domingo, 26 de julio de 2015

¡Conócete a ti mismo!




¿Encontraremos la respuesta en el espejo?


La anécdota que voy a contar tuvo lugar hace ya bastante tiempo, un par de años después de que nos hubiésemos trasladado a vivir a Madrid, coincidiendo con unas fechas en las que yo estaba dedicada, en cuerpo y alma, a la puesta en marcha de mi Gabinete de Psicología.
Por razones que no vienen al caso, decidimos aprovechar un largo fin de semana para viajar a Barcelona, por carretera. Conversábamos sobre el elevado coste del transporte, en Japón; en particular, del que hacía referencia al servicio prestado por los trenes de alta velocidad. Cuando estábamos subiendo la cuesta que bordea Guadalajara, me vi sorprendida por un repentino cambio de tema que, mi marido, quiso introducir en la conversación que estábamos manteniendo.
- Disculpa que te interrumpa, Magdalena; me gustaría preguntarte una cosa.

- Tú dirás.
- ¿Consideras que, después de todos los años que llevas vividos, has llegado a conocerte, a ti misma?
La pregunta me pilló desprevenida, me quedé pensativa, y no me dio tiempo a contestar.
- Te consta que mi último cambio de trabajo fue como consecuencia de que me llamara el Consejero Delegado de una compañía multinacional, dedicada a la búsqueda y selección de personal ejecutivo. 
- Sí; soy consciente de ello.
- Recordarás que decidimos, de común acuerdo, someterme al proceso de selección; después de lo cual, me incluyeron en la terna.
- Lo recuerdo perfectamente -asentí, sin titubear.
- Pero, no sabes lo que ocurrió en la entrevista definitiva que mantuve con su cliente -añadió, mirándome de reojo-. Es decir, con el Presidente de la que, hoy en día, es la Compañía en la que tengo el honor de trabajar -puntualizó, para mi mejor comprensión-. ¡Nunca llegué a contártelo!

Expectante, permanecí en silencio y esperé a que continuara hablando. Intentaré reproducir, fielmente, lo que me contó:
- Fue cuando vivíamos en Sevilla, ¿recuerdas? Era la tarde de un viernes del mes de julio, y hacía un calor inmisericorde. Me despedí del Gerente y del Director Comercial de nuestra Concesión en Córdoba, a la salida del restaurante en el que habíamos estado comiendo, situado enfrente de nuestras oficinas del “Edificio Sevilla 2”, en el barrio del Nervión. Sabía que no habría nadie trabajando en la oficina porque nos regíamos por el horario intensivo de verano, por lo que me encaminé hacia el aparcamiento, para retirar el coche.
Al acceder al vestíbulo del edificio, sonó mi teléfono móvil y atendí la llamada, refugiado en la gratificante temperatura del aire acondicionado. Reconocí la voz del Consejero Delegado de la firma de cazatalentos. A su cliente, le habían entrado las prisas por  terminar el proceso de selección en el que estaba involucrado y quería mantener una entrevista conmigo, al día siguiente, sábado. Yo era el tercero, y último, de los candidatos que faltaba por entrevistar. Para que  no anduviera  tan agobiado de tiempo, la entrevista había sido fijada para las doce del mediodía, en las propias oficinas de su cliente, en plena Avenida de la Castellana, de Madrid. 
- Decide tú mismo, si quieres viajar en el AVE, o prefieres tomar el avión. Ya sabes que  tienes los gastos de transporte pagados, al igual que las dietas. Debes preguntar por el Director de Personal, quien te hará una breve introducción, antes de presentarte al Presidente. Es posible que te pidan rellenar un cuestionario -me advirtió, sin dar ninguna importancia a tal solicitud, en un tono olvidadizo.   
Contento por haber podido hablar conmigo y dejar cerrada la entrevista, se despidió de mí, no sin antes desearme mucha suerte y rogarme que tuviera mi móvil operativo.
- Conociendo al Presidente -dijo-, estoy seguro que no tardarán demasiado tiempo en comunicarme la decisión que hayan tomado.
Cometí el error de viajar en el primer AVE de la mañana, porque constituyó un pequeño martirio esperar que transcurriera el tiempo, hasta la hora fijada para el encuentro. Llegué al edificio con diez minutos de antelación y, al constatar mi presencia, el conserje se dirigió a mí, por mi nombre, y me acompañó hasta la planta en donde se ubicaba la sala en la cual tendría lugar la reunión.
A las doce de la mañana, con puntualidad germánica, hizo su aparición el Director de Personal. Era un hombre joven, alto y muy delgado. Calculé que no habría cumplido los cuarenta. Iba elegantemente vestido, de traje oscuro y corbata, prenda de la que, por razones obvias, yo no había prescindido. Dentro de su innata seriedad, se mostró amable y educado. Me dio algunos datos relativos a la actividad de la empresa, filial española de una gran multinacional alemana, del sector de la automoción. Colocó, ante mí, el Organigrama de la Compañía,  y profundizó sobre las funciones, responsabilidades y paquete salarial que comportaba el cargo de Director Comercial, el cual era el puesto de responsabilidad que pretendían cubrir. No hizo el menor comentario sobre mi historial profesional, que mantuvo guardado en un dossier, junto con otros documentos. Con toda seguridad, se trataba de la información que le habría facilitado la firma a la que habían confiado el proceso de selección de candidatos.
- Para evitar redundancias dejo al criterio de nuestro Presidente, cualquier pregunta que estime conveniente formularte -manifestó, el directivo-. Lo mismo, me permito sugerir que hagas tú, en el caso de que tengas alguna duda.
Mi interlocutor se puso de pie. Abrió el dossier, extrajo un par de hojas impresas y, extendiendo sus brazos, me hizo entrega de las mismas, desde el otro lado de la mesa.
- Son algunas preguntas seleccionadas por nuestro Presidente, que te ruego tengas la amabilidad de cumplimentar, mientras yo voy en busca de él -dijo, el directivo-. No te ocupará mucho tiempo.
Recordé confiadamente la advertencia que me habían hecho sobre la eventual presentación de un cuestionario. Me quedé sólo en la inmensa sala, y procedí a leer el título: “Las nueve preguntas que le formularon a Tales de Mileto” -rezaba-. Se indicaba que debía contestar cada una de ellas, de la forma más breve posible, razonando la respuesta, de manera igualmente sucinta.
Era la tercera entrevista de trabajo a la que yo me estaba sometiendo, a lo largo de toda mi vida profesional,  por lo cual, carecía de experiencia en estas lides. Confieso, sin embargo, que me pareció extraño que hubiesen incluido un ejercicio, en lo que debía limitarse a ser una mera entrevista con el candidato.
Leí el enunciado de cada una de las preguntas y quedé totalmente desconcertado. Me entró una sensación de opresión en la región torácica y noté un sudor frío en la frente. Por unos instantes, mi mente quedó totalmente bloqueada, sin saber qué contestar. Transcurrieron unos minutos, que se me hicieron eternos, temeroso de que entraran en la sala y no hubiera escrito ni una sola respuesta.
Por una inexplicable reacción de mi mente, me encontré contestando la última parte del llamado cuestionario, cuando oí que daban unos discretos golpes en la puerta y hacía su aparición el Presidente, acompañado por el Director de Personal. Me levanté de mi silla y debí poner cara de sorpresa, porque apenas nos intercambiamos el saludo y nos estrechamos las manos, el máximo responsable de la Compañía, dijo:
- Ya veo que no has terminado de responder a las preguntas ¡No importa! ¡Tómate tu tiempo! Mientras tanto, nosotros, nos prepararemos un café ¿Te apetece, uno?
Decliné el ofrecimiento, y me concentré en el cuestionario. Completé la sexta pregunta, y no creo que me demorara demasiado, en dar contestación a las tres últimas. Cuando hube terminado el ejercicio, el propio Presidente, quien se había sentado frente a mí, me pidió que le hiciera entrega de los dos folios que yo había cumplimentado. Del bolsillo interior de la chaqueta, sacó una funda en la que guardaba sus anteojos. Se los colocó; mirándome por encima de ellos, antes de concentrarse en la lectura de mis respuestas, dijo:
- Comprendo que es una solicitud extravagante. Se trata de un pasaje que he seleccionado personalmente, con el beneplácito de un amigo mío, quien es catedrático de Psicología. Espero que sirva para sacar conclusiones, muy favorables, sobre tu persona.

El Presidente, era de estatura mediana, de cara redonda, expresión algo aniñada, y unos ojos muy vivos, que iluminaban su rostro. Era un hombre joven, que acababa de doblar el cabo de los cuarenta, a pesar de que su calva, morena y brillante, no le favorecía, a la hora de aventurar su edad. Sus movimientos eran pausados y elegantes. Me había recibido con cordialidad y advertí que estaba muy relajado, casi debiera decir que de muy buen humor. Había hecho uso del privilegio de su cargo, al prescindir de la corbata y vestir un atuendo veraniego. Tuvo lugar un largo silencio, durante el cual intenté vanamente adivinar la reacción que le producía la lectura de lo que yo había escrito, pero su rostro permaneció inmutable, durante todo el tiempo.

- No voy a hacer ningún comentario sobre tu ejercicio -dijo el Presidente, cuando hubo terminado- ¿Conoces los trabajos de Tales de Mileto?
- Recuerdo, vagamente, lo que estudié en el colegio -contesté-;  sus teoremas, y poco más. Sé que es uno de los Siete Sabios de Grecia, que fue un filósofo, un científico, y un matemático.
- Por encima de todo, fue un sabio -manifestó, el Presidente-. Todo el mundo debería interesarse por la sabiduría; se trata de un estadio superior, muy por encima de la inteligencia. Cuando hayamos terminado, te diré cuáles son las contestaciones dadas por Tales de Mileto, a cada una de las preguntas que acabas de responder -añadió-. Ahora, si te parece, podemos dar comienzo a la entrevista. Hablaremos en inglés -sentenció.

Recuerdo que fue una entrevista profunda y extensa, cuyos detalles no vienen al caso. Comentaré, únicamente, que yo expuse mis criterios profesionales con toda libertad, sin ningún tipo de reserva. Mis interlocutores se mostraron interesados en escucharlos; de forma muy especial, el máximo ejecutivo, quien no ocultaba su sorpresa, haciéndome preguntas aclaratorias. En todo momento, evitó revelar cuál era su opinión sobre mis puntos de vista.
Me cayó el mundo encima cuando, al final de la entrevista, cumpliendo con lo prometido, el Presidente leyó cuáles eran las contestaciones y razonamientos del propio Tales de Mileto a las preguntas que le habrían formulado. Fui incapaz de ocultar la decepción en mi rostro, tan profundo fue el sentimiento de frustración que se apoderó de mí. El Presidente se dio perfecta cuenta y, al despedirnos, quiso apoyar su mano en mi hombro, al tiempo que me decía:
- La sabiduría está al alcance de muy pocos. Los humanos, deberíamos dedicar mucho más tiempo para pensar. Te deseo mucho éxito.
Salí a la calle, después de darle las gracias al conserje, totalmente convencido de que el puesto no sería para mí. Paradójicamente, me sentí aliviado de la carga que había soportado en las últimas horas y decidí refugiarme del calor, yendo en busca del aire acondicionado de la marisquería cercana, propiedad de un amigo malagueño. Olvidaría mi ambiciosa aventura, gozaría de la vida, y de la insólita tranquilidad que se respiraba en Madrid, un sábado cualquiera de verano; de lejos, la mejor época del año para disfrutar de la capital de España.
Al cruzar la puerta de entrada al restaurante, recordé activar mi teléfono móvil, que había tenido fuera de servicio, durante la entrevista. Tenía dos llamadas perdidas, ambas, del Consejero Delegado. Le pedí al camarero que esperara, antes de acompañarme a la mesa, y devolví la llamada.
- ¡Enhorabuena, Joaquín! -exclamó, la voz, sin darme tiempo a abrir la boca- ¡El puesto es tuyo! -afirmó, con euforia-. Me ha llamado el Presidente y me ha rogado que el próximo lunes, sin falta, te pongas en contacto con el Director de Personal para firmar el contrato.
Mi marido pareció dar por terminada la que, hasta entonces, yo hubiera calificado de batallita personal. Lo miré, con impaciencia, poniendo cara de extrañeza. Antes de que pudiera reclamarle haber estado esperando pacientemente, sin que hubiese revelado cuál era el núcleo de su historia, exclamó:
- ¡Jamás, entenderé a los Psicólogos! Si uno les hace caso, te pueden volver loco -añadió, con la ironía que suele emplear cuando quiere provocarme-. Estas son las preguntas que le hicieron a Tales de Mileto, y la justificación de cada una de sus respuestas:

1.- ¿Qué es lo más antiguo?
  •  Dios; porque siempre ha existido.
2.- ¿Qué es lo más bello?
  •  El Universo; porque es obra de Dios.
3.- ¿Cuál es la mayor de todas las cosas?
  •  El Espacio; porque contiene todo lo creado.
4.- ¿Qué es lo más constante?
  •  La Esperanza; porque permanece en el hombre, después de haberlo perdido todo.
5.- ¿Cuál es la mejor de todas las cosas?
  •  La Virtud; porque sin ella, no existiría nada bueno.
6.- ¿Cuál es la más rápida de todas las cosas?
  • El Pensamiento; porque, en menos de un minuto, nos permite volar hasta los confines del Universo.
7.- ¿Cuál es la más fuerte de todas las cosas?
  • La Necesidad; porque es con lo que el hombre enfrenta todos los peligros de la vida.
8.- ¿Cuál es la más fácil de todas las cosas?
  • Dar consejos.
Pero, cuando llegó a la novena pregunta, Tales de Mileto dio la respuesta más paradójica e inesperada:
9.- ¿Cuál es la más difícil de todas las cosas?
  •  Conocerse a sí mismo.

Me impactaron las dos primeras preguntas y, a medida que escuchaba las siguientes, mi emoción iba en aumento. Al terminar la novena, y última, no pude contenerme y exclamé:
- ¡Es cierto! ¡Estoy totalmente de acuerdo!
- ¡Yo no! - replicó mi marido - ¿Dedicas parte de tu tiempo, Magdalena, a pensar cómo eres?
- ¡Por supuesto que sí! -contesté- ¡Como la gran mayoría de la gente!

- ¡Ni tiempo tengo de mirarme en el espejo, cuando salgo de la ducha! Si me preguntaras, no sabría decirte cuál fue la última vez que dediqué alguna parte de mi tiempo, a conocerme a mí mismo ¡Yo diría que nunca!

Me pareció una contestación impertinente. Me contuve, aunque tuvimos un debate muy intenso. Nos ocupó el resto de tiempo que duró el viaje a Barcelona. Pediré permiso a mi marido, para exponer, en breve, la diferencia de criterios que tenemos sobre tan importante tema.





1 comentario:

  1. Opino que en realidad, no todo el mundo invierte un tiempo de su vida en conocerse ( Aunque muchos de nosotros, si ... Yo tal vez demasiado y no de forma acertada en ocasiones... ) ya que aquellos que no lo hacen, temen ver un reflejo que les paralizaría... y costaría asumir. Pese a eso y personalmente en mi caso, que me he encontrado facetas que no me gustan, creo que es muy necesario, para evolucionar. No me arrepiento de ello.

    Gracias Magdalena, por este interesante capítulo de vuestra vida.

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