Nos
cuesta saber cómo proceder, o qué decir, ante el dolor de otra persona. Por
ello, en ocasiones, al tratar de transmitirle nuestro apoyo, nos equivocamos en
la forma de hacerlo. A veces, nos ocurre algo parecido cuando alguien tiene
miedo, cuando está nervioso, enfermo… Y, también, cuando está contento. Parece
que es difícil lidiar con las emociones, tanto las ajenas como las propias.
En
este blog, suelo escribir acerca de temas que me hacen pensar. En ocasiones,
les traigo las palabras de otras personas, cuando creo que pueden ser
inspiradoras para nosotros. Lo que aquí encontraremos no es privativo de quien
lo narra. Es algo que sucede con frecuencia, pero no nos damos cuenta. Es como
un comportamiento automático e irreflexivo. Nosotros mismos hemos sido víctimas
de ello, al igual que, en otras ocasiones, hemos sido quienes hemos contado lo
ocurrido, sin tener en cuenta los sentimientos y las emociones de nuestro
interlocutor. Es posible que comencemos a percibirlo, a partir de hoy, si
intentamos ponernos en el lugar de estas dos amigas. Queremos ser simpáticos,
empáticos, cariñosos, comprensivos… Pero, el resultado no es el esperado ya
que, sin quererlo, podemos mostrarnos verdaderamente antipáticos e insensibles.
Comparto
con ustedes algunos apartados de un texto de Celeste Headlee, “The
Mistake I Made With My Grieving Friend” (El error que cometí con mi
afligida amiga). La autora nos hace partícipes de un incidente incómodo que le
sucedió cuando una amiga suya estaba triste y ella no estuvo a la altura de lo
que le sucedía. No escuchó lo que su amiga quería decirle y, en cambio, empezó
a hablar sobre una historia personal suya. Esa experiencia, la llevó a analizar
su comportamiento en otras situaciones semejantes. Fue cuando se dio cuenta de
que tenía la tendencia de actuar de esta manera. Y, llegó a la convicción de que
debía hacer algo para corregir su conducta, pues hacía daño a las personas que estimaba.
El
último párrafo del texto que les presento nos ayuda a ver que es posible actuar
de una forma cercana, acompañando en silencio, siendo respetuosos y escuchando
atentamente. Nos sorprenderemos, cuando nos digan que les hemos brindado ayuda
y apoyo, aun cuando nos pueda parecer que hemos hecho muy poco. Muchas veces, lo que se necesita es un
abrazo, una persona que nos escuche, un brindis por nuestra felicidad, un
hombro sobre el que poder llorar…
A
continuación, les dejo con el mencionado texto:
Una buena amiga había perdido a su padre hacía un
tiempo. La encontré sentada sola, afuera de nuestro lugar de trabajo, sin
moverse, con la mirada perdida en el horizonte. Estaba muy afligida y yo no
sabía qué hacer. Es fácil decirle algo
equivocado a alguien que está sufriendo por una pérdida y que se siente
vulnerable. No se me ocurrió mejor cosa que empezar a hablar de cómo yo había
crecido sin un padre. Le dije que se había ahogado en un submarino cuando yo
tenía solo nueve meses y que siempre había lamentado su muerte, aunque nunca
llegara a conocerlo. Quería que supiera
que no estaba sola, que yo había pasado por algo similar y podía entender cómo
se sentía ella.
Después de haberle relatado esta historia, mi
amiga exclamó, con sarcasmo: “Fenomenal, Celeste, tú ganas. Nunca tuviste un padre
y yo, al menos, pude pasar treinta años con el mío. Lo tuyo fue peor. Imagino
que no debería sentirme tan triste porque mi padre haya muerto recientemente.”
Yo estaba sorprendida y avergonzada. No
obstante, mi reacción inmediata fue la de defenderme. “¡No! ¡No!” -exclamé-, “¡Eso
no es lo que quise decir! Solo me refería a que sé cómo te sientes.”
Y ella me respondió: “No, Celeste, no lo
sabes. No tienes ni idea de cómo me siento.”
Ella se fue. Yo me quedé allí, viendo cómo se
alejaba y sintiéndome mal. Le había fallado a mi amiga. Quería consolarla y, en
cambio, había hecho que se sintiera peor. Aunque, seguía pensando que ella
había interpretado mal mis palabras. Al encontrarse muy triste, me había atacado
injustamente, cuando yo, tan solo, trataba
de ayudar. Pero, la realidad es que ella no había malinterpretado lo que yo
había dicho. Entendió lo que estaba pasando, tal vez, mejor que yo.
Puede que hubiese intentado mostrar empatía
hacia ella, al menos en un nivel consciente. Aunque, lo que realmente hice fue restar importancia a su dolor y dirigir la atención
hacia mí. Mi amiga quería hablar conmigo sobre su padre y contarme cómo era;
así, podría hacerme una idea de la magnitud de su pérdida. En cambio, le pedí
que se detuviera por un momento y escuchara la historia sobre la trágica muerte
de mi padre.
A partir de ese día, empecé a notar que, a menudo, respondía a lo que me contaban, con
relatos acerca de mis propias experiencias. Mi hijo me contaba sobre un desencuentro
con un niño en los Boy Scouts,
y yo le hablaba sobre una chica con la que tuve problemas en la universidad.
Cuando despidieron a una compañera de trabajo, le hablé sobre lo que a mí me
sucedió cuando fui despedida unos años antes.
Cuando comencé a prestar más atención a la
manera como la gente respondía a mis intentos de mostrar empatía, me di cuenta
que el efecto de compartir mis experiencias nunca era el que yo quería. Lo que necesitaban todas esas personas era
que los escuchara y me diera cuenta de lo que estaban sintiendo. En su
lugar, los obligaba a escucharme y a comprender lo que yo les contaba sobre mí.
Ahora, trato de ser más consciente de mi tendencia
a compartir historias y a hablar sobre mí misma. Trato de preguntar cosas que animen al otro a continuar hablando.
También, he hecho un esfuerzo consciente por escuchar más y hablar menos.
Recientemente, tuve una larga conversación
con una amiga que estaba pasando por un divorcio. Hablamos por teléfono durante
unos cuarenta minutos, y casi no emití palabra. Al final de la llamada ella me
dijo: “Gracias por tus consejos. Realmente me ayudaste a resolver algunas
cosas.” La verdad es que no le había ofrecido ningún consejo. La mayor parte de
las cosas que dije eran versiones de “suena difícil”, “lamento que estés
pasando por eso”. Ella no necesitaba
consejos o historias sobre mí. Simplemente necesitaba ser escuchada.
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