miércoles, 27 de junio de 2018

La ingenuidad en las personas




La ingenuidad forma parte del conjunto exclusivo de atributos personales que hacen que un individuo sea distinto a los demás. Curiosamente, es una de las señales que marcan el carácter de las personas y que suelen identificarse, a las primeras de cambio.

La ingenuidad, en sí misma, no es ni buena ni mala. Como, tampoco, lo es ser introvertido, alegre, reservado, sociable, independiente… Pero, podemos encontrarnos en una situación problemática, cuando, de la posición natural en la que se halla, se desplace hacia alguno de los extremos. En uno de ellos, rozaría con la candidez y, en el otro, podría confundirse con la desconfianza y el recelo.

Los índices que conforman nuestra personalidad varían poco a lo largo de nuestra vida. Solo serán modificados, por voluntad propia, cuando constatemos que ya no son de utilidad para interactuar con el entorno o para solucionar los problemas que se nos presenten.

La palabra ingenuo deriva de la voz latina «ingenûus», que significa nacido libre y no esclavo. En un primer momento de su evolución semántica equivalía a sincero, digno, veraz; una persona sin maldad ni interés por la mentira y las dobleces. En la actualidad, para muchos, es sinónimo de tonto, crédulo o ignorante.

Según el Diccionario de María de Moliner, el término ingenuo es un adjetivo que se aplica a la persona que no tiene malicia o picardía; que supone buena intención en los otros, que cree lo que aquellos dicen. Que habla y obra de buena fe y sin reservas. Como sinónimos encontramos: franco, sincero, sencillo, natural, cándido, inocente, espontáneo…  En los casos más acentuados, incauto, infantil, infeliz, iluso.

La persona que tiende a confiar en los demás “cree que la gente es buena, mientras no se demuestre lo contrario”. Ve la vida desde el optimismo, procurando no caer en el negativismo de otros individuos.  

El ingenuo intenta captar la esencia de las personas y de las situaciones, sin malicia y sin prejuicios. Se esfuerza por comprender a los demás, entender qué es lo que les sucede y por qué actúan como lo hacen. Es rebelde. Hace lo posible por cambiar las situaciones negativas. Intenta ver la vida desde nuevas perspectivas y no se conforma con lo que dicen los demás o con su manera de ver la realidad. Se ocupa de lo simple, se interroga sobre todo, pone en duda las primeras impresiones. Cuestiona de manera crítica las reglas y las normas, que, en principio, fueron creadas para hacernos la vida más fácil. Pero que, al final, la vuelven más rígida, superficial e impersonal.

Según lo anterior, ser moderadamente ingenuos no está mal; incluso, puede aportar elementos positivos a la vida de una persona. Lo que seguramente nos traerá grandes dificultades es el hecho de ser extremadamente cándidos, crédulos, incautos, ciegos a lo que ocurre delante de nosotros; presuponiendo, en otros, unas cualidades y entereza de carácter que, en ocasiones, no se corresponden con la realidad.

Algunas personas ignoran las características positivas que se pueden derivar de ver la vida con una mirada ingenua. A consecuencia de lo cual, consideran que toda ingenuidad es negativa. Hacen uso de expresiones tales como: “Eres un ingenuo”, “Te crees todo lo que te dicen”, “No tienes malicia”, “Te dejas engañar por cualquiera”. Por supuesto, son comentarios peyorativos que provienen de personas suspicaces o desconfiadas. Quizás, algún día, podamos hablar de esas personas que parecen rechazar la ingenuidad, que tienen miedo a abrirse al mundo y a las demás personas, que la vida les ha llevado a rechazar lo sencillo, lo honesto, el ser vulnerables… Se han puesto una coraza que les impide disfrutar de las pequeñas cosas y de las relaciones sencillas y sinceras.

Sin perjuicio de profundizar, en otra ocasión, sobre el tema que nos ocupa en el día de hoy, me tomo la libertad de exponer unos cuantos ejemplos que reflejan candidez o ingenuidad. Lo hago con el ánimo de comprender con mayor claridad la consideración que le otorgamos a la ingenuidad, cuyo nivel de importancia puede llegar a cambiar  sustancialmente, a lo largo de la vida de una persona:

-Creer que todos los padres son buenos, que quieren a sus hijos y que siempre saben qué es lo mejor para ellos. Eso sería lo deseable, pero, muchas veces no ocurre así.

-Desear tener una familia, una pareja, unos amigos o unos hijos perfectos, que satisfagan nuestros anhelos y que podamos sentir siempre cercanos. Esto es imposible, ya que todos tenemos una mezcla de virtudes, defectos y carencias que interactúan con las de las otras personas.

-Suponer que los demás son francos, que se expresan o se comportan sin fingimientos. Confiar en la veracidad de las palabras de los demás, obviando cuestionar su comportamiento, que está en abierta contradicción con lo que dicen.

-Juzgar que todas las personas se comprometen con aquello que piensan, sienten y hacen.

-Pensar que nuestras relaciones afectivas durarán toda una vida. Por lo tanto, es de primordial importancia cuidarlas.

Con el devenir del tiempo, las personas ingenuas aprenderán a conocer a los demás. Averiguarán su grado de fiabilidad y hasta dónde pueden ser sinceros y cercanos con ellos. Si no lo ven claro, harán bien en mantener cierta cautela, hasta comprobar que sus hechos se ajustan a sus palabras. A su vez, es muy posible que la realidad les lleve a modificar algunos de sus propios comportamientos.









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