martes, 20 de diciembre de 2016

Seamos protagonistas de nuestra propia vida, sin inculpar a otras personas de todo aquello que nos sucede



Los niños empiezan a dar señales de su personalidad, desde su más tierna infancia.

Algunos, son bastante independientes. Otros, sienten una gran necesidad de recibir la atención y el afecto de quienes les rodean. Pueden dar señales de rebeldía o mostrase sumisos y obedientes. Desde muy pronto, percibimos la fortaleza de carácter de ciertos niños, a los cuales parecen no afectar, al menos en apariencia, los regaños, los gritos o incluso que les peguen o les castiguen. En contraposición, con los que no pueden soportar que les reprendan, rechazando categóricamente que se les grite o se les pegue, sin importar que sea a sus compañeros, o a ellos mismos, a quienes se dirijan los mayores.

Identificamos fácilmente a los que son muy comprometidos con lo que hacen, de la misma manera que lo hacemos con los que son muy descuidados. Los hay que son muy tiernos y amorosos; mientras que, otros, se manifiestan con indiferencia, llegando a ser ariscos, incluso. Sin darnos apenas cuenta, solemos ser condescendientes con quienes son expertos en conseguir de los demás lo que ellos quieren o necesitan, mientras que ignoramos a los que no saben pedir lo que desean o aquello que les hace falta.

Esta capacidad de percepción sobre la personalidad de los niños, raramente la aplicamos cuando se trata de analizar nuestros propios comportamientos. En lugar de ello, tendemos a culpar a otras personas, o a las circunstancias, de todo aquello que nos sucede; sobre todo, cuando se trata de experiencias negativas.

No es difícil constatar cómo, individuos que, en su discurso, parecen ser muy independientes y seguros de sí mismos, descargan gran parte de su responsabilidad en la actuación de otras personas, al pretender justificar los sucesos negativos que les han acontecido. Se escudan en que seguían “órdenes”, paternas o maternas, o del jefe, o de quien sea, sin cuestionarlas, sin pensar en el daño que podían estar causando a sus semejantes. Hay quienes se amparan en su trabajo y en sus obligaciones, como si todo lo que hicieran no fuera fruto de su propia capacidad de elección y consiguiente toma de decisiones.

Buscan justificaciones por el momento histórico que les ha tocado vivir, por la forma de ser de los padres, de los hermanos, de los amigos... Porque no conocieron a su familia, porque fueron hijos únicos; o bien, porque eran muchos en casa. Igualmente alegan que, el orden numérico que se ocupa en la escala de los hermanos, influye para que cada uno sea como es. También, porque parte de la familia vivía cerca; o, por todo lo contrario, porque vivían alejados de ella. Porque los abuelos tuvieron mucha influencia o porque no los conocieron. Porque crecieron en un pueblo, en una ciudad o en un determinado país. Porque nacieron en un parto prematuro, con cierta enfermedad heredada y porque les tuvieron que operar de pequeños. Porque así les educaron o les maleducaron… Porque su familia era pobre o porque sus padres tenían una buena posición económica, aunque raras veces estaban en casa.

De niños, se sintieron abandonados e ignorados; o, por el contrario, estaban demasiado pendientes de lo que hacían y no les dejaban ni respirar. Les regañaban y les castigaban. Pero, nunca, les enseñaban cómo era la forma correcta de hacer las cosas. Recibían algunos azotes si habían hecho algo “mal”, siempre de acuerdo con el criterio de quien “perdía los nervios”  y no encontraba otra forma más eficaz y amorosa de corregirlos y de hablar con ellos.

Ellas recordaban lo mal que lo pasaban en el colegio, cada vez que daba comienzo un nuevo curso y eran ignoradas por sus supuestas “amigas”. A aquellos chicos menos dotados físicamente, sus compañeros les hacían la vida imposible y quedaban relegados, de la misma manera que lo estaban quienes eran bajos, gordos, llevaban gafas y no sabían practicar ningún deporte. Les parecía imposible hacer amigos de verdad porque sus compañeros terminaban traicionándoles… Aparentando una amistad que no existía por estar fundamentada en el interés de recibir invitaciones para asistir a fiestas y guateques.  

Por lo que al amor se refiere, más excusas…

Que nadie se fijaba en ellas o que los chicos atraían a las chicas equivocadas. Que no tenían suerte en el amor o que se enamoraban siempre del que estaba interesado por sus amigas y no por ellas. Que los trataban mal. Que ellas se enamoraban de otro chico y lo dejaban tirado. Que, a pesar de quererse mucho, había una serie de circunstancias que les impedían poder seguir juntos. Que, a los padres, no les gustaba esa persona; por una o mil razones, ciertas o como fruto de sus prejuicios. Y si se casaron, lo hicieron “obligados” o porque parecía ser la decisión más adecuada. Porque pensaron que estaban muy enamorados y, luego, la convivencia resultó difícil, ya que eran muy diferentes, el uno del otro. Porque tuvo que luchar por “hombres horribles” hasta encontrar a quien “fuera lo mejor de la vida”. Como si ella no hubiera tenido ninguna responsabilidad en la escogencia de sus anteriores parejas, ni en la forma como se desarrollaron esas relaciones. Como si hubiera sido la víctima inocente del comportamiento que tuvieron con ella ciertos hombres “superficiales”.

Así, podemos seguir buscando excusas o formas de culpar a los demás, a las circunstancias, al mundo, de todas nuestras malas o precipitadas decisiones y de nuestra forma de actuar ante las situaciones y problemas que se nos han ido presentando a lo largo de nuestra vida.

Habrá algún hecho del que realmente no seamos responsables. Pero, lo que dependerá de nosotros, será nuestra forma de afrontar esos sucesos, cómo superar las dificultades y si seremos capaces de extraer, de esas experiencias, los aprendizajes pertinentes.

Muchas personas dicen que las circunstancias que les tocó vivir fueron determinantes para llegar a ser lo que realmente son. Asumieron todo, como les venía; sin creer que ellas podían actuar de otra manera. Quejándose, pero sin cambiar en forma alguna su respuesta y su actitud ante lo que iba ocurriendo, convencidas de no tener ninguna posibilidad de influir en el devenir de su propia vida. Lamentablemente, hay personas que continúan viviendo de forma pasiva, de acuerdo a lo que otros proponen para su vida futura.

Es la particular combinación entre lo que uno “recibe”, con la manera cómo es y cómo actúa, lo que nos llevará, desde muy pequeños, a ir tomando multitud de pequeñas o grandes decisiones, las cuales, irán conformando nuestra forma de ser. Lo deseable es que en algún momento logremos despertar y cambiar de actitud. Que modifiquemos, si fuese necesario, nuestra forma de ver a las personas que han pasado por nuestra vida. También, la manera como interpretamos los acontecimientos que hemos vivido y toda nuestra historia personal. Procurar descubrir qué fue lo que nosotros hicimos, o dejamos de hacer, para que nuestra vida transcurriera de esa forma y no de otra. No es cierto que no hubiésemos podido tomar otras decisiones que nos hubieran conducido a hacer otra cosa diferente a la que hicimos. Simplemente, no supimos reaccionar y actuar de manera distinta a lo que nos iba sucediendo. Quisiera dejar constancia de que, siempre, llega el momento en el que es imperativo que nos hagamos responsables de nuestra existencia. De convertirnos en protagonistas de nuestra propia vida.





Imagen publicada por Pinterest, en Internet, modificada para el blog: 

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1 comentario:

  1. El momento de coger las riendas, es cuando podemos decir, "Es hora de madurar y evolucionar". Si nos equivocamos será nuestra responsabilidad y del error aprenderemos, sin tener qué culpar a nadie.

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