lunes, 26 de febrero de 2018

Nosotros decidimos lo que nos puede causar estrés

  
  
   
El estrés es una palabra que se emplea, con demasiada frecuencia, tanto de manera coloquial como desde la psicología, la psiquiatría y otras áreas del conocimiento. Tal como sucede con otros vocablos, su utilización indiscriminada banaliza el término, desvirtúa su significado original, lo vuelve impreciso y es interpretado, por cada uno, a su manera.

Profundizaremos en el tema del estrés para evitar malentendidos y para contribuir a que deje de afectarnos de forma tan negativa.

El término estrés se refiere al proceso de alerta que se pone en marcha cuando una persona percibe una situación o acontecimiento como si fuese una amenaza, o cuando siente que no posee los recursos necesarios para afrontar lo que le está sucediendo. Es una respuesta, en forma de tensión, cuya finalidad es preparar al organismo para hacer frente a aquello que es considerado como un problema. Las respuestas heredadas de nuestros primeros ancestros eran las de la lucha y la huida; a ellas, se han agregado la posibilidad de razonar sobre lo que nos acontece y la de hablarlo con otros.

Según el Diccionario de María de Moliner, el estrés es una situación de tensión nerviosa prolongada, que puede alterar ciertas funciones del organismo. Por otro lado, estar en tensión es la actitud o el estado del que atiende, vigila, espera, etcétera, poniendo en ello todo el interés del que se es capaz y, además, algunas dosis de emoción.

Así, ese estado de tensión se asemeja al hecho de estar alerta a lo que sucede. Por lo tanto, la finalidad del estrés sería la de invitarnos a estar vigilantes, a prestar atención a lo que nos pasa o a lo que está aconteciendo a nuestro alrededor, sin juicios, intentando ser objetivos, viendo cómo podemos responder de manera adecuada. El estrés no debería ser visto como un obstáculo invalidante y casi imposible de superar; sino, como un aliado que nos sirve para prestar atención a los diferentes aspectos relacionados con aquello que nos preocupa, reflexionar sobre diferentes alternativas de actuación, tomar una decisión y llevarla a la práctica. Con ello, debería desaparecer o, por lo menos, reducirse la tensión inicial.

En lugar de aprovechar el estado de tensión para analizar bien la situación y actuar con calma, el mismo, suele interpretarse desde una perspectiva negativa, refiriéndose a la angustia, a la impaciencia o a la falta de tranquilidad con que se espera o se teme algo. Lo que no se tiene en cuenta es que, el hecho de sentirnos así, viene como consecuencia de haber tenido pensamientos negativos o pesimistas; puede que, incluso, catastrofistas.

Considero conveniente recalcar que el estrés no es repulsivo o perjudicial, sino una respuesta natural del organismo para indicarnos la existencia de asuntos que requieren de nuestra atención para buscar e implementar una solución; de no hacerlo, el estrés irá en aumento, llegando a afectar nuestro bienestar, tanto desde el punto de vista psíquico como fisiológico.

La función del estrés, como señal de alarma, es prepararnos para responder ante acontecimientos puntuales, desde el punto de vista intelectual, emocional y físico. También, debe servirnos como una llamada a la reflexión que nos ayude a examinar si aquello que hemos percibido como peligroso realmente lo es, o si es fruto de nuestros miedos. 

El estrés se convierte en problemático cuando se siente muy a menudo, con mucha intensidad y cuando lo padecemos pasivamente, sin hacer algo por resolver las situaciones que lo originaron.

Está relacionado con las situaciones que requieren de cambios, exigiendo del individuo un sobreesfuerzo. Asimismo, cuando se percibe que hay demasiadas cosas que hacer en un corto periodo de tiempo o cuando surge cierta sensación de agotamiento, por tener que afrontar demasiados problemas. Encontraremos que algunos aspectos que parecen producir estrés han sido exagerados, desde la subjetividad personal y que son producto del propio pensamiento. Esto parece constatarse con las palabras que se utilizan al hablar del estrés: se percibe, se siente, cree que, le parece que, le gustaría, necesitaría…

Para el presente escrito he tenido en cuenta uno de los capítulos del libro “Tú sí puedes ser feliz”, de Richard Carlson. Me resulta muy interesante lo que aporta a la comprensión del estrés, ya que considera que se puede actuar sobre los pensamientos, para evitar sentirnos agobiados y poder afrontar las situaciones que pudieran afectarnos.

Muchas personas, especialistas incluidos, están convencidas de que el estrés es inevitable, que es inherente a la actividad humana y, por lo tanto, debemos aprender a soportarlo. Consideran que, dado que vivimos en un mundo estresante, a lo más que podemos aspirar es a gestionarlo, encontrando métodos que nos ayuden a poder luchar contra él, de manera más eficaz.

En el libro mencionado, el autor resalta el efecto que nos producen los pensamientos que tenemos, ya que estos influyen directamente sobre nuestras emociones y nuestros estados de ánimo. Conviene tener en cuenta que muchos de ellos no son, precisamente, un reflejo de la realidad, aunque, generan emociones que no son fácilmente manejables. Son ideas casi imperceptibles, recurrentes, que influyen en diferentes ámbitos de nuestra existencia y de las cuales no solemos darnos cuenta, o creemos que son objetivas, razón por la cual no dudamos de su veracidad.

El estrés es tan popular que hay personas que se ofenden si alguien no parece estar estresado. Se considera que es parte inevitable del éxito, de las relaciones personales, del desempeño laboral, del desarrollo de las carreras profesionales y de la existencia misma. Se recurre a este término para describir, para justificar y para explicar casi todo lo que va mal en nuestras vidas; pareciera que nos sirviera de comodín. Por ello, está muy extendida la idea de que “mi vida sería mejor si yo no estuviera sometido a tanto estrés“.

Aunque es una de las principales causas de desasosiego, en nuestro día a día, debemos dejar de otorgarle un papel central en nuestras vidas y hemos de aprender a descubrir cuál es su verdadero origen. Si comprendemos que el exceso de estrés surge de nuestra propia mente, que está relacionado con nuestros pensamientos, podemos empezar a eliminarlo, con independencia de cuáles sean las circunstancias que estemos atravesando. Según Carlson, el estrés es como una enfermedad mental, ampliamente aceptada por la sociedad, que puede eliminarse en gran medida.

El estrés no es algo que “nos sucede”, sino, más bien, algo que se desarrolla desde lo más profundo de nuestro pensamiento. Nosotros decidimos qué es lo que nos va a causar estrés y qué es lo que no va a causarlo. A continuación, encontrarán algunos ejemplos que ayudan a entender por qué a ciertas personas les produce estrés algo que, para otras, es parte de su trabajo o de sus ocupaciones habituales.

Los juegos de azar pueden ser emocionantes, pero, a ciertos individuos pueden producirles un ataque de nervios. Tener hijos puede parecer el propósito de la vida para muchos, pero habrá quienes sientan que es una responsabilidad demasiado grande y agobiante. A muchas personas les parecerá que ayudar a las víctimas de agresiones sexuales es un trabajo valioso, mientras que, a otras, les producirá una gran angustia. Cada uno de estos ejemplos es intrínsecamente neutro, al igual que cualquier otra situación en la que nos encontremos.

Sentirnos estresados es algo que nos ocurre casi automáticamente, sin darnos cuenta. No es el resultado de una decisión consciente y deliberada. La tendencia a tener pensamientos que nos produzcan estrés puede provenir de haberlo aprendido de algunas personas de nuestro entorno o como consecuencia de la forma en la que hemos afrontado algunas de nuestras experiencias anteriores.

No podrás manejar de forma adecuada el estrés, si crees que es causado por un conjunto de situaciones externas; lo que conseguirás es que no se reduzca esa sensación de tensión de la que hablábamos, pues ello solo sucede cuando estamos resolviendo las dificultades en su origen. Infructuosamente, buscarás modos de cambiar lo que tú crees que es el origen de tus problemas, culparás a personas de tu entorno, pretenderás que actúen de otra manera, elaborarás planes de actuación y de gestión de tu tiempo. Encontrarás mil excusas para justificar que eres una persona muy ocupada y que, por ello, tienes suficientes motivos para sentirte estresada por todo lo que te sucede.

Desearía que comprendieras que, para liberarte del estrés que hay en tu vida, lo primero que debes hacer es comprender que éste no es inherente a la situación misma, sino, que surge de tus propios pensamientos; que resulta de tu valoración de las situaciones.

No existe una relación causa-efecto entre los hechos de tu vida y el sentimiento de estrés. El origen del estrés reside en tus creencias y en el tipo de pensamientos a los que prestas atención, en detrimento de otros más neutrales o positivos.

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Bibliografía:

CARLSON, Richard: “Tú si puedes ser feliz, pase lo que pase”.






2 comentarios:

  1. Gracias Magda. Queda claro que somos nosotros quiénes otorgamos los significados a las circunstancias que percibimos como estresantes. Qué bien hacer consciencia de esta realidad. Un paso adelante en el desarrollo de la Inteligencia Emocional tan importante de incluir en los currículums escolares. Gedtionar las emociones asociadas al estrés puede marcar la diferencia entre aprender o no y en algunos casos entre vida y muerte.
    Gracias por llamar la atención sobre este tema tan importante.

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    1. Es cierto, Ame. El tema de procurar reducir las fuentes de estrés, es fundamental para el estudio, aunque, también, para el trabajo y las relaciones interpersonales.

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