Cuando
mi amigo dio por finalizada su narración, me quedé un tanto sorprendida y le
pregunté por qué razón había precipitado el final de la misma, sin explicar los
detalles de cada una de las actuaciones del señor Rector.
Me
contestó que los tiempos de su niñez eran muy distintos y que no pretendía
establecer comparación alguna con una problemática tan actual, como era la del
acoso escolar o “bullying”. La experiencia personal que me había contado era
ajena a cualquier tipo de intervención por parte de los partidos políticos,
asociaciones de padres, psicólogos, profesores y medios de comunicación. Le
había interesado dejar bien claro que, lo sucedido, había quedado en el
estricto ámbito del colegio. Reconoció que había sido el protagonista principal
del cuento. Pero, la historia no hubiera tenido lugar, si no hubiesen
participado todos los demás: los alumnos, los profesores, los padres de los
niños que se pelearon y el propio señor Rector. Por todo ello, prefería que yo sacara
mis propias conclusiones y pensara cómo se hubiera podido resolver el episodio;
de la misma forma que lo harían cuantas personas leyeran el cuento de los
zapatos de niña. “Me parece importante poner de manifiesto -dijo- la voluntad
que todos demostraron en querer atajar tan inaceptable conducta. De no haberlo
hecho, hubiese podido convertirse en un grave problema”.
Insatisfecha
por su respuesta, me permití insistir en la conveniencia de saber, por lo
menos, los argumentos esgrimidos por la máxima autoridad del colegio, al estar
segura de que sería lo que iban a solicitar muchos lectores. Al darse cuenta de
mi desasosiego, se comprometió a contar lo que hubiese sabido de la intervención
del señor Rector, en el caso de que yo llegase a recibir peticiones en tal
sentido; lo cual, fue lo que sucedió, desde el primer momento en el que
apareció publicado el cuento.
Antes
de cumplir con su compromiso, mi amigo quiso recomendar la adopción de una
actitud abierta y predispuesta a la comprensión, por parte de los lectores. A
ellos, correspondería decidir si alguno de los argumentos esgrimidos sería de
aplicación, en los tiempos actuales.
“Cuando
el señor Rector subió al estrado, se hizo un completo silencio en el salón de
actos. Quienes pertenecíamos al curso de Ingreso, habíamos ocupado las dos
primeras filas de butacas, separadas por un pasillo central. A continuación, lo
habían hecho el resto de los cursos, por estricto orden, incluidos los alumnos
de Preuniversitario, quienes, por su estatura, imponían un especial respeto.
Los profesores, se habían sentado en la última fila.
De
pie, situado detrás de un atril que tenía una luz incorporada, las primeras
palabras del máximo responsable del colegio sonaron mucho más amables de lo que
yo me hubiera podido haber imaginado. Fueron para preguntar si había alguien
que no estuviera al corriente de lo que había sucedido el día anterior,
consecuencia de una escalada de insultos, mofas y expresiones de menosprecio lanzados
por un buen número de alumnos. En vista de que no tenía lugar respuesta alguna,
mosén Arturo, preguntó, por su nombre y apellidos, a media docena de niños que
pertenecían a cursos distintos. Al levantarse de sus respectivos asientos,
todos fueron respondiendo que sí eran conocedores del hecho, lo cual no hizo
más que confirmar la trascendencia que el mismo había tenido.
A
continuación, siguiendo con igual ritual, lanzó distintas preguntas tomando en
consideración las edades de los alumnos a las cuales iban dirigidas, tales
como: ¿Le gustaría que le rompieran sus juguetes? ¿Aceptaría que alguien rayara
su pupitre? ¿Aprobaría que insultaran a su hermana? ¿Aplaudiría que ofendieran
a su madre?... Evidentemente, cada una de las preguntas fue contestada, sin
asomo de duda, con un ¡no! rotundo.
El
silencio más sepulcral se había adueñado del salón de actos y la expectación parecía
haber llegado al límite. No obstante, el señor Rector, quiso elevar el nivel de
sus preguntas, para lo cual decidió dirigirse a dos alumnos de sexto de
Bachillerato, los cuales habían elegido la rama de Letras. Al primero le
preguntó:
-¿Quiere
traducirme al castellano el lema de nuestra Institución docente “Sapientia sine
moribus vanae”?
-“La
sabiduría, sin moral, es inútil” - respondió correctamente el alumno.
-Por
favor, tenga la amabilidad de traducirme la frase “Homo sacra res homini est” y
decirme a quién se le atribuye - solicitó, al segundo de los alumnos.
-Es
del filósofo, político, orador y escritor romano Lucio Anneo Séneca -respondió,
con todo lujo de detalles, el alumno-. Su traducción sería: “El hombre, es cosa
sagrada para el hombre”.
Tan
sólo se oyó el ruido que hizo el estudiante de Letras al sentarse y golpear el
asiento de la butaca contra sus topes de madera. Todos pensábamos que el señor
Rector iba a señalar a los culpables y hacernos partícipes de los castigos que
hubiese decidido imponernos. Sin embargo, llamó al estrado a un alumno de
segundo de Bachillerato, lo cual nos sorprendió que hiciera, después de que
hubiesen participado los mayores. Reconocí, en él, a uno de los tantos que me
habían insultado.
-¡Acérquese
al atril por favor! -se escuchó la voz firme, pero amable a la vez, de quien
dirigía el colegio- Tenga la gentileza de leer este pasaje del primero de los
cuatro evangelios que, como usted sabe, fue escrito por San Mateo -solicitó,
dirigiendo el foco de luz sobre el texto que había elegido.
El
alumno, con la voz temblorosa, leyó:
-“Un
fariseo le preguntó: Maestro, ¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Jesús le
dijo: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda
tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a
este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la
Ley y los Profetas.”
En
esta ocasión, el padre Rector mandó al niño que regresara a su sitio y nos
habló en los términos siguientes:
Junto
con el señor Martínez, quien es responsable de Educación Física, todos cuantos
sacerdotes les acompañamos, formamos parte del profesorado de este colegio. Pertenecemos
a una orden religiosa que ha recibido el encargo de dar una doble formación a
todos los educandos, presentes en este salón de actos. Deben saber que ustedes
son nuestros amados alumnos y el patrimonio más importante de este colegio. Por
una parte, el Ministerio de Educación nos ha delegado para que impartamos a
cada uno de ustedes el plan de estudios de Enseñanza Media que habrá de
llevarles a las puertas de la Universidad. Es una responsabilidad muy grande,
porque debemos ser capaces de darles la mejor formación intelectual. Es la
misma delegación recibida de sus padres, aunque en ocasiones, nos la hayan dado
de una forma tácita.
Además,
como beneficiarios que sus padres son de los dones que Dios les ha otorgado,
ejemplo más representativo de los cuales son ustedes mismos, sus hijos, ellos
se constituyen en mandatarios explícitos de la voluntad divina. Por
consiguiente, recibimos el encargo supremo de proveerles la más exquisita formación
moral y ética. A nuestro entender, mucho más importante que la intelectual, por
lo que debe ser muy exigente.
Les
pido que comprendan que para llevar a término esta segunda tarea, el
profesorado habrá de pedirles que sean ustedes extremamente respetuosos con
todo el mundo. Confío plenamente que les hayan servido los mensajes que se han
leído y que otorguen a todas las personas el mismo respeto que, muy
legítimamente, exigen recibir de los demás. Han de saber que es una condición
innegociable para formar parte del alumnado de este colegio. Cualquier
vulneración futura de la misma, no será motivo de castigo sino de expulsión
fulminante de este centro educativo y de formación humana. Quisiera aprovechar
esta oportunidad para recordarles la importancia que tiene la asignatura de
urbanidad, que no es ajena al buen comportamiento del que deben hacer gala en
todo momento. Les doy las gracias por su atención y les deseo que tengan un
feliz día.”
De
esta manera, finalizó la intervención del señor Rector. No se identificaron
culpables, ni se habló de castigos; pero, regresamos a nuestras respectivas
aulas en silencio, pensando en todo cuanto habíamos escuchado.
Ignoro
lo que ocurrió en la reunión que el señor Rector mantuvo con los padres del
niño con el cual me había peleado. Después de que los míos hubiesen mantenido
la suya, fui llamado al despacho de la máxima autoridad del colegio. Con una
expresión de gravedad en su rostro, me preguntó si había entendido cuanto se
había dicho y leído en la sala de actos. Le contesté que sí. En vista de lo
cual, me preguntó qué castigo me esperaba si volvía a faltarle el respeto a
alguno de mis compañeros o profesores. “¡Ninguno!” -le respondí- “No tendré
cabida en este colegio” -añadí, ante su sorpresa. Después de lo cual, me hizo
devolución de mi caja conteniendo el par de zapatos de niña, le hice el
besamanos y salí de su despacho.
Nunca
llegué a saber lo que el señor Rector había hablado con mis padres. Lo único
que me dijeron es que estarían muy pendientes de mi nota de urbanidad. Mi madre
me hizo entrega de una bata limpia cuyo largo habían acortado mediante un
dobladillo, al igual que habían recogido de mangas. Me recomendó que me la
pusiera al día siguiente, en sustitución de la que tenía en el colegio. Me pidió
que le hiciera entrega de los zapatos de niña porque pensaba regalárselos a la
hija de la asistenta y me dijo que iríamos a su tienda preferida para comprarme
otro par de mocasines. Pero, que yo eligiese los que me pareciesen más idóneos
para jugar al fútbol con una pelota de trapo, forrada de cuero.
Es
posible que algunos no hayan leído Hablando
del acoso escolar, un amigo me dijo: “Deja, Magdalena, que te cuente la
historia de los zapatos de niña”. El presente escrito es continuación de
aquél, razón por la cual puede interesarles leer la anterior publicación.
Imagen
encontrada en Internet, de 123RF, modificada para el blog: 40592150-el-muchacho-dijo-que-el-pastor-con-el-discurso-globo-ilustraci-n-vectorial.
Me ha encantado el final de esta historia, ya que el Rector ha sabido activar la mente de los participantes de forma indirecta, evitando encender la mecha, de tal forma que los que han intervenido, asuman su parte de responsabilidad sin necesidad de identificarse. Inteligente resolucion de un problema que podría haber sido muy preocupante.
ResponderEliminarMe gusta tu respuesta, Paloma. Lo importante era atajar el problema y para ello no era necesario nombrar a personas delante de todos. Al afrontar el problema desde el inicio se evita que crezca y se haga muy difícil de manejar.
EliminarGracias por explicarnos el final :)
ResponderEliminarCon mucho gusto. Fueron varias las personas que así lo deseaban.
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