La incipiente
asertividad natural que observamos en el comportamiento de los bebés y de los
niños, nos ayudará a comprender mejor algunos elementos importantes que
forman parte del concepto que nos viene ocupando, la asertividad.
No pretendo decir
que haya que imitar los comportamientos de los niños pequeños. ¡Ni más faltaba!
La idea básica es la de que podamos desprendernos de ciertas actitudes y
creencias limitantes, las cuales nos impiden encontrarnos a gusto con nosotros
mismos y relacionarnos mejor con otras personas. Tendremos muchas más
probabilidades de obtener lo que es importante para nosotros, si se lo expresamos a los demás, si les
orientamos sobre lo que nos gusta y sobre aquello que nos molesta. Si
establecemos unos límites razonables a lo que les permitimos y de lo que no
estamos dispuestos a aceptar en nuestras relaciones personales.
En los adultos, a diferencia de lo que sucede en la primera infancia, la
utilización de la asertividad será consciente y obedecerá a la intención de
comunicarse de forma adecuada. Tendrá mucha más entidad y profundidad que la
desplegada por los niños. Se utilizarán la comunicación verbal, los
conocimientos y las experiencias previas, para relacionarse de forma asertiva
con otras personas; sin callar sus necesidades, preferencias y las cosas que les
afectan. Sin ser, tampoco, agresivos o manipuladores, evitando imponer los propios puntos de vista.
Cuando se observa
la forma de comportarse de los bebés y de los niños de muy corta edad, uno puede percatarse de que,
a su manera, ellos expresan con toda
claridad lo que quieren, lo que necesitan y lo que no les gusta. Además,
poseen una característica muy importante, de la que adolecen, con frecuencia,
los adultos: la persistencia. Son constantes en sus demandas e incluso
pueden manifestar diferentes conductas, algunas de ellas muy creativas,
llamativas o sofisticadas, para conseguir lo que consideran importante.
El niño pequeño protesta abiertamente cuando se le hace daño
y cuando tiene algún problema, dolor o necesidad. Si le sucede algo que no
le gusta, se lo hace saber inmediatamente a los demás, mediante gemidos, lloros
y otras actuaciones más llamativas; a cualquier hora del día o de la noche,
siendo muy persistente. Raramente deja de
comunicar al mundo su disgusto, hasta que alguien hace algo por remediarlo.
Luego, cuando
empiezan a gatear y a caminar, los niños hacen todo lo que se les pasa por la
mente, de manera asertiva y persistente, en el momento en el que les apetece
hacerlo. Como se dice en España, de forma elocuente y clara, ¡hacen todo lo que
les da la gana y cuando les da la gana! Lo tocan todo, lo muerden, lo rompen,
lo tiran… Exploran hasta el último rincón de la casa. Se meten en cualquier
sitio, se suben a lugares peligrosos o se introducen en los sitios más
insospechados. Saltan, se tiran desde cualquier mueble, van detrás de no
importa qué animal o persona…
Estas conductas
irán modificándose con los años, con la actuación y la colaboración de los padres
y otros adultos. Se reducirán notablemente o podrán volverse más problemáticas
o dañinas. Los resultados, en los niños, serán diferentes, dependiendo de la
forma de ser del mismo, del tipo de educación que reciba y de las medidas
utilizadas, por los adultos, para que aprendan a modificar o eliminar aquellos comportamientos que
puedan resultar molestos o que sean potencialmente peligrosos.
El niño continuará siendo asertivo, adquiriendo cada día una mayor confianza en sí
mismo y en la capacidad de solucionar los problemas que se le presenten o, como
ocurre con demasiada frecuencia, irá
perdiendo esa espontaneidad que le caracterizaba, adoptando aquellos
comportamientos que son bien vistos socialmente y que no son problemáticos para
los adultos que están encargados de cuidarle. Algunos, los que no se adapten, terminarán desarrollando lo que algunos consideran como problemas de conducta. También, podrán ser agresivos o manipuladores.
Algunos padres o
cuidadores son personas amables y cercanas, que respetan la curiosidad infantil
y su necesidad de explorar el mundo. Permiten que los niños vayan
descubriéndose a sí mismos y a su mundo circundante, mientras adquieren
conocimientos y destrezas, que les habrán de ayudar a desarrollar su
inteligencia, así como lograr un mayor conocimiento y una mejor regulación de sus emociones. Estos adultos comprenden cuáles
son las necesidades de los infantes e incluso les acompañan durante el
descubrimiento de todo lo que les asombra y llama su atención, repetitivamente. Quiero
agregar algo a lo dicho, haciendo especial énfasis en ello: estos padres también ponen límites a algunas
conductas de sus hijos, por medio del ejemplo, el diálogo y diciéndoles lo que
ellos quieren que sus hijos no hagan. Por ejemplo, gritar, pegar, insultar a otros, tratar mal a las
personas, animales o cosas; el desorden, ensuciar, realizar conductas
peligrosas... Serán límites a las conductas no a la persona. Se harán desde el
amor y el respeto. No harán que el niño crea que es "malo" o que se
sienta rechazado, humillado, atemorizado, minusvalorado... No se le enseñará a
sentirse culpable por lo que hace, de acuerdo a los criterios de los adultos
sobre lo que es "bueno" o "malo", "el qué
dirán"...
Se trata de guías
atentos y cariñosos que se anticipan a los posibles riesgos y peligros. Toman
precauciones para que, los niños a su cuidado, no sufran percances, no
destrocen cosas, no puedan hacer daño a otros. Como
resultado de esta forma de entender su papel en relación con el niño, éste seguirá desarrollando esa asertividad
natural. Adquirirá una buena autoestima, seguridad en sí mismo, fortaleza
para superar las dificultades que se le vayan presentando y tendrá la capacidad
para establecer unas buenas relaciones con el resto del universo.
Otros adultos,
por diversas razones, entre ellas el peso de las costumbres y la educación que
recibieron, pondrán excesivos límites a
las actuaciones de los niños, controlando todo lo que hacen. Asfixiando en ellos cualquier atisbo de espontaneidad. Impedirán que los críos hagan
lo que, a ellos, les desagrada, lo que no está bien visto, lo que les molesta.
El mundo se ve desde el punto de vista de los adultos, de sus necesidades, sus
obligaciones y el tiempo que tienen disponible. Es como si desearan que el niño dejara de ser niño lo antes posible. Que
no grite, que no llore, que no moleste, que no pida constantemente lo que
desea; que el niño es el que debe entender que los adultos están cansados, molestos o enfadados y por eso debe portarse bien. A mi parecer, ¡es el mundo al revés! Somos
los adultos quienes debemos rectificar nuestra forma de pensar y modificar
nuestros horarios para poder dedicar
tiempo a los hijos, de forma que se conviertan en la prioridad más importante
de nuestras vidas.
En lugar de
escuchar a los niños y acompañarlos en su desarrollo, les imponen normas, les obligan a seguir "las buenas costumbres". Una
cosa es guiarlos y enseñarles lo que es conveniente que aprendan; otra, muy
diferente, es forzarles a hacer determinadas cosas porque ¡así es como hay que
hacerlas! ¡Impongo y mando! ¡Así debe ser y punto! ¡Porque lo digo yo! En
la mayoría de los casos, sin ningún tipo de reflexión previa por su parte, repiten
en los hijos lo que a ellos les hicieron y les dijeron. Obran de esta forma, a
pesar de que en muchos momentos de su vida, protestaron y criticaron la forma
como fueron tratados y sometidos a disciplina, en su infancia. Normalmente, los
padres que actúan así, no lo hacen con mala intención. Seamos benévolos,
pensando que, muchos de ellos, desean lo mejor para sus hijos y creen que lo
que hacen está bien o que no hay otra forma de educar a las criaturas. Pero,
todo lo anteriormente dicho, contribuirá a que crezcan como niños inseguros,
temerosos, dependientes y con poca confianza en sí mismos. Hará que procuren
complacer a los adultos, adoptando el comportamiento que se espera de ellos,
con tal de tener su atención y su afecto.
Algunos
de ellos, se convertirán en niños pasivos, que no saben responder
asertivamente. Otros, se rebelarán muy a menudo. Es posible que los que
son rebeldes, sin llegar a ser agresivos, puedan conservar parte de su
asertividad natural. Los que son agresivos, tampoco sabrán resolver sus problemas
de forma asertiva.
Lamentablemente, todos
esos niños se habrán olvidado de lo que es ser asertivos. Posiblemente, se
habrán olvidado, incluso, de ser ellos mismos. Pero, en algún momento de su vida, será deseable que intenten rescatar la
seguridad y espontaneidad que tuvieron cuando eran pequeños, por mucho esfuerzo
que ello suponga.
Me parece fenomenal tu escrito orientativo y sobretodo enseñarnos a ser sinceros con los hijos cuando les pedimos algo. Es importante explicarles las razones de nuestro deseo y no agarrarnos a creencias adquiridas para facilitarnos la tarea de que nos obedezcan ciegamente como si fueran autómatas.
ResponderEliminarPaloma, gracias por tu mensaje. Lo has expresado estupéndamente... Espero que otros lo hayan entendido así. De todas formas, estoy escribiendo otro artículo que refuerza esa idea. La explica un poco más. Con tu permiso, espero, utilizaré lo que aquí has dicho.
EliminarGracias Magdalena, para mi es un orgullo.
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