domingo, 13 de diciembre de 2015

Un amor dependiente produce, siempre, un gasto excesivo de energías




Me propongo compartir con ustedes unas cuantas reflexiones  sobre la dependencia, al hilo de las ideas que expone Walter Riso, en su libro “Amar o depender”. Para mí, es de esos libros que son interesantes, desde la primera hasta la última página.

Algunas veces, el autor se refiere a este tema como dependencia. En otras ocasiones, como apego; habla, igualmente, de una adicción afectiva, o de ser adictos a una relación.

Aunque el libro está especialmente orientado a la dependencia en una relación de pareja, yo no quiero limitar mis comentarios a ese ámbito, sino hablar de la dependencia en general, como la que se pone de manifiesto entre algunos miembros de la familia. También, con amigos, con un profesor, un terapeuta, un jefe, compañeros de trabajo, etcétera. La dependencia puede surgir en cualquier momento, sin importar el ámbito de relación en el que nos movemos. Las ideas que se exponen en el libro, son aplicables a muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida. Por lo que vale la pena reflexionar sobre ello.

La obra aporta elementos que ayudan a entender la dependencia desde un enfoque que ha significado un descubrimiento para mí; por lo que no creo que sea demasiado arriesgado atreverme a calificarlo de novedoso.  

Cuando dependemos de otra persona, renunciamos, en parte, al amor y al respeto por nosotros mismos, así como a muchos elementos de nuestra propia esencia. Lo hacemos, con tal de permanecer a su lado, o por el deseo de preservar lo bueno que pueda ofrecernos esa relación. Como contrapartida, dejamos de desarrollar aptitudes y habilidades, las cuales, paradójicamente, podrían ayudarnos a ser menos dependientes.

Si la dependencia es mutua, los problemas aumentan considerablemente.

Por un “amor” mal entendido, o como consecuencia de una relación desigual, muchas personas son capaces de sufrir comportamientos inapropiados, soportando una forma de vida limitante y asfixiante. Lo mismo ocurre, cuantas veces nos sentimos incapaces de dejar, o intentar reconducir una relación que nos está haciendo daño y nos impide crecer.

Una idónea relación necesita mucho más que simple afecto. El sentimiento de amor es la variable más importante, pero no la única. Debe fundamentarse en el respeto, la comunicación sincera, las aficiones, el sentido del humor, la sensibilidad… Por eso opino que no debemos limitarnos a las relaciones de pareja, sino que todo esto es aplicable a otras relaciones cercanas.

Walter Riso señala que la persona que sufre de apego, o de dependencia, es adicta a la relación, o una adicta afectiva. A la hora de diagnosticar, recurre a una variedad de indicadores.

La dependencia va en aumento, con los meses y con los años.

Se invierte una gran cantidad de tiempo y esfuerzo para poder continuar con esa relación.

Tiene lugar una clara reducción y alteración del desarrollo social, laboral y recreativo.

A pesar de ser conscientes del grave deterioro físico y mental, se obstinan en alimentar el vínculo.

Los intentos de dejar la relación resultarán infructuosos, y poco contundentes.

Estar alejado, o no poder tener contacto con esta persona, produce un completo síndrome de abstinencia. Nada existe que evite el malestar.

El deseo de algo, o quererlo con todas las fuerzas, no es malo. Convertirlo en imprescindible, sí. Lo que define el apego es la incapacidad de renunciar a esa persona, aunque todo parezca indicar que debas alejarte de ella. Si hay síndrome de abstinencia, hay apego.

Si el bienestar recibido se vuelve indispensable, si la urgencia por verle no te deja en paz, y la mente se desgasta pensando en ella, no te quepa la menor duda que has entrado en el mundo de los adictos afectivos.

De forma errónea, muchos entienden que una persona con desapego, o no apegada, es dura de corazón, indiferente, o insensible.

“El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son la independencia, la no posesividad y la no adicción. La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la deshonestidad” - dice el autor en su libro.

No existe contradicción en ser dueños de nuestras propias vidas y amar a otras personas. Cuanto mayor sea el amor sano que sintamos por nosotros mismos, mejores serán nuestras relaciones con las personas que nos importan.

Un amor dependiente produce, siempre, un gasto excesivo de energías. Hace un despliegue ingente de recursos para retener su fuente de gratificación. Muchos, caerán en los celos, sufrirán ataques de ira, o llamarán la atención de manera inadecuada, llegando a tentativas de suicidio, en algunos casos. Quienes son más pasivos, se mostrarán sumisos, dóciles y obedientes, para intentar ser agradables y evitar que les abandonen.

Otra manera de derrochar energías tiene lugar cuando el individuo concentra toda su capacidad de amor en una sola persona, excluyendo al resto de la humanidad. A medida que transcurre el tiempo, se constata que su vida, gira alrededor de quien se trate, pareja, madre, padre, hijo, amigo… Su bienestar se reduce a la felicidad del cual es dependiente, porque todo el engranaje planetario ha sufrido un cambio; en lugar de girar sobre sí mismo, el planeta entero da vueltas alrededor de esa persona.

Seguiremos profundizando sobre un tema tan importante como es la dependencia. Hablaremos de lo que podemos hacer para para no caer en situaciones de apego, o dejar de ser dependientes.

Lamento cerrar el presente apunte con la que me parece una demoledora afirmación, en las propias palabras de Walter Riso: “el apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta”.


1 comentario:

  1. Por mucho que nos cueste reconocerlo, la dependencia o apego, es mas común de lo que pudieramos imaginar. pero existen varios grados.
    El peor es aquel arraigado desde la infancia y eternizado en el tiempo. Este es el más doloroso, pues se puede transformar en algo enfermizo, cuando, sin darnos cuenta,esto nos ha convertido en títeres.. autómatas de una vida dirigidas por otros. Si empiezas a ser consciente de ello, romper esas cuerdas no es nada fácil. Es como si al nacer, el ginecólogo hubiera olvidado cortar el cordón umbilical. Pretendes tomar un camino, pero las fuerzas del apego te llevan a otro y no eres dueño de tu mente ni de tu cuerpo. El conflicto más traumático surge, cuando coges una tijeras de podar, para cortarlos y te das cuenta que casi formaba parte de tu estructura corporal. La sientes como una amputación, pero sabes que si no lo seccionas, esto, puede provocar gangrena, llevándote a la muerte en vida. Limitándote en todos los aspectos de tu desarrollo personal.

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