domingo, 11 de junio de 2017

Cada cual, debe decidir su propio comportamiento




En mi anterior escrito, señalaba que existen ciertos modos de proceder que se adquieren al constatar cómo actúan otras personas. Su forma de ser y de obrar se convierte en el modelo a imitar, aunque los educadores se esfuercen por inculcarnos unas lecciones que van por caminos diferentes.

Los padres y los educadores procuran enseñar a los niños cómo portarse y lo que no deben hacer. El problema surge cuando su forma de vivir y de resolver los problemas se contradice con lo que ellos pretenden enseñar.

Porque, el padre que miente en presencia de su hijo, queda invalidado para decirle a su retoño que “siempre, se debe decir la verdad”. Vociferar “¡No grites!” no es el mejor ejemplo para establecer un diálogo que se pretende sea sosegado. Dar una colleja a un niño por no haberse aprendido la lección inhabilita al maestro cuando proclama que “¡no se debe pegar a los niños!”. Qué mayor incoherencia pronunciar “¡no debes hablar mal de tus amigos!”, mientras se escuchan en casa comentarios descalificadores hacia los vecinos o algunos familiares. Emitir, sin base alguna, un juicio lesivo para la honorabilidad de una persona destruye por completo el valor de la reflexión siguiente: “¡Piensa en el daño que puedes hacer a los demás!”

Cuando veamos, en los niños, conductas que nos desagraden, que no estén de acuerdo con lo que nosotros pretendíamos enseñarles, cabrá averiguar qué es lo que esté fallando, cuál es el ejemplo que estén recibiendo. ¿Existe falta de coherencia entre nuestra forma de actuar y lo que hubiésemos deseado que aprendieran? ¿Qué patrones están siguiendo?

Por otro lado, habrá que ver qué les esté pasando a esos niños o jóvenes. Acaso, estén teniendo problemas con sus amigos, con sus profesores, con cualesquiera otras personas; quizás, incluso, con nosotros mismos. Pudiéramos estar presionándoles demasiado por sus estudios o por algún otro asunto. Preguntémonos si les estamos dedicando el tiempo y la atención que necesitan, si tenemos una comunicación suficientemente buena con ellos, de manera que puedan hablarnos de lo que les sucede o de lo que les preocupa. ¿Les estamos ayudando a gestionar adecuadamente sus emociones y sus frustraciones?

Ciertas conductas se adquieren en la familia, siendo transmitidas de generación en generación. Otras, se aprenden de distintas personas; por los  medios de comunicación, por las redes sociales, por el ambiente en el que se mueven y, sobre todo, por las propias experiencias vividas. Algunas, incluso, son adoptadas por suponer un ejemplo de disconformidad con las propuestas que se reciben desde diferentes ámbitos.

Hablamos de toda clase de comportamientos y de formas de ser. Personas que son honestas e íntegras en su manera de actuar, que su trayectoria es coherente con los valores y principios que defienden. Seres que admiramos por su integridad y por el magnífico y cálido trato que dan a quienes se cruzan en su camino.

Otras, serán más propensas a priorizar sus intereses y ocupaciones, sin tener realmente en cuenta las necesidades que puedan tener los demás. En ciertos momentos podría parecer que son cercanas y comprensivas, aunque pudiera tratarse de algo temporal o de un barniz de humanidad del cual echar mano para la consecución de sus objetivos.

Podríamos encontrarnos con individuos que se ocupen muy poco de sí mismos, que estén demasiado pendientes de los demás y antepongan el bienestar de los otros, al suyo propio. Podrían pasar por ser personas generosas y amorosas. Aunque, en el fondo, su conducta no es auténtica, oculta una baja autoestima, la creencia de no merecer lo que otros puedan ofrecerles y la necesidad de ir adaptándose a la forma de ser de los demás para sentir que son aceptados por ellos.

Entre las conductas que se adquieren, encontramos algunas formas de violencia, de agresividad y de maltrato, que son consideradas como parte de la convivencia entre las personas.

Ciertos modos de hablar, de actuar, de educar y de relacionarse, los cuales forman parte del día a día de muchos individuos, son tan habituales, que llegan a ser considerados como adecuados. Se ignoran o se pretende minimizar sus efectos adversos, en cuanto a que dificulten o que impidan las buenas relaciones y produzcan malestar en los receptores. Son las llamadas violencias invisibles, que pasan desapercibidas para gran parte de la sociedad. Me referiré a ellas en otro escrito, pues son la antesala de formas más graves de agresividad.

El hecho de que encontremos modelos que hagan uso de ciertas conductas agresivas, o que sean francamente violentos, no es una razón suficiente para que nosotros adoptemos ese tipo de actitudes y comportamientos que hacen daño a los demás y que, a largo plazo, también nos harán daño a nosotros mismos, impidiendo el mantenimiento de unas buenas relaciones y dificultando nuestro rol como pareja o como padres.

Algunas personas creen que los valores vividos en su familia son inalterables e incuestionables, que deben seguir el ejemplo recibido en su casa, pues es la forma correcta de actuar. Esto es muy peligroso, porque no permite la libertad de decidir sobre la vida de uno mismo. Presenta fallos, pues cada cual es quien debe decidir cómo querrá ser, qué conductas decidirá adoptar y cuáles deberá modificar.

Cuando se recurre a la educación que nos fue transmitida en el seno de la familia, a los valores y formas de educar que tenían, sería conveniente analizar cuáles eran sus fortalezas, los elementos que nos fueron trasladados y que nosotros deseamos que sigan formando parte de nuestra vida. También, sería prudente identificar sus flaquezas, lo que en su día nos pudo molestar y doler, aquello con lo que no estábamos de acuerdo y que, por tanto, deseamos evitar reproducir, actuando de otra forma. Después de ese análisis, convendría profundizar en nuestra propia forma de ser y de comportarnos, preguntándonos qué nos ha llevado a actuar de la manera como lo hacemos, de quiénes aprendimos ese tipo de conductas o si las adoptamos como una forma de protesta ante el comportamiento de ciertas personas.

Con excesiva frecuencia, me ha impresionado constatar cómo personas que fueron ignoradas, humilladas o agredidas por familiares o amigos, parecen quitar importancia a lo sucedido; cuando no, olvidarlo del todo. En cambio, son capaces de aplicar aquellas conductas con las personas cercanas. Así mismo, hay quienes toman el camino de la no violencia pero, tristemente, aceptan con pasividad que otros actúen de forma violenta. Ni unos ni otros parecen haber aprendido de la experiencia, por lo que contribuyen a que se sigan perpetuando las actuaciones agresivas de algunos individuos sobre otros seres que no se merecen ese trato.

Por muy dolorosas que hubieran podido ser los problemas y frustraciones que tuvimos que afrontar, es conveniente asumir definitivamente aquel sufrimiento pasado para no reproducirlo en nuestras relaciones. Tan sólo así, encontraremos una forma de comportarnos suficientemente gratificante para los demás y para nosotros mismos.



Imagen encontrada en Internet, la-violencia-como-se-manifiesta, modificada para el blog.



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