Desde que hubiese comenzado el nuevo curso en la
Facultad de Derecho, María Manuela no tardó en darse cuenta de que, casi todos
los días, se encontraba con el chico alto y delgado que tenía los ojos azules y
cara de niño.
Apenas salía del portal de su casa, antes de cruzar la
calle, le veía entre el grupo de personas, esperando de pie la llegada del
autobús que había de llevarles a la Ciudad Universitaria. Había observado que
él renunciaba a ser uno de los primeros de la cola y que jamás se subía al
autobús, antes de que ella lo hubiere hecho. Una vez dentro, se situaba a una
prudente distancia de donde ella se hubiese ubicado, sin perderla nunca de
vista, llevando en la mano una vieja cartera de cuero con asa. Incluso estando
de espaldas a él, María Manuela intuía las disimuladas y tímidas miradas que,
de vez en cuando, el espigado observador le dirigía. Y, al llegar a su parada
de destino, que era Paraninfo-Derecho, sabía que el personaje en cuestión
bajaba del autobús, detrás de ella, se quedaba rezagado y desaparecía en alguna
dirección, que no había logrado identificar, porque le daba corte darse la
vuelta.
Una mañana, transcurridas algunas semanas sin que,
entre ellos, hubiese llegado a cruzarse saludo alguno, extrañas circunstancias
hicieron que el vehículo de transporte urbano se detuviera en la parada,
llevando muy pocos pasajeros en su interior. Fue entonces, cuando el tipo en
cuestión tuvo la valentía de ocupar el asiento contiguo al que se había sentado
María Manuela y se atrevió a dirigirle la palabra.
-Por nada del mundo quisiera importunarte -comenzó
diciendo, el enigmático individuo, con la voz temblorosa por la emoción-. Llevo
viéndote hace muchos días y quisiera presentarme: me llamo Enrique y estoy
cursando mi último año de carrera.
-¡Encantada! Yo estudio tercero de Derecho y mi nombre
es María Manuela -correspondió, ella, intentando disimular la sorpresa que le
había causado tan inesperada intervención- ¿Cuál es la carrera que estás a
punto de terminar?
-Ciencias Físicas.
-¡Impresionante! -no pudo evitar exclamar, la bella
universitaria- Lo mío, no son los números ¡Tiemblo de pánico, nada más pensar
en lo que me hicieron sufrir las malditas Matemáticas!
-En realidad, la Física es el puente que habrá de servirme
para estudiar Astronomía -puntualizó, Enrique- ¡Quiero ser un gran astrónomo!
-Peor me lo pones ¡Te pasarás la vida haciendo
cálculos!
-Lo que me interesa, María Manuela, es la contemplación
del Universo -dijo, quien estaba llamado a convertirse en un astrofísico- ¡Es
de una belleza inimaginable!
-¿Qué entiendes tú por Universo?
-La totalidad del espacio y del tiempo, de todas las
formas de energía y materia, impulsadas por las leyes y las constantes físicas
que las gobiernan.
-Me temo que tendrás que explicármelo con un poco más
de detenimiento.
-Lo haré con mucho gusto, si tú me dejas -aseguró,
Enrique- ¡Es un tema apasionante! ¿Has oído hablar de la Nebulosa de Orión?
-Me suena de algo.
-Es una de las nebulosas más brillantes que existen.
Está situada al Sur del Cinturón de Orión, a mil doscientos setenta, más menos
setenta y seis años luz de la Tierra. Posee un diámetro aproximado de
veinticuatro años luz y puede ser observada a simple vista, sobre el cielo
nocturno.
-¿Lo ves? -interrumpió, María Manuela- Yo me pierdo,
cuando se habla de años luz y se recurre a la teoría de la relatividad de
Einstein.
-La Nebulosa de Orión es un ejemplo de incubadora
estelar, donde el polvo cósmico forma estrellas, a medida que se van asociando,
gracias a la atracción gravitatoria -continuó explicando, Enrique, con gran
entusiasmo-. Los astrónomos han identificado un número aproximado de
setecientas estrellas, en diferentes etapas de formación. Observadores del telescopio
espacial Hubble han descubierto que la mayor concentración de discos
planetarios se encuentra precisamente en la Nebulosa de Orión y han revelado
que ciento cincuenta de estos discos están en una fase equivalente a las
primeras etapas de formación del sistema solar.
-¿Del sistema solar? -preguntó, asombrada, María
Manuela.
-¡Exactamente! Lo que prueba que la formación de
sistemas es muy común en el Universo. Las estrellas se forman cuando el
hidrógeno y otros elementos se acumulan en una región del espacio, en donde se contraen,
debido a su propia gravedad, a una temperatura suficiente como para convertir
la energía potencial gravitatoria en energía térmica.
Se vio obligado a abandonar su explicación porque
llegaron a la parada de destino acostumbrada. No obstante, invitó a María
Manuela a tomar un café en el bar de la Facultad, antes de que dieran comienzo
las primeras clases. Ella aceptó, para no incurrir en una negativa que le
hubiera parecido un acto de descortesía. Cuando se despidieron, habían acordado
que podrían verse algún día y se habían intercambiado sus respectivos números
de teléfono.
Enrique vivía a un par de manzanas de distancia de
donde se encontraba la casa de la bella estudiante de Derecho, la cual, se
había apoderado de su corazón. A última hora de la tarde del mismo día en el que
se habían hablado por vez primera, él llamó a María Manuela. Le propuso
encontrarse en la pequeña cafetería, decorada con paredes y techos de madera,
que tenía un ambiente muy tranquilo y quedaba a mitad de camino entre sus respectivos
domicilios.
Fue un encuentro que terminó causando un sentimiento
de profunda decepción y amargura en Enrique, así como un inesperado dolor en
María Manuela. Lejos de la que hubiese podido ser su intención, quien desde que
era un niño tenía vocación de astrónomo, cometió un error garrafal.
-Como te comentaba esta mañana, se ha obtenido
información determinante acerca de la formación de estrellas y planetas, a
partir de nubes de polvo y gas en colisión -escuchaba, María Manuela, la
explicación de su compañero con el grado de interés al que obligaba la más
elemental cortesía-. Se afirma que un proyecto de estrella ha nacido, cuando
comienza a emitir suficiente energía radioactiva. Tales estrellas radian la
mitad de la energía que aporta el colapso gravitatorio. La otra mitad, se
invierte en calentar su núcleo.
-Disculpa que te interrumpa, Enrique, ¿por qué me
cuentas todo esto, si sabes que yo soy de Letras? -interrumpió, María Manuela,
con su cálida y amable voz.
Por unos momentos, Enrique se quedó pensativo. Pero, empujado
por una mágica inspiración que jamás supo de dónde le había llegado, la
gravedad se apoderó de su rostro de niño y contestó:
-Porque te llevo viendo, desde el curso pasado, aun
cuando tú no te hayas dado cuenta hasta hace unas pocas semanas. Y, quiero
decirte que eres la mujer más bella que hay sobre la faz de la Tierra y que me
he enamorado de ti. Lograrías que yo fuera el ser más feliz del Universo, si
aceptaras ser mi esposa. ¡Serías la Estrella Polar que guiaría todos nuestros
pasos, a lo largo de una feliz y longeva vida!
La sorpresa que se llevó María Manuela fue mayúscula,
al escuchar semejantes palabras. Tuvo que hacer uso de su capacidad dialéctica,
de su sensibilidad, y de toda su delicadeza, para explicar a su acompañante que
no podía asumir el compromiso que le pedía y lo que, a su entender, una mujer
debía sentir, antes de comprometer su amor a un hombre. Le ofreció, no
obstante, convertirse en una fiel amiga, con el devenir del tiempo.
En los días que siguieron a tan inaudito y penoso
encuentro, Enrique dejó de acudir a la parada del autobús y cambiar de medio de
transporte. No obstante, unas semanas más tarde, el estudiante de Física llamó
por teléfono a María Manuela y le pidió que acudiera a la cafetería, bajo el
compromiso de no volver a insistir sobre la petición que le había formulado la
última vez que se habían encontrado. Ella aceptó y, cuando se vieron, Enrique
se limitó a decirle que aceptaba el ofrecimiento que ella le había hecho, en la
esperanza de que él pudiera llegar a ser, igualmente, un buen amigo de ella. Fue
lo que terminó sucediendo, como consecuencia de los muchos encuentros que
tuvieron, durante el transcurso de aquel curso universitario.
En los primeros días del mes de junio, Enrique
comunicó a María Manuela que había obtenido una beca para estudiar Astronomía
en la Universidad de Montana, en la ciudad de Missoula, capital del condado del
mismo nombre, perteneciente al Estado de Montana, en los Estados Unidos de
América. Fiel al compromiso asumido, Enrique mantuvo regularmente informada a su
amiga, mediante largas misivas en las cuales era incapaz de omitir información
sobre el estudio de las Galaxias. En justa correspondencia, ella le hacía
partícipe de cómo se desarrollaba su vida, sin hacerle ocultación alguna de su
noviazgo, de su boda, al igual que de su posterior y lamentable divorcio.
Cuando hubieron transcurrido seis años después de su
llegada a Missoula, Enrique recibió el título de Doctor en Astronomía con la
calificación de “Cum Laude”, por sus novedosos trabajos sobre la Nebulosa de
Orión. Al año siguiente, fue invitado por la Facultad de Ciencias Físicas y
Matemáticas de la Universidad de Chile a ingresar en el Cuerpo Académico del
Departamento de Astronomía. Enrique aceptó el ofrecimiento, animado por las
posibilidades que se le presentaban de trasladarse durante largos períodos de
tiempo al Observatorio de La Silla y tener a su disposición el impresionante
complejo formado por dieciocho telescopios, entre los cuales, el Telescopio de
Nueva Tecnología.
La Silla está situada a seiscientos kilómetros al
norte de Santiago de Chile, en la parte sur del Desierto de Atacama, a una
altitud de dos mil cuatrocientos metros. Es una zona geográfica caracterizada por
tener una de las noches más oscuras de la Tierra y uno de los lugares más
adecuados para la Astronomía, al estar menos afectado por la contaminación
lumínica. Tales condiciones son las más apropiadas para explorar el Universo.
Sus observaciones sobre las distintas Galaxias, incluyendo la Vía Láctea,
dieron como resultado el descubrimiento de un conjunto de nubes interestelares,
al cual, Enrique quiso otorgarle el nombre de “Nebulosa de Manuela.”
Habían transcurrido más de once años y Enrique tan
solo había estado en España en tres períodos navideños y en uno de los meses de
sus vacaciones veraniegas. En cada una de estas ocasiones había visto a María
Manuela y, a lo largo de su residencia en el extranjero, había mantenido
regular correspondencia con su amiga del alma. Era lícito confesar que había
tenido repetidos escarceos amorosos, cuya duración fue breve en el tiempo, los
cuales, terminaron de la misma forma que empezaron. En cuanto a ella, María
Manuela, se había convertido en socia de un bufete multinacional de Abogados. Después
del fracaso en su matrimonio, ella había puesto a buen recaudo su corazón,
evitando correr riesgos innecesarios, en sus relaciones con los hombres.
El excepcional renombre internacional adquirido por
Enrique como astrónomo, hizo que la Agencia gubernamental de los Estados Unidos
de América, responsable del programa espacial y de la investigación y
exploración del espacio, reclamara la incorporación del astrónomo español a su
cuartel general de Washington D.C. Esto sucedía en el mes de diciembre, que
precedía a la entrada del nuevo siglo. Antes de que Enrique se viera obligado a
dejar la Universidad de Chile, los componentes del Cuerpo Académico del
Departamento de Astronomía le organizaron una cena de despedida que tendría
lugar en la noche del jueves de la semana anterior al día de Navidad. A Enrique
se le ocurrió llamar a su amiga, para pedirle que ella estuviere presente en
tan señalada ocasión. María Manuela no lo dudó un solo instante y voló a
Santiago de Chile, emocionada por acompañar a su amigo en aquella ceremonia de
despedida.
Enrique no se atrevió a sugerir a la Abogada que se
instalara en su apartamento de Vitacura. En su lugar, hizo reserva de una suite
en un hotel de la Avenida Kennedy y de otras dos habitaciones dobles en Viña
del Mar, porque habían decidido que María Manuela pasaría las primeras
Navidades de su vida, disfrutando de un clima veraniego. Lo que tuviera que
ocurrir, tan solo lo sabían las estrellas. ¡El astrónomo era incapaz de
indagarlo en lugar alguno del Universo!
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