Continuando con el tema de la asertividad, quiero
retomar las ideas con las que terminaba mi anterior artículo.
Decíamos
que era lógico pensar que se nos presentarían infinidad de problemas en
nuestras relaciones con los demás y que era fundamental confiar en que seríamos capaces de solucionar eficazmente
cuantas dificultades se nos presentaran en nuestro camino.
De
acuerdo con la evolución natural, los seres humanos poseemos la capacidad de enfrentarnos a cualquier tipo de adversidad.
Como especie, hemos sobrevivido gracias a estar dotados, fisiológica y psicológicamente,
para superar toda clase de obstáculos. Los inconvenientes a los que se tuvieron
que enfrentar nuestros antepasados primitivos, en entornos muy difíciles,
contribuyeron a que fueran desarrollando una extraña potencialidad para resolver sus problemas, con eficacia.
En
la mayoría de especies animales, particularmente en los vertebrados, cuando surge un conflicto entre ellos, suele
haber una reacción de lucha o de huida por parte de alguno de los que han
establecido la contienda. Estas dos maneras de afrontamiento suelen ser reacciones
casi automáticas y son de gran valor para su supervivencia.
De
igual forma, también en los seres humanos se produce la lucha y la huida. Forzados
por las circunstancias, a veces, luchamos intrépidamente; en otras ocasiones,
huimos despavoridos. A veces, actuamos libremente, guiados por nuestra propia
decisión. Más a menudo, disimularemos nuestra reacción, utilizando formas
disfrazadas de la lucha y la huida, las cuales analizaremos más adelante, en
este escrito.
Aun
teniendo la posibilidad de responder ante los problemas mediante la lucha o la
huida, lo que nos distingue de las demás especies, es el hecho diferencial de
poseer un cerebro humano: grande, nuevo, verbal y capaz de resolver problemas.
Nuestro
cerebro nos permite comunicarnos y colaborar
con otros cuando surge un conflicto o un problema. Esta capacidad de
comunicación verbal y de resolución de problemas es lo que ha constituido la
diferencia clave, para la supervivencia, de los seres humanos.
Aunque
nuestros instintos pretendan conducirnos a la lucha, o a la huida, no estamos
obligados a hacer ninguna de estas dos cosas. Muy por el contrario, debemos
hacer uso y abuso de esa tercera opción, propia del ser humano, que es la de dialogar con los demás y resolver, de ese
modo, lo que nos preocupa. Es el ejemplo más claro de lo que representa la
comunicación asertiva.
Cuando
tratamos de solucionar algún conflicto en nuestro mundo moderno, supuestamente “civilizado”,
mediante la agresión o la huida, casi nunca lo hacemos abiertamente. Reaccionar
de cualquiera de estas dos maneras no está muy bien visto.
Existen ciertas formas de actuar que
tienen mucho de lucha o de huida. Me vienen a la cabeza, en cuanto a la lucha o
la agresión, todo tipo de malos tratos físicos dirigidos hacia otras personas y
hacia los animales. El maltrato o acoso psicológico, la discriminación de
minorías, la burla, el desprecio, la utilización de motes o etiquetas... En
cuanto a la huida, la pasividad de algunas personas, quedarse calladas ante los
insultos o desprecios, no enfrentarse a los problemas que otros les plantean, llegar
a cambiarse de casa o de lugar de residencia, para evitar a algunas personas.
Dentro
de las enseñanzas que los niños reciben, algunas veces encontramos opciones contrapuestas:
se les enseña que no deben luchar con
otros niños, que no deben darles en las narices, golpearles, hacerles daño,
insultarlos; también se les enseña que deben ser valientes y no huir de la gente que pueda darles
miedo. Se les dice que deben expresar lo
que les sucede, lo que sienten, pero no se les permite que lloren, que estén
tristes o que se enfaden.
Si
los niños reciben esos mensajes opuestos, se les adiestra a aceptar el conflicto pasivamente,
mediante la agresión pasiva o la huida pasiva. Se encontrarán confundidos, no
sabrán cómo expresar lo que les sucede y terminarán tragándose todo, sin saber
cómo resolver los problemas que surgen en su relación con los demás. La
agresión pasiva y la huida pasiva son utilizadas en cantidad de ocasiones.
Muchas más de las que nos imaginamos.
La agresión pasiva
Cuando
alguien hace o dice algo que desagrada manifiestamente a otra persona, raras veces ésta reaccionará abiertamente.
Muchas, se limitarán a rechinar los dientes, en silencio, rumiando para sus
adentros sobre las represalias que tomarán algún día. Se sentirán enfadadas y
molestas. Algunas veces, podrán estar tan furiosas, que llegarán a echar fuego
por la boca. Iniciarán un devastador diálogo interno, que la mayoría de las
veces hará que aumente considerablemente su nivel de ansiedad y malestar. Los
sentimientos de agresividad, no expresados, les harán mucho daño, tanto a nivel
fisiológico como psicológico. Terminarán afectando su autoestima, a su
capacidad de afirmarse y de resolver los problemas que se les presenten. Perjudicarán
sus relaciones con otras personas, todo lo cual les pasará factura a nivel
físico, en forma de una úlcera o cualquier enfermedad psicosomática.
El
problema es que, de alguna forma, han aprendido, que no es conveniente responderles
a esas personas; que no deben expresarles la agresividad que, su forma de
proceder, ha suscitado en ellos. Piensan que, si reaccionan con brusquedad, eso
les traerá consecuencias negativas. Posiblemente, porque ellos ya las han experimentado,
anteriormente, o porque han visto cómo actuaban con otros.
Cuando
alguien utiliza la agresión pasiva,
no expresa abiertamente el malestar que le produce algo. Por ejemplo, obedece
al jefe, pero de mala gana. Si le dice que prepare café, lo hará, a
regañadientes. Estará enfadado, pero no se atreverá a hablar con su jefe de
lo que le sucede ni se negará a hacer lo que le manda. Por lo tanto, hará el
café muy fuerte o demasiado suave, siendo posible que lo derrame o que se queme
al servirlo. Si le piden que se quede haciendo un trabajo urgente, después de
su horario, cometerá un montón de errores, tardando el doble de tiempo. Si, en
casa, la madre le exige a su hijo que arregle la habitación antes de salir a
jugar con los amigos, éste, lo hará de mala gana, protestando para sus adentros.
Cada
vez que alguien utiliza la agresión
pasiva, deberá arreglar los daños ocasionados, perder más tiempo del
necesario, pasar un mal rato y sufrir el padecimiento de sentir una agresividad
interna, sin descargar. Es quien sufre las consecuencias, no la otra persona. Cada
vez que eso suceda, se sentirá frustrado. No solamente con los demás, sino
consigo mismo, por no ser capaz de afrontar sus dificultades de otra forma más
eficiente.
La
agresión pasiva no soluciona los problemas. Haciendo uso de ella, no se
consigue lo que se desea. Al contrario, las complicaciones van en aumento y el
que utiliza la agresión pasiva, se encontrará cada vez peor.
Conviene evitar la utilización de la
agresión pasiva. Procurar hablar de lo que les sucede, qué
es lo que no les gusta o les parece injusto. Negociar, expresar una alternativa
válida que no entre en conflicto con sus propios planes y que permita cumplir
con sus responsabilidades. Incluso, en ocasiones, puede ser mejor discutir. No
quedarse dentro, con todo el enfado. Luego, ya se podrá ir hablando del tema.
Lo más difícil es decidirse a expresar lo que les preocupa o lo que les sucede.
A partir de ahí, continuar hablando y solucionando los problemas que puedan
surgir.
La huida pasiva
Hay
quienes pretenden solucionar los problemas mediante la huida pasiva. Cuando se encuentran ante un problema con alguien,
evitan afrontar lo que sucede e incluso rehuyen de aquella persona en lo
posible. Imagínense un niño, que ha suspendido varias asignaturas y hace todo
lo posible por no entregar, a sus padres, el boletín con las calificaciones. Cuando
se ha perdido algo importante y se dilata el momento de informarle a la otra
persona lo que ha sucedido. Estar sufriendo en silencio, durante varios días,
inventando miles de excusas con tal de no asumir las consecuencias de lo
sucedido.
La
huida pasiva es utilizada en multitud de situaciones. En lugar de armarse de
valor y hablar sobre lo que sucede, lo que se siente, lo que le inquieta, se
pospone el enfrentarse a la situación que les preocupa. Esto sucede en las
relaciones de pareja. En especial, cuando surgen conflictos importantes que hay
que solucionar. A veces, retrasan todo lo posible el momento de llegar a casa. Buscan
cualquier excusa para salir o tienen diferentes actividades que les mantengan ocupados,
con tal de no compartir tiempo con su pareja. Evitando las discusiones, las
malas caras, la falta de afecto y de detalles.
No
es conveniente utilizar la huida pasiva,
pues los problemas nunca se solucionarán de esta forma; cada día se agravaran
más y podrán surgir otros nuevos. Al mismo tiempo, disminuirá su capacidad para
solucionar los conflictos que se presenten. Se verán abrumados por todas esas
situaciones, no resueltas, que les están demandando superar los miedos, tomar
las riendas de su propia vida, con decisiones valientes y con la capacidad de
sentarse a hablar de las dificultades que existen.
Conviene
analizar cuáles son las situaciones que no se han afrontado, las decisiones que
no se han tomado, qué actitud y comportamiento se ha tenido. Ver cómo la huida
pasiva y la agresión pasiva no sirven para solucionar sus problemas. Hablar de
la situación, exponiendo los sentimientos que la misma les produce, llegando a
las decisiones y a los acuerdos que se consideren necesarios.
Aprender
a solucionar los problemas de forma asertiva, en lugar de seguir huyendo o de
hacer las cosas de mala manera. Hablar de lo que les disgusta. Darse cuenta de
cómo la utilización de la agresión pasiva y la huida pasiva pueden ser las
causantes de gran parte de sus conflictos. Utilizar eficientemente su capacidad
para colaborar con otros cuando surge un conflicto o un problema. Hablar con
los demás y resolver de ese modo lo que les preocupa.
Bibliografía:
SMITH, Manuel J.: “CUANDO DIGO NO ME SIENTO
CULPABLE”, Editado por Grijalbo, Barcelona.
Imagen encontrada en Internet, publicada en el blog Crio asas de Lucas Alves. http://crioasas.blogspot.com.es. Modificada para el blog "Un día con ilusión".
Realmente hay personas con las que no se puede hablar. Su lenguaje no verbal es muy agresivo. Aunque la comunicación escrita no es la solución más idónea, según el receptor que tengamos delante, a veces es la única forma. Lo que si tengo claro que no beneficia la agresión padiva, ni la huída pasiva.
ResponderEliminarDe acuerdo, Paloma. Algunas personas tienen un lenguaje no verbal que puede hacer que la otra persona se sienta amedrentada, cuestionada, reprobada; especialmente, si le cuesta sentirse segura de sí misma y mostrarse asertiva. En ocasiones, será más fácil, o menos difícil, comunicarse con ellas por escrito o por teléfono. Lo importante es que no dejemos de decir aquello que es importante que digamos. No obstante, es bueno que vayamos practicando a decir las cosas de forma asertiva, con todos. Especialmente, con las personas con las que más nos cuesta expresarnos. Al principio, será difícil, aunque con el tiempo lo iremos haciendo mejor y conseguiremos lo que deseamos o, al menos, una negociación justa. Otras veces, desafortunadamente, no conseguiremos lo que deseábamos pero, al menos, nuestra dignidad no sufrirá ya que hicimos lo posible, desde el punto de vista ético, por expresarnos.
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