sábado, 12 de noviembre de 2016

Sentirnos solos, en un mundo poblado de gente



La soledad tiene múltiples caras e interpretaciones. No todos nos sentimos solos por los mismos motivos. Ni las diferentes experiencias vividas nos afectan de manera similar. Podemos sentirnos solos, a pesar de estar rodeados de gente y de personas que nos quieran. Y, paradójicamente, encontrarnos a gusto con nosotros mismos, aunque no haya nadie a nuestro lado.

En el anterior escrito, El poder de la soledad, me refería a la soledad-retiro y a la soledad-intimidad. En éste, me gustaría mencionar otros tipos de soledad, siguiendo la orientación de Javier de las Heras, en su libro “Viaje hacia uno mismo”.

Hablamos de una soledad-subjetiva, cuando “nos sentimos solos”, independientemente de que estemos solos, o acompañados. Para diferenciarla de la soledad-objetiva, que es el aislamiento, el cual, no tiene por qué provocar dicho sentimiento de soledad.

Uno de los factores por los cuales “nos sentimos solos” es la ausencia de comunicación. Ya que, en la medida que la misma existiese, en igual proporción sentiríamos el cariño, el apoyo y la compañía de quien quisiera dárnosla. Si nos sentimos solos es porque la comunicación es muy superficial o porque pareciera que habláramos idiomas diferentes. Existen barreras invisibles que nos separan y no sabemos cómo pueden ser derribadas. No encontramos cómo explicar lo que sentimos, lo que nos preocupa o lo que nos gusta, de manera que se nos comprenda. Aquí, nos encontramos con la soledad-incomunicación, en la que aun cuando una persona se encuentre acompañada, si no existe una buena comunicación con quienes le rodean, puede llegar a sentirse sola.

Los diferentes medios de comunicación pueden servirnos para atenuar el sentimiento de soledad. Por ejemplo, cuando leemos, cuando vemos la televisión, oímos música o escribimos una carta. Con mayor razón, cuando en esa comunicación existe una participación activa de personas que no están físicamente presentes, como cuando nos comunicamos a través de las redes sociales o mantenemos una conversación telefónica.

Aunque, al hacer uso de las redes sociales, debemos tomar nuestras precauciones. Recuerdo lo que una amiga comentó a raíz de uno de mis últimos escritos, Como si, cada uno, viviera en su propio castillo y he recibido su autorización para compartir con ustedes sus palabras:

“Conozco mucha gente que vive así y parece sentirse cómoda con eso.
Lo he atribuido, entre otras variables, al exceso de tecnología en las comunicaciones. Dicho exceso está logrando, por contraste, el efecto opuesto. Es decir, que, finalmente, estemos menos comunicados, pero creyendo que sí lo estamos... que es aún peor.

Siento, igualmente, que ahora lo importante es el vehículo, no la persona, ni el mensaje que ella intenta transmitir.

La mayoría de las relaciones se mantienen a niveles superfluos. Mucha cháchara, mucha apariencia, mucha  imagen, y cada vez menos contenido. Los referentes parecen no ser los mismos.

En esta época, repleta de banalidad y carente de sentido profundo de la vida, el envase pasó a ser todo, en menoscabo de la esencia. Y tristemente, esto vale para la mayoría de personas y situaciones.

Personalmente, este hecho me produce una gran tristeza, impotencia e incomodidad. Me cuesta acostumbrarme.

Trato de sobreponerme a todo ello  y aprender sus reglas, pero debo confesar que aún no sé cómo descifrarlo, y menos aún, como manejarlo.

Me gustaba la vida simple y " hecha a mano", donde todo era según parecía ser. 

Me gustaba mi vida sencilla, antes de este tsunami incontrolable de tecnología que amenaza con acabar todo rastro de humanidad en este planeta, cada vez más "exiliado de sí mismo," para hablar en los términos de Erich Fromm.

Y no es "como si"... ¡Ojalá lo fuese! Lo cierto es que cada uno vive metido en su propia "burbuja" y la realidad virtual cada vez le quita más espacio a la realidad "real", valga la redundancia.”

Hay personas que no se sienten solas cuando están con sus animales de compañía, sus plantas y sus objetos personales. Con los animales de compañía se puede establecer una relación muy estrecha, y, aunque no entiendan todo lo que les digamos, sí parecen comprender nuestros estados de ánimo y mucho de lo que les decimos. Con frecuencia, vienen a colocarse cerca de nosotros y nos hacen compañía. A quienes les gustan las plantas, les servirán de distracción y ocupación. También forman parte de su “hogar” y no es de extrañar que les dirijan unas palabras de saludo, de aliento… Los objetos personales, son parte importante de nuestras vidas y tienen una significación particular para algunos mayores, a los que les darán sensación de seguridad.

En otros casos, el problema surge como consecuencia de una excesiva necesidad de comunicación, un querer hablar y desahogarse, en forma de monólogo, sin permitir que el otro apenas intervenga. Esto puede ser debido a que se tienen pocas oportunidades de comunicarse con otras personas, a una gran ansiedad o a otros problemas. Lo triste de esta tendencia a hablar y hablar, aprovechando que se encuentran con quienes parecen escucharles, es que terminan propiciando el alejamiento de los demás. Curiosamente, muchas personas no son conscientes de este proceso; y, lejos de rectificar, continúan con la misma actitud, que se va acentuando con el tiempo. Como cada vez encuentran menos personas que les escuchen, aprovechan para explayarse más con ellas, cerrándose un círculo vicioso que termina en el completo aislamiento psicológico.

La soledad y la falta de tiempo o de interés por escuchar a los demás se han ido acentuando. A veces, la soledad llega a convertirse en un círculo vicioso que termina aislando a determinadas personas. Al tener pocos conocidos, es probable que se pasen los días sin ver a alguien. Al no tener con quien ir a determinados lugares o actos sociales, se desiste de acudir a los mismos, con lo que nunca se termina de salir del aislamiento.

Entre las personas más tímidas y aisladas, pensar que no se tienen amigos o familiares con los que salir, puede despertar un sentimiento de vergüenza, que se sumaría a su dificultad para establecer unas relaciones personales gratificantes. Consideran su soledad como un defecto humillante, que se desea ocultar a los demás. Esto hace que vean sus actividades particularmente limitadas, no siendo capaces ni de tomar un café o de ir al cine ellos solos, con lo que el sentimiento de soledad se convierte en algo angustioso.

Una intensa vida social repleta de contactos humanos también puede esconder una soledad encubierta, ya que esos lazos pueden ser poco auténticos y superficiales; o, como sucede muchas veces, se han mantenido exclusivamente por el interés y las circunstancias. Esta situación es característica de algunas personas de éxito. Una vez que fracasan o pierden sus cargos de influencia, se ven abandonados por toda su corte de interesados y aduladores. Entonces, es cuando se pone de manifiesto la soledad en que habían vivido, sin percatarse de ello. Por esta razón se dice que sólo en la adversidad se conoce a los auténticos amigos.

También puede suceder lo contrario. Algunos se sienten solos injustificadamente. Creen estar solos, pero cuando llega a conocimiento de los demás cualquier problema o dificultad que puedan estar atravesando, se ven sorprendidos por la cantidad de personas que acuden en su socorro. No se trata más que de una soledad aparente. Algunos trastornos como la depresión, o simplemente los “síntomas depresivos” propios de muchas situaciones difíciles, pueden acentuar esos sentimientos, haciendo creer a quien los padece que no puede contar con nadie o, incluso, que nadie podría ayudarles. Tienden a no desvelar sus dificultades a los otros, quienes, al no estar informados de lo que les sucede, difícilmente podrían acudir en su ayuda, con lo que su creencia, de que nadie podría ayudarles, queda erróneamente confirmada.

Otras veces, el sentimiento de soledad proviene de echar de menos la presencia de una o de algunas personas determinadas. El deseo de hablar y de estar con ellas, el querer verlas, conduce a un agobiante sentimiento de soledad. Se trata de la soledad-ausencia. Es frecuente en muchas situaciones, pero al tener un fuerte colorido afectivo es particularmente característica de los recién enamorados o cuando fallece un ser próximo y querido.

En el primer caso, el deseo selectivo y apasionado de estar con el ser amado, de verle, de hablarle, de abrazarle…, hace que la compañía de otras personas se viva como superflua, ya que la relación con ellas es de escaso interés en comparación con lo que se anhela. Si no se está acompañado u ocupado, la sensación de soledad es aún mayor y favorece que el pensamiento se centre obsesivamente en esa persona.

Cuando la ausencia se debe a la muerte de un ser querido, el sentimiento de soledad procede del vacío afectivo que esa persona deja y de la imposibilidad de volver a estar en su compañía. Puede sentirse que se pierde toda una proyección de futuro, "lo que podría haber sido", junto con una parte de nosotros mimos.

La muerte del padre o de la madre, deja una sensación de orfandad, a cuya ausencia se añade un cierto sentimiento de indefensión, que muchas veces no está justificado, ya que puede surgir en personas con padres o madres de edad avanzada, en la que el hijo es el que les protegía y cuidaba y no a la inversa.

Para terminar, quisiera decir que me ha parecido oportuno prescindir de una exhaustiva clasificación de tipos de soledad. En mi modesta opinión, podría llegar a producir confusión.


Agradecimiento: A Piccola Rondine, por haberme autorizado a compartir su comentario a mi publicación y a Edgar Villareal Jiménez por cederme la imagen, para este escrito.



Bibliografía:

DE LAS HERAS, Javier: Viaje Hacia Uno Mismo. Espasa Calpe, S.A., Madrid.



Imagen de RISASINMAS.com, modificada para este artículo.




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