viernes, 19 de agosto de 2016

“Kabomo”, el león




-Me encuentro profundamente abatida y triste, hijo -dijo, la leona, a Kabomo, cuando éste le pidió a su madre que se incorporara a la manada para tomar posesión del territorio conquistado-. Tu padre acaba de perecer en la batalla.

-Lamento mucho su muerte. Pero tú, mejor que yo, sabes que debemos acatar el inexorable destino que la naturaleza nos impone -respondió, quien se había erigido en líder del grupo vencedor.

-¿Qué piensas hacer, ahora, hijo?

-Cumplir con las obligaciones que me enseñasteis desde que era un cachorro, madre. He seleccionado a ocho hembras y tres jóvenes machos y seré el responsable de la manada.

-Lo cual quiere decir que piensas procrear nuevos descendientes -dedujo, “Dibala”, en un débil tono de voz.

-Tal como tú, y mi padre, hicisteis conmigo. La continuidad de nuestra especie es la primera obligación que debemos asumir, madre.

-Lo comprendo muy bien, hijo. Pero, ¿qué podré hacer yo, en medio de tantos jóvenes?

-Tú continuarás siendo lo que has sido hasta ahora: mi guía, mi protectora y mi más fiel soporte -respondió, “Kabomo”, con voz segura y firme-. Enseñarás a cazar a los jóvenes inexpertos para que podamos sobrevivir. Asegurar nuestra supervivencia, será la segunda obligación que, tú y yo, compartiremos.

-Agradezco que deposites en mí tu confianza, hijo -expresó, “Dibala”, con la voz entrecortada por la emoción.

-Siempre, has sido merecedora de mi confianza y de mi incondicional amor -dijo, “Kabomo”-. Así continuará siendo, hasta que llegue al fin de mis días -añadió, mirando a su madre, con una expresión de infinita ternura-. Ahora, procede ponernos en marcha y explorar el  territorio incorporado -terminó diciendo, levantando la cabeza y agitando sus grandes melenas al viento.

Habían quedado lejos aquellos días en los que, sus ascendientes, vivían confortablemente instalados en la extensa sabana que conformaba el valle del río Luangwa, uno de los más importantes afluentes del Zambeze, al este de Zambia. Entonces, el agua y los pastos eran abundantes, vivían y cazaban en grupo, amparados por la hierba alta. Sin el menor problema, cada dos semanas, las hembras que habían parido trasladaban a sus crías a una nueva guarida, apartada de donde se hallaba el resto de la manada.

Paradójicamente, el hombre, el animal racional más inteligente sobre el planeta Tierra, se había empecinado en constituirse en enemigo de la naturaleza. Incomprensiblemente, se había convertido en un destructor, talando bosques, arrasando cuanto encontraba a su paso con gigantescas y potentes máquinas que construían carreteras, desviaban el curso de los ríos o perforaban los montes en busca de preciosos metales. El hombre, se había revelado como un ser inconteniblemente avaricioso, que no dudaba en aniquilar cualquier obstáculo para extraer las grandes riquezas guardadas en el corazón del África negra, tales como petróleo, cobre, oro, estaño, cobalto, cromo… Grandes compañías multinacionales, en connivencia con quienes ostentaban el poder político, se habían adueñado del uranio, de los diamantes y del coltán, llamado el mineral de la muerte, el cual contenía un alto porcentaje de tantalita.

Pero, todo lo que antecede referido al hombre, no tuvo parangón alguno en cuanto se puso de manifiesto que se trataba de un ser asesino. Aparecieron unos pocos cazadores con el objetivo de matar animales autóctonos. No con el ánimo de obtener la carne para su subsistencia, sino con el objetivo de percibir dinero por la venta de sus despojos. Lejos de retractarse, sus criminales desmanes fueron en aumento. Se construyeron pistas de aterrizaje para los aviones, carreteras y hoteles para que pudiera acudir mucha gente. Matar a los animales por el simple placer de hacerlo, devino uno de los más costosos pasatiempos para personas adineradas, empresarios, banqueros, incluso para monarcas.

Para justificar sus tropelías, los hombres tuvieron la desfachatez de llamar “caza peligrosa” a esta práctica y se desarrolló un ingente negocio entorno a la misma. Los políticos, tuvieron el cinismo de decir que se erigían en protectores de la fauna, mientras cobraban enormes cantidades de dinero por otorgar permisos para abatir elefantes o leones. Surgieron firmas especializadas en la construcción artesanal de rifles de cerrojo con mira telescópica y madera de nogal turco. Así como los más cotizados grabadores que incorporaban incrustaciones de oro de veinticuatro quilates en sus armas asesinas. Al propio tiempo, florecieron las industrias fabricantes de cartuchería de gran calibre.

Kabomo nació en un territorio seco y caluroso, plagado de insectos y garrapatas. Su madre, “Dibala”,  se veía constantemente obligada a cambiar de lugar para proteger a sus cachorros, por el peligro que el olor de los mismos comportaba, al ser identificado por los depredadores. La pobre, permanecía, siempre, al acecho. La caza de cebras, búfalos, impalas o ciervos, era cada vez más escasa y dificultosa. Se veían obligados a viajar muchos kilómetros para obtener alguna presa. Aprendió que no era conveniente refugiarse en zonas frías o en las altas montañas, en donde la escasez de caza hacía muy difícil la subsistencia, que era preferible entablar batalla para invadir el territorio de otra manada, aunque fuese a costa de su propia vida. Era el ejemplo que acababa de darle su padre.

“Kabomo” era consciente de la responsabilidad que había asumido al convertirse en jefe de la manada. Lo primero que haría, tal como le había dicho a su madre, sería elegir a una de las hembras para aparejarse. La fecundaría tantas veces como hiciese falta, hasta quedar rendido, en la seguridad de que la pareja elegida le daría descendencia. Luego, se ocuparía de buscar la caza con la que alimentarse. Se vería obligado a matar. Pero, sería para su propia subsistencia y la de los suyos, a diferencia de lo que hacían los hombres. Lo haría, hasta que tuviera fuerzas para ello, hasta que llegara el día que alguien más joven y fuerte que él le usurpara el trono.
  

  

1 comentario:

  1. Hermosa y real historia que nos enseña el verdadero sentido de la responsabilidad y sobretodo de la resiliencia. La lucha por la supervivencia, pese a las adversidades. Sin duda el hombre tiene mucho que aprender de los animales...

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