Cuando
le comenté a mi amiga Nubia que, a causa del molesto catarro veraniego que
estoy sufriendo, no había forma de que me entrara la inspiración, me sugirió
que comenzara escribiendo el título que, ella misma, improvisó en un instante. Me
llamó la atención su propuesta, por lo que, acto seguido, abrí un nuevo
documento de Word y escribí el título que todos ustedes acaban de leer.
Apenas
comenzaba a escribir, me interrumpió la llegada de uno de esos divertidos
ejercicios que nos propone nuestra querida Beatriz Escobar, para que dejemos
volar la imaginación y nos sinceremos. Nos pedía que respondiéramos a la
siguiente pregunta: ¿Qué edad tendrías si
no supieras la edad que tienes? “Pensemos bien en el sentido de la pregunta
que nos hace el cartel. ¿Será la edad que nos gustaría tener, para refugiarnos
de nuevo en épocas de seguridad, alegría y satisfacciones? O más bien,
acudiendo al conocimiento que tenemos de nosotros mismos, la edad mental y
emocional que representamos. Decidan y respondan, que se vale TODO!!!!”
Después
de nuestros primeros intercambios de comentarios, casi todos ellos referidos a
épocas pasadas, me sirvió de inspiración el recuerdo de las muchas
conversaciones que había mantenido con Susana, una compañera de la Universidad.
Con frecuencia, ella me hablaba sobre su infancia y su juventud. Sobre las
vivencias que recordaba y sobre el sentimiento de soledad que la acompañaba.
Contando con el permiso previo de mi amiga, quiero compartir con ustedes lo que
de aquellas conversaciones me es lícito repetir, con la única intención de que
pueda ser de utilidad para otras personas.
Susana
llevaba algunos años buceando en su interior y buscando entender aquellas cosas
que tanto tiempo le había costado digerir. Asimilando experiencias, mirando
cómo solía actuar en el pasado y por qué lo había hecho de una forma
determinada y no de otra. Le interesaba averiguar qué influencia habían tenido
otras personas en su forma de actuar, ante ciertas circunstancias. Por
supuesto, deseaba averiguar cómo se había ido conformando su manera de ser.
Se
dio cuenta de que, para comprender muchas de las cosas que le habían sucedido,
debía centrarse en su infancia y tratar de encontrar las claves que explicarían
su posterior comportamiento y forma de enfrentar la vida.
Cuando
escuchaba a otros hablar de la niñez, de la libertad y de la felicidad que
sentían entonces, se daba cuenta que su niñez había sido diferente. Me decía,
con gran dolor, que nunca fue realmente niña. Ella, recordaba haber sido una
niña tranquila y buena, que procuraba portarse bien; quizás, para que no la
castigaran, como hacían con sus otros hermanos. Era bastante solitaria, a pesar
de estar rodeada de una gran familia y decía tener escasos recuerdos de su
infancia.
Con
la experiencia alcanzada por los años que habían transcurrido, me confesaba que
creía haberse dado cuenta de los errores cometidos durante su infancia, los
cuales, no dudaba en calificar de muy relevantes. Estaba demasiado pendiente de
los demás, de complacerles, de procurar ser buena y portarse bien. Suponía que
se comportaba de tal manera porque deseaba tener la atención y el cariño de los
que estaban a su alrededor. Aunque, con lágrimas en los ojos, debía reconocer
que jamás lograba su objetivo. Susana entendía que los demás la querían pero
era incapaz de recibir señal alguna por la cual deducir que le demostraban su
afecto. Era como si existiera una total desconexión entre su familia y ella.
Me reconocía
Susana que no fue bueno que actuara por miedo, evitando meterse en líos, para
que no la tuvieran que regañar y castigar. El problema que eso trajo fue que,
al no hacer las cosas libremente, como le nacían, cada vez era más insegura y
sólo se atrevía a hacer aquellas cosas que sabía hacer bien. No descubría otras
capacidades y actividades con las cuales pudiera disfrutar y adquirir mayor
confianza en sí misma.
Lamentablemente,
hay muchas personas que no saben valorar el buen hacer de los niños. En
realidad, no le prestan la más mínima consideración. En cambio, cuando
entienden que su comportamiento ha sido inadecuado, o que se han portado mal,
se afanan por aplicarles un castigo, para que aprendan a no obrar de la misma
manera. No saben valorar ni fomentar lo bueno y positivo que hay en la
actuación de los jóvenes. Reaccionan con total indiferencia ante lo bueno,
limitando su atención a lo que conviene corregir, según sus propios criterios.
Susana
me explicaba que no recordaba haber recibido ningún tipo de recompensa.
Tampoco, había sido objeto de ningún castigo pues había aprendido muy
bien cómo debía comportarse para que eso no sucediera. No la premiaban, ni la
felicitaban, ni la estimulaban para que tuviera confianza en sí misma, para que
tratara de hacer nuevas cosas y pudiera superar los obstáculos.
Por
miedo a las posibles consecuencias, evitaba hacer lo que hubiera hecho
cualquier otro niño. No aprendió a experimentar y a ser curiosa. Había sido
bastante sumisa, obedeciendo a las normas que flotaban en el ambiente. Lo peor,
es que ni siquiera le decían lo que debía hacer: eso hubiera sido una atención
positiva que ella no sentía haber recibido.
Me
confesaba que el sentimiento que la había acompañado durante su infancia y su
juventud era el de la indiferencia a todo lo que ella pudiera hacer, pensar y
sentir. El de ser una desconocida entre mucha gente. El tener que haberse
formado ella sola, desde pequeña, o viendo lo que ocurría a su alrededor,
evitando las consecuencias negativas. Esa indiferencia era algo muy duro para ella,
si pensamos que una de sus principales características es ser una persona
cariñosa, que hubiera querido y necesitado recibir más manifestaciones de afecto,
así como dirección, cuidados y consejos.
Fieles
al estilo de su numerosa familia, algunos de sus miembros sólo se dirigían a ella,
de vez en cuando, para hacerle ver que no poseía ciertas habilidades que ellos
sí poseían. Era ese deseo existente en algunos, de rebajar a los otros, para
que sus cualidades pudieran brillar más.
No
había un respeto a las diferencias individuales y al hecho de que cada persona
sobresale en unas áreas y tiene una mayor dificultad para otro tipo de tareas.
El mundo debía ser como ellos lo concebían. Las cosas que ella hacía bien, no
eran motivo de reconocimiento por parte de sus padres y hermanos. Hacer las
cosas bien era su obligación, por tanto, no tenía premio.
Jamás
escuchó a sus familiares hablar de ella con orgullo, lo cual es difícil de
comprender para una niña pequeña. Algún día, siendo ya adolescente, alguien le
dijo que su madre sí hablaba bien de ella cuando estaba con sus amigas. Susana
me comentó que eso fue todavía más doloroso. Descubrir que su madre no era
capaz de decirles a sus hijos lo que le gustaba de ellos y que sí lo hiciera
con quienes se relacionaba. ¡Menudo contrasentido!
Se
daba cuenta que había sido demasiado conformista en todo lo concerniente a su
vida y a su desarrollo personal. Posiblemente, no tuvo otra elección. Fue
asumiendo, pasivamente, todo lo que su ambiente le iba transmitiendo. Pensaba
que la vida era así, que ellos sabían más que ella.
El
problema es que esa pasividad, para aceptar lo que otros decían o lo que se
suponía que debería hacer, se convirtió en una constante de su vida. Siempre
quedaron remanentes de esa sumisión, que no le permitían tomar las riendas de
su vida. Siempre había un seguir lo que sus familiares decían, sin ser
consciente que no estaba viviendo su propia vida, sino la que ellos iban
sugiriendo, cada uno desde su punto de vista. Era como una colcha de retazos
que no pegaban entre sí, que no tenían las formas o los colores que ella
hubiera elegido para poder llevar a término su creación personal.
Aunque
en su adolescencia y juventud pareciera, en ocasiones, que se rebelaba, eran
reacciones que se perdían entre tanta sumisión. Tenía tan asimiladas las ideas
prevalentes en su familia que era muy difícil que se opusiera a ellas. Incluso
estando en total desacuerdo, no era capaz de decirles lo que pensaba.
Afortunadamente,
no aceptó que interfirieran en cuanto a sus estudios y a la escogencia de la
Universidad. Poco a poco, fue buscando la manera de empezar a poner ciertos
límites cuando era necesario, aunque fue difícil ya que tenía poca práctica en
ello. El daño que le habían causado su sumisión, su miedo a actuar de forma
diferente a lo que se esperaba de ella y el vivir de acuerdo a las “normas y
costumbres familiares”, siguió afectándole durante años. Esa sumisión y esa
pasividad, la llevaban a no tomar ciertas decisiones que implicaran la
posibilidad de equivocarse y de tener que enfrentarse al éxito o al fracaso.
Susana
siente ahora que todo esto, por fin, ha quedado atrás, como si de un mal sueño
se hubiese tratado. Es capaz de tomar sus propias decisiones y se enfrenta a su
familia, cuando es necesario. Comprende que ellos creían que esa era la forma
de proceder; que su error fue no confiar más en sí misma, en su propio criterio
y en su propia capacidad de decidir. Está segura de acertar en la toma de
decisiones, así como en los proyectos que emprenda y no le preocupa que, como
consecuencia de sus aprendizajes, en alguna ocasión pueda equivocarse.
Como
apunte final, quiero dejar claro que ella era una niña pequeña y, difícilmente,
hubiera podido encontrar por ella misma otro camino diferente. Hubiera
necesitado tener cerca a adultos comprensivos y cercanos que le indicaran otros
caminos de actuación; que se dieran cuenta que era una niña insegura y
temerosa, a la que era necesario ayudar a adquirir una mayor confianza en sí
misma. Desafortunadamente, eso no fue así y no contó con la ayuda para superar
las dificultades que se le iban presentando. Por el contrario, las críticas a sus pocas
habilidades en algunas áreas agravaron la situación.
Supongo
que su familia no era consciente que Susana necesitaba de su apoyo, de su
cariño y de sus cuidados. Sus padres estaban tan ocupados con sus propios
problemas y quehaceres, que no se daban cuenta que cada uno de sus hijos requería
de su atención y de su guía. Pertenecían a ese grupo de personas que consideran
que su principal función, como padres, es la de ser proveedores para las
necesidades económicas de su familia. Que tuviesen los suficientes recursos
para pagar los estudios y los gastos diarios que comportaba el sustento de tan
numerosa familia.
Eran
otros tiempos y otro tipo de educación. Más estricta, jerárquica, en la que los
niños tenían poco que opinar ante lo que dijeran y decidieran los mayores.
Veían poco a los padres, a causa de sus múltiples ocupaciones y
compromisos. En las familias numerosas,
se les daba la potestad a unos hermanos, sólo un poco mayores que los pequeños,
de mandar, guiar, orientar a los menores. Tristemente, los padres creían que
eso estaba bien; sin tener en cuenta que, aun siendo de mayor edad, no tenían
la más remota idea de cómo proyectar sus vidas. Resultaba paradójico que
pudiesen ayudar a sus hermanos a conducir las suyas.
Muy buenoooooo!!!!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias!!!!
EliminarSe da el caso donde las madres tienen hijos pensando en que su hijo/a mayor tiene la obligacion de atenderlo. Aqui tambien resalto lo que siempr se dice: el hijo del medio es el abandonado; el mayor por que fue el primero y tiene todas las prerrogativas y el ultimo porque es el mas pequeno, el mas indefenso hay que complacerlo en todo. En el caso de Susana no vivio infancia ni adolescencia tratando de complacer a los padres y ellos sabiendo a Susana muy sumisa, se sintieron seguros que nunca habia nada que corregirle, pero a los hijos no solo se les regana tambien se les aplaude, cuando asi es necesario.
ResponderEliminarTienes toda la razón. Ellos no se tenían que preocupar por Susana ya que ella no les daba problemas de conducta ni por las calificaciones. Los niños y jóvenes necesitan de la guía, del ejemplo, del cariño, que les ayuden a superar sus dificultades y a adquirir confianza en sí mismos.
EliminarUna historia muy reveladora con la que me siento totalmente identificada. A veces tener que tomar una decisión, te empuja a elegir, entre tu familia y tu propio desarrollo personal. Escojo la segunda. Nacemos sólos y moriremos sólos. Únicamente nosotros, debemos ser los dueños de nuestra propia vida. Gracias Magdalena por este impredionante documento Espero superar mi situación lo mejor posible.
ResponderEliminarBuenos días, Paloma. La elección no es entre la familia y el desarrollo personal. Elejimos ser más autónomos, ser los protagonistas y motores de nuestros aprendizajes y evolución personal, conocernos mejor y tomar las decisiones que nos den paz, tranquilidad, equilibrio. No creo que estemos solos. Lo que sucede es que, antes, nos subíamos al tren de otros, para recorrer nuestro propio camino... Hasta un momento, bueno, ya se ha hecho.... Ahora, es preferible que tú seas quien va corrigiendo el rumbo y aceptando como pasajeros a aquellas personas que te apoyan, para conseguir tus metas, que le aportan valor añadido a tu vida....
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