La autoestima es
una necesidad básica del ser humano. Es esencial para que podamos tener un
desarrollo normal y sano. Si no tenemos una buena autoestima, el crecimiento psicológico se ve
perturbado. Nuestra forma de afrontar la existencia será mucho más ardua y tendremos
poca resistencia ante los problemas de la vida. Nuestra permanente preocupación
será evitar el dolor, en vez de experimentar alegría. Los aspectos negativos
tendrán más poder sobre nosotros que los positivos.
De todos los
juicios que hacemos en nuestra vida, ninguno es tan importante como la forma en
la que nos valoramos a nosotros mismos. Este juicio tiene una gran repercusión,
en cada momento y en cada aspecto de nuestra existencia. Nuestra autovaloración
es el contexto básico en el que actuamos y reaccionamos, elegimos nuestros
valores, fijamos nuestros objetivos y nos enfrentamos a los desafíos que se nos
presentan.
Nathaniel
Branden, es una de las personas que más ha estudiado y escrito sobre este tema.
En su libro “Los seis pilares de la autoestima” afirma que, la misma, no se
refiere, solamente, al sentimiento de querernos
y valorarnos a nosotros mismos: eso sería la antesala de la autoestima.
La autoestima es
la disposición a considerarnos competentes para hacer frente a los desafíos
básicos de la vida, sintiendo que somos merecedores de la felicidad.
La autoestima incluye dos conceptos fundamentales,
relacionados entre sí. La eficacia personal, que es
la confianza en nuestra capacidad de pensar, razonar, aprender, elegir,
tomar las decisiones adecuadas y conseguir aquello que nos propongamos. Y, el respeto
por sí mismo, que sería la confianza en nuestro derecho a ser felices;
lo cual, se materializa en la convicción de que los logros, el éxito, la
amistad, el amor y la satisfacción personal son adecuados para nosotros.
Los desafíos que debemos afrontar, ya sea porque
nosotros nos los hemos planteado, o porque se nos presentan, incluyen aspectos
tan fundamentales como ser capaces de ganarnos la vida, cuidar de nosotros
mismos, mantener relaciones que sean satisfactorias, tener la entereza que nos
permite recuperarnos de la adversidad y perseverar en nuestras aspiraciones.
La solidez del concepto que tengamos acerca de nosotros mismos es algo más
que una opinión o un sentimiento: ¡Es una
fuerza motivadora! Inspira un tipo de comportamiento e influye directamente en nuestros actos. Hay una
retroalimentación permanente entre nuestras acciones y nuestra autoestima. El
nivel de nuestra autoestima influye en nuestra forma de actuar, y viceversa.
Si somos poseedores de una alta autoestima, será más
probable que nos esforcemos ante las dificultades, en lugar de renunciar a
enfrentarnos a ellas; o bien, que lo intentemos, pero sin estar convencidos de
nuestra propia capacidad.
Con respecto a nuestra autoestima, el grado de convencimiento
del que gocemos, tendrá profundas consecuencias en cada aspecto de nuestra
existencia: en la forma de actuar en el puesto de trabajo, en el trato con las
personas, en el nivel al que lleguemos en la consecución de nuestros objetivos.
Y, en un plano íntimo, en la persona de la que nos enamoremos, en la forma de
relacionarnos con nuestro cónyuge, con nuestros hijos y con nuestros amigos.
Por supuesto, también, en el nivel de felicidad personal que alcancemos.
Una autoestima saludable tiene correspondencia con la
racionalidad, el realismo y la intuición. Con la creatividad, la independencia,
la flexibilidad y la capacidad para aceptar los cambios. Con el deseo de
admitir y corregir los errores, con la benevolencia y con la disposición a
cooperar.
Una autoestima baja se correlaciona con la
irracionalidad y la ceguera ante la realidad. Con la rigidez, el miedo a lo
nuevo y a lo desconocido. Con la conformidad inadecuada, o con una rebeldía
poco apropiada. Con estar a la defensiva, con la sumisión, el comportamiento
reprimido de forma excesiva y con el miedo a la hostilidad de los demás.
La autoestima no
es algo estático, sino que puede tener algunas fluctuaciones, en el
transcurrir del tiempo.
Hay épocas en las que confiamos en nuestras propias capacidades
para hacer frente a los retos que se nos presentan, en las que somos
conscientes de que merecemos tener ese éxito que deseamos. Cuanto más confiemos
en nuestro valor, en nuestra capacidad para pensar y tomar buenas decisiones,
más nos atreveremos a actuar, a seguir adelante, a lanzarnos a nuevas aventuras.
En ocasiones, independientemente de nuestra
formación, de las experiencias vividas, de nuestros valores e intereses,
podemos llegar a dudar de nosotros
mismos, de nuestra habilidad para conseguir
aquello que nos proponemos. Lo anterior, puede suceder cuando dejamos de considerarnos
protagonistas y centramos nuestra atención en algunos aspectos de la vida de
otras personas; como su familia, su relación de pareja, sus logros... Por
ejemplo, cuando comparamos nuestros méritos con los de otras personas que
tienen más experiencia, otros estudios o mayor edad. Es conveniente creer en
nosotros mismos, en que seremos capaces de superar obstáculos y conseguir
nuestros propios logros. No nos infrinjamos castigo, a nosotros mismos,
venerando a aquellas personas que han conseguido éxitos admirables. Que nos sirva
de estímulo para recorrer nuestro propio camino, que seguramente será diferente
al de todas ellas.
Cada uno tiene sus propios valores e intereses,
habilidades y conocimientos. Lo importante es que vayamos dando pasos que nos
lleven a conseguir lo que deseamos. Conviviendo con los aciertos y desaciertos
que, inevitablemente, nos encontramos en el camino, a medida que consolidamos
nuestro presente. Porque, el futuro ya vendrá y nos irá proporcionando
situaciones inesperadas, las cuales tendremos que afrontar, irremediablemente.
En algunas épocas de nuestra vida, subestimamos
nuestras propias capacidades, dando pie a que las inseguridades y los miedos
hagan que actuemos muy por debajo de nuestras propias posibilidades. Sin darnos
cuenta, renunciamos a nuestros sueños, a nuestras metas y a nuestros objetivos.
Porque, si llegamos a tenerlos, los descartamos rápidamente, o no ponemos todo
nuestro empeño por conseguirlos.
Vivimos en cámara lenta, o a media marcha.
Contemplamos cómo se mueve todo a nuestro alrededor sin nuestra verdadera
participación.
¡Asi es!A veces nuestra austoestima fluctua porque somos los primeros en no cuidarla. Esperammos que sean los demás los que nos valoren y ese es nuestro gran error. Cada uno somos como somos y nuestro objetivo es conseguir autovalorarnos y si detectamos que algo no funciona y no nos sentimos bien, trabajarlo para llegar a ese equilibrio. No podemos permitirnos el lujo de soltar el timón, pero tampoco hemos de forzarlo... Gracias Magdalena por este interesante artículo.
ResponderEliminarMagnífico comentario, Paloma. No debemos olvidar que somos los responsables de nuestra propia vida. Sin querer, hemos cedido parte del control a otras personas. Menos mal que nos damos cuenta y podemos rectificar. Gracias por estar ahí atenta, desde los inicios de este blog, hace casi un año. Un abrazo.
EliminarGracias a tí Magdalena, apareciste en el momento perfecto, como el "Ángel de la guarda".
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