Los
niños empiezan a dar señales de su personalidad, desde su más tierna infancia.
Algunos,
son bastante independientes. Otros, sienten una gran necesidad de recibir la
atención y el afecto de quienes les rodean. Pueden dar señales de rebeldía o
mostrase sumisos y obedientes. Desde muy pronto, percibimos la fortaleza de
carácter de ciertos niños, a los cuales parecen no afectar, al menos en
apariencia, los regaños, los gritos o incluso que les peguen o les castiguen. En
contraposición, con los que no pueden soportar que les reprendan, rechazando
categóricamente que se les grite o se les pegue, sin importar que sea a sus
compañeros, o a ellos mismos, a quienes se dirijan los mayores.
Identificamos
fácilmente a los que son muy comprometidos con lo que hacen, de la misma manera
que lo hacemos con los que son muy descuidados. Los hay que son muy tiernos y
amorosos; mientras que, otros, se manifiestan con indiferencia, llegando a ser
ariscos, incluso. Sin darnos apenas cuenta, solemos ser condescendientes con
quienes son expertos en conseguir de los demás lo que ellos quieren o
necesitan, mientras que ignoramos a los que no saben pedir lo que desean o
aquello que les hace falta.
Esta
capacidad de percepción sobre la personalidad de los niños, raramente la
aplicamos cuando se trata de analizar nuestros propios comportamientos. En
lugar de ello, tendemos a culpar a otras personas, o a las circunstancias, de todo
aquello que nos sucede; sobre todo, cuando se trata de experiencias negativas.
No es
difícil constatar cómo, individuos que, en su discurso, parecen ser muy independientes
y seguros de sí mismos, descargan gran parte de su responsabilidad en la
actuación de otras personas, al pretender justificar los sucesos negativos que
les han acontecido. Se escudan en que seguían “órdenes”, paternas o maternas, o
del jefe, o de quien sea, sin cuestionarlas, sin pensar en el daño que podían
estar causando a sus semejantes. Hay quienes se amparan en su trabajo y en sus
obligaciones, como si todo lo que hicieran no fuera fruto de su propia
capacidad de elección y consiguiente toma de decisiones.
Buscan
justificaciones por el momento histórico que les ha tocado vivir, por la forma
de ser de los padres, de los hermanos, de los amigos... Porque no conocieron a
su familia, porque fueron hijos únicos; o bien, porque eran muchos en casa.
Igualmente alegan que, el orden numérico que se ocupa en la escala de los
hermanos, influye para que cada uno sea como es. También, porque parte de la
familia vivía cerca; o, por todo lo contrario, porque vivían alejados de ella.
Porque los abuelos tuvieron mucha influencia o porque no los conocieron. Porque
crecieron en un pueblo, en una ciudad o en un determinado país. Porque nacieron
en un parto prematuro, con cierta enfermedad heredada y porque les tuvieron que
operar de pequeños. Porque así les educaron o les maleducaron… Porque su
familia era pobre o porque sus padres tenían una buena posición económica,
aunque raras veces estaban en casa.
De
niños, se sintieron abandonados e ignorados; o, por el contrario, estaban
demasiado pendientes de lo que hacían y no les dejaban ni respirar. Les
regañaban y les castigaban. Pero, nunca, les enseñaban cómo era la forma
correcta de hacer las cosas. Recibían algunos azotes si habían hecho algo
“mal”, siempre de acuerdo con el criterio de quien “perdía los nervios” y no encontraba otra forma más eficaz y
amorosa de corregirlos y de hablar con ellos.
Ellas
recordaban lo mal que lo pasaban en el colegio, cada vez que daba comienzo un
nuevo curso y eran ignoradas por sus supuestas “amigas”. A aquellos chicos
menos dotados físicamente, sus compañeros les hacían la vida imposible y
quedaban relegados, de la misma manera que lo estaban quienes eran bajos,
gordos, llevaban gafas y no sabían practicar ningún deporte. Les parecía
imposible hacer amigos de verdad porque sus compañeros terminaban
traicionándoles… Aparentando una amistad que no existía por estar fundamentada
en el interés de recibir invitaciones para asistir a fiestas y guateques.
Por
lo que al amor se refiere, más excusas…
Que
nadie se fijaba en ellas o que los chicos atraían a las chicas equivocadas. Que
no tenían suerte en el amor o que se enamoraban siempre del que estaba
interesado por sus amigas y no por ellas. Que los trataban mal. Que ellas se
enamoraban de otro chico y lo dejaban tirado. Que, a pesar de quererse mucho,
había una serie de circunstancias que les impedían poder seguir juntos. Que, a
los padres, no les gustaba esa persona; por una o mil razones, ciertas o como
fruto de sus prejuicios. Y si se casaron, lo hicieron “obligados” o porque
parecía ser la decisión más adecuada. Porque pensaron que estaban muy
enamorados y, luego, la convivencia resultó difícil, ya que eran muy
diferentes, el uno del otro. Porque tuvo que luchar por “hombres horribles”
hasta encontrar a quien “fuera lo mejor de la vida”. Como si ella no hubiera
tenido ninguna responsabilidad en la escogencia de sus anteriores parejas, ni
en la forma como se desarrollaron esas relaciones. Como si hubiera sido la
víctima inocente del comportamiento que tuvieron con ella ciertos hombres “superficiales”.
Así, podemos
seguir buscando excusas o formas de culpar a los demás, a las circunstancias,
al mundo, de todas nuestras malas o precipitadas decisiones y de nuestra forma
de actuar ante las situaciones y problemas que se nos han ido presentando a lo
largo de nuestra vida.
Habrá
algún hecho del que realmente no seamos responsables. Pero, lo que dependerá de
nosotros, será nuestra forma de afrontar esos sucesos, cómo superar las
dificultades y si seremos capaces de extraer, de esas experiencias, los
aprendizajes pertinentes.
Muchas
personas dicen que las circunstancias que les tocó vivir fueron determinantes
para llegar a ser lo que realmente son. Asumieron todo, como les venía; sin
creer que ellas podían actuar de otra manera. Quejándose, pero sin cambiar en
forma alguna su respuesta y su actitud ante lo que iba ocurriendo, convencidas
de no tener ninguna posibilidad de influir en el devenir de su propia vida.
Lamentablemente, hay personas que continúan viviendo de forma pasiva, de
acuerdo a lo que otros proponen para su vida futura.
Es la
particular combinación entre lo que uno “recibe”, con la manera cómo es y cómo
actúa, lo que nos llevará, desde muy pequeños, a ir tomando multitud de
pequeñas o grandes decisiones, las cuales, irán conformando nuestra forma de
ser. Lo deseable es que en algún momento logremos despertar y cambiar de
actitud. Que modifiquemos, si fuese necesario, nuestra forma de ver a las
personas que han pasado por nuestra vida. También, la manera como interpretamos
los acontecimientos que hemos vivido y toda nuestra historia personal. Procurar
descubrir qué fue lo que nosotros hicimos, o dejamos de hacer, para que nuestra
vida transcurriera de esa forma y no de otra. No es cierto que no hubiésemos podido tomar otras decisiones que nos
hubieran conducido a hacer otra cosa diferente a la que hicimos. Simplemente,
no supimos reaccionar y actuar de manera distinta a lo que nos iba sucediendo.
Quisiera dejar constancia de que, siempre, llega el momento en el que es
imperativo que nos hagamos responsables de nuestra existencia. De convertirnos en protagonistas de nuestra
propia vida.
El momento de coger las riendas, es cuando podemos decir, "Es hora de madurar y evolucionar". Si nos equivocamos será nuestra responsabilidad y del error aprenderemos, sin tener qué culpar a nadie.
ResponderEliminar