Podemos
encontrarnos ante una diversidad de maltratadores psicológicos. Las conductas
de los agresores pueden pasar desapercibidas para el entorno de quienes las
sufren porque suelen manifestarse en la intimidad. Mientras que, en público, el
comportamiento de quienes practican el maltrato permanente hacia su pareja,
encandila a todo el mundo por su radiante simpatía.
Otros
individuos, en cambio, ejercen una violencia tan feroz, hiriente y cruel, que
muy poco les importa llevarla a término a la luz del día, menospreciando la
presencia de familiares o amigos de sus víctimas.
El agresor dependiente es una persona con baja autoestima, con
grandes dificultades para manejar sus emociones de forma adecuada, que no
confía en su capacidad para resolver las dificultades que la vida le presenta. Con
frecuencia, es alguien acomplejado, que se siente inferior respecto a los demás.
No sería de extrañar que pudiera abusar de la bebida y de las drogas.
Tiene
una gran dependencia emocional de su pareja y, paradójicamente, sufre tal
desconfianza hacia ella, que se manifiesta a través de irracionales y
enfermizas escenas de celos, en un excesivo número de ocasiones. Todo ello, le
hace sentir una gran impotencia, que puede llevarle a estallar en cualquier
momento, incluso por algo que no revista mayor gravedad. El detonante no suele
ser proporcional a la dimensión de su respuesta ya que, realmente, la tormenta
se encuentra en su interior y no proviene del exterior.
Utiliza
el maltrato psicológico como recurso a su alcance para descargar las
frustraciones y la agresividad acumulada, para intentar resolver los conflictos
cotidianos o como medio para sentirse superior a su pareja. Cuando descubre que
su violencia llega a acobardar a su destinatario, queda invadido por un
sentimiento de poder que le gratifica y que le proporciona un complejo de
superioridad delirante.
Los
agresores desarrollan adicción a las experiencias anteriormente señaladas y las
persiguen con gran ahínco, a medida que el incremento en la intensidad del
maltrato psicológico les reporta una satisfacción, cada vez mayor.
Este
tipo de violencia constituye una forma de desahogo frente a los sentimientos de
impotencia generados por su contacto con el mundo exterior, ya sea por reveses
en el trabajo, humillaciones reales o imaginadas en el trato social, o por la
percepción de sus propias carencias.
Son
individuos inseguros y poco brillantes en su vida social, que necesitan
envalentonarse en casa, haciendo pagar a su mujer y a su familia el sentimiento
de inseguridad que sufren en la calle.
El
elemento clave es la dependencia emocional. Aunque no la vive como una forma de
sumisión, de obediencia, o de sometimiento. Al considerar a la pareja de su
propiedad, su autoestima se articula en
torno al vínculo emocional que le une a ella, llegando a construir su propio
ser, a través de la misma. Por tal motivo, no dudará en reclamar su autoridad
absoluta cuando percibe que ella intenta ganar su propio espacio personal.
Cuando
la mujer no se somete a su voluntad, o decide separarse, el individuo ve
peligrar su propia autoestima y puede llegar a reaccionar violentamente. Necesitará
mantenerla bajo su dominio, porque la necesidad de control es la causa de que
cada vez ejerza más violencia para subyugarla.
Existe otro tipo de
maltratador, mucho más destructivo, cuyo objetivo es anular la voluntad de su
víctima.
Muestra
una gran tendencia a dominar y a utilizar a los demás. Dentro de las
características de este agresor encontramos que, socialmente, procura mostrarse
como un ser educado, atento, amable y encantador.
Esa es la imagen que tienen de él los que le conocen, de la cual se valen para
captar el interés de las mujeres, fascinadas ante su forma de tratarlas. Esto
es sólo una fachada que tiene que ver con su gran tendencia a engañar y a manipular a otros para conseguir sus
objetivos. Miente de forma brillante. En ocasiones, por el puro placer de
hacerlo, sin que haya nada atractivo que ganar. También suele ser arrogante, mostrándose como una persona
narcisista y con ideas de superioridad, que parecen elevarlo por encima del resto de los
mortales.
Como si la falsedad, la arrogancia y
su formidable dominio del engaño y de la manipulación no fueran suficientes,
este agresor presenta otras características que lo hacen especialmente temible:
la falta de empatía, la crueldad y la falta de arrepentimiento.
En cuanto a la falta
de empatía, no puede ponerse afectivamente en el lugar de los otros y no es
capaz de sentir compasión, lástima, clemencia o amor. Esto es muy preocupante
porque, si estableces una relación con alguien así, te encontrarás ante una
persona que pareciera comprender el mundo
emocional pero que, en realidad, lo ignora olímpicamente.
Este
sujeto puede sentir alegría, tristeza, odio y otras emociones, aunque siempre en
referencia a sí mismo, vinculándolas con lo que a él le sucede. Las de los
demás, sólo le interesan en la medida en la que le afectan a él, despreciando
el efecto que producen en quienes le rodean.
Es
incapaz de sentir los sentimientos que sirven para vincular a la gente entre sí,
los que ayudan a crear unos verdaderos lazos psicológicos: la responsabilidad,
la solidaridad y el compromiso. Ante esta situación, debemos comprender que este
maltratador no tiene emociones verdaderamente humanas. Las finge, las imita,
pero no las siente, no importa lo bien que pueda hablar del amor o de lo
estupendo que sea compartir la vida con alguien. No nos engañemos, ¡serán
palabras vacías!
Otro terrible rasgo es su crueldad, cambiante y desconcertante. Ésta llega a ser de una finura
exquisita, como la que puede darse en un proceso de destrucción psicológica,
elaborado durante años, o se manifiesta de repente, de forma devastadora y
grotesca.
Finalmente, tenemos su ausencia
de remordimiento, de culpa, de conciencia. No busques en él gestos de aflicción
por lo que ha hecho, por el modo en que ha arruinado tu vida. No mostrará un
arrepentimiento sincero. Puede que lo diga, pero no es algo que realmente
sienta, no le creas. No tiene conciencia, porque no pudo establecer la conexión
entre las normas morales y la vinculación afectiva con persona alguna. Por
consiguiente, sus emociones no lo castigan, haciéndole que se sienta mal,
cuando hiere a alguien. No busques que sienta pena. Empieza a preocuparte por ti
¡Te será mucho más útil!
Este
tipo de agresor no puede amar, no siente empatía y no tiene conciencia.
Fuentes bibliográficas utilizadas:
GARRIDO, Vicente: “Amores que matan”.
Artículos
publicados en “La cara oculta del
maltrato”, un blog
dedicado al maltrato y a la violencia de género.
Apuntes personales sobre
el maltrato psicológico.
Me parece una exposición muy brillante. Felicidades por el artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar. Es importante tratar este tema, ya que muchas veces pasa desapercibido y se le quita importancia. Mi intención es seguir profundizando acerca del maltrato tanto psicológico como físico y otros tipos de agresividad más generalizados como el chantaje emocional.
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