lunes, 17 de abril de 2017

A vueltas, con el maltrato psicológico



En una de mis publicaciones anteriores, veíamos que el maltrato psicológico tiene efectos demoledores, aunque aparenten ser invisibles. El acoso continuado va desgastando a las víctimas, minando su autoestima, su fortaleza, su capacidad de reaccionar y de defenderse.

Algunas mujeres utilizan el maltrato psicológico en la relación con sus parejas, sus hijos, las personas mayores o sus subalternos. Llegan a ser muy duras y crueles, infligiendo un daño insidioso, calculado, frío, malévolo, a quienes manifiestan ciertas debilidades o a quienes se proponen dominar por constituir una amenaza contra su autoridad. También, a aquellos que pueden suponer un obstáculo para la consecución de sus propósitos.

Como toda agresión continuada, la suya es una conducta permanentemente dañina, incapacitante y real, aunque la sociedad no quiera verla. Es necesario que se haga visible, como la del hombre, para que pueda ser identificada por los que la padecen. De esta manera, se podrá actuar para lograr que sus secuelas no sean tan graves y para sanar las heridas que no hayan podido evitarse.

De todos es conocido que algunos hombres utilizan el maltrato psicológico para sentirse poderosos y para conseguir lo que desean. De sus hijos, de su pareja, de quienes puedan cruzarse en su camino. Por lo que se refiere a la agresión a la mujer, por el simple hecho de serlo, entramos de lleno en la violencia de género. Es un tema monográfico que trataremos en algún otro momento, por su importancia, su extensión y sus tremendas consecuencias.

Cuando hablábamos de los maltratadores psicológicos, encontrábamos que algunos son dependientes. Mientras que otros, muy peligrosos, tienen como objetivo llegar a anular la voluntad de sus víctimas. A continuación, seguiré refiriéndome a los sujetos que forman parte de este último grupo, hablando del maltratador posesivo y del maltratador instrumental.

El maltratador posesivo puede llegar a ser un agresor muy violento, que te hará sufrir con mucha intensidad, de forma continuada en el tiempo. Su motivación básica es la de conseguir el control absoluto sobre otra persona, para someterla por completo. Convertirla en un objeto, ser su dios, hacer con ella lo que quiera. Hará lo posible por humillarla y esclavizarla, pues su máximo propósito es hacerla sufrir. No hay dominio mayor sobre otra persona que obligarla a aguantar el sufrimiento, sin que la misma pueda defenderse.

Este maltratador sólo dejará a su víctima si es detenido por la Justicia, o bien, por una razón poderosa, que puede variar para cada persona; quizás, por la aparición de una nueva presa o por el hecho de que la víctima esté muy protegida por sus familiares y amigos. La aplicación de la Ley, si fuera contundente, sería la mejor arma.

El agresor instrumental pretende que la otra persona le sirva, le haga más fácil la vida, le provea de refugio y de dinero. Para estos agresores, algunas relaciones, como el matrimonio, son como un trampolín, una adecuada vía de acceso para sus propósitos de conseguir un poder social y económico.

El término instrumental, señala que este individuo utiliza a los demás con el objeto de conseguir algún fin, para su propia satisfacción. Ve al otro como mero instrumento para sus fines. Cuando esta persona hace algo, siempre está pensando en obtener algún beneficio. Estará con esa persona mientras no tenga una “opción” mejor.

Los puntos fuertes del maltratador instrumental son la agresión psicológica y la manipulación. Tiene mayor autocontrol que el maltratador posesivo, recurriendo a la violencia sólo cuando considera que no hay más remedio. El agresor instrumental incrementará su acoso en el caso de que su captura se quiera escapar. Sin embargo, renunciará cobardemente cuando repare que su presa le hace frente, con unos recursos inesperadamente sólidos.

La identificación de esta figura se hace obvia cuando llegan los niños. No hay manera de que pueda disimular su falta de sentimientos amorosos para con ellos. Puede fingir cuando van de visita, pero no tiene ninguna necesidad de hacerlo al cobijarse en el anonimato del hogar. No tiene por qué odiarlos; simplemente, no le interesan.

Un agresor instrumental intentará que su víctima quede aislada. No tanto, por una necesidad de controlarla, como por su propia comodidad, ya que no le interesa relacionarse con gente de la que no puede obtener beneficio alguno.

Algunos de estos individuos triunfan en su profesión. Pero, es difícil que lo alcancen sin engaños ni trampas y que tengan un éxito sostenido en el tiempo. Su tendencia natural al placer, a implicarse en actividades incompatibles con el rigor de las obligaciones laborales, se lo impide. Estos personajes viven a costa de engañar; ordenan su mundo de acuerdo a su visión peculiar de las cosas, perspectiva que intentan pasar por “lógica” ante los demás. Su falta absoluta de responsabilidad y su incapacidad para hacerse cargo de sus obligaciones como padre, esposo o trabajador, pasan desapercibidas ante mucha gente.

A veces, detrás de un maltratador, hay una familia que comparte una visión egocéntrica del mundo. No es extraño encontrarnos con alguno de los progenitores de este personaje, compartiendo rasgos similares. No obstante, pudiera haber ocurrido que semejante individuo los hubiese manipulado y engañado; razón por la cual, hubiesen llegado a apoyar a su hijo, desconociendo la naturaleza real de su vástago.

Aunque es improbable que sea tan violento como el maltratador posesivo, el agresor instrumental puede recurrir a medios poco ortodoxos, si lo considera preciso. Si se siente acorralado, puede llegar a actos de violencia física.

El individuo que sea un maltratador instrumental y posesivo, a la vez, será el peor enemigo que alguien pueda llegar a tener. No sólo hará uso de la violencia, sino que intentará utilizar a su víctima como un esclavo. Su nivel de agresión psíquica puede ser ilimitado. Existen grandes probabilidades de que haga uso del maltrato físico para conseguir sus fines. En algunos casos,  llegará a las más brutales palizas; cuando no, al trágico asesinato.  

Su obsesión por subyugar, vejar y torturar a su víctima sufre una fuerte alteración, cuando percibe que su presa ofrece una seria resistencia y que la misma puede suponer una amenaza para la consecución de sus objetivos. O cuando, por alguna razón, ha perdido el interés por ella. Es entonces, cuando afloran los instintos asesinos. Lo cual, se corresponde con el perfil de un verdadero psicópata.



Fuentes bibliográficas utilizadas:

GARRIDO, Vicente: “Amores que matan”.

Apuntes personales sobre el maltrato psicológico.

  

  
Imagen encontrada en Internet, de vectores 123RF: Hombre jaula




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