Queridos Gaspar, Melchor
y Baltasar:
Sin
duda alguna, tenéis constancia de que os dejé de escribir, hace una infinidad
de tiempo.
A
pesar de los años transcurridos, desde que os envié mi última carta, recuerdo
muy bien que fue como consecuencia de la profunda decepción que me llevé,
cuando quedaron confirmadas las sospechas que, sobre vuestra existencia me
invadieron, al escuchar lo que decían las compañeras del colegio. Un asunto que,
por razón de la más elemental prudencia, no quiero abordar en este momento; no
fuera que este escrito cayera en las manos de algún niño, o de alguna niña.
A
pesar de que las chicas eran mayores que yo, pues estudiaban en cursos superiores
al mío, estaba convencida de que, sus
denuncias, nacían de la envidia y del deseo malsano de denigrar vuestra excelsa
dignidad. Razón por la cual, al regresar a casa, después de que finalizara la
jornada escolar, previa al inicio de las vacaciones de Navidad, me lancé a los
brazos de mi abuelo. Esperando ingenuamente que la contestación fuera distinta,
le pedí que me dijera si era verdad lo que ellas me habían dicho sobre
vosotros. Sorprendido por la pregunta, mi abuelo permaneció en silencio, sus
manos se posaron sobre mis hombros, y me dirigió una mirada llena de melancólica
tristeza. A continuación, cerró sus ojos, inclinando repetidas veces su cabeza,
en señal de afirmación.
Fue
tan grande mi desengaño que, por unos instantes, me quedé paralizada, sin poder
reaccionar. Luego, pude liberarme de los brazos y de las manos de mi abuelo, me
di la media vuelta y salí, corriendo, para refugiarme en mi habitación, antes
de que estallara en incontenibles sollozos. Muy poco pudieron hacer las
explicaciones que me dieron mis abuelos para calmar mi desasosiego. Tampoco lo
lograron las palabras de mi madre, cuando se enteró de lo que había ocurrido.
Como de costumbre, mi padre estaba de viaje, aun cuando pienso que sus
argumentos hubieran servido de escaso bálsamo. Porque, entre otras personas,
hice responsables del engaño, a mis padres, a las monjas, y al cura del colegio
que nos daba clase de Religión.
Me
costó mucho tiempo superar tan profunda decepción. Máxime, porque, al presentar
mi reclamación a mosén Jacinto, que así se llamaba el sacerdote en cuestión, éste
le quitó importancia a la que fue vuestra Adoración al Niño Jesús, en aquel
establo de Belén. Mosén Jacinto me dijo que se llamaba la “fiesta de la
Epifanía”, lo cual quería decir que el hijo de Dios se presentaba al mundo
pagano. Pero, que habían otras dos grandes celebraciones: la Epifanía a San
Juan Bautista, en el río Jordán, y la Epifanía a los discípulos de Jesús, al comienzo
de Su vida pública, cuando hizo el milagro en las bodas de Caná de Galilea. Me
dijo, sin criticarla, que la costumbre
de repartir obsequios a los niños era exclusivamente española. Terminó
diciéndome que los expertos estudiosos de los textos antiguos, y de la Biblia, habían
sustituido el adjetivo “magos” por el de “sabios”, al referirse a Vuestras
Altezas.
En
modo alguno pretendería justificar el hecho de que no os haya escrito, durante
tantos años, amparándome en la cruda conversación que mantuve con el profesor
de Religión; aunque sus explicaciones agravaron el sentimiento de profundo
desengaño que yo estaba soportando, en aquel entonces. Porque, confieso que, vosotros,
siempre habéis ocupado un rinconcito de mi corazón, habéis sido la luz que ha
alumbrado los recuerdos de mi infancia, los años más felices de toda mi
existencia. Me alegré, infinitamente, cuando el nacimiento de mi hija hizo que
tuviera la necesidad de recuperaros, aunque debo reconocer que, mi
comportamiento es de un egoísmo innoble. A pesar de lo que digan los
especialistas en las Sagradas Escrituras, Sus Majestades han sido para mí, y lo
seguirán siendo, los Reyes Magos de Oriente.
Sabéis
muy bien que, jamás, os solicité regalo u obsequio alguno para mí, o para mi
familia. Me limitaba a rogaros el otorgamiento de dones espirituales, así como
algo tan preciado como es la salud, para la especie humana. Pues bien, este año
renuncio a formularos cualquiera de las peticiones anteriores. Sin embargo, siento
la imperiosa necesidad de pediros que intercedáis ante el Niño Dios para que
haga cambiar la conducta de los políticos que conducen los destinos de los
pueblos.
No me
siento capaz de soportar, por más tiempo, que nuestros gobernantes sean títeres
de los poderes económicos y financieros, prestándose a favorecer a unos pocos,
hasta límites insospechados, a costa de quienes trabajan, con gran esfuerzo,
para mantener a sus familias. Yo creo firmemente en la iniciativa privada, en
el esfuerzo de las gentes para generar riqueza, y en el patrimonio de cada
cual, siempre que se haya alcanzado por medios honorables. Pero, ha llegado el
momento de limpiar la corrupción instalada en los pueblos, la cual, como si de
un cáncer se tratara, destruye los sistemas democráticos que se han otorgado
los estados.
Finalmente,
os suplico que intercedáis por la Paz. Pedidle al Hijo de Dios, que se ha hecho
hombre, que ampare a tantas miles de víctimas que se ven obligadas a huir de
sus países de origen, en busca de refugio para ellas, y para sus hijos. Tal
como hizo Yahveh, con el pueblo hebreo, cuando salió de Egipto y anduvo errante
por el desierto.
Por
mi parte, me comprometo a ayudar a mis semejantes. Sin perder nunca la
esperanza, por muy duros que se presenten los tiempos. La vida nos enseña que
la lucha es fundamental, cuando se hace necesaria. Porque, después de las más
gigantescas tempestades, siempre viene la calma.
Os
deseo que tengáis un feliz viaje de regreso a Oriente. Os estaré esperando el
año próximo.
Esa petición, me parece ideal y me uno a ella sin dilación e incluso añadiría algo más.. que aquellos que utilizan y gozan del poder impunemente, sintieran en su piel, durante un tiempo prudencial, lo que es vivir con las dificultades que algunas familias tienen que lidiar diariamente. Como en la película POWDER.
ResponderEliminarGracias por unirte a estas peticiones. ¡Qué tan importante es comprender a los demás, y ponernos en su situación! Si tratáramos de ver la vida, comprendiendo lo que otros sienten y les preocupa, es muy posible que nuestra forma de actuar fuera diferente.
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