Hay
personas que han tenido la sensación de no haber dirigido su propia existencia,
en algún período de sus vidas. Que han sido meras espectadoras de una vida que
no han hecho, del todo, suya.
Pueden
haberse sentido solas, aunque estuvieran rodeadas de gente. Durante los
cruciales primeros años de su andadura, no ha habido quien, realmente, los
acompañara. Quien los guiara en el difícil proceso de ir descubriendo cosas,
sensaciones y sentimientos. No han tenido, a su alcance, a alguien que les
presentara este misterio que se llama vida, que les enseñara a crecer y a desarrollarse.
A descubrir, en suma, qué hay que hacer para aprender de ella.
Algunas
familias, por diversas razones, no dan a sus miembros el apoyo, el seguimiento
y el soporte emocional necesarios. Tanto los padres, como los hijos, se limitan
a vivir sus propias vidas. Están tan
ocupados en sus asuntos, y en solucionar sus propios problemas, que no se dan
cuenta de que, la vida de todos ellos, podría ser mucho más fácil, si se
apoyaran, los unos a los otros. Crecer en este ambiente puede ser como
“sobrevivir en medio de la selva”. No
existe una formación para los pequeños, no se les guía, ni se les orienta; no
se les ayuda a descubrir sus particularidades. Se prescinde de sus virtudes,
renunciando a potenciarlas, de la misma manera que se ignoran sus defectos,
evitando poder corregirlos. Se cree que lo mejor es que cada uno viva su propia
vida, haga sus propios descubrimientos y se resuelva sus propios problemas. Se va
al traste toda la riqueza que podría aportar la dilatada experiencia de los
mayores, su apoyo, y la ayuda mutuas.
Cuando
eran niños, y aun siendo jóvenes, pudieron sentirse ignorados, desamparados,
sin tener a quien recurrir, cuando les asaltaron las dudas y las inquietudes.
Pudieron tener la sensación de tan solo ser, uno más, en la familia. De que sus
problemas los tenían que resolver, ellos mismos, porque no se les habían
proporcionado las herramientas básicas que habrían de servirles de ayuda. No aprendieron a esforzarse y a confiar en
su propia capacidad para solucionar las dificultades que se les presentaban. Nadie
los ayudó. No recibieron apoyo alguno, ni hubo quien les sirviera de guía.
Pudieron
crecer siendo temerosos, solitarios y teniendo poca confianza en sí mismos. Es
posible que en alguna de las áreas, como los estudios, el deporte, la música, o
alguna otra actividad, lo hicieran mejor que en otros campos. Esto, pudo
salvarles de una total catástrofe existencial.
Apoyando los puntos fuertes, se adquirirá fortaleza, una mayor
seguridad, y las buenas sensaciones que proporciona el hacer las cosas bien. Si
se intenta ayudar a mejorar en los
aspectos deficitarios, se alcanzará una mejor armonía, y se potenciarán
esas habilidades, de las que no se esté precisamente dotado, mejorando el
desempeño en ellas; poniendo, a nuestro alcance, nuevos campos en los que
progresar, y puntos de conexión con otras personas.
Son
familias en las que existe bastante competitividad
y, por lo general, poca colaboración y ayuda
mutuas. Cada uno intenta sobresalir en su campo de habilidades, o
territorio de intereses. Muy frecuentemente, criticando a los otros miembros,
sin dejar de competir por la atención, el reconocimiento, y el cariño, de sus
progenitores.
Pero
no todas las personas son competitivas, por naturaleza. Algunas, tienden más
hacia la colaboración, y no saben
moverse en un ambiente competitivo. Tener que competir con otros, para poder sentirse
valoradas, es algo que no les agrada. Pueden tomar la decisión, deliberada o
instintiva, de no competir con los logros de sus hermanos, padres o amigos. A
lo sumo, les interesará hacerlo como una forma de avanzar, dentro del campo de su
interés.
Esa
decisión de no competir dentro de la familia o con las amistades, puede restarles
fuerza y empuje, si es trasladada a otros ámbitos. Los extremos no son buenos,
y no es conveniente limitarse a escoger entre, competencia o cooperación.
Cierta necesidad de competencia, principalmente centrándola en ellos mismos, es
necesaria para orientar los esfuerzos, para ir adquiriendo confianza en uno mismo,
a medida que se van cumpliendo los objetivos marcados.
Si no
se centran en mejorar su vida, en ser los que trazan su propio camino, es muy
probable que sigan la senda marcada por otros. En todo caso, van a actuar a media marcha, haciendo lo que
hacen, pero teniendo como referencia lo que piensan los demás, esperando su
aprobación, o su afecto.
Pasados
los años, se darán cuenta de que no han dirigido sus propias vidas. A pesar de
haber tomado decisiones, las mismas estaban huérfanas del imprescindible
objetivo, y de la fijación de un rumbo por el cual avanzar. A diferencia del
que tiene confianza, en sí mismo, y en sus capacidades; del que tiene la
seguridad de que va a ser capaz de enfrentar los problemas que se le presenten,
para continuar avanzando hacia las metas que se ha propuesto.
Han
aprendido a vivir según las circunstancias que se les han ido presentando. No han
tenido la suficiente fortaleza de carácter para afrontar ciertas situaciones
por sí solos, dudan de sí mismos, y de su posibilidad para superar con éxito
ciertos desafíos. No se plantean metas y objetivos que les guíen, y les motiven
para actuar. No encuentran actividades que realmente les apasionen, y cuya
realización les pueda dar esa sensación de logro, de seguridad en lo que realizan.
Aparecerán
momentos, en sus vidas, en los que surjan problemas o situaciones que les
obliguen a moverse. Se darán cuenta de que, por las razones que sean, no han
confiado en sí mismos y que, tampoco, se han propuesto sus propios objetivos.
Será entonces, cuando reparen que la única forma de adquirir confianza, es
proponerse metas; poner toda la carne en el asador, trabajando con mucho empeño,
para lograrlas. Una vez que se ponen en
movimiento, sus vidas empiezan a cambiar. Cada pequeño paso les va
proporcionando más seguridad, disfrutan con cada logro, se sienten bien, y
empieza un círculo positivo, que hace que los miedos queden atrás. Comienzan a
diseñar su propio camino, sin importar la edad que tengan; sabiendo que se
encontrarán con obstáculos e inconvenientes, pero se sentirán capaces de
superarlos, buscando las ayudas y apoyos que sean necesarios.
Afortunadamente,
una vez que una persona se ha puesto en marcha, cuando empieza a disfrutar con
los retos que se propone, cuando encuentra actividades que le gustan y le
apasionan, ya no hay marcha atrás. Irá adquiriendo una mayor autoestima, confiará
en sus capacidades, y dejará atrás el inmovilismo del que era víctima, por el
miedo. Empezará a descubrir nuevos ámbitos de actuación, o a recuperar
actividades que ya había realizado antes.
Disfrutará
del camino, mientras lo va recorriendo.
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