El
estrés es una palabra que se emplea, con demasiada frecuencia, tanto de manera
coloquial como desde la psicología, la psiquiatría y otras áreas del
conocimiento. Tal como sucede con otros vocablos, su utilización indiscriminada
banaliza el término, desvirtúa su significado original, lo vuelve impreciso y es
interpretado, por cada uno, a su manera.
Profundizaremos
en el tema del estrés para evitar malentendidos y para contribuir a que deje de
afectarnos de forma tan negativa.
El término
estrés se refiere al proceso de alerta
que se pone en marcha cuando una persona percibe una situación o acontecimiento
como si fuese una amenaza, o cuando siente que no posee los recursos necesarios
para afrontar lo que le está sucediendo. Es una respuesta, en forma de tensión,
cuya finalidad es preparar al organismo para hacer frente a aquello que es
considerado como un problema. Las respuestas heredadas de nuestros primeros ancestros
eran las de la lucha y la huida; a ellas, se han agregado la posibilidad de
razonar sobre lo que nos acontece y la de hablarlo con otros.
Según
el Diccionario de María de Moliner, el estrés
es una situación de tensión nerviosa prolongada, que puede alterar ciertas
funciones del organismo. Por otro lado, estar
en tensión es la actitud o el estado del que atiende, vigila, espera,
etcétera, poniendo en ello todo el interés del que se es capaz y, además, algunas
dosis de emoción.
Así,
ese estado de tensión se asemeja al hecho de estar alerta a lo que sucede. Por lo tanto, la finalidad del estrés sería la de invitarnos
a estar vigilantes, a prestar atención a lo que nos pasa o a lo que está
aconteciendo a nuestro alrededor, sin juicios, intentando ser objetivos, viendo
cómo podemos responder de manera adecuada. El estrés no debería ser visto como un
obstáculo invalidante y casi imposible de superar; sino, como un aliado que nos
sirve para prestar atención a los diferentes aspectos relacionados con aquello
que nos preocupa, reflexionar sobre diferentes alternativas de actuación, tomar
una decisión y llevarla a la práctica. Con ello, debería desaparecer o, por lo
menos, reducirse la tensión inicial.
En lugar
de aprovechar el estado de tensión
para analizar bien la situación y actuar con calma, el mismo, suele
interpretarse desde una perspectiva negativa, refiriéndose a la angustia, a la impaciencia
o a la falta de tranquilidad con que se espera o se teme algo. Lo que no se
tiene en cuenta es que, el hecho de sentirnos así, viene como consecuencia de
haber tenido pensamientos negativos o pesimistas; puede que, incluso, catastrofistas.
Considero
conveniente recalcar que el estrés no es repulsivo o perjudicial, sino una
respuesta natural del organismo para indicarnos la existencia de asuntos que requieren
de nuestra atención para buscar e implementar una solución; de no hacerlo, el
estrés irá en aumento, llegando a afectar nuestro bienestar, tanto desde el
punto de vista psíquico como fisiológico.
La
función del estrés, como señal de alarma, es prepararnos para responder ante
acontecimientos puntuales, desde el punto de vista intelectual, emocional y
físico. También, debe servirnos como una llamada a la reflexión que nos ayude a
examinar si aquello que hemos percibido como peligroso realmente lo es, o si es
fruto de nuestros miedos.
El estrés se convierte en
problemático cuando se siente muy a menudo, con mucha intensidad y cuando lo
padecemos pasivamente, sin hacer algo por resolver las situaciones que lo
originaron.
Está
relacionado con las situaciones que requieren de cambios, exigiendo del individuo un sobreesfuerzo. Asimismo, cuando
se percibe que hay demasiadas cosas que hacer en un corto periodo de tiempo o
cuando surge cierta sensación de agotamiento, por tener que afrontar demasiados
problemas. Encontraremos que algunos aspectos que parecen producir estrés han
sido exagerados, desde la subjetividad personal y que son producto del propio
pensamiento. Esto parece constatarse con las palabras que se utilizan al hablar
del estrés: se percibe, se siente, cree que, le parece que, le gustaría,
necesitaría…
Para
el presente escrito he tenido en cuenta uno de los capítulos del libro “Tú sí puedes ser feliz”, de Richard
Carlson. Me resulta muy interesante lo que aporta a la comprensión del estrés,
ya que considera que se puede actuar sobre los pensamientos, para evitar sentirnos
agobiados y poder afrontar las situaciones que pudieran afectarnos.
Muchas
personas, especialistas incluidos, están convencidas de que el estrés es
inevitable, que es inherente a la actividad humana y, por lo tanto, debemos aprender
a soportarlo. Consideran que, dado que vivimos en un mundo estresante, a lo más
que podemos aspirar es a gestionarlo, encontrando métodos que nos ayuden a
poder luchar contra él, de manera más eficaz.
En el
libro mencionado, el autor resalta el efecto que nos producen los pensamientos
que tenemos, ya que estos influyen directamente sobre nuestras emociones y nuestros
estados de ánimo. Conviene tener en cuenta que muchos de ellos no son,
precisamente, un reflejo de la realidad, aunque, generan emociones que no son
fácilmente manejables. Son ideas casi imperceptibles, recurrentes, que influyen
en diferentes ámbitos de nuestra existencia y de las cuales no solemos darnos
cuenta, o creemos que son objetivas, razón por la cual no dudamos de su
veracidad.
El
estrés es tan popular que hay personas que se ofenden si alguien no parece
estar estresado. Se considera que es parte inevitable del éxito, de las
relaciones personales, del desempeño laboral, del desarrollo de las carreras
profesionales y de la existencia misma. Se recurre a este término para
describir, para justificar y para explicar casi todo lo que va mal en nuestras
vidas; pareciera que nos sirviera de comodín. Por ello, está muy extendida la
idea de que “mi vida sería mejor si yo no estuviera sometido a tanto estrés“.
Aunque
es una de las principales causas de desasosiego, en nuestro día a día, debemos
dejar de otorgarle un papel central en nuestras vidas y hemos de aprender a
descubrir cuál es su verdadero origen. Si comprendemos que el exceso de estrés
surge de nuestra propia mente, que está relacionado con nuestros pensamientos, podemos
empezar a eliminarlo, con independencia de cuáles sean las circunstancias que
estemos atravesando. Según Carlson, el estrés es como una enfermedad mental,
ampliamente aceptada por la sociedad, que puede eliminarse en gran medida.
El
estrés no es algo que “nos sucede”, sino, más bien, algo que se desarrolla desde
lo más profundo de nuestro pensamiento. Nosotros
decidimos qué es lo que nos va a causar estrés y qué es lo que no va a
causarlo. A continuación, encontrarán algunos ejemplos que ayudan a entender
por qué a ciertas personas les produce estrés algo que, para otras, es parte de
su trabajo o de sus ocupaciones habituales.
Los
juegos de azar pueden ser emocionantes, pero, a ciertos individuos pueden
producirles un ataque de nervios. Tener hijos puede parecer el propósito de la
vida para muchos, pero habrá quienes sientan que es una responsabilidad demasiado
grande y agobiante. A muchas personas les parecerá que ayudar a las víctimas de
agresiones sexuales es un trabajo valioso, mientras que, a otras, les producirá
una gran angustia. Cada uno de estos ejemplos es intrínsecamente neutro, al
igual que cualquier otra situación en la que nos encontremos.
Sentirnos estresados es algo que nos ocurre casi
automáticamente, sin darnos cuenta. No es el resultado de una decisión
consciente y deliberada. La tendencia a tener pensamientos que nos produzcan
estrés puede provenir de haberlo aprendido de algunas personas de nuestro
entorno o como consecuencia de la forma en la que hemos afrontado algunas de
nuestras experiencias anteriores.
No podrás
manejar de forma adecuada el estrés, si crees que es causado por un conjunto de
situaciones externas; lo que conseguirás es que no se reduzca esa sensación de
tensión de la que hablábamos, pues ello solo sucede cuando estamos resolviendo las
dificultades en su origen. Infructuosamente, buscarás modos de cambiar lo que tú
crees que es el origen de tus problemas, culparás a personas de tu entorno, pretenderás
que actúen de otra manera, elaborarás planes de actuación y de gestión de tu
tiempo. Encontrarás mil excusas para justificar que eres una persona muy
ocupada y que, por ello, tienes suficientes motivos para sentirte estresada por
todo lo que te sucede.
Desearía
que comprendieras que, para liberarte del estrés que hay en tu vida, lo primero
que debes hacer es comprender que éste no es inherente a la situación misma,
sino, que surge de tus propios pensamientos; que resulta de tu valoración de las situaciones.
No
existe una relación causa-efecto entre los hechos de tu vida y el sentimiento
de estrés. El origen del estrés reside en tus creencias y en el tipo de
pensamientos a los que prestas atención, en detrimento de otros más neutrales o
positivos.
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CARLSON, Richard: “Tú si
puedes ser feliz, pase lo que pase”.
Gracias Magda. Queda claro que somos nosotros quiénes otorgamos los significados a las circunstancias que percibimos como estresantes. Qué bien hacer consciencia de esta realidad. Un paso adelante en el desarrollo de la Inteligencia Emocional tan importante de incluir en los currículums escolares. Gedtionar las emociones asociadas al estrés puede marcar la diferencia entre aprender o no y en algunos casos entre vida y muerte.
ResponderEliminarGracias por llamar la atención sobre este tema tan importante.
Es cierto, Ame. El tema de procurar reducir las fuentes de estrés, es fundamental para el estudio, aunque, también, para el trabajo y las relaciones interpersonales.
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