domingo, 21 de agosto de 2016

Conviene aprender a gestionar el enfado y el miedo, para que actúen a nuestro favor



Al leer mi último escrito sobre la asertividad, donde me refería a la lucha, la huida y la capacidad de comunicarse verbalmente con otros, supongo que muchos de ustedes pudieron pensar que, encontrar una solución a nuestros problemas mediante el diálogo, podría parecer fácil. Pero que, en realidad, no lo es. Sobre todo, al encontrarnos, una y otra vez, ante situaciones que parecen desbordarnos, que son complicadas de manejar, que no sabemos cómo deben ser adecuadamente afrontadas.

Somos conscientes de que, la capacidad verbal para hablar, dialogar y solucionar los problemas que surgen con otras personas, es la opción más recomendable para resolver los conflictos. Sin embargo, en ocasiones, no se puede evitar experimentar un gran enfado o tener ganas de huir de una situación. Lo importante es aprender a gestionar ese enfado y ese miedo, para que actúen a nuestro favor.

En la presente exposición, quiero referirme a dos emociones que sentimos como negativas y desagradables: la ira y el miedo. Las cuales, están relacionadas con las reacciones de lucha y de huida.

Una aclaración previa: todas las emociones son útiles, en su momento. Cumplen con la función de invitarnos a actuar. En nosotros está que aprendamos a responder adecuadamente a las mismas, haciendo que contribuyan a nuestro bienestar y a una mejor calidad de nuestras relaciones personales.

Si, ante algo que acontece, se siente ira, enfado o rabia, la tendencia natural será reaccionar de manera agresiva, utilizando la provocación o la agresión para superar los obstáculos que se encuentren en el camino. ¡Ojo! ¡He dicho que es lo natural! No que sea obligatorio hacerlo.

Hay personas que, aun sintiendo enfado o rabia ante algo que les sucede, no reaccionan con agresividad.

Algunas, no lo harán porque son miedosas y no confían en sí mismas. No se atreven a defenderse de los ataques que reciben. En lugar de dirigir esa energía de la emoción hacia el exterior, ellos revierten esa agresividad contra sí mismos. Se la guardan, se sienten frustrados, rumian para sus adentros, haciéndose mil reproches, en lugar de procurar solucionar sus problemas con los demás.   

Cuando se encuentran ante lo que consideran un comportamiento agresivo, brusco o excesivamente duro, por parte de otros, es muy probable que sientan miedo y ansiedad. También, cuando piensan que deben decir algo importante que les cuesta explicar. Cuanto antes, querrán escapar de la situación para dejar de sentir esas emociones. Esto suele darse en individuos que se han acostumbrado a callar, a no dar su opinión; que tienden a  aceptar lo que dicen los demás, evitando situaciones desagradables.

Otros, logran reponerse a esa emoción natural, buscando la forma de solucionar sus dificultades. Procuran no reaccionar en caliente y no agrandan el problema, dándole rienda suelta a la ira. Reflexionan sobre lo que ha sucedido, determinando cuál es su parte de responsabilidad en los hechos. Desde una postura más calmada, buscan el momento que sea oportuno para quienes se encuentren involucrados, procurando que haya una comunicación y un diálogo encaminado a negociar y a llegar a unos acuerdos que sean satisfactorios para todos.

La ira y el miedo son emociones muy fuertes. Llevan asociadas una buena cantidad de sensaciones físicas desagradables. Por ello, lo más usual es sentirse francamente cansados después de un gran enfado hacia alguien o hacia nosotros mismos. Igualmente, cuando se tiene mucho miedo, ante algo real o imaginario. Nos costará concentrarnos mentalmente para  recobrar nuestro equilibrio y nuestra tranquilidad.

Como si ese malestar que podemos sentir no fuera suficiente, nos encontraremos ante una dolorosa realidad: la dificultad de poder obtener lo que deseamos, mediante comportamientos de lucha o de huida. Si experimentamos mucha ira o miedo, sin saber cómo poder solucionar nuestros problemas, nos sentiremos frustrados. A menudo, acabaremos siendo presa de la tristeza o de la depresión.

Si estamos iracundos, asustados o afligidos, en modo alguno significa necesariamente que estemos enfermos. Si sentimos ira, temor o tristeza, se debe a que, psicológica y fisiológicamente, estamos hechos para sentir esas emociones.

La ira, el miedo y la depresión tienen un valor para la supervivencia, de la misma manera que lo tiene el dolor físico. Estas emociones llevan asociadas una serie de modificaciones fisiológicas y químicas, ordenadas por las partes primitivas de nuestro cerebro, con la finalidad de prepararnos para poder dar una determinada respuesta de comportamiento.

En el caso de la ira, los preparativos  están dirigidos hacia un ataque contra alguna persona o algún animal. Por eso, nos encontramos tan mal cuando no logramos descargar esa emoción, aunque sea parcialmente, o si no conseguimos solucionar nuestras diferencias mediante un acuerdo verbal. Si se siente esa ira con demasiada frecuencia,  sin gestionarla de forma adecuada, sufriremos las consecuencias en nuestro carácter y en nuestro organismo.

Cada vez que nos asalta el miedo experimentamos un cambio fisicoquímico ordenado por nuestro cerebro primitivo, que prepara automáticamente nuestro cuerpo para huir del peligro lo más deprisa posible. Por eso, el exceso de ansiedad o un ataque de pánico pueden ser tan invalidantes. El cuerpo se prepara para huir, pero al no ser  necesario salir corriendo, para salvar la vida, esa preparación psicofisiológica no sirve para nada. 

Cuando estamos tristes o deprimidos, experimentamos los efectos de los mensajes transmitidos por las zonas más primitivas de nuestro cerebro, encaminadas a reducir gran parte del funcionamiento normal de nuestra fisiología corporal. En realidad, por así decirlo, no nos "comportamos" en absoluto. Poco o nada es lo que hacemos, aparte de mantener nuestras funciones corporales indispensables. Generalmente, no tenemos ganas de trabajar, ni en casa ni en la oficina. Tampoco, desarrollar otras actividades, como ir al cine, aprender algo nuevo, resolver algún problema…

Si podemos entablar contacto asertivo con otras personas, logrando hablar de lo que nos pasa, de lo que deseamos, de lo que nos desagrada, tendremos la posibilidad de obtener, por lo menos, parte de lo que deseamos. Cuando nos acostumbramos a buscar el diálogo y la comunicación, es poco probable que surjan automáticamente la ira o el miedo.

Estos tres sentimientos de ira, miedo y tristeza son hereditarios. Están asociados con la supervivencia y pueden llegar a causar tan alto grado de malestar que algunos individuos se vean en la necesidad de pedir ayuda profesional.

Recurrirán a un psicoterapeuta porque están cansados de ver que se enojan y se muestran agresivos con los demás con excesiva frecuencia, produciendo esto mucho daño en sus relaciones afectivas y profesionales. Necesitarán asesoría quienes temen continuamente a los demás y los rehúyen, evitando la toma de decisiones importantes. Así mismo, aquellos que estén hartos de fracasar en su forma de gestionar sus emociones, sus conflictos; de sentirse tristes y deprimidos la mayor parte del tiempo.



Bibliografía:

SMITH, Manuel J.: “CUANDO DIGO NO ME SIENTO CULPABLE”, Editado por Grijalbo, Barcelona.








Imagen encontrada en Internet, de illustrations of.com # 21318. 




2 comentarios:

  1. Efectivamente conozco esas emociones y tal vez yo me he encontrado, infinidad de veces el de la huida. Conociendo mi tendencia a callar, reconozco que la ayuda de profesionales, me ha ayudado mucho y pese a que aún tengo mucho camino por recorrer, ya soy más consciente de ello e intento evitar que me dañen y no dañar con mis conclusiones.

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    1. Paloma, es bueno saber cuál es nuestra tendencia natural, como la de la huida, en tu caso. Callar demasiado, tampoco es una buena solución, ya que en algún momento, de forma inesperada, "explotamos" y podemos tener la tendencia a querer decir todo lo que habíamos ido guardando en nuestro interior. La asertividad nos ayudará a ir decidiendo qué es lo que queremos decir, cuándo, cómo, dónde y a quién. También nos ayudará a callar, a propósito, cuando creemos que eso es lo más conveniente, hasta que encontremos el momento oportuno o hasta que nos sintamos con la calma y la determinación para abordar un tema que para nosotros es importante.

      Algún día me referiré a esas situaciones en las que no es muy recomendable mostrarnos asertivos, como en todo lo que tiene que ver con dependencias oficiales, policía, juzgados o con ciertas personas que no están dispuestas a respetarnos y a tener en cuenta nuestras ideas o puntos de vista. A veces es más importante nuestra paz y tranquilidad que darnos golpes contra una pared o permitir que individuos muy manipuladores puedan juntarse para intentar hacernos daño.La asertividad nos ayudará a cuidarnos a nosotros mismos, sin huir de las situaciones pero sin exponernos, innecesariamente, a la agresividad de algunas personas.

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