Sabemos,
por nuestra propia experiencia, que el estrés es contagioso. Cuando nuestros
hijos adolescentes acuden a nosotros para exponernos un problema, es importante
que no reaccionemos con desproporción a la dramática manera como nos lo hayan
planteado. Los adolescentes pueden ser extremadamente alarmistas cuando hablan
de sus problemas, los cuales son absolutamente normales, en función de la edad
que tienen. Y, sin embargo, nos los presentan como si se tratara del fin del mundo. Cuando lo
hagan, deberemos controlar nuestra propia ansiedad para no reaccionar de una
forma exagerada, lo cual empeoraría la situación.
Es
difícil permanecer en calma cuando nuestros hijos están preocupados. Sobre todo,
cuando sus problemas guardan relación con algo que fue doloroso para nosotros,
durante nuestra adolescencia. El estrés es muy contagioso cuando se trata de
algo que nosotros conocemos bien; ya sea porque lo hayamos experimentado o
porque alguien cercano haya tenido el mismo problema.
Conviene
que seamos capaces de identificar cómo va aumentando nuestra tensión, a medida
que escuchamos hablar a nuestros hijos. Será preciso que nos calmemos, por
medio de respiraciones profundas, contando hasta diez, o lo que fuere
necesario… Procede recordar que es algo transitorio y es conveniente que nos
tranquilicemos, antes de poder ayudar a nuestros adolescentes, para que se calmen
y puedan encontrar una solución a todo aquello que les está agobiando.
Debemos
comprender y aceptar que nuestros hijos están en una época en la que sus
emociones parecen una montaña rusa. En ocasiones, se hundirán en un pozo de
desesperación y será necesario que les alentemos para que superen ese estado de
ánimo y puedan seguir adelante. Conviene que encontremos la forma en la que
tienen que proceder para dejar de sentirse atrapados por sus dramas emocionales
y para que empiecen a averiguar cómo han de actuar para superar los obstáculos.
Podemos
ayudar a nuestros jóvenes a decidir qué es lo primero que podrían hacer para centrarse
en la solución del problema. Lograremos, al menos por un momento, que superen
su crisis emocional. Juntos, podríamos explorar varias opciones. Así, tendrían
más elementos para su decisión.
El estrés durante una crisis
Lidiar
con el estrés durante una crisis en toda regla, es cualitativamente diferente a
enfrentar las presiones del día a día. Es mucho más intenso, y esto hace que, a
veces, sea difícil poder desenvolverse en la vida cotidiana.
Cuando
se presenta una importante crisis familiar, los adolescentes suelen recibir menos
apoyo de sus padres, justo cuando más lo necesitan. Ocurre de tal forma, porque
los padres están ocupados con sus propias reacciones a la situación. Es
necesario que, durante una crisis, prestemos una especial atención a la comunicación
con nuestros adolescentes, sin abrumarlos con temores y responsabilidades de
adultos. En esos momentos difíciles, nuestros hijos necesitan estar informados
de lo que sucede, a la vez que deben sentirse protegidos. Es un equilibrio
difícil, pero se puede conseguir.
Cuando
entendamos que no estamos en situación de proporcionarles la atención que
necesitan y que nuestro estado de ánimo no es el idóneo para comunicarnos con
ellos, deberemos tratar de encontrar ayuda y apoyo para todos nosotros, sin
importar que provenga de amigos o de familiares; y, si fuera necesario, de un verdadero
especialista.
Para
nuestro propio apoyo emocional, debemos recurrir a aquellos parientes o amigos
que puedan ayudarnos a sobrellevar nuestros temores y nuestros problemas, solicitándoles
la ayuda que necesitemos para afrontar la crisis que se nos haya presentado. No
podemos evitar que nuestros hijos se vean obligados a tener que vivir momentos
difíciles, pero podemos protegerlos de nuestra propia reacción al estrés y de una
preocupación excesiva por los problemas de los adultos. Nuestros hijos
necesitan que seamos fuertes, por lo que procuraremos obtener esa fuerza del
apoyo que nos puedan ofrecer otras personas. No es conveniente que pongamos,
sobre los hombros de nuestros adolescentes, cargas que puedan sobrepasarles.
Hay
momentos en los que toda la familia está demasiado estresada como para poder manejar
algún otro problema, aunque sea pequeño. En esos momentos es cuando se hace
necesaria la ayuda y el apoyo de toda la familia, de los amigos cercanos, o
alguna ayuda externa. Como padres, necesitamos darnos cuenta de cuándo hemos
sobrepasado nuestros límites y tener claro que deberemos pedir ayuda, cuando la
necesitemos.
Los
adolescentes necesitan que haya adultos que se involucren íntimamente en sus
vidas. Cuando nos encontremos demasiado estresados para poder ejercer de padres,
de la manera como sería deseable, lo mejor que podemos hacer es pedir ayuda
para nosotros y para nuestros hijos.
Es muy importante aprender a
relajarse
Tenemos
distintas formas de reaccionar ante las situaciones estresantes. Podemos dormir
mucho o dormir muy poco y mal, comer en exceso o saltarnos las comidas,
mostrarnos excesivamente ordenados o tener todo desordenado… Cada adolescente
tiene su estilo propio y único de responder al estrés. Como padres, necesitamos
saber cómo manifiestan sus miedos y sus inquietudes. Cuando nos parezca que
algo anda mal, deberemos hablar con nuestros hijos sobre aquello que les preocupa.
Cuanto más sepamos sobre lo que está sucediendo en sus vidas, mejor será nuestra
posibilidad de entender qué es lo que puede estar afectándoles.
Nuestros
hijos necesitan aprender a lidiar con el estrés que sientan, como parte de su
preparación para la vida. Deberán reconocer tempranamente sus propias señales
de estrés y aprender a calmarse. Así, podrán responder de manera constructiva ante
las situaciones estresantes, en lugar de hacerlo con ansiedad o agresividad.
No
olvidemos que la mejor herramienta que tenemos para enseñar a nuestros hijos a
manejar el estrés es a través de nuestro propio ejemplo. Nuestros adolescentes
saben cuándo estamos estresados y son expertos en interpretar nuestros estados
de ánimo. Si nos mostramos irritables, malhumorados y tenemos la tendencia a desanimarnos
cuando nos sentimos estresados, éste será el ejemplo que les ofrezcamos.
Al
aprender a manejar los primeros signos de estrés, nuestros hijos podrán dirigir
su energía de una manera más efectiva, una vez hayan recuperado la
concentración y hayan podido establecer sus prioridades.
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