lunes, 4 de enero de 2016

Un cuento de Navidad




Entre las felicitaciones propias de las festividades que estamos celebrando, recibí la de una persona muy querida que suele interesarse por mis escritos. Por un momento, creí que se trataba de una recriminación, porque se lamentaba de que yo no hubiera vuelto a publicar ningún otro de mis cuentos. Pero, me hacía llegar sus más fervientes deseos de paz y de felicidad para la Navidad, así como para el Año 2016; el cual, según ella anotaba de su puño y letra, bien pronto comenzaría, la que vaticinaba convertirse en una fantástica andadura. No dejaba de mencionar lo mucho que le gustaría que yo le regalara un cuento navideño, escrito por mí.

Lamento que no haya tenido la oportunidad de dar satisfacción a mi amiga, por distintas razones que no deben servir de excusa. Sin embargo, creo que aun llego a tiempo de obsequiarle el siguiente cuento, disfrazado de:
                                             

CARTA A LOS REYES MAGOS DE ORIENTE

Queridos Gaspar, Melchor y Baltasar:

Sin duda alguna, tenéis constancia de que os dejé de escribir, hace una infinidad de tiempo.
A pesar de los años transcurridos, desde que os envié mi última carta, recuerdo muy bien que fue como consecuencia de la profunda decepción que me llevé, cuando quedaron confirmadas las sospechas que, sobre vuestra existencia me invadieron, al escuchar lo que decían las compañeras del colegio. Un asunto que, por razón de la más elemental prudencia, no quiero abordar en este momento; no fuera que este escrito cayera en las manos de algún niño, o de alguna niña.

A pesar de que las chicas eran mayores que yo, pues estudiaban en cursos superiores al mío,  estaba convencida de que, sus denuncias, nacían de la envidia y del deseo malsano de denigrar vuestra excelsa dignidad. Razón por la cual, al regresar a casa, después de que finalizara la jornada escolar, previa al inicio de las vacaciones de Navidad, me lancé a los brazos de mi abuelo. Esperando ingenuamente que la contestación fuera distinta, le pedí que me dijera si era verdad lo que ellas me habían dicho sobre vosotros. Sorprendido por la pregunta, mi abuelo permaneció en silencio, sus manos se posaron sobre mis hombros, y me dirigió una mirada llena de melancólica tristeza. A continuación, cerró sus ojos, inclinando repetidas veces su cabeza, en señal de afirmación.

Fue tan grande mi desengaño que, por unos instantes, me quedé paralizada, sin poder reaccionar. Luego, pude liberarme de los brazos y de las manos de mi abuelo, me di la media vuelta y salí, corriendo, para refugiarme en mi habitación, antes de que estallara en incontenibles sollozos. Muy poco pudieron hacer las explicaciones que me dieron mis abuelos para calmar mi desasosiego. Tampoco lo lograron las palabras de mi madre, cuando se enteró de lo que había ocurrido. Como de costumbre, mi padre estaba de viaje, aun cuando pienso que sus argumentos hubieran servido de escaso bálsamo. Porque, entre otras personas, hice responsables del engaño, a mis padres, a las monjas, y al cura del colegio que nos daba clase de Religión.

Me costó mucho tiempo superar tan profunda decepción. Máxime, porque, al presentar mi reclamación a mosén Jacinto, que así se llamaba el sacerdote en cuestión, éste le quitó importancia a la que fue vuestra Adoración al Niño Jesús, en aquel establo de Belén. Mosén Jacinto me dijo que se llamaba la “fiesta de la Epifanía”, lo cual quería decir que el hijo de Dios se presentaba al mundo pagano. Pero, que habían otras dos grandes celebraciones: la Epifanía a San Juan Bautista, en el río Jordán, y la Epifanía a los discípulos de Jesús, al comienzo de Su vida pública, cuando hizo el milagro en las bodas de Caná de Galilea. Me dijo, sin criticarla,  que la costumbre de repartir obsequios a los niños era exclusivamente española. Terminó diciéndome que los expertos estudiosos de los textos antiguos, y de la Biblia, habían sustituido el adjetivo “magos” por el de “sabios”, al referirse a Vuestras Altezas.

En modo alguno pretendería justificar el hecho de que no os haya escrito, durante tantos años, amparándome en la cruda conversación que mantuve con el profesor de Religión; aunque sus explicaciones agravaron el sentimiento de profundo desengaño que yo estaba soportando, en aquel entonces. Porque, confieso que, vosotros, siempre habéis ocupado un rinconcito de mi corazón, habéis sido la luz que ha alumbrado los recuerdos de mi infancia, los años más felices de toda mi existencia. Me alegré, infinitamente, cuando el nacimiento de mi hija hizo que tuviera la necesidad de recuperaros, aunque debo reconocer que, mi comportamiento es de un egoísmo innoble. A pesar de lo que digan los especialistas en las Sagradas Escrituras, Sus Majestades han sido para mí, y lo seguirán siendo, los Reyes Magos de Oriente.

Sabéis muy bien que, jamás, os solicité regalo u obsequio alguno para mí, o para mi familia. Me limitaba a rogaros el otorgamiento de dones espirituales, así como algo tan preciado como es la salud, para la especie humana. Pues bien, este año renuncio a formularos cualquiera de las peticiones anteriores. Sin embargo, siento la imperiosa necesidad de pediros que intercedáis ante el Niño Dios para que haga cambiar la conducta de los políticos que conducen los destinos de los pueblos.

No me siento capaz de soportar, por más tiempo, que nuestros gobernantes sean títeres de los poderes económicos y financieros, prestándose a favorecer a unos pocos, hasta límites insospechados, a costa de quienes trabajan, con gran esfuerzo, para mantener a sus familias. Yo creo firmemente en la iniciativa privada, en el esfuerzo de las gentes para generar riqueza, y en el patrimonio de cada cual, siempre que se haya alcanzado por medios honorables. Pero, ha llegado el momento de limpiar la corrupción instalada en los pueblos, la cual, como si de un cáncer se tratara, destruye los sistemas democráticos que se han otorgado los estados.

Finalmente, os suplico que intercedáis por la Paz. Pedidle al Hijo de Dios, que se ha hecho hombre, que ampare a tantas miles de víctimas que se ven obligadas a huir de sus países de origen, en busca de refugio para ellas, y para sus hijos. Tal como hizo Yahveh, con el pueblo hebreo, cuando salió de Egipto y anduvo errante por el desierto.

Por mi parte, me comprometo a ayudar a mis semejantes. Sin perder nunca la esperanza, por muy duros que se presenten los tiempos. La vida nos enseña que la lucha es fundamental, cuando se hace necesaria. Porque, después de las más gigantescas tempestades, siempre viene la calma.

Os deseo que tengáis un feliz viaje de regreso a Oriente. Os estaré esperando el año próximo.


  




2 comentarios:

  1. Esa petición, me parece ideal y me uno a ella sin dilación e incluso añadiría algo más.. que aquellos que utilizan y gozan del poder impunemente, sintieran en su piel, durante un tiempo prudencial, lo que es vivir con las dificultades que algunas familias tienen que lidiar diariamente. Como en la película POWDER.

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    1. Gracias por unirte a estas peticiones. ¡Qué tan importante es comprender a los demás, y ponernos en su situación! Si tratáramos de ver la vida, comprendiendo lo que otros sienten y les preocupa, es muy posible que nuestra forma de actuar fuera diferente.

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