Por ser suficientemente explícita, evitaré hacer
ningún comentario, por lo que, me place atender la solicitud de un amable
lector y transcribir literalmente el texto que me ha enviado:
“Apreciada
y respetada Señora:
Está muy próxima la llegada de la Navidad. El día que
los niños de la lotería canten los premios, se cumplirán tres años, desde que me convertí
en lector asiduo de los artículos que usted tiene a bien publicar en “Un día
con ilusión.”
Por tal motivo, me he tomado la libertad de dirigirle
el presente escrito. Lo hago, con el ánimo de contarle cosas que no tuve el
valor de exponerle, en años anteriores. Todas ellas, referidas a algo que, usted,
no deja de hacernos llegar a todos cuantos la leemos: su felicitación para las
fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes.
Posiblemente, sea conveniente advertirle que soy una
persona mayor. Nací en España, en un pequeño pueblo rural, y en el seno de una
familia humilde. En unos años en los que mi país acababa de salir de una Guerra
Civil y en los días que precedieron a la terminación de la Segunda Guerra Mundial.
Por doquier, quedaban los restos de la desolación y de la muerte. El hambre
trepaba por las paredes de las casas. A pesar de lo cual, quienes éramos niños,
tuvimos una infancia feliz en la ignorancia de lo que estaba ocurriendo.
Difícilmente, rendiremos suficiente tributo a unos padres que se esforzaron
denodadamente para criarnos y lograr que pudiésemos acceder a la educación que,
la mayoría de ellos, no habían tenido.
A lo largo de mi vida, he aprendido a recibir el
período navideño que, en España, termina con la festividad de los Reyes Magos, compartiendo
sentimientos muy contradictorios. Debo confesar que se me iluminan los ojos y
mi corazón da saltos de alegría, al recordar la felicidad y entrañable calidez
que yo sentía al poder celebrar el día de Nochebuena y el día de Navidad, en el
seno de mi familia, compuesta por mis padres, mis abuelos maternos y mi
hermana. No importaba lo espartana que fuera la celebración; tampoco, la severa
austeridad de los Reyes Magos. Ni que el misterio y la magia que envolvían la
tradición, tuvieran que serme desveladas prematuramente. En ningún otro momento
del año, gozaba tanto del amor y la ternura que impregnaban, hasta el último
rincón de nuestra casa.
Afortunadamente, la decepción que sentí al despertar a
la vida, no produjo en mí una herida profunda y acepté el lado amargo de la
realidad.
Ignoro de dónde vino mi capacidad para percibir y
respetar los esfuerzos que los mayores hacían para disimular su dolor y su
tristeza. Dolor, por los seres queridos que habían muerto en la guerra, a
quienes echaban en falta, al estar vacantes sus puestos, en la mesa. Tristeza,
por tantas limitaciones impuestas por la falta de recursos económicos, que
obligaba a hacer de tripas corazón. Y, amargura profunda, por todas aquellas
personas que estaban abandonadas a la más cruel indigencia.
De mayor, he mantenido las dos posiciones
contradictorias que acabo de exponer, las cuales, no he considerado
incompatibles. Por muy entrañables que, para muchos, puedan ser las fiestas que se avecinan, me parece
prudente no hacer un repique de campanas, ni ir repartiendo felicitaciones, a
troche y moche. ¿Acaso, no somos conscientes de la situación de pobreza o de
dificultad económica que impedirá a cientos de miles de personas participar en
la celebración de las fiestas? ¿Queremos ignorar lo sensibles que son estas
fechas a causa de la nostalgia y la ausencia de los seres queridos? ¿Tendremos
en cuenta a todos cuantos estarán postrados, en sus casas y en los hospitales, por
el dolor y la enfermedad? ¿Nos resulta tan difícil respetar aquellos credos profesados
por millones de personas, los cuales, son distintos de los que nosotros profesamos?
Finalmente, ¿podría yo pedir a quienes disfrutan del
bienestar económico, legítimamente ganado con su esfuerzo y su trabajo, que
eduquen a sus hijos en la templanza y en la mesura? Se trata de las mismas
virtudes que, sus mayores, les inculcaron con su ejemplo constante y que les
condujeron a la obtención de sus objetivos.
Le doy anticipadamente las gracias por su atención y
me complace poder hacerle llegar mi más cálida felicitación navideña.”
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