sábado, 18 de julio de 2015

Nuestros Ángeles de la Guarda


Valentina y Amelia


Comparto con ustedes una historia real, cuya lectura me conmovió. Se titula “El baúl de Vale” y fue escrita por una persona muy cercana a mí y a mi familia. Lo que nos cuenta su autora, y la delicadeza con la que lo hace, me parecen entrañables. Encuentro mucha humanidad en su protagonista, Valentina, -a quien llamaban cariñosamente “Vale”- y en Amelia Pretelt, su gentil narradora.

A pesar de que las circunstancias que han concurrido en nuestras respectivas vidas nos han obligado a estar separados por la distancia y por el tiempo, yo no he dejado de llevar, en mi corazón, a “Ame”, “Cristi”, “Merce” y a toda esa querida familia. Guardo en la memoria la última vez que, en uno de los viajes que hice a Colombia, aproveché para ir a saludar a mi “tía” Carmen. Por supuesto, allí estaba “Vale”. Eran dos amigas que se acompañaban y cuidaban la una a la otra, en sus últimos años de vida.

  
El Baúl de Vale


Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte.

 Leonardo Da Vinci

La muerte de Vale, mi nana adorada, me dejó una herida profunda, un vacío imposible de definir. Hoy, decidí afrontar su habitación, sin ella. Me preguntaba cuáles eran sus pertenencias... Abrí su closet y me encontré con tres vestidos de tela... sus delantales, tres sacos de lana y tres pares de zapatos de lona. En ese momento pensé cómo, si se tiene un sentido de vida claro, se puede solo poseer lo esencial para la supervivencia y vivir una vida plena... Nunca vi a Vale llorar o lamentarse; tampoco la vi dudar... Parecía tener claridad meridiana sobre lo que debía hacer o decir...

Me distraigo un momento recordando a mi adorada Nana... Era una mujer fuerte, robusta. Su tez achocolatada con sus pecas negras, su pelo completamente blanco desde que tengo memoria de ella, recogido en un moñito rodeado de cinta y peinetas a los lados para evitar que su pelo engominado se soltara... siempre impecable, con un vestido de tela, generalmente confeccionado por ella, y su suéter de lana con bolsillos donde metía papeles que recogía del piso, monedas para dar a los pobres, dulces que compraba para repartir entre todos los de mi casa. Su indumentaria le daba un aspecto bondadoso, bonachón... Nadie imaginaba el temperamento fuerte, el temple de acero que se escondía tras esa figura que para mí era la imagen de la dignidad y la protección. Recuerdo su mano asiendo la mía con fuerza cuando salíamos a pasear los fines de semana. Vale estaba a “cargo” de mi extensa familia: siempre estaba pendiente de mi papá, mi mamá y nosotros: ocho hermanos. Mis padres delegaban en ella funciones de cuidado y disciplina que ella asumía con lujo de detalles.

Al decidirme a revisar sus pertenencias me encontré el Baúl. El Baúl de Vale... recordé que siempre teníamos curiosidad por las cosas que guardaba con tanto celo. En ese momento pensé que me encontraría algún secreto. Ella era hermética con su vida personal. Sabíamos que amaba a sus hermanas y sobrinos y que les mandaba dinero todos los meses. Nunca supimos de un amor... o de un anhelo que expresara con frecuencia. Le encantaba ver telenovelas, se interesaba con pasión, eso sí, por la vida de los actores de cine y tenía predilección por los mexicanos. ¿Tendría Vale un amor platónico? ¿Habría recortes de periódicos o revistas?

Me senté en el piso frente a él. Lo abrí con cuidado, con respeto reverencial... Sentí la misma exaltación y curiosidad de aquella época en que chiquita esculcaba los closets de mis papás esperando encontrar secretos o lo que yo consideraba “tesoros”. En esta ocasión, confieso que sentí un frío paralizante bajar por mi columna vertebral al abrir el baúl; le temo a las cucarachas o a los secretos que no puedo manejar. Mi interés por meterme en su vida, ¡la vida de Vale! y sentirla en sus cosas, pudo más y lo abrí ¡totalmente! Olía a limpio, así como era ella: se escapó un pequeño aroma a cremas, papel y algodón.

Por encima estaban unos retazos de tela, bolsas de los supermercados empolvadas y una cajita gris. En la cajita, había cartas, las cartas que recibía de sus sobrinas y tarjeticas que nosotras, sus hijas, le dábamos el día de la madre. Comencé a abrir las bolsas y fui descubriendo los otros tesoros: Fotos, fotos por montones que ella nos tomaba: papá, mamá, nosotros chiquitos y grandes, con nuestros amigos y por supuesto fotos de nuestros matrimonios y de sus nietos que la adoraron y a quienes les hacía comiditas especiales y las guardaba con celo para cuando juntos, íbamos a visitar.

También había fotos de las mascotas que teníamos... Le encantaban los animales, típico de un corazón sensible y amoroso. Encontré además, algunos recibos de “chances” (pequeñas loterías) que jugaba... ¡y que se ganaba con frecuencia!

Encontré estampitas de San Pedro Claver.... su Santo preferido, el esclavo de los esclavos... y de quien nos hablaba como si conociera, en sus fantasías de los últimos años.

No había secretos... Lo que tenía a la vista, en su habitación llena de santos y las fotos nuestras, sus hijos, era lo que había en ¡Su baúl! Esa era Vale... Un Ser cuyas pertenencias eran sus recuerdos de una vida consagrada al servicio.

Murió en mis brazos, como quedándose dormida, después de haberle expresado mi amor y gratitud. Fue a encontrarse con sus seres queridos, no me cabe duda. Estaba yo sosteniendo su mano fuertemente, como ella años atrás tomaba la mía y le hablé de cruzar a la otra orilla con seguridad. Tuvo una muerte dulce, sin escándalo ni queja, como era ella.

Añoro a Vale y hoy su recuerdo y sus enseñanzas son algunas de mis ¡mayores pertenencias!


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En mi propia casa, tuvimos la suerte de tener cerca a Sonia, quien fue nuestro particular Ángel de la Guarda. Es la máxima expresión del amor y de la entrega, y  la madrina de nuestra hija Magda. La historia de ella con nosotros es bastante diferente a la de “Vale”, aunque coincide en su dedicación y cuidados. Sonia siempre ha sido una persona muy especial en mi vida. Desde pequeña, he sentido hacia ella un gran amor, que sé que es correspondido. Hace años que vive en Washington, muy lejos de nosotros. Le deseamos feliz y larga vida.

Por algún impulso que ignoro, me ha venido a la memoria Hattie McDaniel, la afro-estadounidense que hizo el papel de “Mammy”, en la película “Lo que el viento se llevó”, entre muchas otras. Tiene dos estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, una como actriz y, la otra, como cantante de la orquesta de George Morrison. En mil novecientos cuarenta, la Academia le concedió el Oscar a la mejor actriz de reparto por su interpretación en el memorable film, basado en la novela de Margaret Mitchell.

Hattie era la menor de trece hermanos y desafió las convenciones e injusticias de la época. Fue una de las pioneras en la defensa de los derechos de la gente de color. A diferencia de Vale, la protagonista de la historia de mi amiga, Hattie tuvo una muerte prematura. Murió en Woodland Hills, Los Ángeles, el veintiséis de octubre de mil novecientos cincuenta y dos, a la edad de cincuenta y siete años. Tristemente, el cementerio principal de la ciudad la rechazó, debido a que, en ninguna parte de la nación americana, se permitía que las personas con piel negra fueran enterradas en el mismo sitio que las blancas.

Se dice que mil novecientos sesenta y cinco fue el año en el que se dio por terminada la discriminación racial en los Estados Unidos de América. En mil novecientos noventa y nueve, se erigió un monumento funerario en recuerdo de Hattie McDaniel, en el mismo cementerio que la rechazó.


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Un año después de la primera publicación de este escrito, quiero agregar lo que Beatriz Escobar escribió sobre Valentina, cuando leyó mi artículo, en el que incluía la historia escrita por Amelia, “El baúl de Vale”, el cual, compartió con sus amigos, invitándoles a participar del homenaje a esas maravillosas personas que nos acompañaron desde nuestra niñez. Quiero agradecer a Beatriz que me haya permitido agregar su particular y muy sentido homenaje a Valentina, en esta entrada de mi blog.

A partir del homenaje de Beatriz a Valentina, empezó entre nosotras una bella amistad que se hizo, igualmente, extensiva a unos cuantos de sus amigos y amigas, a quienes agradezco enormemente el afecto que me han entregado. A lo largo del último año que ha transcurrido desde que se publicaran nuestros particulares homenajes a Vale y a “Nuestros Ángeles de la Guarda”, muchos han sido los ratos de diversión de los que hemos podido disfrutar.


SIMPLEMENTE VALENTINA

Soy dueña del inmenso privilegio de haber sido amiga desde niña de Francia Pretelt De la Vega, La Puchi, una persona excepcional en todo lo que a esta palabra le cabe. En razón de esa amistad y la de nuestros padres, tuve acceso muy frecuente a la intimidad de su maravillosa familia en la cual, por ser un grupo familiar grande, me maravillaba con la sensación de estar en una especie de microcosmos en donde participábamos en pequeñas dosis, como en alguna suerte de simulacro, de aquello que más adelante enfrentaríamos en el mundo, la alegría, las parrandas, la tristeza, la solidaridad, las bromas, los chismes, las dudas, los disímiles temperamentos, la formación de las ambiciones personales, las ocasionales discusiones sobre el libro de moda y las confidencias alrededor del amor. Era algo que se asemejaba a una CASA CLUB en donde todos, a pesar de ser muchos los arrimados, teníamos cabida siempre bajo las invisibles reglas de comportamiento que, con mucha sutileza, nos imponían.

Detrás de todo ese bullicio, en un hogar por lo demás dirigido bajo la soberana inteligencia de Carmen De la Vega, había una mujer silenciosa y eficiente, discreta pero muy atenta a todos los movimientos de la tropa y además enterada de cuanto sucedía o estaba por suceder: VALENTINA.

Esta formidable mujer vivió toda su vida con ellos y para ellos, sin que tal circunstancia la obligara a ceder nunca un milímetro de su enorme dignidad. Creo, sin temor a equivocarme, que Vale se constituyó en la última representante de una estirpe de mujeres que, integradas por amor a las familias, dedicaron su existencia a servir de soporte físico y moral en la crianza de los hijos, en la organización de las casas y en la solución de mil problemas domésticos. Especialmente en el Caribe Colombiano fueron una gran institución, hoy extinguida, profundamente respetada y amada por todos los que se enriquecieron con su presencia.

Recordar a Valentina, no es una casualidad caprichosa. Ayer tuve la alegría de conocer el hermoso homenaje escrito que le dedicó Amelia Pretelt De la Vega a su inolvidable NANA y, aprovechándome de sus sentidas palabras he querido, mediante este corto escrito, presentarles el artículo "Un día con ilusión: Nuestros ángeles de la guarda", en el que Magdalena Araújo, quiso reproducir “El baúl de Vale”, cuya autora es Amelia. Lo recomiendo por ser una muy bella composición literaria y, sobre todo, por su alto contenido de sensibilidad y agradecimiento a quien en vida le entregó, con total desprendimiento a ella y a sus hermanos, los Dones del Amor y la Lealtad.



Nota final:

Quisiera que, los que se animen a ello, compartan conmigo las historias de su relación con esas personas tan cercanas a sus corazones; que cumplieron un papel muy importante en sus vidas y en sus afectos. Pueden hacerlo por privado o comentarnos lo que quieran. Muchas gracias.

Los que prefieran no hacerlo, sería muy bueno que dedicaran algunos minutos al recuerdo de esos maravillosos momentos al lado de "Nuestros Ángeles de la Guarda". Nuestro corazón lo agradecerá. Si tenemos la oportunidad de mostrarles nuestro afecto y agradecimiento, no dudemos en hacerlo.

14 comentarios:

  1. Gracias por compartir la historia de Vale. Su excelente narrativa nos ayudo a conocer tacitamente a Vale, dandole vida en nuestras mentes. Maravilloso que cada persona tuviese una Vale en sus memorias de infancia.

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    1. Si, Ana María, es una excelente historia. Estoy de acuerdo contigo en que sería maravilloso que todas las personas pudieran tener cerca a una persona así, "nuestros ángeles de la guarda".

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  2. Toco mi corazon esta historia. Me imagino que VALE despues de criar a ocho ninos y de lidiar los hijos de estos ocho, debe tener mas de una anecdota e historias que contar. Que tal que Amelia algun dia quiera contar la historia de esta servil mujer a traves de un libro? teniendo en cuenta que ya no existen las NANAS y si existen ya no les conceden libre albeldrio para criar, corregir y mimar.

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    1. Es una buena sugerencia para Amelia. Tengo entendido que lo que aquí se reproduce es un extracto de algo mayor... Se lo comentaré, ¡igual se anima!. Bostonian, gracias por tu sugerencia y por tu comentario.

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  3. Maravilloso y tierno relato y "Vale" una mujer de bandera. Recuerdo mi primera infancia, hasta los 6 ó 7 años, creo recordar, que tuve ( junto a mi hermana melliza ) cuidadoras que duraban muy poco en casa... y cada vez que te encariñabas con alguna... se marchaban... hasta que dejaron de venir... Nunca supimos porqué...Tal vez la persona más importante de mi vida, fue en mi adolescencia ... Una amiga de mi padre y La mujer con el corazón más grande que he conocido.. No sé nada de ella desde que supe que padecía Parkinson y pese a que la he llamado.. varias veces, nadie ha contestado a ese móvil... No sé donde está y temo recibir noticias que puedan arrancarme el alma... Ojalá Dios la mantenga viva y rodeada de sus hijos, de los cuales no sé nada tampoco...

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    1. Es bonito recordar con cariño a estas personas que nos dieron su amor y cuidados... Gracias a todos esos ángeles que han pasado por nuestras vidas.

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    2. Asi és... La llevaré siempre en mi corazón, igual que sé que en el suyo también estaré...

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    3. Lindo... Yo también conocí a Velentina, y con todos era igual: amorosa. Sonia, mi ángel de la guarda también. Magda, te propongo que le hagas llegar estas palabras a sus oídos, para que sepa lo mucho que la queremos, y lo importante que es en nuestras vidas, sería lindo decírselo ahora que podemos.. se pondría feliz de saber que estás escribiendo acerca de ella en un blog, así no tenga ni idea qué es un blog.

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    4. Cata, no había visto tu mensaje. Justo hoy se lo he enviado a Sonia... A Pau, para que se lo imprima y lo vea.

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    5. Cata, cuánto me alegra leer en tu comentario que para ti Sonia también es tu Ángel de la Guarda. Me propongo escribir de ella, de lo que yo recuerdo de ella. Si me quieres hacer llegar cómo la has visto tú, me encantará leerlo. Besitos, queridísima sobrina.

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  4. Gracias querida Magdalena por esta preciosa historia, me emociono !!!!

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    1. Gracias por tu comentario, Jose Antonio. Es un escrito en el que podemos percibir lo que fue Vale para esa familia y para todos los que la conocimos. Por otro lado, nos hace pensar en las maravillosas personas que han pasado por nuestras vidas y que han dejado huellas y bellos recuerdos, como mi muy amada Sonia, el Ángel de la Guarda para muchos en nuestra familia.

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    2. Gracias por tu comentario, Jose Antonio. Es un escrito en el que podemos percibir lo que fue Vale para esa familia y para todos los que la conocimos. Por otro lado, nos hace pensar en las maravillosas personas que han pasado por nuestras vidas y que han dejado huellas y bellos recuerdos, como mi muy amada Sonia, el Ángel de la Guarda para muchos en nuestra familia.

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  5. Qué bellísima semblanza de Vale! Solamente la vi dos veces al lado de Ame. Pude ver el amor que ella le profesaba a su nanita en los pocos minutos que compartimos una tarde bogotana. Bendiciones a esta hermosa mujer, a Amelia que nos permitió conocerla a través de tan bello escrito y a tí por publicarlo ...

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