No
todos pensamos igual, reaccionamos de la misma forma, gestionamos los
conflictos y los problemas de manera similar ni a igual velocidad.
Por
favor, respetemos la vida de los demás; sus decisiones, sus inseguridades, sus
miedos, sus problemas, sus conflictos, sus propios dolores o heridas. También,
sus alegrías, sus sueños, su forma de amar, lo que les gusta, sus procesos de
aprendizaje y cómo llegan a darse cuenta de las cosas.
Cada
vida es diferente. Lo que a nosotros nos va bien, a otros ni les ayuda ni les
sirve; incluso, podría hacer que sus problemas se agravasen.
Cada uno debe encontrar su propio camino y tenemos que respetar el proceso de
búsqueda de los demás. En el mejor de los casos, podríamos acompañarles mientras hacen sus propios
descubrimientos, si nos lo permiten.
Sabemos
lo difícil que es alcanzar la deseada meta del equilibrio emocional. Por ello,
deberíamos fijarnos el objetivo de que, las personas que son dependientes de
otras, que no creen en sí mismas, ni en su propia capacidad para afrontar las
dificultades, aprendan a ser más autónomas.
Por
un intento de “ayudar” a que esas personas salgan del agujero en el que se
encuentran, se están produciendo últimamente verdaderos bombardeos de mensajes,
pidiendo que tomen las riendas de su vida, que solucionen sus problemas y que
pasen página. ¡Claro que eso sería lo deseable! Pero, no se consigue este
objetivo mediante una orden simplemente voluntarista.
Cada
uno, como mejor pueda, con ayudas o sin ellas, debe encontrar la forma de
cerrar sus heridas y de continuar con su
andadura. Tendrá que aprender a vivir
con sus propios monstruos, saber que ahí están; pero, no tenerles miedo porque
ya no le harán daño. Me refiero a esos elementos del pasado que no pueden
borrarse u olvidarse, puesto que fueron experiencias difíciles, incluso traumáticas.
Es
una utopía pretender que alguien olvide los sufrimientos del pasado, si le
duelen, todavía. Esas vivencias dejan cicatrices que sirven como un
recordatorio de lo que sucedió, aunque deseamos que nunca vuelvan a ocurrir. Lo
contrario, sería como esconder el polvo bajo la alfombra. El día menos pensado,
aquello que, precipitadamente, se dio
por superado, volverá a aparecer y traerá algo de caos porque se pensaba que
todo estaba resuelto y aclarado. No procede preocuparse en exceso, pues se
encontrará cómo resolver la situación y, de paso, servirá para aprender las
lecciones que, de la misma, se deriven.
Algunos
cuestionamientos, tales como la familia, la amistad, el amor, el trabajo, son
cíclicos y vuelven a nuestro pensamiento en distintas etapas de nuestra
existencia. Pareciera una espiral que
comienza con un diámetro pequeño y que crece en tamaño y en altura, a medida que
da vueltas. Los grandes temas personales se vuelven a presentar para que
aprendamos otras maneras de responder a ellos, después de haber adquirido
nuevos conocimientos y haber vivido un largo número de experiencias. Pero, no
tan sólo recibirán nuestra respuesta, sino que se incorporarán a la lista de
conceptos que nuestra forma de ser toma en consideración.
Algunas
personas creen que lo mejor es avanzar, cerrar ciclos y dejar atrás, cuanto
antes, ciertos problemas. Eso sólo ocurrirá cuando ya hayamos obtenido lo que
necesitamos. No podemos pasar página de algo que todavía no comprendemos, que
se escapa de nuestras manos. Ese proceso no puede acelerarse, de lo contrario,
las heridas quedarán curadas en falso y se reabrirán más tarde. La mente es muy
sabia. Si un problema sigue afectándonos, es porque todavía no hemos
aprehendido de él lo que era necesario. Es preciso descubrir otra forma de
responder ante las dificultades, decir lo que somos incapaces de expresar y
poner unos límites a quienes tienen tendencia a no respetarlos.
Les
comentaré lo que sucede con los niños: cuando hay algo que les preocupa,
preguntan por ello, lo dibujan y lo sacan en sus juegos, día tras día. Hasta
que, en algún momento, ese tema deja de interesarles porque ya han descubierto
el motivo de su malestar. A nosotros nos ocurre lo mismo. Cuando logramos
comprender lo que nos ha sucedido y ha quedado encajado en nuestro
rompecabezas, la zozobra que nos embargaba pierde esa fuerza que tenía antes y la
experiencia empieza a formar parte del pasado.
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