viernes, 24 de agosto de 2018

Tapar el cielo con las manos



Lo deseable en una relación es que sea agradable, que haya puntos en común, que podamos disfrutar de la compañía de nuestra pareja.

Algunas cualidades ayudan a que una relación de pareja sea positiva: el compromiso, la sensibilidad, la generosidad, el ser considerados, la cooperación, la flexibilidad, la solidaridad, la responsabilidad, la confianza. La capacidad de reconocer los errores, trabajar por corregirlos, saber perdonar y adaptarse a los cambios que convenga introducir. Probablemente, ya poseeremos algunas de estas cualidades. Mientras que, otras, las iremos adquiriendo a través de los años de convivencia. En ambos casos, es necesario averiguar si hay indicios que nos lleven a pensar que, alguno de los dos, carece de la capacidad o de la voluntad de desarrollarlas.

Si suponemos que la vida es más llevadera entre dos, el otro no puede ser una carga. Un buen amor de pareja es liviano, no es una cadena pesada o una cruz que se deba arrastrar de por vida. No tiene que ser una relación llena de sufrimiento y lágrimas, como todavía piensan algunas personas. No hagamos estupideces en nombre del amor: dejarnos engañar, aferrarnos a relaciones donde el otro no nos ama, soportar el maltrato, renunciar a nuestros sueños, a nuestros intereses, a nuestra vocación…

Es peligroso e irracional adaptarse a una situación dañina y agotadora, sin perspectivas de mejoría. En palabras de Walter Riso: “No hay que padecer a la persona amada, sino disfrutarla”.

Sabemos que cuando nos relacionamos con otro ser, lo hacemos con lo bueno y con lo malo que hay en cada uno de nosotros. Por eso, haríamos bien en tener los ojos bien abiertos para ver lo positivo que una relación aporta a nuestras vidas y para ir evaluando si las carencias o defectos que encontramos podrán hacer que la convivencia sea especialmente difícil, dolorosa o, incluso, peligrosa.

Cuando hay más desencuentros que coincidencias y nos vemos obligados a defender nuestros puntos de vista, nuestras preferencias y nuestros deseos, porque no se tienen en cuenta ni se respetan, estamos con la persona equivocada.

Soy una gran defensora de las relaciones de pareja y de hacer lo posible por solucionar las dificultades que surjan, tratar de limar asperezas, respetar los espacios individuales y compartidos... No obstante, debo reconocer que hay ocasiones en las que la convivencia se hace demasiado difícil. Tanto, que llega a ser insoportable, incluso. En tal caso, resulta poco recomendable alimentar esperanzas de que la situación pueda mejorar de forma efectiva con el transcurso del tiempo. Sucede en aquellas relaciones que se han deteriorado tanto, que ya no se puede hacer nada por salvarlas, porque, se ha llegado a un punto de no retorno.

Esto puede deberse a incompatibilidades difíciles de sobrellevar, que hayan tenido un impacto negativo en la relación. Por ejemplo, posiciones muy diferentes en cuanto a las creencias, la religión, los proyectos personales, las posiciones éticas, el manejo del dinero, las relaciones con familiares y amigos, la actitud frente a la vida y otras cuestiones trascendentales.

Algunas parejas no logran construir un proyecto de vida en común, no consiguen tener una convivencia agradable y se van destruyendo mutuamente. Otras relaciones terminan deteriorándose, debido a graves problemas externos que desestabilizan la convivencia. La vida les somete a duras pruebas y no encuentran la forma de afrontarlas adecuadamente.

Por mucho que nos duela, llega la hora de aceptar que algunas relaciones no son recuperables. En cuyo caso, es necesario ayudar a las personas involucradas para que la ruptura sea lo menos traumática posible para ellos. Y para que extraigan las lecciones prácticas de lo que esa relación aportó a sus vidas. Lo cual, servirá de orientación y de estímulo para afrontar un nuevo futuro.





Bibliografía:

RISO, Walter: “Manual para no morir de amor”.







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