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¿Qué estás haciendo?, le pregunté al
mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
"Estoy salvándolo de perecer
ahogado", me respondió.
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Desearía compartir con ustedes un texto que a mí me ha
parecido, siempre, muy interesante. Se trata de un pequeño apartado titulado
“Salvadores”, del libro “Aprender a querer. Hacia la superación de
la codependencia”, de Lorraine C. Ladish, cuya lectura les recomiendo.
Se lo leo a muchas personas, cuando me doy cuenta de
que están empeñadas en hacer lo posible para que otras superen sus problemas.
Cuando llegamos a obsesionarnos con nuestro papel, autoimpuesto, de
“salvadores”, entramos en una dinámica dañina, la cual produce un gran desgaste
en todos los implicados.
Resulta paradójico que, con nuestra insistencia en “curar”
a otra persona, impidamos que ella se esfuerce por desarrollar sus propios
recursos. Lo cual es imprescindible para que intente solucionar las
dificultades y los problemas que se le presenten.
El texto es tan claro que, en lugar de tomarlo como
base de mis comentarios sobre el tema, me ha parecido oportuno reproducir las
palabras de la autora.
Salvadores
“Asumir el papel de salvador(a) de otra persona no es
fácil. Sobre todo, no es aconsejable. Si tenemos algún amigo, familiar, o
cónyuge que sufre algún trastorno psíquico y/o emocional, nuestro amor puede llevarnos a intentar curar a esa persona, cueste lo que
cueste.
Llevados por el amor, alimentamos el deseo fatuo de
cuidar y curar a la otra persona. Gastamos
todas nuestras energías en arrastrar a la persona al médico, al psiquiatra,
a los grupos de autoayuda. Intentamos animarla si está deprimida, sacarla de la
cama por las mañanas, llevarla hasta el trabajo o a la escuela. Y si se niega a
estudiar o trabajar, cuidamos de ella
como si se tratara de una persona desvalida, que no tiene recursos propios. Y
así se acostumbra a no tenerlos.
Si a pesar de nuestros esfuerzos continuados no
levanta cabeza, nos preguntamos qué hemos hecho mal, dónde nos estamos
equivocando, e incluso peor, ¿por qué no somos capaces de hacerla feliz? ¿Por
qué no podemos curarla? Acabamos agotados, exhaustos, corriendo el peligro de perder nuestro propio horizonte en la vida y
quemarnos antes de tiempo, porque
estamos tirando de nuestro carro y del de la otra persona. Esto puede
desembocar en ira hacia la otra persona, que no se ha dejado ayudar, cuando
verdaderamente hemos sido nosotros los
que elegimos el papel de salvadores, pasando por alto nuestro propio papel en
la vida, que seguramente es bien distinto.
La realidad es que cada
uno somos responsables de nosotros mismos. Naturalmente que es posible
ofrecer amor, apoyo, comprensión, un hombro, una mano. Pero nunca podremos hacer feliz a otra persona si
ésta no sabe ser feliz por sí misma. No
podemos ayudarla a recuperarse si no está preparada para ello. Y además,
corremos el riesgo de acelerar el deterioro de la relación, porque estamos
desencantados de no ser capaces de salvar a la otra persona. Y ella, lejos de
ser capaz o de estar preparada para sentirse agradecida, se sentirá culpable
porque es consciente de que queremos ayudarla, pero no sabe dejarse ayudar. Y a
medida que la salvadora incrementa sus esfuerzos para sacarla adelante, se
sentirá más infeliz, más presionada, más fracasada. Se recrimina el haber
gastado la energía de la otra persona.
En este juego de roles autoimpuesto, al final, ni el
“salvador” ni la “víctima” son felices.
Por tanto, lo mejor que podemos hacer cuando alguien
cercano a nosotros sufre una depresión, una adicción, un trastorno alimentario,
afectivo, o similar, es cuidar de nosotros mismos lo mejor posible. Sólo así
tendremos fuerzas para apoyar a esta persona.
Recordemos que la caridad, el amor, la ayuda, empiezan
por uno mismo”.
Libro: LADISH, Lorraine C., “Aprender a querer. Hacia la superación de la codependencia.” Ediciones
Pirámide, Madrid.
¡Magnífico Magdalena! Estoy de acuerdo por completo con este artículo y con los estados por los que se pasa, sin obtener, al final ningún beneficio ni para el cuidado, ni para el "salvador". Al contrario, como bien describes, este fracaso convierte esa relación en una amargura. Es como pretender salvar, en una emergencia aerea, con las mascarillas listas, a la persona que tienes al lado, colocándosela primero a él, con el consiguiente peligro de ahogarte,antes de salvarle. Gracias de nuevo, Magdalena, por guíarnos en el camino de la felicidad.
ResponderEliminarSí, Paloma, el símil del avión y las mascarillas es perfecto. Si no cuidamos de nosotros mismos, tomamos nuestras propias decisiones, y somos capaces de estar en paz y en calma, es imposible pretender ayudar a otros. Lo peor es que todos podemos morir en el intento, o al menos hacernos muchísimo daño. No podemos pretender "salvar" a otra persona cuando es posible que nosotros estemos en un estado físico y mental en el que debamos tomar multitud de decisiones, y aprender a cuidar y a responzabilizarnos de nosotros mismos. Mucho ánimo, y sigue tu propio camino, paso a paso, sin prisas pero sin pausa.
EliminarGracias Magdalena. Sé que el camino será duro, pero el resultado deseado lo merece.
ResponderEliminarPaloma. Hay caminos que son bastante difíciles y duros de recorrer. Especialmente, cuando debemos modificar las viejas formas de ser y de comportarnos. Parece que el mundo se resquebraja...
EliminarLo bueno, lo positivo, es que lo que conseguimos después de esa "tormenta" interior, y exterior, es mucho más sólido, reconfortante, beneficioso y valioso. Y nunca volvemos a ser cómo éramos antes. Es el principio de una vida más consciente y propiamente nuestra.
Ojalá hubiera leído este texto hace unos años. Describe perfectamente como puede sentirse el " Salvador" y el enfermo. Cuesta mucho reponerse de las energías gastadas, mucho. Y mientras estamos inmersos en ese proceso, solo cabe una idea en la cabeza... Ayudar, ayudar y ayudar como mejor sabemos. Cuando no nos damos cuenta que en ese proceso salimos perjudicados ambos.
ResponderEliminarGracias por tan magnífico texto.