena y yo, convinimos que ella sería la Estrella Polar del hogar que decidiésemos formar, algún día.

Después de que me hubiera localizado, desde la distancia, vi a mi hijo Antonio aproximarse hacia donde yo estaba, que era el lugar en el cual nosotras habíamos alineado las tumbonas. Habían quedado precariamente protegidas de un sol radiante por medio de un par de sombrillas clavadas en la arena de la playa. Como tenían por costumbre, mis dos hijas habían querido situarlas en una posición relativamente cercana a la orilla del mar, aun a sabiendas de que su decisión provocaría las protestas de su hermano. Vestía un llamativo traje de baño de color amarillo que le llegaba hasta las rodillas. Parecía, más bien, uno de los calzones que utilizan los jugadores de baloncesto. De su cuello, colgaba una toalla de mano, la primera que habría encontrado en el armario del cuarto de baño. Era tan ridícula como las elementales chancletas de goma que llevaba puestas, las cuales lo obligaban a ir dando saltos, intentando liberarse de la arena que, pasados más de veinte minutos de la una de la tarde, pareciera que estuviese a punto de arder.

De no ser por sus insultantes veintidós años, hubiera dicho que se trataba de la propia figura de su padre, de cuyo fallecimiento se había cumplido el sexto aniversario, hacía muy pocos días. Los movimientos de su cintura y de sus extremidades, me parecían una fiel repetición de la forma de andar que tenía mi marido. Era ágil, alto y delgado. Estaba dotado de la musculatura exigible a quien había destinado una parte de su tiempo libre a la práctica del atletismo. En él, yo reconocía la misma cara de ángel que su progenitor; aun cuando había tenido la desgracia de heredar los ojos, color de miel, de su madre.

Los sentimientos de amor, por mi hijo, andaban a flor de piel, desde el día anterior. Cuando recibí su llamada, comunicándome el número de su vuelo y la hora de llegada, me dijo que le apetecía mucho pasar el fin de semana en la playa, en compañía nuestra. Fuimos a recogerlo al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, adonde llegó procedente de Gatwick. Había asistido a la ceremonia de entrega del título de Máster en Análisis Financiero, al que se había hecho acreedor, después de haber finalizado sus estudios en La Escuela de Negocios de Londres. Yo había lamentado profundamente no haber podido acompañarlo en tan importante acto. Un cúmulo de circunstancias adversas se conjuraron para que no pudiera liberarme de mis compromisos, en la emisora de radio en la que trabajo.

Sin llegar a ponerme de pie, me incorporé en la silla, cuando él llegó adonde yo estaba. Se inclinó lo suficiente para sujetar, delicadamente, mis hombros con sus manos, depositar un beso en cada una de mis mejillas, y darme los buenos días.

- Casi, buenas tardes, diría yo -le contesté, sonriendo-. Espero que te hayas repuesto del trajín que has tenido esta semana.

- ¿Dónde están Cristina y Esperanza, mamá? -se limitó a preguntar, lamentando no encontrar a sus hermanas.

- Han aparecido un par de amigos, quienes las han convencido para ir a dar un paseo en lancha.

Se sentó frente a mí, al borde de la larga silla, sin apoyarse en el respaldo, el cual le sirvió para colgar su toalla. Se sacudió las chancletas de sus pies y, a continuación, me dijo:

- ¿Cuándo comprenderán, estas niñas, que me gusta estar cerca del chiringuito, mamá? ¡Me parece que no es mucho pedir, por cuatro días que bajo a la playa, a lo largo de todo el verano!

Fue entonces, cuando  pude darme cuenta de que mi hijo, Antonio, daba muestras de un gran abatimiento. Muy poco tenía que ver la ubicación de las tumbonas, con la tristeza reflejada en su rostro. En lugar de una queja, había emitido un lamento, denotando que la pena se había apoderado de su alma. Temiendo que se cumplieran los peores presentimientos que me habían asaltado, en las últimas horas, procuré allanar su contestación.

- Me sorprendió mucho que decidieras venir a Calpe, con nosotras, en lugar de quedarte en Madrid. Sobre todo, que Almudena no te acompañara, a Londres, para la entrega del diploma. Tampoco, fue a recibirte al aeropuerto. ¿Podría preguntarte, hijo, si ha ocurrido algo grave entre vosotros?

- Almudena y yo rompimos nuestra relación, antes de que tuviera que viajar a Inglaterra -contestó, Antonio, de forma casi inmediata.

Pronunció estas palabras mirándome a los ojos, con voz temblorosa, sin poder evitar que se le aguaran los suyos. A pesar de estar mentalmente preparada para escuchar la peor respuesta, me entristeció mucho constatar la falta de sosiego en la que él se encontraba. Permanecí en silencio, pensando de qué manera podría prestarle mi apoyo.

- Estoy muy abatido, mamá. Lo he pasado muy mal, en Londres -continuó hablando, mi hijo-. He tenido que hacer esfuerzos para salir a la calle,  porque me pasaba las horas encerrado en la habitación del hotel; viendo la televisión, sin enterarme de nada, y muriéndome del dolor.

- Lamento muchísimo que, Almudena y tú, os encontréis en esta situación -fue lo único que se me ocurrió decirle, en aquel momento-. ¿Estáis seguros de que es una decisión irreversible, Antonio?

- Totalmente seguros, mamá -respondió, sin dudarlo ni un solo instante-. No quise decirte nada para no preocuparte, pero nuestra relación había entrado en crisis, en las últimas semanas.

-¡Y yo, sin enterarme! ¡Maldito trabajo! -me recriminé, en voz alta, encontrando un chivo expiatorio.

-¡No te mortifiques, mamá! En realidad, tampoco yo me había enterado de lo que sucedía. Hasta que Almudena habló conmigo, y me dijo que procedía dar por terminada nuestra relación.

- ¿Fue ella quien…? - dije, sin poder terminar la pregunta.

- ¡Sí, mamá! Fue Almudena quien tuvo el valor de decirme que se había enamorado de otra persona. Como suele suceder en estos casos, el don de la oportunidad quiso que fuera la víspera de mi viaje a Londres.

- Imposible imaginar lo mal que lo estarás pasando -pronuncié, en voz muy baja, casi musitando.

- No logro asimilar que se haya esfumado el amor de mi vida ¡No existirá nadie más como Almudena! ¡A nadie podré querer igual que a ella! Desde ahora te digo, mamá, que jamás me casaré.

Tan profundas eran la decepción y la amargura instaladas en el corazón de mi hijo, que decidí respetar sus sentimientos. Me parecía del todo inútil adoptar la postura de llevarle la contraria. Puse mis manos sobre sus rodillas, y me limité a decirle que, lamentablemente, yo no podía pasar el luto por él, pero que estaba a su lado, por si podía servirle de ayuda.

- Posiblemente, necesitaré la ayuda de alguno de tus amigos psicólogos -me sorprendió que dijera, aprovechando la oportunidad que yo le brindaba.

- Puedes contar con ello, hijo.

- Almudena y yo, habíamos pactado que nuestro amor sería firme como una roca; ni los vientos, ni las tempestades, podrían moverla. Se convertiría en nuestra arma definitiva para superar todo tipo de dificultades. Te hubiese sorprendido saber cuál era nuestra canción secreta.

- ¿Cuál era?

- “Across the Universe”, de los Beatles.  Fue la canción que, el cinco de febrero de dos mil ocho, a las cero, cero, horas, la NASA transmitió en dirección a la estrella Polaris, celebrando el cuarenta aniversario de su primera grabación. La letra de la canción repite, hasta la saciedad, que “nada cambiará mi mundo”. Aun cuando, lo más importante, es que, Almudena y tú, estáis representadas en ella.

Fruncí el ceño, en señal manifiesta de no entender sus últimas palabras.

- Le conté a Almudena, la fuerza y la valentía que habías demostrado tener, a raíz de la muerte de nuestro padre -comenzó a explicar, Antonio-. Te tocó luchar contra todo tipo de dificultades para sacar adelante a tus hijos. Entonces, yo tenía dieciséis años, y mis hermanas, Cristina y Esperanza, catorce y once, respectivamente. En plena crisis económica, nos has podido pagar los estudios y la hipoteca del apartamento de la playa.

- ¡No lo des por seguro, hijo! -exclamé, sonriendo; con el propósito de interrumpir y quitarle hierro a su discurso-. ¡Espera a que aparezcan compradores, y se recuperen los precios de los pisos!

- Para nosotros, has sido una heroína, mamá. Como suelen serlo muchas mujeres, infinitamente más valientes que la mayoría de los hombres. ¡Por eso, eres nuestra Estrella Polar! ¡Nuestra guía permanente, la que nos señala el Norte!

Se me aguaron los ojos, sin poder evitar que me cayeran las lágrimas. Agaché la cabeza, y hurgué en mi bolso, en busca de un pañuelo.

- Almudena y yo, convinimos que ella sería la Estrella Polar del hogar que decidiésemos formar, algún día -continuó diciendo, mi hijo Antonio-. Me confesó que había cometido el error de sellar este pacto, dándome a entender que era una persona fuerte. Sin embargo, se sentía la persona más insegura del mundo; razón por la cual, había buscado el amparo en mí. Error grave, porque descubrió que, de algún tiempo a esta parte, mi amor suponía una exigencia demasiado estresante para ella.

- ¿Eso te dijo?

- ¡Sí, mama! ¡Fue muy sincera! Al propio tiempo, algo cruel, sin ella pretenderlo. Porque me comentó que la persona de la cual se había enamorado no le exigía nada; ambos, se lo pasaban muy bien, limitándose a disfrutar de cada momento, sin pensar en el futuro lejano. Con lo cual, se sentía totalmente liberada.

De repente, subidas a una lancha fueraborda que daba círculos sobre el agua, cercana a la orilla, escuchamos los gritos de mis hijas, Cristina y Esperanza. Llamaban a su hermano, haciendo gestos ostentosos, para que fuera a juntarse con ellas y con sus amigos.

- Si no te importa, mamá, tengo ganas de abrazar a estas dos mocosas -dijo, levantándose de la tumbona-. Por favor, búscame un psicólogo, cuanto antes.

Estimé conveniente, buscar otro psicólogo para mí. Definitivamente, resulta demasiado elevado el precio que se paga por entregarse al trabajo, en cuerpo y alma.





Imagen encontrada en Internet: Imagenes-de-estrellas-de-colores-1-


1 comentario:

  1. una de las canciones de los beatles considerada probablemente la mejor.la relacion madre -hijo,extraordinaria.la madre,no debe,considerarse culpable por su exceso de celo para criar alos hijos.la confidencia y confianza del hijo hacia ella,admirable.no necesitan sicologos,para atemperarse,tal vez,algun oyente receptivo y cordial.y a disfrutar del mar y unos rones con agua de coco-.gracias,alvaro gonzalez martinez


    ResponderEliminar