miércoles, 8 de junio de 2016

Las cicatrices de amor son las heridas del pasado



Hoy ha caído en mis manos una reflexión que trasladé a unos folios de papel, en 1999. Como suelo hacer, todavía, están escritos a mano y podría muy bien decirse que se trata de anotaciones que no suelen ser muy extensas.

Obedecen, siempre, al particular estado de ánimo en el que me encuentro, originado por alguna circunstancia o algún hecho que me haya ocurrido, como consecuencia de mi relación con los demás, se trate de familiares, o amigos. Por tal razón, son textos cuya vigencia es efímera, aun cuando procede reconocer que, en ellos, queda una impronta que puede ser permanente.

En el caso al que hago referencia, uno de mis hermanos y yo, habíamos establecido una intensa y extensa correspondencia, por medio de correo electrónico. Ambos, nos hemos sentido particularmente unidos, desde que yo era niña. No por la proximidad geográfica, ya que hemos sido unos trotamundos, sino por el gran afecto que nos profesamos. De alguna forma, con aquel intercambio de palabras y cariño, sentía que se había reducido la distancia que nos separaba y encontraba que este tipo de comunicación era propicio para poder expresarnos con naturalidad y agilidad. Entonces, no existían otras redes sociales.

Recuerdo que aquella correspondencia movía muchas emociones en mi interior. Algunas, muy agradables, como el amor. Otras, dolorosas; como las heridas que pudieran seguir abiertas y las cicatrices que habían quedado, como prueba  del dolor que, por alguna razón, había experimentado.

Me atrevo a compartir con ustedes parte de ese escrito, advirtiendo que introduciré algunos cambios a las consideraciones de aquel entonces, fruto de lo aprendido y vivido durante los años que, desde aquella fecha, han transcurrido. Me propongo dejar una segunda parte, la cual me servirá para elaborar un nuevo artículo, en el transcurso de las próximas semanas.

¡A mí, me sucede algo curioso! ¡No sé, si a ustedes, les ocurre lo mismo! A veces, cuando me encuentro con personas cariñosas, que me demuestran afecto y que tocan las fibras más sensibles de mi ser, no puedo evitar que se instalen recuerdos dolorosos, en mi interior. Como si, al recibir esas muestras de afecto, reviviera los momentos de soledad, las carencias afectivas, aquellos deseos insatisfechos... Se trata de una absurda contraposición entre la alegría del recibir, ahora, y la tristeza por no haber tenido, antes.

Yo pienso, de mí misma, que he sido una mujer, fuerte; que ha ido afrontando adecuadamente las diferentes situaciones y pruebas que la vida le ha ido presentando. Sin embargo, cuando, en algunas ocasiones, rememoro situaciones concretas del pasado, me parece estar obligada a aceptar que no era tan valiente como hubiera sido necesario. Que me faltaron las fuerzas para evitar que me causaran heridas. Que sufrí unas cuantas. Y, algunas, muy profundas; sin pretender hacer ninguna comparación con respecto al resto de la gente. Son las cicatrices que aún conservo, las que me recriminan no haber sido más fuerte. Pero conviene aprender, bien pronto, a no llorar sobre la leche derramada.

Algunas vivencias del pasado son como caricias para el alma. Me dan paz y me reconfortan. Otras, en cambio, debieron causarme heridas profundas, a tenor de las cicatrices que dejaron en mí. Yo desearía que desaparecieran pero, lamentablemente, no es posible. A pesar del tiempo transcurrido, hay días en los que te duelen sobremanera, al recordarte tenazmente el lugar y el momento de donde proceden.

Cuando me comunico con algunos amigos o familiares, a los cuales no he visto en años, o cuando me reencuentro con ellos, siento como si entrara en mi interior un agua limpia y cristalina que revitalizara todo mi ser. Ese intercambio de profundos sentimientos es  un chute de amor que aumenta mi felicidad, que me hace ser más tranquila, que compensa ciertos vacíos. Me hace valorar lo bueno y lo valioso que ha habido en mi vida. A dejar en paz los recuerdos dolorosos. A no darles más importancia de la que, en algún momento, tuvieron. A no permitir que atenten contra mi vida actual, o futura.  

¡Hoy, me doy cuenta que algo he crecido, desde que escribí aquella nota, en el año de mil novecientos noventa y nueve!





5 comentarios:

  1. Gracias Magdalena, por compartir tus recuerdos y emociones vinculados a tus vivencias. Para mí las cicatrices que me quedan aún están verdes, blandas y necesitan madurar.Espero llegar al día que las pueda superar y evitar que me afecten. Un fortísimo abrazo.

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    1. Tus heridas son muy recientes e inesperadas. posiblemente eso haya hecho que sea más difícil que cicatricen adecuadamente. Dale tiempo al tiempo y, mientras tanto, tú sigue ocupándote de ti misma, y de aquellas personas que sabes que tienes cerca. De vez en cuando me parece adecuado sacar de paseo algunos de mis recuerdos y vivencias, con el deseo de que puedan ayudar a otras personas.

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    2. Ten por seguro que ayudas con ello preciosa. Sigue así, me encanta leerte.

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    3. Te lo agradezco, Paloma. Me complace esa fidelidad a mis escritos. Sé que últimamente estás más ocupada y dedicas menos tiempo a las redes sociales, pero siempre buscas un momento para leer mis artículos, hacer comentarios, enviarme algún mensaje...

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  2. Para mi, tus escritos son muy importantes y ser fiel a ellos es fácil porque me encantan. Me ayudan y me guían y seguirè buscando tiempo para disfrutarlos, no lo dudes...

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